Albert Balasch (Barcelona, 1971), es poeta y traductor.
OBRA PUBLICADA:
A fora. (nouvelle) autoedición. 1999
Què ha estat això. (premi recull) Pagès editors. 2002
Decaure. Editorial Lumen. (edició amb traducció al castellà). 2003
Les execucions. (edició amb traducció al castellà). Editorial Lumen. 2006
Hans Laguna i Albert Balasch fan dissabte. (CD audio) autoedició. 2008.
La caça de l’home se publicará en otoño en Edicions 62.
EL RESTO
Nada más han visto el gran silencio:
este dolor sencillo que no pide,
sino que antes nos cuida
perfumando nuestros pasos corruptos.
Los olores más pobres a los más pobres,
aquellos que resistieron más tiempo al lobo,
los que tienen que repetir cada acto
dos veces para que sea una
y sea esa una la que falla
y la otra la demostración de esa una.
Así fallan e insisten.
Este martillo, lo llevan los que lloran.
y nosotros, llenos de voluntad,
conseguimos el tono sin saber qué debemos
hacer: si cuevas, si montañas o bálsamos
por los mordiscos de sus compases.
Más música! Por los miserables!
Que nadie entienda la altura a la que cantan
ni pueda ver tampoco la profundidad
que va desde la cuna hacia occidente.
Hay demasiadas penas que los mantienen
vivos. Viven de preceptos cordiales
que no puede articular. Muchas
veces, tiemblan en la ventana,
como los ciegos cuando cosen botas.
Todavía no les llegó el pasado
pero el futuro ya lo han vivido.
Nos ofrecen linajes para yacer
y bolsas de algas para nuestras cabezas
doloridas de cazar y cazar
tribulaciones, desnudez,
peligro, persecuciones, el fin.
Más música! Remen más música!
Tengo que doblarme debajo de su tiempo, ganado
a las palabras expulsadas,
para encontrar sentido. Quiero ser fuerte y ser inteligente
como ellos, que en el vértice del mundo,
en la arista de las desolaciones,
aguantan el pulso de la nada
y dejan rayas secas en la piel.
Sáquenme de adelante todas las cosas
que dije para que pueda verlas un último
momento y recuerde mi deuda,
sin mundos ni aire ni madrugadas.
Ellos son, y yo no. Y andá a saber dónde andan
el absurdo y la fatalidad del cosmos,
la rueda completando la vuelta,
el peligro dulce del mito recordado,
el idiota extranjero de la tierra,
el día del juicio y del beso,
la humillación de todos los mortales
y la posteridad en un gemido.
Andá a saber qué se hizo
de nuestro pan atado a ese cadalso.
Si cada uno va a ver nuestros
engaños. Si cada uno de aquellos
que nos quiso hasta el fin
se nos va a aparecer para decirnos que
todo va a andar bien, que podemos dejarnos
de escarbar, porque no hay poder que pueda arrancar
nada, ni hay una voluntad debajo.
Es a nosotros que se nos aparecen
todavía escenarios con tiempo,
poco tiempo, para perderlo practicando el gesto
demente de quien tiene miedo de perder,
o de quien juega con objetos pequeños
creyendo que transporta las estrellas.
Es a nosotros que se nos ofrecen
multitudes para seguir mintiendo
para insultar a todos los que no nos comprendan.
Vale la pena continuar?
El espacio que se mueve entre ellos y yo describe
con lentitud y precisión
el tiempo que malgasté, sufriendo,
creyendo que me movía yo.
Ellos son, y yo no. Los que nos ofrecen los mares
para que al fin podamos comprender
lo que nunca escuchamos, y que podamos ver
lo que nunca se nos mostró.
Ellos son la última oportunidad,
a pesar del mundo, que nos exilia
proyectándonos en el tiempo de las luchas
y hace que retrocedamos
a la menor, a la más ligera
necesidad de llamarse. Como
si eso fuera todo lo que hay que hacer,
y como si ese verbo fuera el contacto
con la rotundidad. Sin darse cuenta
que rotundidad tan sólo tienen
ellos, que son cuerpos cruzados
y abandonados. No volverán.
Los separaron. Van a venir por ellos.
Sombras brillantes y luces profundas.
