miércoles, 11 de abril de 2012

6468.- ANDRÉI PLATÓNOV


Andréi Platónov, en cirílico ruso: Андре́й Плато́нов, seudónimo de Andréi Platónovich Kliméntov (en ruso: Андре́й Плато́нович Климе́нтов) (Vorónezh, 1 de septiembre de 1899 - 5 de enero de 1951) fue un escritor soviético, uno de los primeros que emergieron después de la Revolución rusa de 1917. A pesar de ser comunista, sus obras fueron prohibidas por su posición escéptica respecto a la colectivización. Su obra más conocida es la distopía Chevengur.
Hijo de un trabajador metalúrgico empleado de los ferrocarriles rusos, fue el mayor de 10 hermanos. Nació en una aldea cerca de la ciudad de Vorónezh. Estudió en la escuela parroquial y a partir de los trece años empezó a trabajar en diversos oficios para mantener a la familia. Sirvió en el Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa como corresponsal de guerra. En 1919 empezó a colaborar como poeta, publicista y crítico literario en varios periódicos. En la década de 1920 cambió su apellido original Kliméntov por el de Platónov, un pseudónimo basado en el nombre del padre del escritor. En 1924 acabó la escuela politécnica y comenzó a trabajar como ingeniero electrotécnico en diversos proyectos en la Rusia central, donde fue testigo de los excesos y los levantamientos campesinos causados por la colectivización forzada. En 1927 marchó a Moscú con la idea de dedicarse exclusivamente a la literatura. Fue miembro, aunque periférico, del grupo Pereval de escritores campesinos.
Escribió sus obras más importantes, las novelas Chevengur y La excavación, entre 1926 y 1930, coincidiendo con los últimos años de la Nueva Política Económica (NEP) y el inicio del primer Plan Quinquenal en 1928. Estas obras, que suponían una crítica implícita al sistema, desencadenaron las críticas de los órganos oficiales y, aunque un capítulo de Chevengur apareció en una revista, las obras nunca se publicaron (no sería publicada completa en Rusia hasta 1988). En 1931 después de la publicación de la crónica de la vida de los campesinos pobres Vprok, que recibió las críticas de Fadéyev y Stalin, la publicación de sus trabajos fue prohibida, con la exclusión del relato "El río Potudan", publicado en 1937.
Su hijo de 15 años fue arrestado y enviado a un campo de concentración durante la Gran Purga estalinista de la década de 1930. Liberado, pero enfermo de tuberculosis, el hijo volvió a la casa y durante la convalecencia contagió la enfermedad al escritor. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial le fue permitido publicar por un permiso especial de Stalin. Fue corresponsal de guerra de 1942 a 1945 y siguió escribiendo en el periódico Estrella Roja hasta 1946.
A finales de 1946 se imprimió su cuento «El regreso», por lo que fue nuevamente censurado y acusado de calumnia. Como consecuencia, la posibilidad de seguir publicando desapareció por completo. La finales de los años cuarenta, imposibilitado de seguirse ganando la vida como narrador, se dedicó a preparar cuentos rusos y bashkirios para ser impresos en revistas para niños. Murió el 5 de enero de 1951 en Moscú. Tiene una calle y un monumento dedicados en Vóronezh.
Aunque relativamente desconocido en su tiempo, la influencia de Platonov en la literatura rusa es considerable. Algunos de sus trabajos fueron publicados o reimpresos en los años sesenta en la época del "deshielo" de Nikita Jrushchov.

Estilo
La obra de Platónov esta fuertemente relacionada con autores clásicos rusos como Fiódor Dostoyevski. Hace un uso extenso del simbolismo cristiano y de las obras de filósofos antiguos y contemporáneos suyos, entre ellos el filósofo cristiano Nikolái Fiódorov.
Su novela La excavación usa una combinación de lenguaje rural y términos políticos e ideológicos que crean una atmósfera de irrealidad a la que colaboran los sorprendentes y, a veces fantásticos, hechos de la narración. Esta exploración del sinsentido es una característica del existencialismo y la literatura del absurdo. A pesar de la postura materialista de su obra que niega la importancia y la existencia del alma, su estilo, muy personal y su uso idiosincrático del léxico lo alejan de los escritores del Realismo socialista.

Obras
«Las esclusas de Yepifan»
«La ciudad Gradov»
«El ciudadano»
«Las dudas de Makar» (relato)
«El paso del tiempo»
«La patria de la electricidad» (1926)
«Chevengur» (novela, 1927-1928)
«La excavación», a veces nombrada como «El foso» (novela, 1929-1930)
«El río Potudán» (relato, 1937)
«El regreso» (relato, 1946)
«El arca de Noé» (teatro)
«La feliz Moscú» (novela, inacabada)










1944 - 1948

¿En qué consiste el misterio de la infancia? - -
En el niño hay una multitud de almas - él se las arranca fácilmente con la imaginación,
y vive solo, pero es como si viviera con sus compañeros.
El adulto es solitario. El niño vive como un gorrión, como una hebra.

