lunes, 7 de marzo de 2011

CESARE PAVESE [3.297]



Cesare Pavese

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908 - Turín, 28 de agosto de 1950), fue un escritor italiano, uno de los más importantes del siglo XX.

Este gran poeta y novelista italiano estudió filología inglesa en la universidad de Turín y, tras su licenciatura, se dedicó por completo a traducir a numerosos escritores norteamericanos, como Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John Steinbeck y Ernest Hemingway, entre otros, así como a escribir crítica literaria que hoy se considera clásica. Al unirse con Giulio Einaudi y su amigo Leone Ginzburg, cofundadores de la editorial Einaudi en 1933, fue uno de los cimientos de esta famosa empresa cultural italiana desde 1937, en la que permaneció como editor decisivo hasta su muerte y en la que trabajó con un rigor reconocido hoy por todos (pues Leone murió torturado por los alemanes en 1944).

Sus primeros escritos fueron publicados aparentemente con el pseudónimo de Mârlon Zmôrda, un supuesto escritor esloveno, judío y anarquista, aunque esta hipótesis ha sido discutida en varias ocasiones. Posteriormente, sus escritos antifascistas, publicados en la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel en 1935, donde inicia sus primeras obras. Durante la II Guerra Mundial formó parte de la Resistencia antifascista como estudioso y pensador independiente aunque cercano a la izquierda italiana. Tras la guerra se incorporó al grupo editor su amiga escritora Natalia Ginzburg, mujer de su compañero de curso Leone. Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Se suicidó a los cuarenta y dos años de edad. Su gran amigo el escritor Davide Lajolo describió, en su libro El vicio absurdo, el malestar existencial que envolvió siempre su vida.

La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950). Pavese (que vivía con una hermana) se suicidó en una habitación de hotel en Turín, después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949). Su diario se publicó póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir, y concluye con la frase anunciadora de su decisión personal.

En el año 1957, se creó un premio literario con su nombre para honrar su memoria.

Fue importante su obra como escritor, traductor y crítico, que además de la Antología americana que coordinó Elio Vittorini incluyó también la traducción de clásicos de la literatura, desde el Moby Dick de Melville en 1932 a obras de Dos Passos, Faulkner, Defoe, Joyce y Dickens.

Su actividad de crítico, en particular, contribuyó a crear un cierto mito de América, que repercutió en la narrativa italiana de posguerra. Mientras trabajaba en el sector editorial (para la editorial Einaudi), Pavese propuso a la cultura italiana escritos sobre temas diferentes, y anteriormente raramente abordados, como el idealismo y el marxismo, así como temas religiosos, etnológicos y psicológicos nuevos.

La vida en la obra

Pavese nació en Santo Stefano Belbo, donde su padre, procurador de tribunal en Turín, tenía una delegación. Estos son los lugares y las experiencias infantiles que mitificará el Pavese escritor.

En 1914 muere su padre, lo que le causa un primer trauma. Su madre, de hecho, compensará la ausencia del marido educando de modo bastante rígido a su hijo. Pavese cursa estudios secundarios en Turín con Augusto Monti, colaborador de Gobetti, narrador y pedagogo. Es su primer contacto con el mundo de los intelectuales y con personalidades como Leone Ginzburg, éste muy cercano siempre, Tullio Pinelli, Vittorio Foa (estudioso de los problemas políticos y sociales) y Norberto Bobbio.

Pero es en su época universitaria cuando Pavese se interesa por la literatura norteamericana; en esos años, alterna su trabajo de traductor con la enseñanza del inglés. Se licencia con una tesis sobre el poeta norteamericano Walt Whitman.

En 1935 es confinado por sus actividades antifascistas (de hecho, sólo había conservado unas cartas comprometedoras de una activista comunista de la que se había enamorado); tras este exilio publica un importante libro de versos que había empezado en 1928: Los poemas de Trabajar cansa (1936) fueron muy innovadores y, junto a sus obras narrativas, atraen todavía a un público muy amplio.

En ese mismo período, empieza la composición de El oficio de vivir, diario literario y existencial que seguirá escribiendo hasta el final de su vida. De vuelta de su confinamiento, Pavese descubre que la mujer a la que amaba se ha casado (lo que le ocasiona un segundo trauma); a partir de ese momento, Pavese se angustia, temeroso de que lo ya sucedido se pueda repetir. La angustiosa sensación del fracaso, lo acompañará hasta la muerte.

En 1938, su relación con la editorial Einaudi se estabiliza. En 1940 termina El bello verano (con el que obtendrá en 1950 el Premio Strega) e inicia Feria de agosto; en 1941, publica De tu tierra.

Llamado a filas, se le dispensa por el asma que padece. Desde el 8 de septiembre de 1943 hasta la liberación de Italia se refugia en primer lugar en casa de su hermana, y luego en un colegio de Somascos en Casale Monferrato, sin contacto con los acontecimientos que sacuden Italia, mientras muchos de sus amigos entran en la Resistencia. Narra estas experiencias en La casa en la colina (que escribe entre 1947 y 1948). En esta obra se pone de manifiesto el conflicto entre su elección y la de sus amigos, muchos de los cuales murieron. Al terminar la guerra, sin embargo, quizá para compensar su anterior elección, Pavese entra en el Partido Comunista Italiano por sugerencia de una amiga.

El desengaño amoroso que sufre tras la ruptura de su relación sentimental con la actriz norteamericana Constance Dowling - a la que dedica sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos - y su malestar existencial lo llevan al suicidio el 28 de agosto de 1950, en Turín.

La poética de Pavese

Entre 1936 y 1941

Pavese surge como poeta en 1936, con Trabajar cansa (Lavorare stanca). La recopilación se reedita en 1943, añadiendo treinta y un poemas y suprimiendo seis. En pleno periodo hermético Pavese toma el camino de la poesía narrativa (ritmos narrativos, tono coloquial, ciudad...). La experiencia narrativa produce un verso alargado y de amplia cadencia (decasílabo alargado a trece sílabas).

En su ensayo El oficio de poeta Pavese sostiene la necesidad de que las palabras se adhieran a las cosas y rehúye la musicalidad por sí misma. Estos primeros cánones poéticos serán posteriormente modificados para evitar que la poesía narrativa se convierta en un boceto naturalista. Pavese teoriza sobre una poesía que se resuelve en imágenes. Poesía narrativa y poesía - imagen coexisten en Trabajar cansa, obra en la que ya encontramos las constantes de Pavese: soledad como condena existencial, incapacidad de diálogo, añoranza de la mujer, el campo como mito desde el que se originan las primeras impresiones y la identidad del individuo, la figura del exiliado que vuelve al lugar de origen, buscando su propia infancia, persiguiendo la propia identidad.

Pavese une a su capacidad de fabulación una precisa conciencia crítica. La cárcel constituye su primera obra narrativa válida (cárcel de la soledad). El protagonista vive la experiencia del confinamiento pero se trata fundamentalmente de una autobiografía espiritual: la vivencia del intelectual que trata de romper la soledad, pero vuelve a ser absorbido por ésta. Más allá de sus implicaciones políticas la novela se caracteriza por el análisis existencial.

En 1941, publica Tus pueblos (I paesi tuoi) y llama la atención de la crítica, que lo interpreta como una manifestación de realismo. En realidad la descripción de un medio rural primitivo y los temas de la pasión, de la sangre, sin olvidar un lenguaje que se acerca al dialetto y al lenguaje hablado y la aparente objetividad naturalista confieren una dimensión mítica y ritual a la narración, una lectura de la realidad en clave simbólica, con matices de los estudios antropológicos y de lo sagrado.

Su consagración del mito deriva de la idea según la cual en la infancia se crean mitos y símbolos que forman una especie de memoria atávica. Pavese se aleja de cualquier representación realista en el sentido que tiene, como principio de poética, la necesidad de focalizar el fondo mítico e irracional propio de cada individuo y que determina su personalidad y su destino.

El último decenio

En el último decenio, entre 1940 y 1950, Pavese produce obras heterogéneas en cuanto a temática y estilo. La reflexión sobre el mito orienta a Pavese en dos direcciones, aparentemente lejanas, pero que tienen el mismo objetivo.

Por una parte recupera el fondo mítico de su propia personalidad, distanciándose de la realidad y refugiándose en el intelectualismo (Diálogos con Leucò) por otro lado hacia el neorrealismo, a la observación del ambiente y de los hombres (El compañero, 1946).

La misma coexistencia de intereses diversos la podemos encontrar en 1949 en La luna y la fogata y en Entre mujeres solas. Los dos motivos se integran, en el sentido de que ponen a fuego al hombre, alienado en el contexto urbano, buscando sus propias raíces míticas. La narrativa de Pavese no se distingue por la complejidad de la trama, sino que se identifica en breves capítulos potencialmente evocadores.

Los dos textos que nos lo muestran son La casa en la colina y La luna y la fogata. La casa en la colina se publicó a la vez que La cárcel. El título del volumen era Antes de que el gallo cante (haciendo mención al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces) lo que aclara la proximidad de ambas novelas: el protagonista de La cárcel es esclavo de la soledad hasta el punto de que la ama.

Corrado, protagonista de La casa en la colina, mientras sus amigos participan en la lucha partisana, se refugia en su propia soledad hasta que llega a la certeza de que su aislamiento ha sido una traición. Pavese profundiza además del tema mítico, el social y de clase. La soledad se convierte en estado de ánimo, condición existencial y social.

También La luna y las fogatas es una novela-balance, atemporal, en la que Pavese introduce sus propios temas y principios teóricos. El retorno a la infancia y el recorrido obligado para conocerse y tener conciencia del propio destino. La novedad de la novela está en el hecho de que la peregrinación a los lugares míticos de la infancia concluyen constatando dolorosamente que todo se ha perdido: han desaparecido las personas y los lugares han cambiado; la muerte es connatural al hombre.

Correspondencia, documento fundamental para conocer su actividad y sus relaciones humanas. Se ha escrito sobre él que Pavese logra plasmar un mundo creativo a través del cual alcanza una realización personal que le había sido negada en los otros planos de la existencia.

Obras

Poesía

Lavorare stanca, 1936, Trabajar cansa; edición corregida, 1943
La terra e la morte, poesía.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 1951
Narrativa[editar]
Il carcere, 1938-39
Notte di fiesta, 1936-38, cuentos
Paesi tuoi, 1941, De tu tierra
La spiaggia, 1942, La playa
Feria d'agosto, 1944.
Fuoco grande, 1946.
Il compagno, 'El camarada 1947.
La casa in collina 1948, La casa en la colina.
Tra donne sole, 1949, Entre mujeres solas.
El bello verano, 1949.
La luna e i falò, 1950, La luna y las fogatas.
Diálogos con Leucò, 1947.
El diablo sobre las colinas.

Ensayos y otros textos

La letteratura americana e altri saggi (Einaudi, 1951, con un prólogo de Italo Calvino), La literatura americana y otros ensayos.
Il mestiere di vivere (1935-1950), El oficio de vivir, diarios publicados en 1952.




Paisaje I

(Al Pollo) 

Ya no está cultivada la colina aquí arriba. Están los helechos
y la roca pelada y la esterilidad.
Aquí el trabajo no sirve de nada. La cima está quemada
y la respiración es la única frescura. Cansa demasiado
subir hasta aquí: el ermitaño pudo hacerlo un día
y desde entonces se quedó a reponer las fuerzas.
El ermitaño se viste con pieles de cabra
y tiene un olor musgoso de animal y de pipa
que ha impregnado la tierra, las matas y la gruta.
Cuando fuma la pipa apartado en el sol,
si lo pierdo, ya no puedo encontrarlo porque es del color
de los helechos quemados. Aquí llegan visitantes
que caen sobre una piedra, sudados y agitados,
y lo encuentran tendido, los ojos en el cielo,
respirando profundo. Un trabajo ha hecho:
sobre el rostro ennegrecido dejó espesarse la barba,
pocos pelos rojizos. Y pone el excremento
sobre terreno abierto, a secarse en el sol.

Cuestas y valles de esta colina son verdes y profundos.
Entre las viñas, los senderos conducen arriba locos grupos
de chicas vestidas de colores violentos,
que hacen fiestas a la cabra y gritan hacia la llanura.
Algunas veces se ven filas de cestas con frutas,
pero no van hacia la cima: los paisanos las llevan a casa
sobre la espalda, contorsionados, y se pierden en el follaje.
Tienen mucho que hacer y no van a ver al ermitaño
los paisanos, pero bajan, suben y zapan fuerte.
Cuando tienen sed, tragan vino: plantándose en la boca
la botella, levantan los ojos a la cumbre quemada.
En la mañana fresca están ya de regreso, agotados
del trabajo del alba, y si pasa un vagabundo
toda el agua en los pozos entre la vid cosechada
es para que él se la tome. Sonríen a las mujeres con malicia
y les preguntan cuándo, vestidas con pieles de cabra,
se sentarán sobre aquellas colinas a quemarse en el sol.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino


Paesaggio I

(al Pollo)

Non è piú coltivata quassú la collina. Ci sono le felci
e la roccia scoperta e la sterilità.
Qui il lavoro non serve piú a niente. La vetta è bruciata
e la sola freschezza èl il respiro. La grande fatica
è salire quassú: l'eremita ci venne una volta
e da allora è restato a rifarsi la forza.
L'eremita si veste di pelle di capra
e ha un sentore muschioso di bestia e di pipa
che ha impregnato la terra, i cespugli e la grotta.
Quando fuma la pipa in disparte nel sole,
se lo perdo non so rintracciarlo, perché è del colore
delle felci bruciate. Ci salgono visitatori
che si accasciano sopra una pietra, sudati e affannati,
e lo trovano steso, con gli occhi nel cielo,
che respira profondo. Un lavoro l´ha fatto:
sopra il volto annerito ha lasciato infoltirsi la barba,
pochi peli rossici. E depone gli sterchi
su un spiazzo scoperto, a seccarsi nel sole.

Coste e valli di questa collina son verdi e profonde.
Tra le vigne i sentieri conducono su folli gruppi
di ragazze, vestite a colori violenti,
a far feste alla capra e gridari di là alla pianura.
Qualche volta compaiano file di ceste di frutta,
ma non salgoni in cima: i villani le portano a casa
sulla schiena, contorti, e riaffondano in mezzo alle foglie.
Hanno troppo da fare e non vanno a veder l'eremita,
i villani, ma scendeno, salgono e zappano forte.
Quando han sete, tracannano vino: piantandosi in bocca
la bottiglia, sollevano gli occhi alla vetta bruciata.
La mattina sul fresco sono già di ritorno spossati
dal lavoro dell'alba e, se pasa un pezzente,
tutta l'acqua che i pozzi riversano in mezzo ai raccolti
è per lui che la beva. Sogghignano ai gruppi di donne
e domandano quando, vestite di pelle di capra,
siederanno su tante colline a annerirsi al sole.




El paraíso sobre los techos

Será un día tranquilo, de luz fría,
como el sol que nace o muere, y el vidrio
encerrará el aire sucio, fuera del cielo.

Despertaremos una mañana, una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será como la tibieza. Llenará la habitación,
a través del ventanal, un cielo más grande.
Por la escalera que subimos un día para siempre,
no llegarán más voces ni rostros muertos.

No será necesario dejar la cama.
Sólo el alba entrará en el cuarto vacío.
Bastará la ventana para vestir cada cosa
de una claridad tranquila, casi una luz.
Se posará una sombra magra sobre el rostro tendido.
Los recuerdos serán grumos de la sombra
aplastados como viejas brasas
en el camino. El recuerdo será la llama
que hasta ayer mordía en los ojos apagados.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino


Il paradiso sui tetti

Sarà un giorno tranquillo, di luce fredda
come il sole que nasce o che muore, e il vetro
chuiderà l'aria sudicia fuori del cielo.

Ci si sveglia un mattino, una volta per sempre,
nel tepore dell'ultimo sonno: l'ombra
sarà come il tepore. Empirà la stanza
per la grande finestra un cielo più grande.
Dalla scala salita un giorno per sempre
non verranno più voci, né visi morti.

Non sarà necessario lasciare il letto.
Solo l'alba entrerà nella stanza vuota.
Basterà la finestra a vestire ogni cosa
de un chiarore tranquillo, quasi una luce.
Poserà un'ombra scarna sul volto supino.
I ricordi saranno dei grumi d'ombra
appiatati così come vecchia brace
nel camino. Il ricordo sarà la vampa
che ancor ieri mordeva negli occhi spenti.




La voz

Cada día el silencio de la habitación solitaria
se cierra sobre el leve chapoteo de los gestos,
como el aire. Cada día, la breve ventana
se abre inmóvil al aire que calla. La voz
ronca y dulce no regresa en el fresco silencio.