Para que la vida nunca desaparezca.
Y todavía tenga tiempo y fin.
Y sepamos quiénes son los que han vivido.
A esos, que vieron lo indestructible
y tantas veces nos lo prometieron, qué les haremos?
Que sean, que se hundan, que digan
como nombres buscando siempre la eternidad.
MAGNIFICADO
No quiero decir nada, no puedo decir nada.
Tengo sed y lo peor no es aun lo peor,
sino lo peor de lo que ha muerto adentro de nosotros.
Seguramento soy un ronquido que cesa,
un viejo friolento con olores de perros.
Voy a quedarme un rato tapado por escombros,
entre la chatarra y el cemento.
Voy a decir qué vacío en cada cosa.
Y voy a decir madre cómo estás.
Hoy, con un muñón manchado de ninguna cosa,
abrí la boca solamente una vez.
Me hice un nudo redondo: todo lo que se niega.
Y estuve a punto de pedirte madre.
Escudriñé en lo que vendrá,
que no es otra cosa más que lo que ahora hacemos
con las mantas piojosas bien atadas,
con los codos cortos haciéndonos de manos
hasta que me tumbé a la sombra y me rendí.
Nuestras voces no se lamentan, madre,
pero hay quienes las escuchan como ratas
que se esconden porque viene la lluvia.
Usted arréglese. La cabeza puede inclinarse un poco
hacia la parte abandonada,
donde se encuentra la piedra del reposo, la frente
nuestro apoyo. Y que el miedo
ya no nos ronde más. Voy a decir que las madres se mueren
y no voy a saber qué estoy diciendo. Entonces,
no será en vano que este vidrio te envuelva
ni tampoco que te trague el aire.
Ambos harán de usted el molde seco
para que vistamos nuestras faltas.
Así, cuando nos vayamos por la mañana, podremos
revivir dulcemente los cargos
que guardamos confiados debajo de tus pies.
Nada va a ser en vano cuando veles por mí
y tambaleen los siglos y los engaños.
No voy a conseguir escapar de la arena,
enredado en tus dedos, ya más pequeños,
más sucios, que la probaron antes,
para mí, mientras vivías muerta.
Todo es sencillo y a la vez tan terrible
que parece dispuesto para que nos olviden.
Tan primitivo, madre, que te lloro
y las rosas persisten todavía.
Es así como vuelvo a encontrarte,
atrapado por tus cabellos blancos cuando caen?
Un rostro que ahora apaga a otro rostro
con llantos, voces, pesadillas, milagros.
Yo soy ese al que llaman Lear,
aquel que dice y aquel que no puede vencer.
Aquel que dice y reza.
Aquel que va hasta donde jamás antes y reza.
"No hay mal que por bien no venga bien
con un fragmento de luz para decir adios.
No hay mal que por bien no venga mal:
no hay salud, sólo un breve reposo".
Y cuando el sonido se hace viejo,
es la noche y no el día, quien tiene miedo
de perder la última claridad:
la fuerza de mis ojos, liberada
de sol y nubes, liberada de pájaros,
se aferra a tu perdón por haberse
enfermado. Ya conozco tu encierro,
el que me entierra en lo que se negó.
Y por eso te cuento cuentos viejos.
Historias que me visitan si le pregunto
a la curiosidad si viven
más los buenos o malos de cada casa.
Si el campo no fue acaso una arteria
de brutalidad tozuda donde Dios
vio la resurrección
de todos en su juicio,
la madera que pudiera evitarnos
el mundo. Eso, lo único que sé hacer.
Consolarme a mí mismo con fantasmas,
la única representación del tiempo.
Hablar por mentir. Y con mentiras
vagar con el polvo en la boca,
famélico como el hombre que habla
de otro hombre para hablar de sí mismo.
Salimos de la tierra demasiado temprano,
con la piel ablandada por los sollozos
de los que nos tuvieron que arrancar.
Y juntos, los vivos y los muertos, nos permitimos
momentos que no pudieron ser:
lo que pasa sucede en otro sitio.
Acordate, antes de que sea tarde,
del uso intransitivo de este verbo molesto
por los disturbios de la memoria.
Acordate, antes de que sea tarde,
de que el hijo ya nunca volverá,
los padres lo abandonaron apurados.