1951




(Anotaciones aisladas)

Después de la guerra, cuando en nuestra tierra se construya un templo a la gloria eterna de los soldados,
entonces contra él se debe construir un templo a la memoria eterna de los mártires de nuestro pueblo. En las paredes de este templo de los muertos serán trazados los nombres
de los ancianos, de las mujeres y de los niños. (Ellos, por igual, recibieron la muerte que fue llevada a cabo por los verdugos de la humanidad...)

TRADUCIDOS POR NATALIA LITVINOVA
http://animalesenbruto.blogspot.com.es/











Mi Lectura De Andréi Platónov
JAUME CABRÉ

Tras leer uno de sus cuentos, Stalin anotó "¡Basura!". Nada más lejos de la realidad, Andréi Platónov (1899-1951), quien terminó sus días devastado por las heridas de guerra y la tuberculosis que le contagió su hijo, es uno de los principales autores rusos del siglo XX y su novela Chevengur (Cátedra) una antiutopía inigualable. Tal y como cuenta este artículo.

Andréi Platónov es uno de los grandes silenciados y desconocidos de la literatura rusa tal vez porque se dio a conocer, tímidamente, durante los años treinta de las colectivizaciones y el estalinismo no tardó en ponerle la soga al cuello. Pero el caso es que Hemingway, quien había leído en alguna parte un cuento suyo, habló de él con reverente entusiasmo ante unos periodistas rusos ­esto sucedía en los años cincuenta­, que reconocieron avergonzados que era la primera noticia que tenían de su existencia, ni siquiera conocían su nombre. Creo que no ha sido hasta los años ochenta ­treinta después de su muerte­ cuando se ha empezado a editar su obra de una manera regular. Y no toda se ha editado todavía. Platónov ha sido uno de los grandes silenciados, como lo fueron Osip Mandelstam, Nikolái Klúiev, Anna Ajmátova o tantos otros.

Algunos de ellos fueron directamente asesinados a causa de la represión estalinista. Algunos tuvieron que soportar la deportación y las enfermedades debidas a la mala alimentación. Otros fueron aislados en sus propias casas. No es el caso de Platónov. Ni le fusilaron ni le deportaron, sino que le cortaron las alas de un modo sutil e hiriente: confiscaron su obra y secuestraron a su hijo, Platón Platónov, que a los quince años fue acusado de terrorismo y alta traición y se vio obligado a corroborar el contenido del sumario por miedo a que, si no lo hacía, sus padres fueran encarcelados. Platón Platónov fue condenado a diez años de trabajos forzados en Norilsk, en el Extremo Norte. Parece ser que los buenos oficios de Solokhov hicieron posible que se le redujera la pena, y al cabo de dos años de presidio volvía a su casa, enfermo de tuberculosis. Murió a los pocos meses. Con ello, Platónov añadió un nuevo dolor a su biografía. A pesar de sus esfuerzos para que Gorki, que en aquel momento era quien decidía en lo político-literario, le aceptara como escritor soviético ortodoxo, las autoridades debieron considerarlo irrecuperable. A pesar de que en la guerra luchó con ardor para su país, le dejaron por imposible porque en sus escritos, ya se tratara de artículos o de cuentos, aparecía siempre una visión no positiva y excesivamente irónica del estado de la cuestión. En consecuencia, le quitaron todos los trabajos y le confiscaron su obra, pero permitieron, gracias a un sentido cósmico de la ironía, que ocupara la plaza de bedel del edificio del Instituto de Escritores.

¿Qué les daba tanto miedo de un hombre aparentemente tan inofensivo? Supongo que dos cosas: la primera, que todos sus colegas, abiertamente o con la boca pequeña, reconocían que era el maestro de la prosa; la segunda, que su prosa emociona. Y esto sí es francamente peligroso.

En los cuentos y las novelas de Platónov aparece un paisaje decididamente ruso: llanuras inmensas, otoño, cielos estrellados, coloridos atardeceres y trenes que se alejan. Sobre todo los trenes, que se llevan a la persona amada, que se llevan los sueños y dejan a los quienes se quedan en la estación solitaria, con su presente de pequeñas miserias y añoranza.



Personajes devastados

Pero Platónov es también un maestro cuando pinta paisajes interiores. Todos sus personajes son personas devastadas por la pena, lacónicas, acostumbradas a vivir en un ambiente en que las grandes distancias alejan los corazones, en que los intervalos temporales de dimensiones épicas son asumidos con resignación y dolor. Sirva como ejemplo el cuento titulado "Fro", que Platónov escribió poco después de la muerte de su hijo. Fro es hipocorístico de Frosia, que, a su vez, lo es de Evfrosia.

"Ya volverá" ­le dice en este cuento su padre a Frosia, una mujer triste porque su marido se ha marchado con el tren nocturno a construir el socialismo más allá de los Urales, en plena Siberia­ "En sólo un año lo tendrás aquí." Un año no es nada cuando se vive en una llanura interminable.

En este mismo cuento vemos también algo que será recurrente en muchos personajes del Platónov novelista, como en Chevengur: la fascinación por el mundo de la ciencia, que de algún modo es la excusa que nos reúne hoy aquí alrededor de Platónov. El marido de Fro era "un hombre que había estudiado en dos escuelas técnicas y que sentía los mecanismos de las máquinas con la precisión de su propia carne."