Se abre como el aliento de quien va a hablar,
el aire inmóvil, y calla. Cada día es lo mismo.
Y la voz es la misma, no rompe el silencio,
ronca e igual para siempre en la inmovilidad
del recuerdo. La clara ventana acompaña
con su latido breve la calma de entonces.

Cada gesto golpea la calma de entonces.
Si sonara la voz, volvería el dolor.
Volverían los gestos en el aire perplejo
y palabras palabras en la voz apagada.
Si se oyese la voz, aun el latido breve
del silencio que dura se haría dolor.

Regresarían los gestos del vano dolor,
golpeando las cosas en el fragor del tiempo.
Pero la voz no regresa, y el susurro remoto
no encrespa el recuerdo. La luz inmóvil
da su latido fresco. Siempre el silencio
callará, ronco y apagado en el recuerdo.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino


La voce

Ogni giorno il silenzio della camera sola
si richiude sul lieve sciacquio d'ogni gesto
come la'aria. Ogni giorno la breve finestra
s'apre immobile all'aria che tace. La voce
rauca e dolce non torna nel frasco silenzio.

S'apre come il respiro di chi sia per parlare
l'aria immobile, e tace. Ogni giorno è la stessa.
E la voce è la stessa, che no rompe il silenzio,
rauca e uguale per sempre nell'immobilità
del ricordo. La chiara finestra accompagna
col suo palpito breve la calma d'allora.

Ogni gesto percuote la calma d'allora.
Se suonasse la voce, tornerebbe il dolore.
Tornerebbero i gesti nell'aria stupita
e parole parole alla voce sommessa.
Se suonasse la voceanche il palpito breve
del silenzio che dura, se farebbe dolore.

Tornerebbero i gesti del vano dolore,
percuotendo le cose nel rombo del tempo.
Ma la voce non torna, e il susurro remoto
non increspa il ricordo, L'immobile luce
dà il suo palpito fresco. Per sempre il silenzio
tace rauco e sommesso ner ricordo d'allora.




Paisaje IV

(A Tina)

Los dos hombres fuman en la orilla. La mujer que nada,
sin romper el agua, no ve más que el verde
de su breve horizonte. Entre el cielo y las plantas
se extiende esta agua, que la mujer recorre,
sin cuerpo. En el cielo se posan nubes,
como inmóviles. El humo se detiene a medio aire.

Bajo el hielo del agua está la hierba. La mujer
la recorre suspendida, pero nosotros la aplastamos,
a la hierba verde, con el cuerpo. No hay a lo largo de de las aguas
otro peso. Nosotros solos sentimos la tierra.
Quizá el cuerpo alargado de ella, sumergido,
siente el ávido hielo absorberle el sopor
de los miembros soleados y derretirla viva
en el verde inmóvil. Su cabeza no se mueve.

Ella estaba tendida también, allí la hierba está doblada.
Su rostro entornado posaba sobre el brazo
y miraba la hierba. Ninguno hablaba.
Se estanca aún en el aire aquel primer chapoteo
que la recibió en el agua. Sobre nosotros se estanca el humo.
Ahora, ha llegado a la otra orilla y nos habla, goteante
su cuerpo atezado que surge entre los troncos.
Su voz es el único sonido que se oye sobre el agua
-ronca y fresca, es la misma voz de antes.

     Pensamos, tendidos
sobre la orilla, en ese verde más hondo y más fresco
que sumergió su cuerpo. Después, uno de nosotros
se tira al agua y cruza, descubriendo los hombros
en brazadas espumosas, el verde inmóvil.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino


Paesaggio IV

I due uomini fumano a riva. La donna che nuota
senza rompere l'acqua, non vede che il verde
del suo breve orizzonte. Tra il cielo e le piante
se distende quest'acqua e la donna vi scorre
senza corpo. Nel cielo si posano nuvole
come immobili. Il fumo si ferma a mezz'aria.

Sotto il gelo dell'acqua c'è l'erba. La donna
vi trascorre sospesa; ma noi la schiacciamo,
l'erba verde, col corpo. Non c'è lungo le acque
altro peso. Noi soli sentiamo la terra. 
Forse il corpo allungato de lei, che è sommerso,
sente l'avido gelo assorbirle il torpore
delle membra assolate e discioglierla viva
nell'immobile verde. Il suo capo non muove.

Era stesa anche lei, dove l'erba è piegata.
Il suo volto socchiuso posava sul braccio
e guardava nell'arba. Nessuno fiatava.
Stagna ancora nell'aria quel primo sciacquío
che l'ha accolta nell'acqua. Su noi stagna il fiumo.
Ora è giunta alla riva e ci parla, stillante
nel suo corpo annerito que sorge fra i tronchi.
La sua voce è ben l'unico suono che si ode sull'acqua
-rauca e fresca, è la voce di prima.

     Pensiamo, distesi
sulla riva, a quel verde più cupo e più fresco
che ha sommerso il suo corpo. Poi, uno di noi
piomba in acqua e traversa, scoprendo le spalle
in bracciate schiumose, l'immobile verde.




Verano

Hay un jardín claro, entre muros bajos,
de hierba seca y de luz, que reseca despacio
su propia tierra. Es una luz que sabe a mar.
Tú respiras esa hierba. Te tocas los cabellos
y te sacudes el recuerdo.

He visto caer
muchos frutos, dulces, sobre una hierba que sé,
como un golpe en el agua. Así te sobresaltas
con el temblor de la sangre. Mueves la cabeza
como si alrededor ocurriese un prodigio de aire
y el prodigio eres tú. Tienen el mismo sabor
tus ojos y el cálido recuerdo.

Escuchas.
Las palabras que escuchas te tocan apenas.
Tienes en el rostro calmo un pensamiento claro
que simula en los hombros la luz del mar.
Tienes en el rostro un silencio que cierra el corazón,
como un golpe en el agua, y destila una pena antigua,
como el jugo de los frutos caídos entonces.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino



Estate

C'è un giardino chiaro, fra mura basse,
di erba secca e di luce, che cuoce adagio
la sua terra. È una luce che sa di mare.
Tu respiri quell'erba. Tocchi i capelli
e ne scuoti il ricordo.

Ho veduto cadere
molti frutti, dolci, su un'erba che so,
con un tonfo. Così trasalisci tu pure
al sussulto del sangue. Tu muovi il capo
come intorno accadesse un prodigio d'aria
e il prodigio sei tu. C'è un sapore uguale
nei tuoi occhi e nel caldo ricordo.

Ascolti.
Le parole che ascolti ti toccano appena.
Hai nel viso calmo un pensiero chiaro
che ti finge alle spalle la luce del mare.
Hai nel viso un silenzio che preme il cuore
con un tonfo, e ne stilla una pena antica
come il succo dei frutti caduti allora.






Luna de agosto

Del otro lado de las colinas amarillas está el mar,
del otro lado de las nubes. Pero jornadas tremendas
de colinas ondeantes y crepitantes en el cielo
se fragmentan antes del mar. Aquí arriba está el olivo
con el charco de agua que no llega a espejarse,
y los rastrojos, los rastrojos que no terminan nunca.

Y se levanta la luna. El marido está tendido
en un campo, con el cráneo partido de sol
-una esposa no puede arrastrar un cadáver
como un saco-. Se levanta la luna, que arroja un poco de sombra
bajo las ramas torcidas. La mujer en la sombra
alza una mueca aterrada al óvalo de sangre
que coagula e inunda cada arruga en las colinas.
No se mueve el cadáver tendido en los campos
ni la mujer en la sombra. Pero el ojo de sangre
parece guiñar a alguno y le señala un camino.

Llegan largos escalofríos por las desnudas colinas,
desde lejos, y la mujer los siente en la espalda,
como cuando corrían por el mar de grano.
También invaden las ramas del olivo perdido
en ese mar de luna, y ya la sombra del árbol
parece contraerse y tragarse también a ella.

Se precipita afuera, en el horror lunar,
y la sigue el susurro de la brisa sobre las piedras
y una silueta tenue que le muerde los pies,
y le duele en las entrañas. Regresa doblada a la sombra
y se tira sobre las piedras y se muerde la boca.
Abajo, oscura, la tierra se cubre de sangre.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino


Luna d'agosto

Al di là delle gialle coline c'è il mare,
al di là delle nubi. Ma giornate tremende
di colline ondeggianti e crepitanti nel cielo
si frammenttono prima del mare. Quassú c'è l'ulivo
con la pozza dell'acqua che no basta a specchiarsi,
e le stoppie, le stoppie, che non cessano mai.

E si leva la luna. Il marito è disteso
in un campo, col cranio spaccato dal sole
-una sposa non può trascinare un cadavere
come un sacco-. Si leva la luna, che getta un po' d'ombra
sotto i rami contorti. La donna nell'ombra
leva un ghigno aterrito al faccione di sangue
che coagula e inonda ogni piega dei colli.
Non si muove il cadavere disteso nei campi
né la donna nell'ombra. Pure l'occhio si sangue
pare ammicchi a qualcuno e gli segni una strada.

Vengono brividi lunghi per le nude colline
di lontano, e la donna se le sente alle spalle,
como quando correvano il mare del grano.
Anche invadono i rami dell'ulivo sperduto
in quel mare di luna, e già l'ombra dell'albero
pare stia per contrarsi e inghiottire anche lei.

Si precipita fuori, nell'orrore lunare,
e la segue il fruscío della brezza sui sassi
e una sagoma tenue che le morde le piante,
e la doglia nel grembo. Rientra curva nell'ombra
e si butta sui sassi e si mordi la bocca.
Sotto, scura la terra si bagna di sangue.




Mañana

La ventana entornada contiene un rostro
sobre el campo del mar. Los suaves cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.

No hay recuerdos sobre este rostro.
Sólo una sombra fugitiva, como de nube.
La sombra es húmeda y dulce como la arena
de una cavidad intacta, bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos. Sólo un susurro
que es la voz del mar hecha recuerdo.

En el crepúsculo el agua blanda del alba,
que se embebe de luz, aclara el rostro.
Cada día es un milagro sin tiempo
bajo el sol: una luz salobre lo impregna
y un sabor de fruto marino vivo.

No existe recuerdo sobre este rostro.
No existe palabra que lo contenga
o lo una a las cosas pasadas. Ayer,
en la breve ventana se desvaneció como
se desvanecerá dentro de un instante, sin tristeza
ni palabras humanas, sobre el campo del mar.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino




Mattino

La finestra socchiusa contiene un volto
sopra il campo del mare. I capelli vaghi
accompagnano il tenero ritmo del mare.

Non ci sono ricordi su questo viso.
Solo un'ombra fuggevole, come di nube.
L'ombra è umida e dolce come la sabbia
di una cavità intatta, sotto il crepuscolo.
Non ci sono ricordi. Solo un susurro
che è la voce del mare fatta ricordo.

Nel crepuscolo l'acqua molle dell'alba
che s'imbeve di luce, rischiara il viso.
Ogni giorno è un miracolo senza tempo,
sotto il sole: una luce salsa l'impregna
e un sapore di frutto marino vivo.

Non esiste ricordo su questo viso.
Non esiste parola che lo contenga
o accomuni alle cose passate. Ieri,
dalla breve finestra è svanito come
svanirà tra un istante, senza tristezza
né parole umane, sul campo del mare.



Paisaje V

Las colinas insensibles que llenan el cielo
están vivas al alba; después se quedan inmóviles
como si fueran siglos, y el sol las mira.
Recubrirlas de verde sería una dicha,
y en el verde, dispersas, la fruta y las casas.
Cada planta, al alba, sería un vida
prodigiosa, y las nubes tendrían un sentido.

Nos falta sólo un mar que resplandezca fuerte
y que inunde la playa con un ritmo monótono.
Sobre el mar no crecen plantas, no se mueven hojas:
cuando llueve sobre el mar, cada gota se pierde,
como el viento sobre estas colinas, que busca las hojas
y no encuentra más que piedras. Es un momento al alba:
se dibujan sobre la tierra las siluetas oscuras
y las manchas bermejas. Después, vuelve el silencio.

¿Tienen un sentido las cuestas arrojadas al cielo
como casas de una gran ciudad? Están desnudas.
Pasa a veces un aldeano tallado en el vacío,
tan absurdo que parece pasar sobre un techo
de la ciudad. Viene a la mente la estéril mole
de las casas amontonadas, que agarra la lluvia
y se seca al sol y no da ni un poco de hierba.

Para cubrir las casas y las piedras de verde
-y que el cielo tenga sentido- hace falta hundir
en la oscuridad raíces bien negras. Al volver el alba,
correría la luz dentro de la tierra
como un golpe. Toda la sangre estaría más viva:
también los cuerpos están hechos de venas negruzcas.
Y los aldeanos que pasan tendrían un sentido.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino


Paesaggio V

Le colline insensibili che riempiono il ciel
sono vive nell'alba, poi restano immobili
come fossero secoli, e il sole le guarda.
Ricoprirle di verde sarebbe una gioia
e nel verde, disperse, le frutta e le case.
Ogni pianta nell'alba sarebbe una vita
prodigiosa e le novule avrebbero un senso.

Non ci manca che un mare a risplendere forte
e inondare la spiaggia in un ritmo monotono.
Su dal mare non sporgono piante, non muovono foglie:
quando piove sul mare, ogni goccia è perduta,
come il vento su queste colline, che cerca le foglie
e non trova che pietre. Nell'alba, è un istante:
si disegnano in terra le sagome nere
e le chiazze vermiglie. Poi torna il silenzio.

Hanno un senso le coste buttate nel cielo
come case di grande città? Sono nude.
Pasa a volta un villano stagliato nel vuoto,
cosí assurdo che pare passeggi su un tetto
di città. Viene in mente le sterile mole
delle case ammucchiate, che prende la pioggia
e si asciuga nel sole e non dà un filo d'erba.

Per coprire le case e e pietre di verde
-sí che il cielo abbia un senso- bisogna affondare
dentro il buio radici ben nere. Al tornare dell'alba
scorrerebbe la luce fin dentro la terra
come un urto. Ogni sangue sarebbe più vivo:
anche i corpi son fatti di vene nerastre.
E i villani che passano avrebbero un senso.





Agonía

Andaré por las calles hasta que caiga muerta de cansancio,
sabré vivir sola y mirar a los ojos
las caras que pasan y ser siempre la misma.
Este fresco que sube a buscarme las venas
es un despertar que nunca había probado tan verdadero
en la mañana: sólo me siento más fuerte
que mi cuerpo, y un temblor frío viene con la mañana.

Quedaron lejos las mañanas en que tenía veinte años.
Y mañana, veintiuno: mañana saldré por las calles,
de las que recuerdo cada piedra y las estrías del cielo.
Desde mañana la gente volverá a mirarme
y estaré firme de pie y podré detenerme
y verme reflejada en las vidrieras. Las mañanas de antes
era joven y no lo sabía, y ni siquiera sabía
que era yo la que pasaba -una mujer, dueña
de sí misma. La flaca chica que fui
se ha despertado de un llanto de años:
ahora es como si aquel llanto no hubiese existido.

Y deseo solo colores. Los colores no lloran,
son como un despertar: mañana los colores
volverán. Cada una saldrá por la calle,
cada cuerpo un color -hasta los chicos.
Este cuerpo, vestido de rojo ligero
después de tanta palidez, tendrá de nuevo su vida.
Sentiré a mi alrededor deslizarse las miradas
y sabré ser yo: echando una ojeada
me veré entre la gente. Cada nueva mañana,
saldré por las calles buscando los colores.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de Jorge Aulicino


Agonia

Girerò per le strade finché non sarò stanca morta
saprò vivere sola e fissare negli occhi
ogni volto che passa e restare la stessa.
Questo fresco che sale a cercarmi le vene
è un risveglio che mai nel mattino ho provato
così vero: soltanto, mi sento più forte
che il mio corpo, e un tremore più freddo accompagna il mattino.

Son lontani i mattini che avevo vent'anni.
E domani, ventuno: domani uscirò per le strade,
ne ricordo ogni sasso e le striscie dil cielo.
Da domani la gente riprende a vedermi
e sarò ritta in piedi e potrò soffermarmi
e specchiarmi in vitrine. I mattini di un tempo,
ero giovane e non lo sapevo, e nemmeno sapevo
di esser io che passavo -una donna, padrona
di se stessa. La magra bambina che fui
si è svegliata da un pianto durato per anni:
ora è come quel pianto non fosse mai stato.

E desidero solo colori. I colori non piangono,
sono come un risveglio: domani i colori
torneranno. Ciascuna uscirà per la strada,
ogni corpo un colore - perfino i bambini.
Questo corpo vestito di rosso leggero
dopo tanto pallore riavrà la sua vita.
Sentirò in torno a me scivolare gli sguardi
e saprò d'esser io: gettando un'occhiata,
mi vedrò tra la gente. Ogni nuovo mattino,
uscirò per le strade cercando i colori.