No habló así como debía,
muerte y vida están en manos de la lengua.
Ahora está solo, y no sabe qué hacer.
Un hombre libre es un hombre solo.
Tendrá que cojear más,
la lucha lo convertirá en sujeto.
Largo es el camino de los proverbios,
nadie cree estar siendo torturado.
EL PROFETA THOMAS
Dije, se acerca un nuevo corte.
Te dije, tené miedo, ya no habrá nada más.
Ninguno te quiere hacer de guía.
Ni tu bastón ni aquellos, tus amigos difuntos.
No se entiende el castigo, dije.
Te dije que el castigo era complejo.
En algún sitio tuyo hay luz?
Nadie lleva el sonido y envejeciste
en una sola noche. Preparate
disponete a asumir que hablaste tantas veces
y a escuchar al más viejo entre los prisioneros.
La playa es blanca, todos han muerto. La playa
es blanca, todos han muerto... (quién le da
oscuridad de voz al consejo de estas cuatro
palabras que no entiendo? Cómo
tantos han muerto sin desesperación?) Del cielo
cuelga sú unico reposo, esos
ojos futuros, la breve inmensidad.
Empezá entonces a abandonar
lo negro que te cubre con tanta falsedad,
como un actor sincero, y escuchá
ese río cansado por los depredadores.
Yo voy a ser muy breve y muy imbécil vos,
tan sólo eso, que es terriblemente fácil.
Y pensá. El aliento te sobrevivirá,
irá más lejos que vos y que tu vida.
Me podés ofrecer alguna historia
mejor que esta, la tuya y la del mal?
Alguna cosa que quiebre
esta comodidad, y que quiebre esta deuda?
Un sitio, a lo mejor, desde donde observar
las flores de noviembre y golpearlas
después para que mueran más?
Ya conocés las fosas y las alambradas: el pánico
de los años pasados y de los que aun vendrán.
Mirá: aquel que cava un pozo morirá dentro de él.
En este mundo, se puede nacer ciego y crecer:
arrastrando los dientes por la casa y hacer
las paces con el ruido. Ser sordo.
O caminar descalzo, como quien sufre
el Cielo, o incluso avergonzarse de los
golpes, porque simulan la destrucción.
Y todavía podés, si te esforzás,
reproducir la carne que había sido cremada,
y que se inclina, como otro rastro más
y semejante al humo de aquellos que han caído
o al compromiso asumido en la derrota.
Podés hacerlo todo, que todo ya empezó.
Prepará entonces aquellos testimonios
que crean explicar lo que pasó
con tu frente encerrada en esa jaula.
Y hacelo cada día, cada noche,
antes de que el odio caiga en sombra
o un dedo se sostenga en la locura.
Y prepará también esas palabras
que quieren decir todo. Así: más débil,
y más sabio, y pensá que es el precio
de la paz inmerecida que los hombres
detestan, más tarde de los hombres.
Prepará las promesas que querrán
mancharlo todo. Podés confiar
en tu don o en los delirios que dilata.
Y, finalmente, proclamá velozmente
las disculpas que no silenciaran
la nieve que ha caido en los altares.
Velá por eso y que luego te aparten.
Esta luz arranca de la nada
hasta que es gas la oración de los labios.
Y entre la luz y la oración
unos pocos momentos para repetir
"tu hueco tu garganta
tu garganta guarida
guarida tu talento
y tu talento la corona de un viejo".
Verás como se pasa así la noche
que no guarda jamás el trámite de un nuevo día.
Aquí, en tu reino fértil,
el consuelo es raquítico. Y la hierba
que dijiste que nunca
se alzaría, se levanta para interrogarte
cómo es que lo pudiste soportar.
No fue ayer cuando te abandonaste
sin plantarle cara al que llevás dentro
y escapaste hacia tu cuerpo de hijo?
Cómo pudiste soportar esto y aquello
y aquello y eso otro? Y ayer y ayer y ayer.
Y pretendés acabar con todo
únicamente con el gesto desesperado de ese verso?
"Entonces el error se hizo presente
y le dijo al intento que no valía el horror". De todos
los momentos, hacé uno solo
desplazando tu cuerpo, como un objeto
roto, hacia cada estación.
