viernes, 25 de febrero de 2011

3145.- ANTONIO LLANOS


Antonio LLanos fue un poeta nacido en Santiago de Cali, Colombia, en 1905 y fallecido en 1978 entre la enfermedad y la locura.
Estudió en el colegio San Luis Gonzaga y Mayor del Rosario, donde recibió su grado. Ejerció el periodismo, llegando a ser director del Diario del Pacífico y fundador, junto a otros poetas caleños, de la Revista de Occidente.
De su obra poética dan cuenta sus libros y su participación en la fundación del movimiento Piedra y Cielo junto a los poetas Jorge Rojas y Eduardo Carranza. Si bien su poesía ha sido definida como mística, el rasgo más evidente es la temática del dolor y la soledad como parte del paisaje del Valle del Cauca, no obstante la belleza que le atribuye de manera similar a Jorge Isaacs. Casa paterna, Los amigos de infancia y Retorno a la infancia, son algunos de los poemas más conocidos de este escritor colombiano.
Llanos viajó por Centroamérica y visitó Chile, Perú y Madrid, donde fue cónsul de Colombia por algunos meses.

Obras:
Temblor bajo los ángeles (1942)
Casa paterna (1950)
La voz entre lágrimas (1950)
Rosa secreta (1950)





OH MADRE

Brinda arrullo y regazo como el árbol y el ave
a la desolación de mis días aviesos.
La miel de sus palabras desciende hasta mis huesos;
con el blanco rumor de una lluvia suave.
En su mirar profundo puso Dios con la clave
de la vida, honda urna de castos embelesos.
Se hace pura mi carne al calor de sus besos;
su plegaria es la estrella que dirige mi nave.
Me ha dicho alguna vez que fue triste su infancia.
¡Yo nunca le pregunto por las antiguas cosas!,
mas a su voz mi espíritu se llena de fragancia.
Si pienso en su niñez me inunda dulce llanto.
Cuando niña. ¡Quién sabe si al mirar unas rosas
su virginal entraña sintió crecer mi canto!







Soneto eglógico

Nada que turbe el casto sosiego de la hora.
La brisa de la noche el tierno campo mueve.
Ella cerca de mí. Sobre el seno de nieve
La lumbre de la vida abre su blanca aurora.

El verde campanario de la palma decora
mi paisaje al momento del crepúsculo leve.
Toda la miel del mundo en el pan dulce y breve
y bajo el techo amigo la sombra acogedora.

No decimos palabras para oír las del ave.
El columpio del sueño que al espacio se lanza.
mecido por la música de su canto es más suave.

A veces nos unimos con ternura del brazo,
o si el azul enciende su primera esperanza
mi voz como la tarde se apaga en su regazo.








Casa paterna

Tibia casa encalada donde mi padre un día
me habló de las estrellas con acento de música,
y se quedó mirando las montañas azules
que sostienen los cielos en sus anchas columnas.
Casa donde escribí mis primeras canciones
a la niña visible entre el alma y la bruma.
En tus muros colgaban los pájaros su nido.
De lejos parecías una dorada cúpula.
En los primeros versos que hablaban de las rosas,
del agua y de las nubes mi voz era más pura.
La doncella miraba hacia un jardín remoto
donde las mariposas y los niños se cruzan.
Casa de oro marfil donde lloró mi madre
repasando su infancia hundida en la dulzura.
En puntillas de noche llegaba hasta mi sueño
y para oír su voz se callaba la lluvia.
Yo cerca de su pecho pregunto por el niño.
¡Su tierno corazón tiene un rumor de cuna!
La tarde pasa en ella como un cielo de arroyo
en que los ojos ven las estrellas desnudas...
Hay casas que mantienen la sombra de los árboles
y cuando nace un niño los luceros las buscan.

El vuelo de los años las carga de silencio
y dulcemente el aire aprieta su cintura.
Te construyó mi padre con trabajo amoroso.
Rodembadh, el cantor de las casas oscuras,
dijera su elegía a la pobre escalera
por la que dulces míos bajaron por vez última.
Mirándote en el ángelus cubierta de palomas
el alma ingenuamente sale al campo segura,
como un niño que lleva un pájaro en la mano
y llena cuando pasa el aire de hermosura.
Ha calado mis huesos un temprano rocío
y ya mi corazón con el llanto se alumbra.
¡Si en el silencio cabe la miel de esta mirada
recógeme en tus brazos en la tarde profunda!








Si no fuera por ti

Si no fuera por ti, las cosas no tendrían
esa vaga ternura, esa luz de penumbra.
Si no fuera por ti, esta melancolía
de soñar y llorar no fuera la dulzura.
Si no fuera por tí, ¡oh muerte!, cuántas cosas
inadvertidas fueran.
Otorga tu silencio soledad a las rosas.
Por ti los ojos míos en el lucero esperan.
Si no fuera por ti, qué triviales serían
el amor y las manos que se unen, amor;
y qué triste también el sol de cada día
si en la tarde no hubiera muriente resplandor.
Si no fuera por ti, el amor no tendría
tanta dulce ternura, tan firme retener
de las cosas que amamos: nube, flor, poesía
¡y este divino atardecer!










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