Revuelta

Aquel muerto fue tumbado y no mira las estrellas:
tiene los cabellos pegados al pavimento. La noche es más fría.
Los vivos regresan a casa estremecidos.
Es difícil andar con ellos; se desbandan todos
y uno sube una escalera, otro baja a un sótano.
Hay alguno que sigue hasta el alba y se tira en un prado,
bajo el sol. Mañana, alguno reirá burlonamente,
desesperado, en el trabajo. Después, pasa también esto.

Cuando duermen, parecen el muerto: si hay una mujer,
es más pesado el olor, pero parecen muertos.
Cada cuerpo tumbado se aprieta a su cama,
como al pavimento rojo: la larga fatiga,
desde el alba, bien vale un breve agonía.
Sobre cada cuerpo coagula una suciedad oscura.
Solamente aquel muerto está tendido bajo las estrellas.

Parece muerto también el montón de andrajos que el sol
calienta fuerte, apoyado en una parecita. Dormir
en la calle demuestra fe en el mundo.
Hay una barba entre los andrajos y la recorren moscas
que tienen trabajo; los que pasan se mueven en la calle
como moscas; el andrajoso es una parte de la calle.
La miseria recubre de barba la risa burlona,
como una hierba, y da un aire tranquilo. Este viejo
que podría morir tumbado, ensangrentado,
parece en cambio una cosa y está vivo. Así,
menos la sangre, cada cosa es una parte de la calle.
Y en la calle las estrellas han visto la sangre.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de Jorge Aulicino



Rivolta

Quello morto è stravolto e non guarda le stelle:
ha i capelli incollati al selcitato. La notte è più fredda.
Quelli vivi ritornano a casa, tremandoci sopra.
È dificile andare con loro; si sbandano tutti
e chi sale una scala, chi scende in cantina.
C'è qualcuno che va fino all'alba e si butta in un prato
sotto il sole. Domani qualcuno sogghigna
disperato, al lavoro. Poi, passa anche questa.

Quando dormono, sembrano il morto: se c'è anche una donna,
è più greve il sentore, ma paiono morti.
Ogni corpo si stringe stravolto al suo letto
come al rosso selciato: la lunga fatica
fin dell'alba, val bene una breve agonia.
Su ogni corpo coagula un sudicio buio.
Solamente, quel morto è disteso alle stelle.

Pare morto anche il mucchio di cenci, che il sole
scalda forte, appoggiato al muretto. Dormire
per la strada dimostra fiducia nel mondo.
C'è una barba tra i cenci e vi scorrono mosche
che han da fare; i passanti si muovono in strada
come mosche; il pezzente è una parte di strada.
La miseria ricopre di barba i sogghigni
come un'erba, e dà un aria pacata. Sto vecchio
che poteva morire stravolto, nel sangue,
pare invece una cosa ed è vivo. Così
tranne il sangue, ogni cosa è una parte di strada.
Pure, in strada le stelle hanno visto del sangue.






Revelación

El hombre solitario vuelve a ver al muchacho de magro
corazón absorto en escrutar a la mujer que ríe.
El muchacho alzaba la mirada hacia aquellos ojos,
cuyas rápidas miradas se estremecían, desnudas
y distintas. El muchacho recogía un secreto
en aquellos ojos, un secreto como el regazo escondido.

El hombre solitario oprime en el corazón el recuerdo.
Los ojos ignotos ardían como arde la carne,
vivos de una húmeda vida. La dulzura del regazo,
palpitante de cálida ansiedad, se transparentaba
en aquellos ojos. Brotaba angustioso el secreto,
como una sangre. Cada cosa se volvía tremenda
en la luz tranquila de las plantas y del cielo.

El muchacho lloraba en la noche tranquila
raras lágrimas mudas, como si ya fuese hombre.
El hombre solitario encuentra bajo el cielo remoto
esa mirada contenida que la mujer pone
sobre el muchacho. Y ve aquellos ojos y aquel rostro
recomponerse tranquilos en una sonrisa habitual. 

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de Jorge Aulicino



Rivelazione

L'uomo solo rivede il ragazzo dal magro
cuore assorto a scrutare la donna ridente.
Il ragazzo levava lo sguardo a quegli occhi,
dove i rapidi sguardi trasalivano nudi
e diversi. Il ragazzo racoglieva un segreto
in quegli occhi, un segreto come il grembo nascosto.

L'uomo solo si preme nel cuore il ricordo.
Gli occhi ignoti bruciavano como brucia la carne,
vivi d'umida vita. La dolcezza del grembo
palpitante di calda ansietà traspariva
in quegli occhi. Sbocciava angostioso il segreto
come un sangue. Ogni cosa era fatta tremenda
nella luce tranquilla delle piante e il cielo.

Il ragazzo piangeva nella sera sommessa
rade lacrime mute, come fosse già uomo.
L'uomo solo ritrova sotto il cielo remoto
quello sguardo raccolto che la donna depone
sul ragazzo. E rivede quegli occhi e quel volto
ricomporsi sommessi al sorriso consueto.




Después

La colina está tendida y la lluvia la empapa en silencio.

Llueve sobre las casas: la breve ventana
se llenó de un verde más fresco y más desnudo.
La compañera estaba tendida conmigo: la ventana
estaba vacía, nadie miraba, estábamos desnudos.
Su cuerpo secreto camina a esta hora por la calle,
con su paso, pero el ritmo es más blando; la lluvia
desciende con ese paso, tenue y fatigada.
La compañera no ve la muda colina
amodorrada en la humedad: va por la calle
y la gente que la choca no sabe.

Hacia la noche,
la colina es recorrida por retazos de niebla,
la ventana recibe también ese aliento. La calle
a esta hora está desierta; la solitaria colina
tiene una vida remota en el cuerpo más oscuro.
Yacíamos fatigados en la humedad
de dos cuerpos, amodorrados uno sobre el otro.

Una tarde más dulce, de sol tibio
y de colores frescos, la calle sería una gloria.
Es una gloria caminar por la calle, gozando
un recuerdo del cuerpo, todo difuso alrededor.

En las hojas de las avenidas, en el paso indolente de las mujeres,
en las voces de todos, hay un poco de la vida
que los dos cuerpos han olvidado, pero que es un milagro.
Como descubrir abajo, en el fondo de un camino, la colina
entre las casas, y mirarla y pensar que conmigo
la compañera la mira desde la breve ventana.
En la oscuridad se ha hundido la desnuda colina
y la lluvia murmura. No está la compañera
que se ha llevado su cuerpo dulce y la sonrisa.
Pero mañana bajo el cielo lavado del alba
la compañera saldrá por las calles, tenue
por su paso. Podremos encontrarnos, queriendo.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Dopo

La collina è distesa e la pioggia l'impregna in silenzio.

Piove sopra le case: la breve finestra
s'è riempita di un verde piú fresco e piú nudo.
La compagna era stesa con me: la finestra
era vuota, nessuno guardava, eravano ben nudi.
Il suo corpo segreto cammina a quest'ora per strada
con suo passo, ma il ritmo è piú molle; la pioggia
scende come quel passo, leggera e spossata.
La compagna non vede la nuda collina
assopita nell'umidità: passa in strada
e la gente che l'urta non sa.

Verso sera
la collina è percorsa da brani di nebbia,
la finestra ne accoglie anche il fiato. La strada
a quest'ora è deserta; la sola collina
ha una vita remota nel corpo piú cupo.
Giacevamo spossati nell'umidità
dei due corpi, ciascuno assopito sull'altro.

Una sera piú dolce, di tiepido sole
e di freschi colori, la strada sarebbe una gioia.
È una giogia passare per strada, godendo
un ricordo del corpo, ma tutto diffuso d'intorno.
Nelle foglie dei viali, nel passo indolente di donne,
nelle voci di tutti, c'è un po' della vita
che i due corpi han scordato ma è pure un miracolo.
E scoprire giú in fondo a una via la collina
tra le case, e guardarla e pensare che insieme
la compagna la guardi, dalla breve finestra.
Dentro il buio è affondata la nuda collina
e la pioggia bisbiglia. Non c'è la compagna
che ha portato con sé il corpo dolce e il sorriso.
Ma domani nel cielo lavato dall'alba
la compagna uscirà per le strade, leggera
del suo passo. Potremo incontrarci, volendo.




Exterior

No vuelve el muchacho que se fue a la mañana.
Dejó la pala todavía fría en el gancho
-era el alba- y nadie quiso seguirlo:
se habrá tirado sobre alguna colina. Un muchacho,
de la edad en que se comienza a escupir juramentos
no sabe hacer discursos. Nadie
quiso seguirlo. Era un alba quemada
de febrero, cada tronco color de sangre
coagulada. Nadie sentía en el aire
la tibieza futura.

La mañana pasó
y la fábrica libera mujeres y obreros.
En el buen sol alguno -regresa al trabajo
dentro de media hora- se tiende a comer, hambriento.
Pero hay una humedad dulce que muerde la sangre
y le da a la tierra escalofríos verdes. Se fuma
y se anota que el cielo está sereno, y a lo lejos
las colinas son violetas. Sería bueno
quedarse un tiempo largo sobre el suelo, bajo el sol.
Pero, finalmente, se come, ¿quién sabe si comió
ese muchacho testarudo? Dice un obrero flaco:
está bien, uno se rompe el lomo trabajando,
pero comer se come. Incluso, se fuma.
El hombre es como un animal, querría no hacer nada.

Son los animales los que sienten el tiempo, y el muchacho
lo sintió desde el alba. Y hay perros
que terminan podridos en un pozo: la tierra
agarra todo. ¿Quién sabe si el muchacho no termina
dentro de un pozo, hambriento? Escapó en el alba
sin hacer discursos, con cuatro juramentos,
alta la nariz en el aire.

Piensan todos en eso
esperando el trabajo, como un rebaño desganado.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino





Esterno 

Quel ragazzo scomparso al mattino, non torna.
Ha lasciato la pala, ancor fredda, all'uncino
-era l'alba- nessuno ha voluto seguirlo:
si è buttato su certe colline. Un ragazzo
dell'età che comincia a stacare bestemmie,
non sa fare discorsi. Nessuno
ha voluto seguirlo. Era ul'alba bruciata
di febbraio, ogni tronco colore del sangue
aggrumato. Nessuno sentiva nell'aria
il tepore futuro.

Il mattino è trascorso
e la fabbrica libera donne e operai.
Nel bel sole, qualcuno -il lavoro riprende
tra mezz'ora- si stende a magiare affamato.
Ma c'è un umido dolce che morde nel sangue
e alla terra dà brividi verdi. Si fuma
e si vede che il cielo è sereno, e lontano
le colline son viola. Varrebbe la pena
di restarsene lunghi per terra nel sole.
Ma a buon conto si mangia. Chi sa se ha mangiato
quel ragazzo testardo? Dice un secco operaio,
che, va bene, la schiena si rompe al lavoro,
ma mangiare si mangia. Si fuma persino.
L'uomo è come una bestia, che vorrebbe far niente.

Son le bestie che sentono il tempo, e il ragazzo
l'ha sentito dall'alba. E ci sono cani
che finiscono marci in un fosso: la terra
prende tutto. Chi sa se il ragazzo finisce
dentro un fosso, affamato? È scappato nell'alba
senza fare discorsi, con quattro bestemmie,
alto il naso nell'aria.

Ci pensano tutti
aspettando il lavoro, come un gregge svogliato.






La vieja borracha

Le gusta también a la vieja tenderse al sol
y estirar los brazos. El resplandor
abruma el pequeño rostro como abruma la tierra.

De las cosas que arden no queda más que el sol.
El hombre y el vino traicionaron y consumieron esos huesos
tendidos, oscuros, bajo el vestido, pero la tierra agrietada
zumba como una llama. No hacen falta palabras,
no hace falta lamento. Vuelve el día vibrante
en que el cuerpo era aún joven, más ardiente que el sol.

En el recuerdo aparecen las grandes colinas,
vivas y jóvenes como el cuerpo; y la mirada del hombre
y la aspereza del vino se vuelven ansioso
deseo: un resplandor se encendía en la sangre,
como el verde en la hierba. Por viñas y senderos
se hace carne el recuerdo. La vieja, los ojos cerrados,
goza inmóvil el cielo con su cuerpo de entonces.

En la tierra agrietada bate un corazón más sano,
como el pecho robusto de un padre o de un hombre:
contra él aprieta la mejilla rugosa. También el padre,
también el hombre, murieron traicionados. La carne
se consumió también en ellos. Ni el calor de las caderas
ni la aspereza del vino los despiertan ya más.
Por las viñas tranquilas, la voz del sol,
áspera y dulce, susurra en el diáfano incendio,
como si el aire temblase. Tiembla alrededor la hierba.
La hierba es joven como el resplandor del sol.
Son jóvenes lo muertos en el vívido recuerdo.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino




La vecchia ubriaca

Piace pure alla vecchia distendersi al sole
e allargare le braccia. La vampa pesante
schiaccia il picolo volto come schiaccia la terra.

Delle cose che bruciano non rimane che il sole.
L'uomo e il vino han tradito e consunto quelle ossa
stese brune nell'abito, ma la terra spaccata
ronza come una fiamma. Non occorre parola
non occorre rimpianto. Torna il giorno vibrante
che anche il corpo era giovane, piú rovente del sole.

Nel ricordo compaiano le grandi colline
vive e giovane come quel corpo, e lo sguardo dell'uomo
e l'asprezza del vino ritornano ansioso
desiderio: una vampa guizzava nel sangue
come il verde nell'erba. Per vigne e sentieri
si fa carne il ricordo. La vecchia, occhi chiusi,
gode immobile il cielo col suo corpo d'allora.

Nella terra spaccata batte un cuore piú sano
come il petto robusto di un padre o di un uomo:
vi si stringe la guancia aggrinzita. Anche il padre,
anche l'uomo, son morti traditi. La carne
si è consunta anche in quelli. Né il calore dei fianchi
né l'asprezza del vino non li sveglia mai piú.
Per le vigne distese la voce del sole
aspra e dolce susurra nel diafano incendio,
come l'aria tremasse. Trema l'erba d'intorno.
L'erba è giovane come la vampa del sole.
Sono giovani i morti nel vivace ricordo.





Leña verde

(A Massimo)

El hombre quieto tiene delante colinas en la oscuridad.
Mientras estas colinas sean de tierra, los aldeanos
deberán zaparlas. Las mira fijo, y no ve,
como el que cierra los ojos en prisión, bien despierto.
El hombre quieto -que estuvo en prisión- mañana regresa
al trabajo con algunos compañeros. Esta noche, está él solo.

Las colinas le saben a lluvia: es el olor remoto
que a veces llegaba a la prisión con el viento.
A veces, llovía en la ciudad: un abrirse de par en par,
del aliento y la sangre, a la calle liberada.
La prisión bebía la lluvia, en prisión la vida
no terminaba, a veces se filtraba también el sol:
los compañeros esperaban y el futuro esperaba.

Ahora está solo. El olor increíble de tierra
le parece salido de su propio cuerpo, y recuerdos remotos
-él conoce la tierra- lo atan al suelo,
a ese suelo real. No sirve pensar
que la zapa, los aldeanos, la clavan en la tierra
como en un enemigo, y que se odian a muerte,
como muchos enemigos. Tienen, sin embargo, una dicha
los aldeanos: ese pedazo de tierra labrado.
¿Qué importan los otros? Mañana, las colinas
estarán bajo el sol, y cada uno en la suya.

Los compañeros no viven en las colinas,
nacieron en la ciudad, donde en vez de hierba
hay rieles. A veces, lo olvida también él.
Pero el olor de tierra que llega a la ciudad
ya no sabe a aldeanos. Es una larga caricia
que hace cerrar los ojos y pensar en los compañeros
en prisión, en la larga prisión que espera.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino



Legna verde

(a Massimo)

L'uomo fermo ha davanti colline nel buio.
Fin che queste colline saranno di terra,
i villani dovrano zapparle. Le fissa e non vede,
come chi serra gli occhi in prigione ben sveglio.
L'uomo fermo -che è stato in prigione- domani riprende
il lavoro coi pochi compagni. Stanotte è lui solo.

Le colline gli sanno di pioggia: è l'odore remoto
che talvolta giungeva in prigione nel vento.
Qualche volta pioveva in città: spalancarsi
del respiro e del sangue alla libera strada.
La prigione pigliava la pioggia, in prigione la vita
non finiva, talvolta filtrava anche il sole:
i compagni attendevano e il futuro attendeva.

Ora è solo. L'odore inaudito di terra
gli par sorto del suo stesso corpo, e ricordi remoti
-lui conosce la terra- constringerlo al suolo,
a quel suolo reale. Non serve pensare
che la zappa i villani la picchiano in terra
como sopra un nemico e che si odiano a morte
come tanti nemici. Hanno pure una gioia
i villani: quel pezzo di terra divelto.
Cosa importano gli altri? Domani nel sole
le colline saranno distese, ciascuno la sua.

