jueves, 24 de febrero de 2011

3129.- MARIO LICÓN CABRERA


Mario Licón Cabrera (Chihuahua, México 1949). Ha publicado Divagagavadi (Editorial Inéditos), Rostros en el Umbral (Praxis-DosFilos) y La Reverberación de la Ceniza (Mora&Cantúa Editores). Ha participado en festivales de poesía como el Ramón López Velarde (Zacatecas, Mex.) Sydney Spring Writers Festival, Semana de la Poesía (Barcelona), Horas de Junio (Sonora, Mex.), The Australia Poetry Week (Sydney). Su poesía ha sido publicada en numerosas antologías y revistas en México y en Australia. Ha traducido a varios poetas australianos al español. Es representante de Alforja revista de poesía en Sydney, donde radica desde 1992.




LECTURA PÚBLICA

Esta noche no leeré
ninguno de mis poemas.
Esta noche quiero solamente dar gracias,
gracias a la poesía y a una banda de poetas.

A la poesía misma porque me ha dado
otra voz,
otra voz con la que puedo hablar
con los árboles y las piedras y los pájaros.

Quiero dar gracias al poeta azteca
Ayocuan Cuetzpatzin
por su vasto conocimiento del corazón humano.
A san Juan de la Cruz
por enseñarme cómo hacer el amor
con mi alma.

Y gracias a Dante Alighieri y Arthur Rimbaud por
darme tan buenas instrucciones para entrar y salir
de los infiernos.

A la poesía otra vez por darme unas manos
con las que puedo saludar al viento y tocar
el rostro de mis queridos muertos.
A Walt Whitman y Federico García Lorca
por la profunda resonancia de sus cantos y por
lo tanto que el segundo amó al primero.

A Vicente Huidobro y Nicanor Parra por
haberle quitado el vestido tan solemne
con el que Pablo Neruda vistió a la poesía,
y porque el primero me enseñó a caer
de abajo hacia arriba.

Gracias a Jorge Luis Borges porque
en su noble ceguera confundió
el paraíso con una biblioteca.
Y gracias a César Vallejo por toda su tristeza
y todas sus soledades
y toda su bravura de poeta.

Alforja: revista de poesía, nº 41, 2007.






Problemas de identidad

Tenía Jean Cocteau problemas de identidad?

Es por eso que acostumbraba ir de la poesía al
teatro & de aquí a la escultura y el dibujo?

Mi astróloga me dice: Australia es un buen lugar
para ti. Junto a toda esta diversidad de razas
tú -sin dudarlo- puedes decir que eres
mexicano.

Mi problema, le contesto – no es saber de donde soy
sino a donde voy

de mis títeres a mis dibujos de mi fotografía a
mi escritura o.... (?)







Missed Target

A esa hora de septiembre de 1951
en tu temporada en el infierno deefiano
tú, William S. Burroughs
--jugando a la Willhelm Tell—
colocaste un vaso en la cabeza
de tu cómplice y esposa
tú –que eras muy diestro y muy cool al tirar
arcos dardos carabinas y pistolas
muy orgulloso además de nunca errarle al blanco
mirando al vaso y mirándola a ella
disparaste
el atinado disparo se incruste en el centro mismo
de la frente de Joan Vollmer
Haciéndose añicos el vaso rueda escaleras abajo
inerte, sobre el piso ensangrentado, ella te mira
¿Qué hicieron después – tú, y tus testigos presenciales?
¿Ir al bar de abajo y aventarse un par de Sauzas
protegidos por la escuálida noche de la colonia Doctores?

Sydney / 2007
en el décimo aniversario de la muerte de W.S.B.








Osario

¿Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
R. R.


I
Rodolfo Hinostrosa habla de los huesos de su padre y yo
pienso en los tuyos. Y de pronto quisiera verlos.
¿Habrán resistido este cuarto de siglo enterrados bajo tan drásticos,
insolentes cambios de clima?
Dicen los estudiosos en tales menesteres que uno —o mejor dicho,
nuestros huesos— pueden sobrevivir miles de años sepultados
en las arenas del Sahara.
Pero tú no estás enterrado directamente en la arena.
Ni siquiera sé qué tipo de ataúd eligieron para ti,
en todo caso no creo que fuera una vasija de barro.


II
¿Se moverán, cambiarán de sitio cráneo, húmeros y
fémures? ¿Un omóplato sobre un peroné o una tibia?
¿Buscarán los huesos el rumbo de los huesos una vez
amados, los huesos queridos más allá de toda piel?
¿En qué soñaran, de qué canción se acordarán? ¿Qué
nombre querrán nombrar los huesos en su oscuridad?
Tal vez cuando llueve es cuando se dispersan.


III
Una vez, de niño, vi los restos de unos féretros y en ellos
los restos de cabellos y ropas ungidos a unos huesos.
Habían removido todo un camposanto para en su lugar construir
un parque infantil. Nunca jugamos ahí: era tanta su aridez que
lo cruzábamos en silencio.
Hace un par de años una noche pasé por tu última zapatería,
aquella cerca del ahora extinto canal de tu Villa de Seris.
Las puertas de la zapatería estaban abiertas de par en par.
Y el resto de la vieja casona de los Gómez más destruida que viva.
Ahora pienso que ése sería el lugar ideal para tus huesos.
Ahí, a un lado del canal, cerca del puente donde chicos y grandes al pasar
te saludaban con tanto respeto: don Ventura.








Pipo y mi padre

Estoy en el rincón de una cantina
era la canción favorita de mi padre.
Allá íbamos nosotros a buscarlo —según
contaba nuestra madre— acompañados
de Pipo, el pastor alemán blanco que
sin ladrar empujaba las puertas abatibles
—estilo viejo oeste— y con sus colmillos
jalaba a don Ventura de sus pantalones.
Yo de Pipo ni en sueños me acuerdo
(a veces pienso que era un cuento más
de los que contaba mi madre), pero
ella decía: “es el perro más listo del
mundo, pregúntenselo al tendero,
no se va hasta que le dan el cambio”.
Qué curioso —me dije en la cantina
esta mañana—, sin pensarlo canto
la canción favorita de mi padre mientras bebo
mi cerveza, hoy en nuestro día.
Cuando me acuerdo de él casi lo veo:
o reclinado en el puente del canal o
hablando con la boca llena de clavos.
Muchos lo llamaban así: el zapatero.
Cuando lo sueño no lo veo. Está como
entre sombras, como en un rincón…




Los cuervos

I
Ausentes todo el día.
un día todo pleno
de silencios.

II
Los cuervos de mí país graznan roncamente,
éstos de aquí emiten largos y densos lamentos—
casi humanos de tan dolientes.

III
Me gusta el peso de su flapeo:
como el sordo rumor de la hélice
de un avión diminuto
de espeso plumaje negro.





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