Ya termino. Dejame que te responda esto.
Un hombre, merece ser salvado?
Frente al esfuerzo de una nueva hoja verde
otra vida deforme
es una trivialidad y una insolencia.
Muy bien, entonces. Aleluya y etcétera.
Las qué y tres cuatros? Muy bien. Las qué y tres cuartos.
COLAPSO
Los templos ya han sido vaciados.
Hace tiempo se han cortado las imágenes negras
que sacudían, justo adelante tuyo,
tu propia vida: un rastro que era un sitio.
Tosías, en la puerta del sur
y ensuciabas el pañuelo del odio
con los insultos y sepulcros
abiertos. Los templos ya han sido vaciados,
nunca la ausencia había sido tan fértil
y todavía falta contradecirse más. Hay que ser
más valiente y más ridículo.
Y así, cuando imponemos que el otro se cure
no hacemos más que buscar
y arrastrar nuestra antigua paz.
Queremos, finalmente, que nos dejen solos,
o a solas con locos que nos reciten versos
de vidas extraviadas, a oscuras,
con palabras que sean tristes, como tratados
divinos, o como la abstracción
implacable que ha de sobrevivirnos.
Da igual, solamente importa la batida,
la cantidad de desconsuelo que chorrea
y aquello que podamos hacer si conseguimos
tolerarla. Que explique lo
que hacemos: respirar con el cerebro y
oxidarlo todo con la gramática.
Rezar y rezar para no ahogarnos
y, con ánimo renovado, evaluar
las víctimas como hierba estéril
y confortable. Levanté la mirada
muchas veces la levanté hacia el cielo
para poder ver a mis rivales y repetir
la escena como la sangre. Fui un
inútil. Y nadie fue capaz
de hacerme yacer, como hubiera hecho falta,
después de una golpiza, antes de hacerme viejo
y ser ultrajado al fin por la vergüenza
de ser siempre, cada día, el más necio. Y ahora
sabiendo de lo que es capaz
un hombre con el hombre, puedo cavar mi reino
y enterrarme: sólo necesito
la tierra para encontrarme. Siento el sonido
de campanadas y pido
desde lejos perdón. Deshago el libro
de las horas porque tengo cien años.
De pronto, apoyo mi cabeza entre las manos
y marcho noche y día en busca
de la tempestad, con los gritos que nos trae el aire.
Paisajes oscuros y minados,
que voy a describir con mi melancolía
vulgar, y que podrían
sernos arrebatados por el engaño, en forma
de consuelo. Con cada brazo a tierra
vaciamos sólo lo que nos han cedido:
la limosna nos salva, incluso
si es cancerosa, esa es la trampa.
Y la risa breve que se nos escapa
después, cuando nos damos cuenta por el cuello, nos vuelve
lo bastante infelices como para seguir
el desmesurado círculo de los cansados.
Tenemos la suficiente fe para ver la
pared arañada y no queremos,
en cambio, hacernos cargo de
las uñas mojadas de barbaridad,
que lentamente la han ido construyendo.
Sólo nos soportamos en sueños cortos.
Despiertos, no hacemos más que correr
como perros sin dueño: las panzas exaltadas,
espasmos en bandada que
sólo quieren volver, volver de donde sea.
Dormir, la verdad, no es suficiente.
Queremos que el pensamiento repose y ob-
tener la gracia de un nuevo texto
sobre ninguna cosa. Sólo me aguanto por
este tipo de visiones.
Tendría que lanzar la piedra contra
los hombres y esconder la honda
y el gesto, en medio del basurero
podrido que es esta escritura.
Tendría que convertirme en mi propio
bufón para ser el profeta
equilibrista inválido, que mueve
el mundo, dosificando las heces
que se salvan del miedo. Así podría
entretener a hígados y cuervos
con palabras como "Al principio fue
el verbo" o como "Así es
mejor: ser conciente de que te menosprecian". Y no
estaría mal. Tendría que.
Seguro que tendría que. Cuando todo final
a la fuerza no puede ser sino
hacer la silla para que otro se siente.
Talvez de noche, y con una madera
entre las manos, sustituyendo a la cabeza.
Talvez junto a la tristeza
de haber llorado siempre demasiado al hablar.