I compagni non vivono nelle colline,
sono nati in città dove invece dell'erba
c'è rotaie. Talvolta lo scorda anche lui.
Ma l'odore di terra che giunge in città
non sa piú di villani. È una lunga carezza
che fa chiudire gli occhi e pensare ai compagni
in prigione, alla lunga prigione che attende.






Paisaje VI

Es el día en que suben las nieblas del río
en la bella ciudad, en medio de prados y colinas,
y la esfuman como a un recuerdo. La bruma confunde
los verdes, pero aun así las mujeres, de vivos colores,
caminan en la niebla. Andan en la blanca penumbra,
sonrientes: por la calle puede suceder cualquier cosa.
Puede suceder que el aire emborrache.

La mañana
se abrirá de par en par, en un largo silencio,
amortiguando las voces. Hasta el vagabundo,
que no tiene una ciudad ni una casa, la habrá respirado,
como aspira el vaso de grapa, en ayunas.
Vale la pena tener hambre o haber sido traicionado
por la boca más dulce, solo para salir a este cielo,
reencontrando al respirar los recuerdos más leves.

Cada calle, cada arista nítida de casa
en la niebla, conserva un antiguo temblor:
quien lo siente, no puede abandonarse. No puede abandonar
su ebriedad tranquila, compuesta de cosas
de la vida preñada, descubiertas al constatar
una casa o un árbol, un pensamiento imprevisto.
Hasta los grandes caballos, que habrán pasado
entre la niebla, en el alba, dirán de este tiempo.

O tal vez un muchacho escapado de casa
vuelve justo este día en que se alza la niebla
sobre el río, y olvida toda la vida,
las miserias, el hambre y la fe traicionada,
para pararse en una esquina, bebiendo la mañana.
Vale la pena volver, aun distinto.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908- Turín, 1950), "Lavorare stanca", Poesie, Mondadori, Milán, 1969
Versión de Jorge Aulicino




Paesaggio VI

Quest'è il giorno che salgono le nebbie dal fiume
nella bella città, in mezzo a prati e colline,
e la sfumano come un ricordo. I vapori confondono
ogni verdi, ma ancora le donne dai vivi colori
vi camminano. Vanno nella bianca penombra
sorridenti: per strada può accadere ogni cosa.
Può accadere che l'aria ubriachi.

Il mattino
si sarà spalancato in un largo silenzio
attutendo ogni voce. Perfino il pezzente,
che non ha una città né una casa, l'avrà respirato,
come aspira il bicchieri di grappa a digiuno.
Val la pena aver fame o esser stato tradito
della bocca più dolce, pur di uscire a quel cielo
ritrovando al respiro i ricordi più levi.

Ogni via, ogni spigolo schietto di casa
nella nebbia, conserva un antico tremore:
chi lo sente non può abbandonarsi. Non può abbandonare
la sua ebbrezza tranquila, composta di cose
dalla vita pregnante, scoperte a riscontro
d'una casa o d'un albero, d'un pensiero improvviso.
Anche i grossi cavalli, che sarano passati
tra la nebbia nell'alba, parleranno d'allora.

O magari un ragazzo scappato di casa
torna proprio quest'oggi, che sale la nebbia
sopra il fiume, e dimentica tutta la vita,
le miserie, la fame e le fedi tradite,
per fermarsi su un angolo, bevendo il mattino.
Val la pena tornare, magari diverso.





Gente que no entiende

Bajos los árboles de la estación se encienden las luces.
Gella sabe que a esta hora su madre regresa de los prados
con el delantal repleto. Mientras espera el tren,
Gella mira entre el verde y sonríe al pensar
en pararse ella también, entre los faroles, a recoger hierba.

Gella sabe que su madre de joven estuvo en la ciudad
una vez: ella, todas las tardes al oscurecer, regresa,
y en el tren recuerda vidrieras espejeantes
y personas que pasan y no miran a la cara.
La ciudad de su madre es un patio encerrado
entre paredes, y la gente se asoma a los balcones.
Gella regresa cada tarde con los ojos distraídos
en colores y deseos y, mientras el tren se aleja,
piensa, al ritmo monótono, netos perfiles de calles
entre las luces, y colinas atravesadas de avenidas y de vida
y alborozo de jóvenes, de andar franco y risa dominante.

Gella está harta de ir y venir, y regresar a la noche
y no vivir entre las casas y en medio de las viñas.
A la ciudad la querría sobre aquellas colinas,
luminosa, secreta, y no moverse más.
Así es muy distinta. A la noche reencuentra
a los hermanos, que vuelven descalzos de algún trabajo,
a la madre atezada, y se habla de tierras
y ella se sienta en silencio. Pero todavía recuerda
que, muy chica, volvía ella también con su montón de hierba:
sólo que aquellos eran juegos. Y la madre que suda
recogiendo la hierba, porque hace treinta años
la recoge cada tarde, bien podría una vez
quedarse en casa. Nadie la busca.

También Gella querría quedarse, sola, en los prados,
pero llegar a los más solitarios, y tal vez a los bosques.
Y esperar la noche y ensuciarse en la hierba
y tal vez en el fango y nunca más volver a la ciudad.
No hacer nada, porque no hay nada que le sirva a nadie.
Como hacen las cabras, arrancar solamente las hojas más verdes,
y que se le empapen los cabellos, sudados y quemados,
de rocío nocturno. Endurecer las carnes
y ennegrecer y arrancarse la ropas, para que en la ciudad
no la quieran más. Gella está harta de ir y venir
y sonríe con el pensamiento de entrar en la ciudad
desfigurada y descompuesta. Hasta que las colinas y las viñas
desaparezcan, y pueda pasear por las avenidas
donde estaban los prados, cada noche, riendo,
Gella tendrá estos deseos, mirando desde el tren.


Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Gente che non capisce

Sotto gli alberi della stazione si accendono i lumi. 
Gella sa che a quest'ora sua madre ritorna dai prati 
col grembiale rigonfio. In attesa del treno, 
Gella guarda tra il verde e sorride al pensiero
di fermarsi anche lei, tra i fanali, a raccogliere l'erba.

Gella sa che sua madre da giovane è stata in città 
una volta: lei tutte le sere col buio ne parte 
e sul treno ricorda vetrine specchianti 
e persone che passano e non guardano in faccia. 
La città di sua madre è un cortile rinchiuso
tra muraglie, e la gente s'affaccia ai balconi. 
Gella torna ogni sera con gli occhi distratti 
di colori e di voglie, e spaziando dal treno 
pensa, al ritmo monotono, netti profili di vie 
tra le luci, e colline percorse di viali e di vita 
e gaiezze di giovani, schietti nel passo e nel riso padrone.

Gella è stufa di andare e venire, e tornare la sera 
e non vivere né tra le case né in mezzo alle vigne. 
La città la vorrebbe su quelle colline, 
luminosa, segreta, e non muoversi più. 
Così, è troppo diversa. Alla sera ritrova 
i fratelli che tornano scalzi da qualche fatica,
e la madre abbronzata, e si parla di terre
e lei siede in silenzio. Ma ancora ricorda 
che, bambina, tornava anche lei col suo fascio dell'erba: 
solamente, quelli erano giochi. E la madre che suda
a raccogliere l'erba, perché da trent'anni 
l'ha raccolta ogni sera, potrebbe una volta 
ben restarsene in casa. Nessuno la cerca.

Anche Gella vorrebbe restarsene sola, nei prati, 
ma raggiungere i più solitari, e magari nei boschi. 
E aspettare la sera e sporcarsi nell'erba 
e magari nel fango e mai più ritornare in città. 
Non far nulla, perché non c'è nulla che serva a nessuno. 
Come fanno le capre strappare soltanto le foglie più verdi 
e impregnarsi i capelli, sudati e bruciati, 
di rugiada notturna. Indurirsi le carni 
e annerirle e strapparsi le vesti, così che in città 
non la vogliano più. Gella è stufa di andare e venire 
e sorride al pensiero di entrare in città 
sfigurata e scomposta. Finché le colline e le vigne 
non saranno scomparse, e potrà passeggiare 
per i viali, dov'erano i prati, le sere, ridendo, 
Gella avrà queste voglie, guardando dal treno.




Una estación

Esta mujer una vez estuvo hecha de carne
fresca y sólida: cuando llevaba un chico,
se mantenía escondida y entristecía sola.
No quería mostrarse deformada por la calle.
Las otras veces (era joven y sin quererlo
hizo muchos chicos) pasaba por la calle
con un paso seguro y sabía disfrutar los momentos.
Los vestidos se hacen viento las tardes de marzo
y se aprietan y tiemblan alrededor de las mujeres que pasan.
Su cuerpo de mujer se movía seguro en el viento
que se desvanecía y lo dejaba firme. No tuvo nunca otro bien
que ese cuerpo, que ahora está gastado, después de tantos hijos.

En las tardes de viento se expande un aroma de savias,
el aroma que tenía el cuerpo, de joven,
entre los vestidos superfluos. Un sabor de tierra mojada,
que en cada marzo regresa. También donde no hay avenidas
en la ciudad, y no llega en el sol el respiro del viento,
su cuerpo vivía, exhalando los jugos
en fermentación, entre muros de piedra. Con el tiempo, también ella,
que ha nutrido otros cuerpos, se ha estropeado y doblado.
No es lindo mirarla, ha perdido toda la fuerza;
pero, entre tantos que tuvo, una hija vuelve a pasar
por las calles, a la tarde, y a ostentar en el viento,
bajo los árboles, sólido y fresco, su cuerpo que vive.

Y hay un hijo que vaga, y sabe estar solo
y se sabe divertir solo. Pero se mira en las vidrieras,
complacido por el modo en que lleva del brazo
a su compañera. Le gusta, en un juego de músculos,
arrimársela, mientras ella lucha, y besarla en el cuello.
Sobre todo le gusta, después de que ha engendrado
sobre aquel cuerpo, dejarlo entristecer y volver a sí mismo.
Una apretada lo hace solamente sonreír, y un hijo
lo haría indignarse. Lo sabe la muchacha, que espera,
y se prepara a esconder el vientre deformado
y goza con él, complaciente, y le admira la fuerza
de ese cuerpo que sirve para hacer tantas otras cosas.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Una stagione

Questa donna una volta era fatta di carne
fresca e solida: quando portava un bambino,
si teneve nascosta e intristiva da sola.
Non amava mostrarsi sformata per strada.
Le altre volte (era giovane e senza volerlo
fece molti bambini) passava per strada
con un passo sicuro e sapeva godersi gli instanti.
I vestiti diventano vento le sere di marzo
e si stringono e tremano intorno alle donne che passano.
Il suo corpo di donna muoveva sicuro nel vento
che svaniva lasciandolo saldo. Non ebbe altro bene
che quel corpo, che adesso è consunto dai troppi figliuoli.

Nelle sere di vento si spande un sentore di linfe,
il sentore que aveva da giovane il corpo
tra le veste superflue. Un sapore di terra bagnata
che ogni marzo ritorna. Anche dove in città non c'è viali
e non giunge col sole il respiro del vento,
il suo corpo viveva, essalando di succhi
in fermento, tra i muri di pietra. Col tempo, anche lei,
che ha nutrito altri corpi, si è rotta e piegata.
Non è bello guardarla, ha perduto ogni forza;
ma, dei molti, una figlia ritorna a passare
per le strade, la sera, e ostentare nel vento
sotto gli alberi, solido e fresco, il suo corpo che vive.

E c'è un figlio che gira e sa stare da solo
e si sa divertire da solo. Ma guarda nei vetri,
compiaciuto del modo che tiene a bracetto
la compagna. Gli piace, d'un gioco di musculi,
accostarsela mentre rilutta a baciarla sul collo.
Sopratutto gli piace, poi che ha generato
su quel corpo, lasciarlo intristire e tornare a se stesso.
Un amplesso lo fa solamente sorridere e un figlio
lo farebbe indignare. Lo sa la ragazza, che attende,
e prepara se stessa a nascondere il ventre sformato
e si gode con lui, compiacente, a gli ammira la forza
di quel corpo che serve per compiere tante altre cose.



Civilización antigua

Seguro, el día no tiembla al mirarlo y las casas
son firmes, plantadas en el empedrado. El martillo
de ese hombre sentado golpea una piedra
sobre la tierra blanda. El muchacho que escapa
a la mañana no sabe si ese hombre trabaja,
y se para a mirarlo. Nadie trabaja en la calle.

El hombre se sienta en la sombra que cae desde lo alto
de una casa, más fresca que una sombra de nube,
y no las mira pero toca sus piedras, absorto.
El ruido de las piedras resuena lejos
sobre el empedrado velado por el sol. Muchachos
no hay por las calles. El muchacho está solo;
se da cuenta de que todos son hombres o mujeres
que no ven lo que él ve y caminan apurados.

Pero ese hombre trabaja. El muchacho lo mira
dudando al pensar que un hombre trabaje
sobre la calle, sentado como los mendigos.
Y también los otros que pasan parecen absortos
en terminar algo, y ninguno mira
hacia atrás o adelante, a lo largo de toda la calle.
Si la calle es de todos, hay que disfrutarla
sin hacer otra cosa, mirando alrededor,
a la sombra, al sol, en el fresco ligero.
Cada calle se abre de par en par como una puerta,
pero ninguno la traspasa. Ese hombre sentado
ni siquiera se da cuenta, como si fuese un mendigo,
de la gente que viene y que va, en la mañana.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Civiltà antica

Certo il giorno non trema, a guardarlo. E le case
sono ferme, piantate ai selciati. Il martello
di quell'uomo seduto scalpiccia su un cittolo
dentro il molle terriccio. Il ragazzo che scappa
al mattino, non sa che quell'uomo lavora,
e si ferma a guardarlo. Nessuno lavora per strada.

L'uomo siede nell'ombra, che cade dall'alto
di una casa, più fresca che un'ombra di nube,
e non guarda ma tocca i suoi cittoli assorto.
Il rumore dei cittoli echeggia lontano
sul selciato velato dal sole. Ragazzi
non ce n'è per le strade. Il ragazzo è bene solo
e s'acorge che tutti sono uomini o donne
che non vedono quel che lui vede e trascorrono.

Ma quell'uomo lavora. Il ragazzo lo guarda,
esitando al pensiero che un uomo lavori
sulla strada, seduto come fanno i pezzenti.
E anche gli altri che passano, paiano assorti
a finire qualcosa e nessuno si guarda
alle spalle o dinanzi, lungo tutta la strada.
Se la strada è di tutti, bisogna goderla
senza fare nient'altro, guardandosi intorno,
ora all'ombra ora al sole, nel fresco leggero.
Ogni via spalanca che pare una porta,
ma nessuno l'infila. Quell'uomo seduto
non s'accorge nemmeno, como fose un pezzente,
della gente che viene e che va, nel matino.




Ciudad en el campo

Papá bebe a  la mesa rodeado de parrales verdes
y el muchacho se aburre sentado. El caballo se aburre,
cubierto de moscas: el muchacho querría cazarlas,
pero Papá lo tiene bajo el ojo. Las parras dan al vacío,
sobre el valle. El muchacho no mira más hacia abajo:
le dan ganas de dar un gran salto. Alza los ojos:
no hay más lindas nubes; los cúmulos resplandecientes
se cerraron para esconder el fresco del cielo.

Se lamenta, Papá, de que hay que sufrir más calor
en el viaje, para vender la uva, que segando el grano.
Quién ha visto alguna vez en setiembre este sol candente
y que haya que parar al regreso, en la fonda,
porque de otro modo revienta el caballo. Pero la uva está vendida;
los otros pensarán en eso, de aquí a la vendimia:
aunque granice, el precio está hecho. El muchacho se aburre;
su trago, Papá ya se lo ha hecho beber.
No hay más que mirar ese blanco maligno,
bajo el negro bochorno, y confiar en el agua.

Las calles frescas a media mañana estaban llenas de portales
y de gente. Gritaban en la plaza. Iba y venía el helado
blanco y rosado: parecía las nubes sólidas en el cielo.
Si hacía ese calor en la ciudad, se quedaban a almorzar
en la fonda. La polvareda y el calor no ensucian las paredes
en la ciudad: a lo largo de las avenidas las casas son blancas.
El muchacho alza los ojos a las nubes horribles.
En la ciudad están al fresco sin hacer nada, pero compran uva,
la trabajan en grandes bodegas y se hacen ricos.
Si se quedaban más tiempo, veían en medio de los árboles,
a la noche, cada avenida con una fila de luces.

