miércoles, 16 de febrero de 2011

3052.- JULIA BARELLA


Julia Barella nace en León (España). Es profesora de Literatura Española y Directora de la Escuela de Escritura en la Universidad de Alcalá. Autora de una extensa obra tanto creativa como de investigación. A la primera categoría pertenecen los títulos: Esmeralda (Huerga & Fierro Editores, 2005), Hacia Esmeralda (El Gaviero ediciones, 2004), CCJ en las ciudades (Huerga & Fierro, 2002) y Aguas profundas (Huerga&Fierro, 2008).
Son destacados sus estudios de la literatura renacentista y barroca, especialmente las ediciones de Lope de Vega (Novelas a Marcia Leonarda), de Antonio de Eslava (Las Noches de Invierno); de Miguel de Unamuno (Amor y pedagogía) y de la poesía del siglo XX (Pere Gimferrer, Poesía en castellano (1962-1969). Ha publicado un extenso número de artículos en reconocidas revistas literarias sobre literatura fantástica, personajes femeninos en Cervantes y sobre ecocrítica y las relaciones entre literatura y medioambiente en Cuadernos hispanoamericanos, Anthropos, Clarín, Ínsula, Estudios Humanísticos y Arbor, entre otras). Sus intervenciones en congresos y cursos la han llevado a visitar las universidades de Verona, Orán, Berlín, Gotemburgo o Estocolmo. En la actualidad está pendiente de publicar un nuevo libro de poemas.






POEMAS

EL BOSQUE DE LOS ABEDULES

Por aquel bosque de los abedules
rondaba el misterio de mis veinte años,
más allá de los páramos helados y los pendientes jardines,
más allá de las soleadas cavernas.
Construimos la casa a la deriva,
sobre sombríos acantilados
crecieron tristes versos y canciones
que fueron desvelando el misterio.
Hoy la película se ha borrado de mi mente
y no reconozco los árboles,
la casa nunca estuvo allí,
sólo tengo quince años.

(De Hacia Esmeralda, Almería, El Gaviero
Ediciones, 2004)









SE HA CERRADO MI CORAZÓN

Se ha cerrado mi corazón como una montaña
María Zambrano

Se ha cerrado mi corazón,
el pasado danza a mi alrededor todavía alegre,
juguetean los hilos de la memoria al son de la música
y sigue su baile la vida;
se ha cerrado la manzana de mi corazón.
Estoy en casa,
hablamos de filosofía
mientras la bóveda se pinta de grietas blancas,
-nadie parece darse cuenta-,
este edificio se está cayendo,
esta cueva que fue mi casa,
un patio, un jardín, una alameda, un nido, una rayuela;
no sé cuál es mi misión
y este edificio se está cayendo,
como mi corazón,
dentro de la montaña.

(De Esmeralda, Madrid, Huerga & Fierro, 2005)









Mini yo, II

A pesar de mis movimientos sigo aquí,
donde siempre estuve,
sin poder librarme de mi mini yo.
En esta noche de luna brava
las sombras parecen indicarme un camino,
doble
como todos los que habito.
Uno de mis ojos se hace el despistado
para mirarme de refilón;
escribo fuerte para conjurarle
en esta noche sulfurosa,
en esta noche que anuncia otras noches,
escribo joven,
ahora que mi ojo me imagina grande,
como animal maduro y confiado frente a su presa;
escribo ácida e indecorosa,
otra vez impertinente y altiva,
esta noche
que nace de la idea
de ser yo,
mi mini yo replicante,
mi mini yo amigo.

(Inédito)










Mujer árbol

Al atardecer
el corazón espera un rayo verde,
instantánea mágica,
silenciosa y bella,
una visión del paisaje interior.

La luz se escapa y su energía
prende el cabello,
extendiéndose por brazos y piernas
hasta adentrarse en el corazón
y así poder escuchar el canto de sirenas
que se desliza por los escarpados montes,
por las corrientes de los ríos,
puras y cristalinas como diamantes.

Veo la luz,
verde y violenta más allá de la oscuridad.
Soy la espectadora del fondo de la tierra.

(Inédito)







De Aguas profundas:
Bodegón de flores y frutas junto a un coche

En coche hacia el lago
huyendo de las grutas marinas
abandonando al líder
a los compañeros,
un desierto de agua y hielo
una autopista para escapar.
Dónde el alma, dónde los ojos
los labios de este agua
silenciosa y letal.

El negro se impone
a lo transparente y cristalino
y ella conduce demasiado deprisa,
las flores muertas viven en el fondo
las arrastra la corriente
sin permitir que salgan a la superficie
y ella conduce demasiado deprisa.
Nada se mueve
solo la vida, allá, más abajo
rompe la serenidad de este lago.

Un ramo de flores abandonado artificialmente
llega a la orilla
donde las aguas yacen sin sentido
apremiantes
junto al coche hundido en el lodo.







De Aguas profundas:
Han herido la montaña, II

Mil ventanas de luz hieren la montaña,
proyectan desde el interior de las viviendas
culpa, soledad y vacío;
esos círculos luminosos
han vuelto a horadar nuestra naturaleza.

La luz nos transporta de una casa
a otra más desolada,
es necesario forjarse un destino
sobre esta nada
hueca
pero iluminada.

Me hago invisible,
es mejor vaciarse
hasta que no quede médula en los huesos,
venderemos más,
nos venderemos mejor.
El tiempo suele empeorarlo todo
y el futuro es de los jóvenes
no de los dolientes,
pobre James Dean
tan joven
sin tiempo para el arte,
sólo un coche demasiado rápido,
un pantano de aguas rebeldes
y un bosque de miedo y maleza.

Tras un atardecer colectivo
de nuevo ante las montañas,
una pareja de patos salvajes
asombra la luz,
salpicando el agua.








De Esmeralda: El agua, I

Los conceptos señalan el movimiento,
difunden entre nosotros la fe en la palabra
y en esta dolorosa penumbra
nos liberan de los juegos mecánicos.

La ceguera de los tiempos
que nos han tocado vivir,
su confusión, nuestra fugacidad
y la incertidumbre.

El agua, que a todo se adapta,
su música y su líquida escritura,
todo lo que queda del misterio y su profundidad
ha comenzado a sembrar estos campos de amapola









De CCJ en las ciudades: La teoría

Soy la teoría de la arboleda en la cabeza de Gala,
la torre Galatea.
Soy el cuerpo del arpa tensado por el Bosco.
Soy el jardín, el infierno, el pez,
la arena del reloj entre tus manos,
la tristeza en el perfil de la princesa
que pintó en Verona Pisanello.
Soy la que no nace, ni se rompe,
ni crece de la costilla de los hombres.








De CCJ en las ciudades: La montaña apacible

Azaleas de seda blanca como en una tela china
adornan estos caminos de búsqueda.
Laberintos de gruesos ginkgos,
bosques de secuoyas donde mirar el fuego
hasta que se extinguen las tinieblas del interior.
Los árboles viven
como en el poema de enero del setenta y siete
tras ver El bosque de los abedules
y enamorarme de la luz y los silencios,
la magia y la secreta palpitación del bosque.
Todos versos sobre sensaciones,
versos irracionales y jóvenes.
Expiro compasión,
inspiro alegría.



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