Talvez más tarde, recuperando
la calma atravesada por el peligro
de no haber dicho aquello que sentimos,
de no haber visto nada, y de no haber vivido lo bastante.
POÉTICA DE LA TALA
Ya basta de nieve y de destrozos:
la lengua ha muerto y eso no es lo peor.
Cuando el cerebro está ocupado
nos tragamos la arena que nos cubría
con los gemidos de la esperanza.
En cambio, nos detenemos en el paisaje
cuando vemos el dolor de las
montañas. Hace mucho tiempo que los hombres viven,
se juntan bajo un mismo techo,
porque ese techo los habrá de enterrar
y mueren, escondidos y solos,
inclinados hacia una cámara de aire que es
el mérito del sometido al mérito.
También, como ellos, reclamamos la fe
a nuestro más estrecho alrededor
sufriendo una claridad deshecha de ángeles
que nos ofrecían solamente
el hambre que nos merecemos. Ahora que los ojos
han visto, ya no vuelven como antes.
¿Por qué la noche le gana en sangre al día
cuando quien la sostiene es el vacío?
¿Por qué necesitamos el miedo y la penumbra?
Quién sabe si este drama de no
saber qué debemos hacer de nosotros
es lo que irrumpe en los escrúpulos.
Mi Dios, la vanidad es indomable.
El crimen es generoso si se muestra...
pero este no tiene mediodía ni valor:
es la hierba del diablo que se escapa
en tardes de camilla con un sol frío,
otro pensamiento erróneo,
la prueba misma de la nulidad.
Vamos! Levantate de nuevo,
preguntá quién te quiere más que los otros,
buscá a los culpables, los sinceros
que reconocen el peso del poder
y quieren lastimarnos. Un viejo
hace exactamente lo que no se le pide:
vivir igual que un rey a la noche
sintiendo el movimiento terrestre
para seguir durmiendo en paz.
Y ese consentimiento con la existencia
es cansador, grosero, real.
Hace falta, entonces, que sea castigado con sílabas
o con la búsqueda de la madre,
antes de que se pare mudo frente al mar
y ladre, confiando poder cansarlo.
Que agarre su abrigo tan gastado de causas
y se vaya bien lejos de los desastres.
A lo mejor ahora las palabras sean humildes
y las mentiras un tanto más severas
porque el dedo empezó
a viajar por este mismo mapa
donde todos nos atan cuerdas de intestinos,
los dientes comienzan a afilarse
porque quieren comida, una cama
y un cuerpo que vencer con veneno.
Hubo un tiempo que dentro de las casas,
se hacía un sonido y se comía.
Hoy están todas ocupadas
por termitas que no quieren saber
de tu barro y te tiran hacia los trapos
donde podrás destapar tu reclamo.
Afuera, entonces, en este mundo tapado,
como un principio, acompañado
por algún otro mendigo ocasional,
ya pueden comenzar la pena,
los días memorables, la distancia,
a pesar de la lengua y del amor:
y la razón me la dirá el dolor.
Puedo empezar mirando bien
mi celda de árboles derribados
en donde cada uno sea mi amigo
dándome la sombra que busque los rincones,
que mi cerebro nunca oprimirá.
Es entonces cuando puedo engendrar
la noche, en el resto del pozo
poblarlo de vulgaridades y de trampas
como la obra. Levantar corrientes de aire
que dispersen el mal olor de los años futuros
y hacer que la confianza florezca nuevamente
cerca de mí, lejos de los rincones.
Necesitamos el hambre antigua,
la que nos llevará al ángulo final,
al punto irreversible por completo
y esperar ser juzgados, como una rama
en el medio del bosque, por un pájaro.
Los pensamientos lúgubres que ahora te corresponden
preparan un campo de batalla
magnífico. Todo es sol, luego vendrá la lluvia,
pero ahora todo es sol. La senda
por donde caminás es esa galería
que no podés creer haber trazado
en tan poco tiempo y con tanta frialdad.
Así se vive, descubriendo los golpes,
enfermándose, cerrando puertas falsas,
desaprendiendo nudos que se han hecho
y realizando nuevos, estóicamente.
¿Qué sufrimiento puede ser más dulce
que esta lucha librada en tus suburbios?
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