Entre las parras, se levanta un gran viento. El caballo se sacude.
Y Papá mira el aire. Allá abajo en el valle
está la casa en el prado y la viña madura.
En un segundo, hace frío y las hojas se caen
y el polvo vuela. Papá bebe siempre.
El muchacho alza los ojos a las nubes horribles.
Sobre el valle hay todavía una mancha de sol.
Si se quedan aquí, comerán en la fonda.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Città in campagna

Papà beve al tavolo avvolto da pergole verdi
e il ragazzo s'annoia seduto. Il cavallo s'annoia
posseduto da mosche: il ragazzo vorrebbe acchiaparne,
ma Papà l'ha sott'occhio. Le pergole dànno nel vuoto
sulla valle. Il ragazzo non guarda più al fondo,
perché ha voglia di fare un gran salto. Alza gli occhi:
non c'è più di belle nuvole: gli ammassi splendenti
si son chiusi a nascondere il fresco del cielo.

Si lamenta, Papà, che ci sia da patire più caldo
nella gita per vendere l'uva, che a mietere il grano.
Chi ha mai visto in settembre quel sole rovente
e doversi fermare al ritorno, dall'oste,
altrimenti gli crepa il cavallo. Ma l'uva è venduta;
qualcun altro ci pensa, di qui alla vendemmia:
se anche grandina, il prezzo è già fatto. Il ragazzo s'annoia,
il suo soro Papà gliel'ha già fatto bere.
Non c'è più che guardare quel bianco maligno,
sotto il nero dell'afa, e sperare nell'acqua.

Le vie fresche di mezza mattina eran piene di portici
e di gente. Gridavano in piazza. Girava il gelato
bianco e rosa: pareva le nuvole sode nel cielo.
Se faceva sto caldo in città, si fermavano a pranzo
nell'albergo. La polvere e il caldo non sporcano i murri
in città: lungo i viali le case son bianche.
Il ragazzo alza glio occhi alle nuvole orribili.
In città stanno al fresco a far niente, ma comprano l'uva,
la lavorano in grandi cantine e diventano ricchi.
Se restavano ancora, vedevano in mezzo alle piante,
nella sera, ogni viale una fila di luci.

Tra le pergole nasce un gran vento. Il cavallo si scuote
e Papà guarda in aria. Laggiù nella valle
c'è la casa nel prato e la vigna matura.
Tutt'a un tratto fa freddo e le foglie si stacanno
e la polvere vola. Papà beve sempre.
Il ragazzo alza glio occhi alle nuvole orribili.
Sulla valle c'è ancora una chiazza di sole.
Se si fermano qui, mangeranno dall'oste.






Atavismo

El muchacho respira más fresco, escondido
detrás de los postigos, mirando la calle. Se ven las piedras
por la clara abertura, en el sol. Nadie camina
por la calle. El muchacho querría salir,
así desnudo -la calle es de todos-, y hundirse en el sol.

En la ciudad no se puede. Se podría en el campo,
si no estuviese, sobre la cabeza, la profundidad del cielo
que humilla y aterra. Está la hierba que, fría,
hace cosquillas en los pies, pero las plantas que miran
y los troncos y los arbustos son ojos severos
para un débil cuerpo descolorido, que tiembla.
Hasta la hierba es distinta y repugna al contacto.

Pero la calle está desierta. Si pasase alguno,
el muchacho en la oscuridad osaría mirarlo
y pensar que todos esconden un cuerpo.
Pasa, en cambio, un caballo de músculos gruesos
y atruenan las piedras. Hace tiempo que el caballo
anda desnudo y sin impedimento bajo el sol:
tanto, que anda en medio de la calle. El muchacho,
que querría ser fuerte de ese modo, y renegrido,
y tal vez tirar de un carro, osaría mostrarse.

Si se tiene un cuerpo, hay que verlo. El muchacho
no sabe si cada uno tiene un cuerpo. El vejestorio arrugado
que pasaba esta mañana no puede tener un cuerpo,
tan pálido y triste, no puede haber nada
que aterre de ese modo. Tampoco los adultos
o las esposas que dan la teta al bebé
están desnudos. Tienen un cuerpo sólo los muchachos.
El muchacho no se atreve a mirarse en la oscuridad,
pero sabe bien que debe hundirse en el sol,
y habituarse a las miradas del cielo, para hacerse hombre.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Atavismo

Il ragazzo respira piú fresco, nascosto
dalle imposte, fissando la strada. Si vedono i ciottoli
per la chiara fessura, nel sole. Nessuno cammina
per la strada. Il ragazzo vorrebbe uscir fuori
cosí nudo -la strada è di tutti- e affogare nel sole.

In città non si può. Si potrebbe in campagna,
se non fosse, sul capo, il profondo del cielo
che atterrisce e avvilisce. C'è l'erba che fredda
fa il solletico ai piedi, ma le piante che guardano
ferme, e i tronchi e i cespugli son occhi severi
per un debole corpo slavato, che trema.
Fino l'erba è diversa e ripugna al contatto.

Ma la strada è deserta. Passase qualcuno
il ragazzo dal buio oserebbe fissarlo
e pensare che tutti nascondono un corpo.
Passa invece un cavallo dai muscoli grossi
e rintronano i ciottoli. Da tempo il cavallo
se ne va, nudo e senza ritegno, nel sole:
tantoché marcia in mezzo alla strada. Il ragazzo
che vorrebe esser forte a quel modo e annerito
e magari tirare a quel carro, oserebbe mostrarsi.

Se si ha un corpo, bisogna vederlo. Il ragazzo non sa
se ciascuno abbia un corpo. Il vecchiotto rugoso
che pasava al matino, non può avere un corpo
cosí pallido e triste, non può avere nulla
che atterrisca a quel modo. E nemmeno gli adulti
o le spose che dànno la poppa al bambino
sono nudi. Hanno un corpo soltanto i ragazzi.
Il ragazzo non osa guardarsi nel buio,
ma sa bene che deve affogare nel sole
e abituarsi agli sguardi del cielo, per crescere uomo.




Casa en construcción

Con las cañitas, despareció también la sombra. Ya el sol, al sesgo,
atraviesa las arcadas y se descarga por los huecos
que serán ventanas. Trabajan un poco los albañiles,
tanto cuanto dura la mañana. De vez en cuando se lamentan
por el tiempo en que aquí susurraban las cañas
y un caminante acalorado podía tirarse sobre el pasto.

Los muchachos comienzan a llegar cuando el sol está más alto.
No le temen al calor. Los pilares aislados contra el cielo
son un campo de juego mejor que los árboles
o la calle de siempre. Los ladrillos desnudos
se llenan de azul, para cuando los huecos
sean cerrados, y para ellos es una dicha mirarse desde abajo
la cabeza sobre los recuadros de cielo. Lástima el buen tiempo,
porque un chaparrón allá arriba, en aquellos vanos,
les gustaría a los muchachos. Sería lavar la casa.

Ciertamente anoche -se puede ir- era mejor:
el rocío bañaba los ladrillos y, tendidos entre los muros,
veían las estrellas. Hasta podían encender
un buen fuego, y alguno atacarlos y agarrarse a piedrazos.
Una piedra, de noche, puede matar sin ruido.
Están, además, las culebras que bajan por los muros
y que caen como una piedra, sólo que más blandas.
Qué sucede de noche allí adentro, lo sabe solo el viejo,
al que se ve por la mañana bajando las colinas.
Deja brasas allí adentro y tiene la barba chamuscada
por la llama y ya absorbió tanta agua que, como el terreno,
no podría cambiar de color. Hacer reír a todos
porque dice que los otros se hacen la casa
con sudor, y él duerme allí sin sudar. Pero un viejo
no debería permanecer en la noche al aire libre.
Se entiende de una pareja en un prado: están el hombre y la mujer
que se tienen apretados y después vuelven a casa.
Pero este viejo no tiene una casa y se mueve a duras penas.
Realmente algo le sucede allí adentro,
porque todavía a la mañana barbotea para sí.

Después de un rato, los albañiles se tiran a la sombra.
Es el momento en que el sol ha impregnado cada cosa
y cada ladrillo quema las manos al tocarlo.
Se ha visto ya una culebra desplomarse, huyendo,
en el pozo de cal: es el momento en que el calor
enloquece hasta a los animales. Se bebe una vuelta
y se ven las colinas todo alrededor, quemadas,
tremolar en el sol. Solamente un tonto
seguiría trabajando y, de hecho, aquel viejo
a esta hora atraviesa las viñas robando zapallos.
Pero hay muchachos sobre los andamios, que suben y bajan.
Una vez una piedra terminó sobre el cráneo
del patrón, y todos interrumpieron el trabajo
para llevarlo al torrente y lavarle la cara.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Casa in costruzione

Coi canneti è scomparsa anche l'ombra. Già il sole, di sghembo,
attraversa le arcate e si sfoga per i vuoti
che saranno finestre: lavorano un po’ i muratori,
fin che dura il mattino. Ogni tanto rimpiangono
quando qui ci frusciavano ancora le canne,
e un passante accaldato poteva gettarsi sull'erba.

I ragazzi cominciano a giungere a sole più alto.
Non lo temono il caldo. I pilastri isolati del cielo
sono un campo di gioco migliore che gli alberi
o la solita strada. I mattoni scoperti
si riempion d'azzurro, per quando le volte
saran chiuse, e ai ragazzi è una gioia vedersi dal fondo
sopra il capo i riquadri di cielo. Peccato il sereno,
che un rovescio di pioggia lassù da quei vuoti
piacerebbe ai ragazzi. Sarebbe un lavare la casa.

Certamente stanotte -poterci venire- era meglio:
la rugiada bagnava i mattoni e, distesi tra i muri,
si vedevan le stelle. Magari potevano accendere
un bel fuoco e qualcuno assalirli e pigliarse a sassate.
Una pietra di notte può uccidre senza rumore.
Poi ci sono le biscie che scendeno i muri
e che cadono como una pietra, soltanto piú molli.

Cosa accada di notte là dentro, lo sa solo il vecchio
che al matino si vede discendere per le colline.
Lascia braci di fuoco là dentro e ha la barba strinata
dalla vampa e ha già preso tant'acqua, che, como il terreno,
non potrebbe cambiare colore. Fa ridere tutti
perché dice che gli altri si fanno la casa
col sudore e lui senza sudare ci dorme. Ma un vecchio
non dovrebbe durare alla notte scoperta. 
Si capisce una coppia in un prato: c'è l'uomo e la donna
che si tengono stretti, e poi tornano a casa.
Ma quel vecchio non ha piú una casa e si muove a fatica.
Certamente qualcosa gi accade lì dentro,
perché ancora al mattino borbotta tra sé.

Dopo un po’ i muratori si buttano all'ombra.
È il momento che il sole ha investito ogni cosa
e un mattone a toccarlo ci scotta le mani.
S'è già visto una biscia piombare fuggendo
nella pozza di calce: è il momento che il caldo
fa impazzire perfino le bestie. Si beve una volta
e si vedono le altre colline ogn'intorno, bruciate,
tremolare nel sole. Soltanto uno scemo
resterebbe al lavoro e difatti quel vecchio
a quest'ora traversa le vigne, rubando le zucche.
Poi ci sono i ragazzi sui ponti, che salgono e scendeno.
Una volta una pietra è finita sul cranio
del padrone e hanno tutti interrotto il lavoro
per portarlo al torrente e lavargli la faccia.




Palabras del político

Se pasaba temprano por el mercado de pescado
para lavarse la mirada: había de plata,
bermejos, verdes, color del mar.
Comparados con el mar, todo escamado de plata,
ganaban los pescados. Se pensaba en el regreso.

Bellas hasta las mujeres de cántaro sobre la cabeza,
oliváceo, moldeado sobre la forma de las caderas,
suavemente: cada uno pensaba en las mujeres,
cómo hablan, ríen, caminan por la calle.
Reíamos, cada uno. Llovía sobre el mar.

Por las viñas, ocultas en las depresiones de la tierra,
el agua macera hojas y ramitas. El cielo 
se colorea de nubes escasas, enrojecidas
de placer y de sol. Sobre la tierra, sabores,
y colores en el cielo. Nadie con nosotros.

Se pensaba en el regreso, como después de una noche
entera de insomnio se piensa en la mañana.
Se gozaba de los colores de los pescados y del humor
de la fruta, vivaces en el tufo del mar.
Borrachos estábamos, en el regreso inminente.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Parole del politico

Si passava sul presto al mercato dei pesci
a lavarci lo sguardo: ce n’era d’argento,
di vermigli, di verdi, colore del mare.
Al confronto col mare tutto scaglie d’argento,
la vincevano i pesci. Si pensava al ritorno.

Belle fino le donne dall’anfora in capo,
ulivigna, foggiata sulla forma dei fianchi
mollemente: ciascuno pensava alle donne,
come parlano, ridono, camminano in strada.
Ridevano, ciascuno. Pioveva sul mare.

Per le vigne nascoste negli anfratti di terra
l’acqua macera foglie e racimoli. Il cielo
si colora di nuvole scarse, arrossate
di piacere e di sole. Sulla terra sapori
e colori nel cielo. Nessuno con noi.

Si pensava al ritorno, come dopo una notte
tutta quanta di veglia, si pensa al mattino.
Si godeva il colore dei pesci e l’umore
delle frutta, vivaci nel tanfo del mare.
Ubriachi eravamo, nel ritorno imminente.




Nocturno

Es nocturna la colina, en el cielo claro.
Allí se encuadra tu cabeza, que se mueve apenas
y acompaña ese cielo. Eres como una nube
entrevista entre ramas. Te ríe en los ojos
la extrañeza de un cielo que no es el tuyo.

La colina de tierra y de hojas encierra
con su masa negra tu viva mirada,
tu boca tiene el pliegue de una dulce cavidad
entre las costas lejanas. Pareces jugar
con la gran colina y el claror del cielo:
para complacerme repites ese marco antiguo
y lo entregas más puro.

Pero vives en otra parte.
Tu tierna sangre se hizo en otra parte.
Las palabras que dices no se corresponden
con la áspera tristeza de este cielo.
No eres más que una nube dulcísima, blanca,
atrapada una noche entre ramas antiguas.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino


Notturno

La collina è notturna, nel cielo chiaro.
Vi s'inquadra il tuo capo, che muove appena
e acompagna quel cielo. Sei come una nube
intravista fra i rami. Ti ride negli occhi
la stranezza di un cielo che non è il tuo.

La collina di terra e di foglie chiude
con la masa nera il tuo vivo guardare,
la tua bocca ha la piega di un dolce incavo
tra le coste lontane. Sembri giocare
alle grande collina e al chiarore del cielo:
per piacermi ripeti lo sfondo antico
e lo rendi più puro.

Ma vivi altrove.
Il tuo tenero sangue si è fatto altrove.
Le parole che dici non hano riscontro
con la scabra tristezza de questo cielo.
Tu non sei che una nube dolcissima, bianca
impigliata una notte fre i rami antichi.







El hijo de la viuda

Todo puede ocurrir en la oscura hostería,
puede ocurrir que, afuera, haya un cielo estrellado,
más allá de la niebla otoñal y del mosto.
Puede ocurrir que lleguen desde la colina
enronquecidas canciones sobre las eras desiertas
y que regrese imprevista bajo el cielo desde entonces
la mujercita sentada en espera del día.

Volverían, alrededor de la mujer, los aldeanos
de escasas palabras, en espera del sol
y del pálido gesto de ella, arremangados
hasta el codo, inclinados, mirando la tierra.
A la voz del grillo se unirían el estrépito de la piedra
de afilar sobre el fierro y un suspiro más ronco. 
Callarían el viento y los rumores de la noche.
La mujercita sentada hablaría con ira.

Trabajando, los aldeanos se vuelven a encorvar a lo lejos,
la mujercita se ha quedado sobre la era y los sigue
con la mirada, apoyada en la cepa, abatida
por el gran vientre maduro. Sobre el rostro consumido
tiene una amarga sonrisa impaciente, y una voz
que no alcanza a los aldeanos le sube a la garganta.
Bate el sol sobre la era y sobre los ojos enrojecidos
parpadeantes. Una nube purpúrea vela el rastrojo
sembrado de haces amarillos. La mujer,
vacilando, la mano sobre el regazo, entra a la casa.

Mujeres corren con impaciencia por los cuartos vacíos
gobernadas por la seña y los ojos que, solos,
desde el lecho las siguen. La gran ventana
que contiene colinas y viñas y el gran cielo,
emite un zumbido débil que es el trabajo de todos.
La mujercita de rostro pálido ha apretado los labios
por las punzadas del vientre, y se tensa escuchando,
impaciente. Las mujeres la sirven, prontas.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino


Il figlio della vedova

Può accadere ogni cosa nella bruna osteria,
può accadere che fuori sia un cielo di stelle,
al di là della nebbia autunnale e del mosto.
Può accadere che cantino della collina
le arrochite canzoni sulle aie deserte
e che torni improvissa sotto il cielo d'allora
la donnetta seduta in attesa del giorno.

