Ariadna G. García es una poeta, escritora y crítica literaria en lengua española, nacida en Madrid el 10 de enero de 1977.
Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense y grado de investigación en Literatura Española. Ha sido becaria-colaboradora del Departamento de Filología II de la Universidad Complutense (1999-2000). En 2004 le fue concedida una beca FPU (Formación del Personal docente Universitario) del Ministerio de Educación y Ciencia para la preparación de su tesis doctoral. También obtuvo una beca de creación artística del Ayuntamiento de Madrid para vivir entre los años 2001-2002 en la Residencia de Estudiantes.
En al año 2006 coordinó el encuentro de poetas y narradores jóvenes "Madrid 06. Letras", junto a Doménico Chiappe y Peio Hernández.
En 2009 fue miembro del jurado de poesía del premio "Ojo Crítico" de RNE.
Ha dado conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en el Círculo de Bellas Artes, en la Fundación Rafael Alberti y en el Instituto Cervantes de Praga, así como en varias universidades europeas. En la actualidad es profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto público de Madrid.
Poesía
Construyéndome en ti. Libertarias-Prohufi, Madrid, 1997.
Napalm. Ediciones Hiperión, Madrid, 2001.
Veinticinco poetas españoles jóvenes, con Guillermo López Gallego y Álvaro Tato. Ediciones Hiperión, Madrid, 2003, 2ª reimpresión, 2006.
Apátrida. Ediciones Hiperión, Madrid, 2005.
Antología de la poesía española (1939 - 1975). Ediciones Akal, Madrid, 2006.
Poesía española de los Siglos de Oro. Ediciones Akal, Madrid, 2009.
Saltamos de la cama
con la resignación de quien conoce
el día que le espera
metida en el bolsillo
del pijama. (…)
(Napalm. Página 25)
Mi ilusión por los cambios
tiene menos textura
que un flan de gelatina
y por eso la guardo en mi pequeña
maleta-frigorífico. (…)
(Napalm. Página 49)
Imán
No serán suficientes las caricias para decir "te quiero",
pero mi mano aprieta el corazón
tendido como un puente hacia tu boca.
No caben más guirnaldas en mis venas,
ni más miel en tus pechos.
El más breve latido de tu carne
es un astro que tira de mis ardientes músculos
hacia su mar de brasas o carbones.
Ya en órbita,
doy forma a tu sonrisa con mis labios.
La tarde lentamente va llegando
allí donde termina el tobogán,
mientras cuento uno a uno
los gajos de ternura que me llevo a la boca.
La hostilidad del mundo,
las hélices de plomo
que cortaban el vuelo
a todos nuestros globos y cometas,
vive fuera del cuarto.
En el cuarto,
nuestro amor siembra puertos
donde las naves tienen corazones atados en los puños,
y los mapas revelan
las dudas de las norias,
y las brújulas huelen
el resplandor del humo,
y los sueños desbordan los bolsillos
cada vez que se zarpa.
Monedas de sudor
acarician tus senos
y van dejando un rastro
de pisadas de estrellas.
No me duele la vida
cuando veo en tus ojos de gorrión mojado por la lluvia
lo risueño del niño
que espera sonriente como un ancla
su regalo.
No me escuecen las alas
cuando tus labios vienen a salvarme
del incendio en que vivo,
y la pasión nos toma la cintura,
y el ritmo de la sangre golpea los tabiques
y deshace la cama.
Nuestro amor empapela las paredes del cuarto
y vivimos felices entre algodón y fresas.
En la calle es distinto,
la gente nos recibe con una calurosa bienvenida a base de [volcanes,
y el odio es un revólver
que apunta a nuestras manos cuando van enlazadas,
que apunta a nuestros labios si nos damos un beso.
Pero somos más fuertes,
y nuestro corazón bombea en las ventanas.
sin miedo a los cristales.
Ariadna G. García en Napalm. Cortometraje poético
(Hiperión, Madrid, 2001
II
Mientras tú descansas sometido por el sueño, ellos
remarán por el mar encalmado hasta que llegues
a tu patria y a tu casa, por distante que esté.
LA ODISEA
Hace bastante tiempo que me siguen
las sombras alargadas de dos niños
huyendo por la noche de su casa.
Jugaban con los cliks a la conquista
de un nuevo territorio en el salón,
sus cañones lanzaban bolas negras
que la madre barría
detrás de cada mueble. Sin embargo,
jugaban sin la prisa de costumbre
por acostarse pronto; aunque el colegio,
astro oscuro apostado en la ventana,
mirase preocupado
la batalla sin fin sobre el parqué.
Sonó entonces el timbre de la puerta.
Llegaron, para asombro de los niños,
algunos familiares de muy lejos
cargados de mochilas que llenaban
con la ropa doblada en los armarios.
Dijeron que venían en su busca
a llevarlos consigo a un nuevo hogar.
Dejaron el ejército a su suerte.
Enterraron la infancia en aquel piso.
No habría más meriendas en verano
bajo un sauce llorón de la piscina.
Tampoco atentarían contra el sueño
profundo de los padres las mañanas
de los días festivos, en que entraban
silenciosos al cuarto, a despertarles.
Ninguno de los niños conquistó,
con sus soldados fieles al Imperio
de los Austrias, el territorio virgen
del suelo de terrazo, ni las cumbres
azules del sofá
de su nuevo salón; pues se dejaron
las tropas en la casa abriendo fuego
contra el avance, al este, de los turcos.
Entraban, abrazados, en la lluvia
dispuestos a partir en la gran noche
cuando se dieron cuenta del olvido.
Fue demasiado tarde.
Aquella última noche de diciembre
los niños descubrieron que su mundo
al mismo tiempo era y no existía
más allá de la luz de la memoria.
Es por eso que hoy dudo de que tengan
un rango superior al espejismo
las cosas
que van siendo
desde entonces.
No hay mayor impotencia
que compartir contigo un mismo tiempo,
la luz el aire… Todo
menos un mismo espacio.
(Apátrida. Página 37)
A oscuras, en el cuarto
dormían sobre duras colchonetas
todos los niños; todos,
excepto yo.
Sentada con la espalda en la pared,
las piernas recogidas contra el cuerpo,
no apartaba la vista
de un agujero blanco en la persiana;
del ojo que aguardaba a que durmiera
para robarme sueños y memoria.
(Apátrida. Página 75)
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