Tornerebbero intorno alla donna i villani
dalle scarne parole, in attesa del sole
e del pallido cenno di lei, rimboccati
fino al gomito, chini a fissare la terra.
Alla voce del grillo si unirebbe il frastuono
della cote sul ferro e un più rauco sospiro.
Tacerebbero il vento e i brusii della notte.
La donnetta seduta parlerebbe con ira.

Lavorando i villani ricurvi lontano,
la donnetta è rimasta sull'aia e li segue
con lo sguardo, poggiata allo stipete, affranta
del gran ventre maturo. Sul volto, consunto
ha un amaro sorriso impaziente, e una voce
che non giunge ai villani le solleva la gola.
Batte il sole sull'aia e sugli occhi arrosati
ammiccanti. Una nube purpurea vela la stoppia
seminata di gialli covoni. La donna
vacilando, la mano sul gembro, entra in casa.

Donne corrono con impazienza le stanze deserte
comandate dal cenno e dall'occhio che, soli,
di sul letto le seguono. La grande finestra
che contiene colline e filari e il gran cielo,
manda un fioco ronzio che è il lavoro di tutti.
La donnetta dal pallido viso ha serrate le labbra
alle fitte del ventre e si tende en ascolto
impaziente. Le donne la servono, pronte.




Paisaje III

Entre la barba y el solazo, la cara todavía pasa,
pero está la piel del cuerpo, que blanquea temblorosa
entre los remiendos. No basta la suciedad para taparla
en la lluvia o el sol. Aldeanos renegridos
lo han visto alguna vez, pero la mirada insiste
sobre ese cuerpo, camine o se abandone al descanso.

Por la noche, los grandes campos se funden
en una sombra pesada que ahonda las hileras de viñas
y las plantas: sólo las manos conocen los frutos.
El hombre andrajoso parece un aldeano en la sombra,
pero rapiña todo, y los perros no sienten.
Por la noche la tierra no tiene más patrones,
sino voces inhumanas. El sudor no cuenta.
Cada planta tiene su frío sudor en la sombra,
y no hay más que un campo, para nadie y para todos.

Por la mañana este hombre harapiento y tembloroso
sueña, tendido junto a un muro ajeno, que los aldeanos
lo persiguen y quieren morderlo, bajo el solazo.
Tiene una barba goteante de frío rocío
y entre los agujeros, la piel. Llega un aldeano
con la azada al hombro y se seca la boca.
No lo esquiva siquiera, sino que pasa sobre el otro:
uno de sus campos, este día, necesita su fuerza.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Paesaggio III

Tra la barba e il gran sole la faccia va ancora,
ma è la pelle del corpo, che biancheggia tremante
tra le toppe. No basta lo sporco a confonderla
nella pioggia e nel sole. Villani anneriti
l'han guardato una volta, ma l'occhiata perdura
su quel corpo, cammini o si accasci al riposo.

Nella notte le grandi campagne si fondono
in un'ombra pesante, che sprofonda i filari
e le piante: soltanto le mani conoscono i frutti.
L'uomo lacero pare un villano, nell'ombra,
ma rapisce ogni cosa e i cagnacci non sentono.
Nella notte la terra non ha più padroni,
se non voci inumane. Il sudore non conta.
Ogni pianta ha un suo freddo sudore nell'ombra
e non c'è più che un campo, per nessuno e per tutti.

Al mattino quest'uomo stracciato e tremante
sogna, steso ad muro non suo, che i villani
lo rincorrono e vogliono morderlo, sotto il gran sole.
Ha una barba stillante di fredda rugiada
e tra i buchi la pelle. Compare un villano
con la zappa sul collo, e s'asciuga la bocca.
Non si scosta nemmeno, ma scavalca quell'altro:
un suo campo quest'oggi ha bisogno di forza.





Los mares del sur

Caminamos una tarde sobre la ladera de una colina,
en silencio. En la sombra del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco,
que se mueve tranquilo, el rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debe de haber estado muy solo,
un gran hombre entre idiotas o un pobre loco,
para enseñar a los suyos tanto silencio.

Mi primo habló esta tarde. Me pidió
que subiera con él: desde la cumbre se divisa
en las noches serenas el reflejo del faro,
lejano, de Turín. "Tú que vives en Turín
-me dijo-... pero tienes razón, la vida se vive
lejos de la tierra: se progresa y se goza;
luego, cuando se regresa, como yo, a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden".
Todo esto me dijo y no habla italiano
sino el lento dialecto que, como estas mismas piedras,
es tan áspero que veinte años de idiomas y de océanos diversos
no consiguieron pulirlo. Y camina por la cuesta
con la mirada ensimismada que vi, de chico,
en los campesinos un poco cansados.

Veinte años ha estado viajando por el mundo,
Se fue cuando yo era un nene en brazos de mujeres
y lo dieron por muerto. Sentí después hablar de él
a las mujeres, a veces, como en una fábula,
pero los hombres, más graves, lo olvidaron.
Un invierno, a mi padre, ya muerto, le llegó una postal
con una gran estampilla verdosa de naves en un puerto
y augurios de buena vendimia. Fue un gran estupor,
pero el muchacho, crecido, explicó ávidamente
que el billete venía de una isla llamada Tasmania
circundada de un mar muy azul, feroz de tiburones,
en el Pacífico, al sur de la Australia, y añadió
que, seguro, el primo pescaba perlas. Y guardó la estampilla.
Todos dieron su opinión, pero todos concluyeron
que si no había muerto, moriría.

Desde que jugué a los piratas malayos, ¡cuánto tiempo ha pasado!,
y desde la última vez que bajé a bañarme a un sitio mortal
y he seguido a un compañero de juegos sobre un árbol
quebrando hermosas ramas y le rompí la cabeza a un rival
y también me la dieron, cuánta vida transcurrió.
Otros días, otros juegos, otros sacudones de sangre
delante de rivales más evasivos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado infinitas pavuras,
una muchedumbre, una calle, me han hecho temblar;
un pensamiento, a veces, espiado sobre un rostro.
Todavía siento en los ojos esa luz burlona
de millares de faroles sobre el ruido de pasos.

Mi primo regresó terminada la guerra,
gigantesco como pocos. Y tenía dinero.
La parentela decía por lo bajo: "En un año,
por decir mucho, se lo comió todo y vuelve a vagar.
Así terminan los desesperados".
Mi primo tiene una cara rotunda. Compró un lote
en el pueblo y se hizo construir un garaje de cemento
con un flamante surtidor de nafta en el frente
y sobre la curva del puente, bien grande, un cartel metálico.
Después puso un mecánico adentro a cobrar el dinero
y él se dedicó a recorrer las Langas, fumando.
Se había casado. Tomó una chica rubia y delicada
como las extranjeras que seguramente conoció en el mundo.
Pero sale todavía solo, vestido de blanco,
con las manos atrás y el rostro bronceado;
por la mañana recorría las ferias, con aire cazurro,
negociando caballos. Después me explicó,
cuando fracasó el proyecto, que su plan
era quitarle al valle todas las bestias
y obligar a la gente a comprarle motores.
"Pero la bestia más grande de todas", decía,
"fui yo al pensarlo. Debí saber
que bueyes y personas son aquí la misma raza."

Caminamos más de media hora. La cima está cerca,
aumentan alrededor el susurro y el silbido del viento.
Mi primo se para de golpe y se da vuelta: "Este año
escribo en el cartel: Santo Stefano ha sido siempre
el primero en los festejos del valle del Belbo.
Y que chillen los de Canelli". Después, sigue la subida.
Un perfume de tierra y viento nos envuelve en lo oscuro.
algunas luces en la distancia, casitas, automóviles
que se oyen apenas. Y yo pienso en la fuerza
que me ha devuelto a este hombre, arrancándolo del mar,
de las tierras lejanas, del silencio que dura.
Mi primo no habla de los viajes que hizo; dice, seco,
que ha estado en este lugar, aquel otro,
y piensa en los motores.

Sólo un sueño le ha quedado en la sangre.
Se cruzó una vez, viajando como maquinista
de un pesquero holandés, con el cetáceo,
y ha visto volar los pesados arpones en el sol,
vio huir las ballenas entre espumarajos de sangre
y la persecución, y las colas alzadas y la lucha en la lanza.
Me lo recuerda a veces.

Pero cuando le digo que es de los elegidos que vieron la aurora
sobre las islas más bellas de la tierra,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se levantaba cuando el día era viejo para ellos.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino


I mari del Sud

Camminiamo una sera sul fianco di un colle,
in silenzio. Nell'ombra del tardo crepuscolo
mio cugino è un gigante vestito di bianco,
che si muove pacato, abbronzato nel volto,
taciturno. Tacere è la nostra virtù.
Qualche nostro antenato dev'essere stato ben solo
- un grand'uomo tra idioti o un povero folle -
per insegnare ai suoi tanto silenzio.

Mio cugino ha parlato stasera. Mi ha chiesto
se salivo con lui: dalla vetta si scorge
nelle notti serene il riflesso del faro
lontano, di Torino. "Tu che abiti a Torino... "
mi ha detto "...ma hai ragione. La vita va vissuta
lontano dal paese: si profitta e si gode
e poi, quando si torna, come me a quarant'anni,
si trova tutto nuovo. Le Langhe non si perdono".
Tutto questo mi ha detto e non parla italiano,
ma adopera lento il dialetto, che, come le pietre
di questo stesso colle, è scabro tanto
che vent'anni di idiomi e di oceani diversi
non gliel'hanno scalfito. E cammina per l'erta
con lo sguardo raccolto che ho visto, bambino,
usare ai contadini un poco stanchi.

Vent'anni è stato in giro per ii mondo.
Se n' andò ch'io ero ancora un bambino portato da donne
e lo dissero morto. Sentii poi parlarne
da donne, come in favola, talvolta;
uomini, più gravi, lo scordarono.
Un inverno a mio padre già morto arrivò un cartoncino
con un gran francobollo verdastro di navi in un porto
e auguri di buona vendemmia. Fu un grande stupore,
ma il bambino cresciuto spiegò avidamente
che il biglietto veniva da un'isola detta Tasmania
circondata da un mare più azzurro, feroce di squali,
nel Pacifico, a sud dell'Australia. E aggiunse che certo
il cugino pescava le perle. E staccò il francobollo.
Tutti diedero un loro parere, ma tutti conclusero
che, se non era morto, morirebbe.
Poi scordarono tutti e passò molto tempo.

Oh da quando ho giocato ai pirati malesi,
quanto tempo è trascorso. E dall'ultima volta
che son sceso a bagnarmi in un punto mortale
e ho inseguito un compagno di giochi su un albero
spaccandone i bei rami e ho rotta la testa
a un rivale e son stato picchiato,
quanta vita è trascorsa. Altri giorni, altri giochi,
altri squassi del sangue dinanzi a rivali
più elusivi: i pensieri ed i sogni.
La città mi ha insegnato infinite paure:
una folla, una strada mi han fatto tremare,
un pensiero talvolta, spiato su un viso.
Sento ancora negli occhi la luce beffarda
dei lampioni a migliaia sul gran scalpiccìo.

Mio cugino è tornato, finita la guerra,
gigantesco, tra i pochi. E aveva denaro.
I parenti dicevano piano: "Fra un anno, a dir molto,
se li è mangiati tutti e torna in giro.
I disperati muoiono cosi ".
Mio cugino ha una faccia recisa. Comprò un pianterreno
nel paese e ci fece riuscire un garage di cemento
con dinanzi fiammante la pila per dar la benzina
e sul ponte ben grossa alla curva una targa-rèclame.
Poi ci mise un meccanico dentro a ricevere i soldi
e lui girò tutte le Langhe fumando.
S'era intanto sposato, in paese. Pigliò una ragazza
esile e bionda come le straniere
che aveva certo un giorno incontrato nel mondo.
Ma usci ancora da solo. Vestito di bianco,
con le mani alla schiena e il volto abbronzato,
al mattino batteva le fiere e con aria sorniona
contrattava i cavalli. Spieghò poi a me,
quando fallì il disegno, che il suo piano
era stato di togliere tutte le bestie alla valle
e obbligare la gente a comprargli i motori.
"Ma la bestia" diceva "più grossa di tutte,
sono stato io a pensarlo. Dovevo sapere
che qui buoi e persone son tutta una razza".

Camminiamo da più di mezz'ora. La vetta è vicina,
sempre aumenta d'intomno il frusciare e i fischiare del vento.
Mio cugino si ferma d'un tratto e si volge: "Quest'anno
scrivo sul manifesto: - Santo Stefano
è sempre stato il primo nelle feste
della valle del Belbo - e che la dicano
quei di Canelli ". Poi riprende l'erta.
Un profumo di terra e di vento ci avvolge nel buio,
qualche lume in distanza: cascine, automobili
che si sentono appena; e io penso alla forza
che mi ha reso quest'uomo, strappandolo al mare,
alle terre lontane, al silenzio che dura.
Mio cugino non parla dei viaggi compiuti .
Dice asciutto che è stato in quel luogo e in quell'altro
e pensa ai suoi motori.

Solo un sogno
gli è rimasto nel sangue: ha incrociato una volta,
da fuochista su un legno olandese da pesca, il cetaceo,
e ha veduto volare i ramponi pesanti nel sole,
ha veduto fuggire balene tra schiume di sangue
e inseguirle e innalzarsi le code e lottare alla lancia.
Me ne accenna talvolta.

Ma quando gli dico
ch'egli è tra i fortunati che han visto l'aurora
sulle isole più belle della terra,
al ricordo sorride e risponde che il sole
si levava che il giorno era vecchio per loro.




Disciplina

Los trabajos comienzan al alba. Pero nosotros comenzamos
un poco antes del alba a encontrarnos a nosotros mismos
en la gente que va por la calle. Cada uno recuerda
que está solo y tiene sueño, descubriendo los raros
transeúntes - cada cual fantaseando a solas,
porque sabe que al alba abrirá bien los ojos.
Cuando llega la mañana nos encuentra estupefactos
mirando el trabajo que ahora comienza.
Pero no estamos más solos y nadie tiene sueño
y pensamos con calma los pensamientos del día
hasta sonreír. En el sol que regresa
estamos todos convencidos. Pero a veces un pensamiento
menos claro -una sonrisa burlona- nos toma de improviso
y volvemos a mirar como antes de que saliera el sol.
La ciudad clara asiste a los trabajos y a las sonrisas burlonas.
Nada puede temer la mañana. Todo
puede suceder y basta alzar la cabeza
del trabajo y mirar. Muchachos fugitivos
que no hacen todavía nada caminan por la calle
y alguno hasta corre. Las hojas de las avenidas
arrojan sombra sobre la calle y solo falta la hierba
entre las casas que asisten inmóviles. Muchos
en la orilla del río se desvisten al sol.
La ciudad nos permite alzar la cabeza
para pensarlo, y sabe bien que después la inclinamos.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Disciplina

I lavori cominciano all'alba. Ma noi cominciamo
un po' prima dell'alba a incontrare noi stessi
nella gente che va per la strada. Ciascuno ricorda
di esser solo e aver sonno, scoprendo i passanti
radi - ognuno trasogna fra sé,
tanto sa che nell'alba spalancherà gli occhi.
Quando viene il mattino ci trova stupiti
a fissare il lavoro que adesso comincia.
Ma non siamo più soli e nessuno più ha sonno
e pensiamo con calma i pensieri del giorno
fino a dare in sorrisi. Nel sole che torna
siamo tutti convinti. Ma a volte un pensiero
meno chiaro -un sogghigno- ci coglie improvviso
e torniamo a guardare come prima del sole.
La città chiara assiste ai lavori e ai sogghigni.
Nulla può dubitare il mattino. Ogni cosa
può accadere e ci basta di alzare la testa
del lavoro e guardare. Ragazzi scappati
che non fanno ancor nulla camminano in strada
e qualcuno anche corre. Le foglie dei viali
gettan ombre per strada e non manca che l'erba,
tra le case che assistono immobili. Tanti
sulla riva del fiume si spogliano al sole.
La città ci permette di alzare la testa
a pensarci, e sa bene che poi la chiniamo.



Crepúsculo de areneros

Las barcazas remontan despacio, a pulso, pesadas;
casi inmóviles, espuman la viva corriente.
Es ya casi de noche. Aisladas, se detienen:
se debate y estremece la pala bajo el agua.
De hora en hora, otras barcas han llegado hasta aquí.
Muchos cuerpos de mujer han cruzado en el sol
sobre esta agua. Han bajado al agua o saltado a la orilla
a debatirse en pareja, alguna, sobre la hierba.
En el crepúsculo, el río está desierto. Dos o tres areneros
han bajado, con el agua hasta la cintura, y excavan el fondo.
El gran frío en las ingles agota y adormece las espaldas.

Aquellas mujeres no son más que un blanco recuerdo.
Las barcazas en la oscuridad descienden, pesadas de arena,
sin un corcovo, rasantes: hay un hombre sentado
en cada punta y un grano de fuego les arde en la boca.
Cada par de brazos trajina su remo,
una tibieza desciende sobre las piernas agotadas
y lejos se encienden las luces. Desaparecieron las mujeres
que a la mañana llevaban en las barcas, tendidas,
mientras que un joven, parado en la punta, remaba sudando.
Eran bellas esas mujeres: alguna descendía,
semidesnuda y desaparecía riendo con algún compañero.
Cuando cualquier atolondrado venía a buscar pelea,
los areneros levantaban la cabeza y la injuria moría
sobre la mujer acostada, como si estuviese ya desnuda.
Ahora vuelven los estremecimientos, entrevistos en la hierba,
a ocupar el silencio. Y cada cosa se concentra
en la punta de fuego, que vive. Ahora el ojo
se pierde en el humo invisible que sale de la boca
y las piernas recuperan el empujón de la sangre.

A la distancia, sobre el río, cintilan las luces
de Turín. Dos o tres areneros ha encendido,
sobre la proa, el fanal, pero el río está desierto.
La fatiga del día querría adormecerlos
y sus piernas están casi destruidas. Alguno no piensa
sino en atracar la barcaza y caer sobre la cama
y comer en el sueño, quizá soñando.
Pero alguno vuelve a ver aquellos cuerpos en el sol
y tendrá aún la fuerza de ir a la ciudad, bajo las luces,
a buscar, riendo, entre la muchedumbre que pasa.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Crepuscolo di sabbiatori

I barconi risalgono adagio, sospinti e pesanti;
quasi immobili, fanno schiumare la viva corrente.
È già quasi la notte. Isolati, si fermano:
si dibatte e sussulta la vanga sott'acqua.
Di ora in ora, altre barche son state fin qui.
Tanti corpi di donna han varcato nel sole
su quest'acqua. Son scese nell'acqua o saltate alla riva
a dibbatersi in coppia, qualcuna, sull'erba.
Nel crepuscolo, il fiume è deserto. I due o tre sabbiatore
sono scesi con l'acqua alla cintola e scavano il fondo.
Il gran gelo dell'inguine fiacca e intontisce le schiene.

Quelle donne non sono che un bianco ricordo.
I barconi nel buio discendono grevi di sabbia,
senza dare una scossa, radenti: ogni uomo è seduto
a una punta e un granello di fuoco gli brucia alla bocca.
Ogni paio di braccia strascina il suo remo,
un tepore discende alle gambe fiaccate
e lontano s'accendono i lumi. Ogni donna è scomparsa,
che il matino le barche portavano stesa
e che un giovane, dritto alla punta, spingeva sudando.
Quelle donne eran belle: qualcuna scendeva
seminuda e spariva ridendo con qualche compagno.
Quando un qualche inesperto veniva a cozzare,
sabbiatori levavano il capo e l'ingiuria moriva
sulla donna distesa come fosse già nuda.

Ora tornano tutti i sussulti, intravisti nell'erba,
a occupare il silenzio e ogni cosa s'accentra
sulla punta di fuoco, che vive. Ora l'occhio
si smarrisce nel fumo invisibile ch'esce di bocca
e le membra ritrovano l'urto del sangue.

In distanza sul fiume, scintillano i lumi
di Torino. Due o tre sabbiatori hanno acceso
sulla prua il fanale, ma il fiume è deserto.
La fatica del giorno vorrebbe assopirli
e le gambe son quasi spezzate. Qualcuno non pensa
che a attracare il barcone e cadere sul letto
e mangiare nel sonno, magari sognando.
Ma qualcuno rivede quei corpi nel sole
e avrà ancora la forza di andare in città, sotto i lumi,
a cercare ridendo tra la folla che passa.





Ulises

Este es un viejo sin ilusión, porque ha hecho a su hijo
demasiado tarde. Se miran a la cara cada tanto,
pero antes bastaba un cachetazo. (Sale el viejo
y regresa con el hijo que se aprieta una mejilla
y no levanta más los ojos). Ahora el viejo está sentado
hasta la noche delante de una gran ventana,
pero no llega nadie y la calle está desierta.

Esta mañana ha escapado el muchacho y regresa
esta noche. Se sonreirá burlón. A nadie
querrá decirle qué comió en el almuerzo. Tal vez
tendrá los ojos pesados y se irá a la cama en silencio:
dos zapatos embarrados. La mañana era azul,
tras las lluvias de un mes.

Por la fresca ventana
corre amargo un olor de hojas. Pero el viejo
no se mueve de la oscuridad, no tiene sueño de noche,
y querría tener sueño y olvidar cada cosa,
como en otro tiempo al regresar de un largo camino.
Para calentarse, gritaba y pegaba.

El muchacho, que está por volver, no recibe más cachetazos.
El muchacho comienza a ser joven y descubre
cada día alguna cosa y no le habla a nadie.
No hay nada por la calle que no pueda saberse
sentado frente a esta ventana, pero el muchacho camina
todo el día por la calle. No busca aún mujeres
pero ya no juega en el piso. Regresa cada vez.
El muchacho tiene un modo de salir de casa
que, quien se queda, entiende que ya no hay nada que hacer.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Ulisse

Questo è un vecchio deluso, perché ha fatto suo figlio
troppo tardi. Si guardano in faccia ogni tanto,
ma una volta bastava uno schiaffo. (Esce il vecchio
e ritorna col figlio che si stringe una guancia
e no leva più gli occhi). Ora il vecchio è seduto
fino a notte, davanti a una grande finestra,
ma non viene nessuno e la strada è deserta.

Stamattina è scappato il ragazzo, e ritorna
questa notte. Starà sogghignando. A nessuno
vorrà dire se a pranzo ha mangiato. Magari
avrà gli occhi pesanti e andrà a letto in silenzio:
due scarponi infangati. Il mattino era azzurro
sulle piogge di un mese.

Per la fresca finestra
scorre amaro un sentore di foglie. Ma il vecchio
non si muove dal buio, no ha sonno la notte,
e vorrebbe aver sonno e scordare ogni cosa
como un tempo al ritorno doppo un lungo cammino.
Per sacaldarsi, una volta gridava e picchiava.

Il ragazzo, che torna fra poco, non prende più schiffo.
Il ragazzo comincia a esser giovane e scopre
ogni giorno qualcosa e non parla a nessuno.
Non c'è nulla per strada che non possa sapersi
stando a questa finestra. Ma il ragazzo cammina
tutto il giorno per strada. Non cerca ancor donne
e non gioca più in terra. Ogni volta ritorna.
Il ragazzo ha un suo modo di uscire di casa
che, chi resta, s'accorge di non farci più nulla.





Aventuras

Sobre la negra colina está el alba, y sobre los techos
se adormecen los gatos. Un muchacho se ha caído
desde el techo anoche, y se partió la espalda.
Vibra un viento entre los árboles frescos: las nubes
rojas, en lo alto, son tibias y viajan lentamente.
Abajo, en el callejón, asoma un perrazo que olfatea
al muchacho sobre el empedrado, pero un ronco maullido
se alza entre las cumbreras: alguien no está contento.

A la noche cantaban los grillos y las estrellas
se apagaban en el viento. En la claridad del alba,
se apagan también los ojos de los gatos en celo
que el muchacho espiaba. La gata, si llora,
es porque no tiene gato. No hay nada que hacerle
-ni las puntas de los árboles ni las nubes rojas-:
llora a cielo descubierto como si aún fuese de noche.

El muchacho espiaba los amores de los gatos.
El perrazo que olfatea su cuerpo gruñendo,
ha llegado cuando aún no era el alba: escapaba
desde la claridad de la otra vertiente. Nadando
en el río que empapa como en los prados
el rocío, lo alcanzó la luz. Las perras
ululaban todavía.

Corre el río tranquilo
y lo espuman los pájaros. De entre las nubes rojas
se tiran abajo, de la alegría de encontrarlo desierto.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Avventure

Sulla nera collina c’è l’alba e sui tetti
s’assopiscono i gatti. Un ragazzo è piombato
giù dal tetto stanotte, spezzandosi il dorso.
Vibra un vento tra gli alberi freschi: le nubi
rosse, in alto, son tiepide e viaggiano lente.
Giù nel vicolo spunta un cagnaccio, che fiuta
il ragazzo sui ciottoli, ma un rauco gnaulio
sale su tra i comignoli: qualcuno è scontento.

Nella notte cantavano i grilli, e le stelle
si spegnevano al vento. Al chiarore dell’alba
si son spenti anche gli occhi dei gatti in amore
che il ragazzo spiava. La gatta, che piange,
è perché non ha gatto. Non c’è nulla che valga
-né le vette degli alberi né le nuvole rosse -
piange al cielo scoperto, come fosse ancor notte.

Il ragazzo spiava gli amori dei gatti.
Il cagnaccio che fiuta sto corpo ringhiando,
è arrivato e non era ancor l’alba: fuggiva
il chiarore dell’altro versante. Nuotando
dentro il fiume che infradicia come nei prati
la rugiada, l’ha colto la luce. Le cagne
ululavano ancora.

Scorre il fiume tranquillo
e lo schiumano uccelli. Tra le nuvole rosse
piomban giù dalla gioia di trovarlo deserto.






Paisaje VIII

Los recuerdos comienzan por la noche,
con el soplo del viento, a levantar su rostro
y a escuchar la voz del río. El agua
en la oscuridad es la misma de los años muertos.

En el silencio de la oscuridad sube un chapoteo,
en el que ocurren voces y risas remotas;
se une al rumor un color vano,
que es de sol, de riberas y de miradas claras.
Un verano de voces. Cada rostro contiene,
como un fruto maduro, un sabor que se ha ido.

Cada mirada que vuelve conserva un gusto
de hierba y cosas impregnadas de sol al atardecer
sobre la playa. Conserva un aliento de mar.
Como un mar nocturno es esta sombra vaga,
de ansias y escalofríos antiguos, que el cielo roza
y cada noche regresa. Las voces muertas
parecen la rompiente de aquel mar.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Paesaggio VIII

I ricordi cominciano nella sera
sotto il fiato del vento a levare il volto
e ascoltare la voce del fiume. L'acqua
è la stessa, nel buio, degli anni morti.

Nel silenzio del buio sale uno sciacquo
dove passano voci e risa remote;
s'accompagna al brusío un colore vano
che è di sole, di rive e di sguardi chiari.
Un'estate di voci. Ogni viso contiene
come un frutto maturo un sapore andato.

Ogni occhiata che torna, conserva un gusto
di erba e cose impregnate di sole a sera
sulla spiaggia. Conserva un fiato di mare.
Come un mare notturno è quest'ombra vaga
di ansie e brividi antichi, che il cielo sfiora
e ogni sera ritorna. Le voci morte
assomigliano al frangersi di quel mare.










Poggio Reale

Una breve ventana en el cielo tranquilo
calma el corazón; alguno ha muerto contento.
Afuera están las plantas y las nubes, la tierra
y también el cielo. Llega aquí arriba el murmullo:
los sonidos de toda la vida.

La ventana vacía
no revela que, bajo las plantas, hay colinas
y que un río serpentea, lejos, desnudo.
El agua es límpida como el soplo del viento,
pero nadie se da cuenta.

Aparece una nube
sólida y blanca, que se demora en el cuadrado del cielo.
Vislumbra casas azoradas y colinas, cada cosa
que el aire transparenta, ve pájaros perdidos
deslizarse en al aire. Viandantes tranquilos
van a lo largo de río y nadie se percata
de la pequeña nube.

Ahora está vacío el azul
en la breve ventana: se desploma el chillido
de un pájaro, que rompe el rumor. Aquella nube
quizá toca las plantas o desciende hacia el río.
El hombre tendido en el prado debería sentirla
en la respiración de la hierba. Pero no mueve la vista,
solo la hierba se mueve. Debe de estar muerto.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Poggio Reale

Una breve finestra nel cielo tranquillo
calma il cuore; qualcuno c'è morto contento.
Fuori, sono le piante e le nubi, la terra
e anche il cielo. Ne giunge quassù il mormorio:
i clamori de tutta la vita.

La vuota finestra
non rivela che, sotto le piante, ci sono colline
e che un fiume serpeggia lontano, scoperto.
L'acqua è limpida come il respiro del vento,
ma nessuno ci bada.

Compare una nube
soda e bianca, che indugia, nel quadrato del cielo.
Scorge case stupite e colline, ogni cosa
che traspare nell'aria, vede uchelli smarritti
scivolare nell'aria. Viandanti tranquilli
vanno lungo quel fiume e nessuno s'accorge
della picola nube.

Ora è vuoto l'azzurro
nella breve finestra: vi piomba lo strido
de un ucello, che spezza il brusio. Quella nube
forse tocca le piante o discende nel fiume.
L'uomo steso nel prato dovrebbe sentirla
nel respiro dell'erba. Ma non muove lo sguardo,
l'erba sola si muove. Dev'essere morto.






Paternidad

Hombre solo, delante del mar inútil,
esperando la noche, esperando la mañana.
Los chicos juegan, pero este hombre querría
tener él un chico y mirarlo jugar.
Grandes nubes forman un edificio sobre el agua,
que cada día se desploma y resurge, y colorea
la cara de los chicos. Estará siempre el mar.

La mañana hiere. Sobre esta húmeda playa
se desliza el sol y se aferra a las redes y las piedras.
Sale el hombre por el turbio sol y camina
a lo largo del mar. No mira la húmeda espuma
que corre por la orilla y no tiene nunca paz.
A esta hora, los chicos dormitan todavía
en la tibieza de la cama. A esta hora, dormita
dentro de la cama una mujer, que haría el amor
si no estuviese sola. Lento, el hombre se queda
desnudo, como la mujer lejana, y desciende al mar.

Después, de noche, cuando el mar se desvanece, se oye
el gran vacío debajo de las estrellas. Los chicos
en las casas enrojecidas se van cayendo de sueño
y alguno llora. El hombre, cansado de esperar,
levanta los ojos a las estrellas, que no oyen nada.
Hay mujeres, a esta hora, que desvisten a un chico
y lo hacen dormir. Hay alguna en una cama,
abrazada a un hombre. Por la negra ventana,
entra un jadeo ronco, y nadie lo escucha
sino el hombre, que conoce todo el tedio del mar.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Paternità

Uomo solo dinanzi all'inutile mare
attendendo la sera, attendendo il mattino.
I bambini vi giocano, ma quest'uomo vorrebbe
lui averlo un bambino e guardarlo giocare.
Grandi nuvole fanno un palazzo sull'aqua
che ogni giorno rovina e risorge, e colora
i bambini nel viso. Ci sarà sempre il mare.

Il mattino ferisce. Su quest'umida spiaggia
striscia il sole, aggrappato alle reti e alle pietre.
Esce l'uomo nel torbido sole e cammina
lungo il mare. Non guarda le madide schiume
che trascorrono a riva e non hano più pace.
A quest'ora i bambini sonnecchiano ancora
nel tepore del letto. A quest'ora sonnecchia
dentro il letto una donna, che farebbe l'amore
se non fose lei sola. Lento, l'uomo si spoglia
nudo come la donna lontana, e discende nel mare.

Poi la notte, che il mare svanisce, si ascolta
il gran vuoto ch'è sotto le stelle. I bambini
nella case arrossate van cadendo dal sonno
e qualcuno piangendo. L'uomo, stanco di attesa,
leve gli occhi alle stelle, che non odono nulla.
Ci son donne a quest'ora che spogliano un bimbo
e lo fanno dormire. C'è qualcuna in un letto
abbracciata ad un uomo. Dalla nera finestra
entra un ansito rauco, e nessuno l'ascolta
se non l'uomo che sa tutto il tedio del mare.





Una generación

Un muchacho venía a jugar en los prados
donde ahora llegan las avenidas. Encontraba en los prados
muchachones descalzos, y saltaba de alegría.
Era lindo descalzarse en el pasto con ellos.
Un atardecer de luces lejanas, resonaban disparos,
en la ciudad, y sobre el viento llegaba temeroso
un clamor interrumpido. Callaban todos.
Las colinas desgranaban puntos de luz
sobre las laderas, y el viento los avivaba. La noche
que caía terminaba por apagarlo todo,
y en el sueño quedaban sólo frescuras de viento.

(A la mañana, los muchachos vuelven a pasear
y ninguno recuerda el clamor. En la prisión
hay obreros silenciosos y alguno está ya muerto.
En las calles han cubierto las manchas de sangre.
La ciudad lejana se despierta en el sol
y la gente sale. Se mira en la cara).
Los muchachos imaginaban la oscuridad de los prados
y miraban a las mujeres a la cara. Hasta las mujeres
no decían nada y dejaban hacer.
Los muchachos pensaban en la oscuridad de los prados
donde iba alguna chica. Era lindo hacer llorar
a las chicas en la oscuridad. Éramos los muchachos.
La ciudad nos gustaba de día: a la noche, callar
y mirar las luces en la distancia y escuchar los clamores. 
Vienen aún los muchachos a jugar en los prados
donde llegan las avenidas. Y la noche es la misma.
Al pasar se siente el olor de la hierba.
En prisión están los mismos. Y están las mujeres,
como antes, que hacen chicos y no dicen nada.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Una generazione

Un ragazzo veniva a giocare nei prati
dove adesso s'allungano i corsi. Trovava nei prati
ragazzotti anche scalzi e saltava di gioia.
Era bello scalzarsi nell'erba con loro.
Una sera di luci lontane echeggiavano spari,
in città, e sopra il vento giungeva pauroso
un clamore interrotto. Tacevano tutti.
Le colline sgranavano punti di luce
sulle coste, avvivati dal vento. La notte
che oscurava finiva per spegnere tutto
e nel sonno duravano solo freschezze di vento.

(Domattina i ragazzi ritornano in giro
e nessuno ricorda il clamore. In prigione
c'è operai silenziosi e qualcuno e già morto.
Nelle strade han coperto le macchie di sangue.
La città di lontano si sveglia nel sole
e la gente esce fuori. Si guardano in faccia).
I ragazzi pensavano al buio dei prati
e guardavano in faccia le donne. Perfino le donne
non dicevano nulla e lasciavano fare.
I ragazzi pensavano al buio dei prati
dove qualche bambina veniva. Era bello far piangere
le bambine nel buio. Eravamo i ragazzi.
La città si piaceva di giorno: la sera, tacere
e guardare le luci in distanza e ascoltare i clamori. 
Vanno ancora ragazzi a giocare nei prati
dove giungono i corsi. E la notte è la stessa.
A passarci si sente l'odore dell'erba.
In prigione ci sono gli stessi. E ci sono le donne
come allora, che fano bambini e non dicono nulla.




El carretero

El chirrido del carro sacude el camino.
No hay cama más sola para quien, bajo el alba,
duerme aún extendido, soñando la oscuridad.
Bajo el carro se apagó -lo dice el cielo-
la linterna que se bambolea noche y día.

Va con el carro una tibieza que sabe a hostería,
a tetas apretadas y a noche clara,
de fatiga contenta, sin despertar.
Va con el carro, en el sueño, un recuerdo ya despierto
de palabras enronquecidas, calladas al alba.
El calor de la viva chimenea encendida
vuelve a encender el cuerpo, que siente el día.

El chirrido más ronco del carro que va
ha descubierto en el cielo, que pesa en lo alto,
una raya lejana de luz fría.
Es allá abajo que se enciende el recuerdo de ayer.
Es allá abajo que hoy será el calor
la hostería, la vigilia, las voces roncas,
la fatiga. Será sobre la plaza abierta.
Allí estarán aquellos ojos que sacuden la sangre.

También las bolsas, en el alba que se demora, sacuden
a quien está tendido y las oprime, con los ojos en el cielo
que se abre -se aprieta el recuerdo en las bolsas.
El recuerdo se hunde en la sombra de ayer,
allí salta la chimenea y la llama viva.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Il carrettiere

Lo stridore del carro scuote la strada.
Non c'è letto più solo per chi, sotto l'alba,
dorme ancora disteso, sognando il buio.
Sotto il carro s'è spenta -lo dice il cielo-
la lanterna che dondola notte e giorno.

Va col carro un tepore che sa d'osteria,
di mammelle premute e di notte chiara,
di fatica contenta senza resveglio.
Va col carro nel sonno un ricordo già desto
di parole arrochite, taciute all'alba.
Il calore del vivo camino acceso
si raccende nel corpo che sente il giorno.

Lo stridore più roco, del carro che va,
ha dischiuso nel cielo che pesa in alto
una riga lontana di luce fredda.
È laggiù che s'asccende il ricordo di ieri.
È laggiù che quest'oggi sarà il calore
l'osteria la veglia le voci roche
la fatica. Sarà sulla piazza aperta.
Ci saranno quegli occhi che scuotono il sangue.

Anche i sacchi, nell'alba che indugia, scuotono
chi è disteso e li preme, con glio occhi al cielo
che si schiude - il ricordo si stringe ai sacchi.
Il ricordo s'affonda nell'ombra di ieri
dove balza il camino e la fiamma viva. 




Mito

Llegará el día en que el joven dios será un hombre,
sin pena, con la muerta sonrisa del hombre
que ha comprendido. También el sol pasa remoto,
enrojeciendo las playas. Llegará el día en que el dios
no sabrá ya dónde estaban las playas de aquel tiempo.

Uno se despierta una mañana en que está muerto el verano
y en los ojos se acumulan todavía resplandores,
como ayer, y en los oídos, los fragores del sol
hecho sangre. Ha cambiado el color del mundo.
La montaña no toca más el cielo; las nubes
no se amontonan más como frutos; el agua
no transparenta más un guijarro. El cuerpo de un hombre
pensativo se dobla donde un dios respiraba.

El gran sol acabó, y el olor a tierra,
y la calle libre, coloreada de gente
que ignoraba la muerte. No se muere en verano.
Si alguno desaparecía, estaba el joven dios,
que vivía por todos e ignoraba la muerte.
Sobre él, la tristeza era una sombra de nube.
Su paso asombraba la tierra.

Ahora pesa
el cansancio sobre todos los miembros del hombre,
sin pena: el calmo cansancio del alba
que abre a un día de lluvia. Las playas oscurecidas
no conocen al joven, que en un tiempo bastaba
con que las mirase. Ni el mar del aire revive
ante su aliento. Se tuercen los labios del hombre
resignado, al sonreír delante de la tierra.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




Mito

Verrà il giorno che il giovane dio sarà un uomo,
senza pena, col morto sorriso dell'uomo
che ha compreso. Anche il sole trascorre remoto
arrossando le spiagge. Verrà il giorno che il dio
non saprà più dov'erano le spiagge d'un tempo.

Ci si sveglia un mattino che è morta l'estate,
e negli occhi tumultuano ancora splendori
come ieri, e all'orecchio i fragori del sole
fatto sangue. È mutato il colore del mondo.
La montagna non tocca piú il cielo; le nubi
non s'ammassano piú come frutti; nell'acqua
non traspare più un ciottolo. Il corpo di un uomo
pensieroso si piega, dove un dio respirava.

Il gran sole è finito, e l'odore di terra,
e la libera strada, colorata di gente
che ignorava la morte. Non si muore d'estate.
Se qualcuno spariva, c'era il giovane dio
che viveva per tutti e ignorava la morte.
Su di lui la tristezza era un'ombra di nube.
Il suo passo stupiva la terra.

Ora pesa
la stanchezza su tutte le membra dell'uomo,
senza pena, la calma stanchezza dell'alba
che apre un giorno di pioggia. Le spiagge oscurate
non conoscono il giovane, che un tempo bastava
le guardasse. Né il mare dell'aria rivive
al respiro. Si piegano le labbra dell'uomo
rassegnate, a sorridere davanti alla terra.




Indisciplina

El borracho deja atrás las casas perplejas.
No todos, bajo la luz del sol, se atreven
a caminar borrachos. Cruza tranquilo la calle,
y podría ensartarse los muros, que ahí están los muros.
Sólo un perro pasa de este modo, pero un perro se para
cada vez que huele a la perra, y la olfatea con cuidado.
El borracho no mira a nadie, ni siquiera a las mujeres.

Por la calle la gente, turbada al verlo, no ríe
y no quiere que haya un borracho, pero muchos tropiezan
por seguirlo con los ojos, y vuelven a mirar adelante,
imprecando. Después de que pasó el borracho,
toda la calle se mueve más lenta
en la luz del sol. Si alguno corre
como antes, es uno que no será nunca el borracho.
Los otros miran, sin distinguir, el cielo y las casas
que continúan estando, aunque ninguno los vea.

El borracho no ve ni casas ni cielo,
pero sabe que están, porque con paso inseguro recorre un espacio
nítido como las estrías del cielo. La gente, confusa,
no comprende para qué están las casas allí,
y las mujeres no miran a los hombres. Todos
tienen una especie de miedo de que en un instante la voz
ronca estalle en una canción y los siga por el aire.

Cada casa tiene una puerta, pero es inútil entrar.
El borracho no canta, pero tiene un camino
donde el único obstáculo es el aire. Suerte
que de este lado no hay mar, porque el borracho,
caminando tranquilo, entraría en el mar
y, desaparecido, seguiría en el fondo el mismo camino.
Afuera, la luz sería la misma, siempre.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Indisciplina

L'ubriaco si lascia alle spalle le case stupite.
Mica tutti alla luce del sole si azzardano
a passare ubriachi. Traversa tranquilo la strada,
e potrebbe infilarsi nei muri, ché i muri ci stanno.
Solo un cane trascorre a quel modo, ma un cane si ferma
ogni volta che sente la cagna e la fiuta con cura.
L'ubriaco non guarda nessuno, nemmeno le donne.

Per la strada la gente, stravolta a guardarlo, non ride
e non vuole che sia l'ubriaco, ma i molti che inciampano
per seguirlo con gli occhi, riguardano innanzi
imprecando. Passati che c'è l'ubriaco,
tutta quanta la strada si muove più lenta
nella luce del sole. Qualcuno che corre
come prima, è qualcuno che non sarà mai l'ubriaco.
Gli altri fissano, senza distinguere, il cielo e le case
que continuano a esserci, se anche nessuno li vede.

L'ubriaco non vede né case né cielo,
ma li sa, perché a passo malfermo percorre uno spazio
netto como le striscie di cielo. La gente impacciata
non comprende più a cosa ci stiano le case, 
e le donne non guardano gli uomini. Tutti
hanno come paura a un tratto la voce
rauca scoppi a cantare e li segua nell'aria.

Ogni casa ha una porta, me è inutile entrarci.
L'ubriaco non canta, ma tiene una strada
dove l'unico ostacolo è l'aria. Fortuna
che di là non c'è il mare, perché l'ubriaco
camminando tranquillo entrerebbe anche il mare
e, scomparso, terrebbe sul fondo lo stesso cammino.
Fuori, sempre, la luce sarebbe la stessa.




La cena triste

Justo bajo el emparrado, comida la cena.
Allí abajo hay agua, que corre mansa.
Callamos, escuchando y mirando el sonido
que hace el agua al pasar por el surco de luna.
Esta demora es la más dulce.

La compañera, que se demora,
parece que aún muerde ese racimo de uva,
tan viva tiene la boca; y el sabor perdura,
como el amarillo lunar, en el aire. Las miradas, en la sombra,
tienen la dulzura de la uva, pero los sólidos hombros
y las mejillas quemadas encierran todo el verano.

Han quedado uva y pan sobre la mesa blanca.
Las dos sillas se miran de frente desiertas.
Quién sabe qué cosas alumbra el surco de luna,
con esa luz, dulce, en los bosques remotos.
Puede suceder, antes del alba, que un soplo más frío
apague luna y vapores, y alguien aparezca.
Una débil luz  mostraría la garganta
sobresaltada y las manos febriles cerrándose
vanamente sobre la comida. Se sobresalta el agua,
pero en la oscuridad. Ni la uva ni el pan se han movido.
Los sabores atormentan a la sombra famélica
que no llega ni siquiera a lamer, sobre el racimo,
el rocío que ya se condensa. Y, cada cosa goteando
bajo el alba, las sillas se miran solas.
A veces, a la orilla del agua un aroma,
como de uva, de mujer, se estanca sobre la hierba,
y la luna fluye en silencio. Aparece alguien,
pero atraviesa las plantas incorpóreo, y se queja
con el gemido ronco de quien no tiene voz,
y se tiende sobre la hierba y no encuentra la tierra:
sólo le tiembla la nariz. Hace frío, en el alba,
y apretar un cuerpo sería la vida.
Más difusa que el amarillo lunar, que tiene horror
de filtrarse en los bosques, es esta ansia inagotable
de contactos y sabores que macera a los muertos.
Otras veces, en el suelo, los atormenta la lluvia.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino




La cena triste

Proprio sotto la pergola, mangiata la cena.
C'è lí sotto dell'acqua che scorre sommessa.
Stiamo zitto, ascoltando e guardando il rumore
che fa l'acqua a passare nel solco di luna.
Quest'indugio è il più dolce

La compagna, che indugia,
pare ancora che morda quel grappolo d'uva
tanto ha viva la bocca; e il sapore perdura,
come il giallo lunare, nell'aria. Le occhiate, nell'ombra,
hanno il dolce dell'uva, ma le solide spalle
e le guance abbrunite rinserrano tutta l'estate.

Son rimasti uva e pane sul tavolo bianco.
Le due sedie si guardano in faccia deserte.
Chissà il solco di luna che cosa schiarisce,
con quel suo lume, dolce, nei boschi remoti.
Può accadere, anzi l'alba, che un soffio più freddo
spegna luna e vapori, e qualcuno compaia.
Una debole luce ne mostri la gola
sussultante e le mani febbrili serrarsi
vanamente sui cibi. Continua il sussulto dell'acqua,
ma nel buio. Né l'uva né il pane son mossi.
I sapori tormentano l'ombra affamata,
che non riesce nemmeno a leccare sul grappolo
la rugiada che già si condensa. E, ogni cosa stillando
sotto l'alba, le sedie si guardano, sole.
Qualche volta alla riva dell'acqua un sentore,
come d'uva, di donna ristagna sull'erba,
e la luna fluisce in silenzio. Compare qualcuno,
ma traversa le piante incorporeo, e si lagna
con quel gemito rauco di chi non ha voce,
e si stende sull'erba e non trova la terra:
solamente, gli treman le nari. Fa freddo, nell'alba,
e la stretta di un corpo sarebbe la vita.
Più diffusa del giallo lunare, che ha orrore 
di filtrare nei boschi, è quest'ansia inesauta
di contatti e sapori che macera i morti.
Altre volte, nel suolo li tormenta la pioggia.




Simplicidad

El hombre solo -que ha estado en prisión- regresa a la prisión
cada vez que muerde un pedazo de pan.
En prisión soñaba con las liebres que escapan
sobre el manto invernal. En la niebla de invierno
el hombre vive entre muros de calles, bebiendo
agua fría y mordiendo un pedazo de pan.

Uno cree que después renace la vida,
que la respiración se calma, que regresa el invierno
con la fragancia del vino en la cálida hostería,
y el buen fuego, la cuadra y las cenas. Uno cree,
mientras está adentro, uno cree. Se sale una noche,
y las liebres las cazaron y las comen al calor
los otros, alegres. Hay que mirarlos desde el vidrio.

El hombre solo se atreve y entra para beber un vaso,
cuando ya se está helando, y contempla su vino:
el color humoso, el sabor pesado.
Muerde un pedazo de pan, que sabía a liebre
en prisión, pero ahora no tiene sabor a pan
ni a nada. Y el vino no sabe más que a niebla.

El hombre solo piensa en esos campos, contento
de saberlos ya arados. En el salón desierto,
en voz baja, prueba cantar. Vuelve a ver,
a lo largo del terraplén, el penacho de las zarzas despojadas,
que en agosto fue verde. Le da un silbido a la perra. *
Y aparece la liebre y ya no tienen frío. 

* Hay probablemente un juego con el doble sentido de la palabra cagna: perra y ramera.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino



Semplicità

L'uomo solo -che è stato in prigione- ritorna in prigione
ogni volta che morde in un pezzo di pane.
In prigione sognava le lepri che fuggono
sul terricio invernale. Nella niebba d'inverno
l'uomo vive tra muri di strade, bevendo
acqua fredda e mordendo in un pezzo di pane.


Uno crede che dopo rinasca la vita,
che il respiro si calmi, che ritorni l'inverno
con l'odore del vino nella calda osteria,
e il buon fuoco, la stalla, e le cene. Uno crede,
fin che è dentro, uno crede. Si esce fuori una sera,
e le lepri le han prese e le mangiano al caldo
gli altri, allegri. Bisogna guardarli dai vetri.

L'uomo solo osa entrare per bere un bicchiere
quando propio si gela, e contempla il suo vino:
il colore fumoso, il sapore pesante.
Morde il pezzo di pane, che sapeva di lepre
in prigione, ma adesso non sa più di pane
nè di nulla. E anche il vino non sa che di nebbia.

L'uomo solo ripensa a quei campi, contento
di saperli già arati. Nella sala deserta
sottovoce si prova a cantare. Rivede
lungo l'argine il ciuffo di rovi splogiati
che in agosto fu verde. Dà un fischio alla cagna.
E compare la lepre e non hanno più freddo.











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