Uno de los secretos de la fuerza de la prosa de Platónov es su facilidad para utilizar la metáfora, la metonimia o la comparación, los grandes tropos, como elementos argumentales esenciales, de modo que los personajes vivan enfrentados a dos mundos, el real y el imaginario, el del corazón y el de la técnica, el de la generosidad y de la cobardía, que conviven en su interior. La frase "sentía los mecanismos de las máquinas con la precisión de su propia carne" es un claro ejemplo.

Frosia, por amor a su marido, se apunta a unos cursos de comunicaciones ferroviarias. El narrador cuenta:

"Al principio, Frosia era una mala estudiante. Las bobinas de Pupin, los relevadores y el cálculo de resistencia de un alambre no atraían a su corazón. Pero un día su marido pronunció estas palabras y, con toda la sinceridad de la imaginación, que se encarnaba incluso en las máquinas más oscuras y aburridas, representó vivamente el funcionamiento de estos objetos, que a ella le parecían misteriosos y muertos, y la calidad secreta del fino cálculo gracias al cual las máquinas vivían."

Las máquinas viven, ésta es la cuestión. Como también lo hacen las locomotoras que el padre de Frosia, jubilado a su pesar, ve pasar por las vías sin poder dirigirlas, ni acariciarlas, ni engrasarlas con el amor con el que lo había hecho durante los últimos treinta años. Más adelante el narrador hace un retrato del marido de Frosia; cuando lo leí por vez primera, sin saber absolutamente nada sobre Andréi Platónov, estuve seguro de que tenía que tratarse de un autorretrato. Era el siguiente:

"El marido de Frosia tenía la facultad de sentir la tensión de la corriente eléctrica como una pasión propia. Daba alma a todo lo que tocaban sus manos y su mente, y por ello se hacía con una idea real acerca del movimiento de la fuerza de cualquier instalación mecánica y sentía directamente la dolorosa y paciente resistencia del metal corporal de la máquina."

Todavía hoy sigo pensando que, en este pasaje, Platónov se estaba autorretratando, porque parece imposible, y disculpad mi ingenuidad, que alguien haya inventado estas relaciones sin haberlas vivido.

Por lo tanto, debido a la pasión de su marido por las máquinas, Frosia estudia mecánica ferroviaria. Pero cuando su esposo se marcha, más allá de los Urales, ella no quiere volver al curso:

"Las bobinas de Pupin, los microfaradios, los puentes de wheatstone, los ejes de hierro, se habían secado en su corazón."



Brutal nostalgia

Frosia es una mujer que vive sumergida en la nostalgia que siente por su marido Fedor. Impresiona constatar la potencia de este personaje, espejo de los grandes personajes de Platónov, que con pocas, poquísimas palabras, nos da a entender la inmensa fuerza de sus sentimientos. Y lo hace por medio de la acción, como gusta a los narradores; una acción que se nos muestra, con gran eficacia, de forma gradual: como su nostalgia es tan brutal, deja de asistir a los cursos de formación.

"Vivía en casa esperando una carta o un telegrama de Fedor, porque le daba miedo que el cartero volviera a llevársela si no encontraba a nadie en casa."

La gradación se vuelve más intensa:

"Como la carta o el telegrama de Fedor no llegaban, Frosia se puso a trabajar de cartero en la oficina de correos."

La misma Frosia se convierte en una metáfora. A pesar de todo, a pesar de trabajar en correos, no le llega la carta de Fedor y la tensión a la que está sometida acaba explotando en una crisis que le sobreviene en plena calle, precisamente mientras reparte la correspondencia de aquellos que sí reciben cartas.

La vuelta de tuerca argumental de este cuento, pero no el desenlace, es la decisión que Frosia toma para acabar con tanto dolor. Pide a su padre, el ferroviario nostálgico, que envíe un telegrama a Fedor y le haga saber que ella se está muriendo, que debe volver enseguida. Y Fedor vuelve; en tren, naturalmente. No cree lo que dice el telegrama pero, de todos modos, vuelve. Él también la echa de menos aunque el lector no lo sepa porque el cuento está narrado desde el punto de vista de Frosia. Fedor, el marido, que también sabe echar de menos, es el modelo del otro tipo de personaje característico de Platónov: el amante del progreso que supone la ciencia, la técnica y la revolución, que vive con pasión mirando al futuro:

"Fedor escuchaba a Frosia y después le explicaba sus ideas y proyectos: sobre la transmisión de la energía sin cables a través del aire ionizado; sobre el aumento de la resistencia de los metales gracias a un tratamiento con ondas de ultrasonidos; sobre la estratosfera, que está a una altura de cien kilómetros y en la que hay unas conducciones luminosas, térmicas y eléctricas que pueden proporcionar al hombre una vida eterna; con todo ello el sueño del mundo antiguo podría realizarse: Fedor prometió hacer y pensar muchas más cosas por el bien de Frosia y, de paso, por el bien de todos los hombres."

Fedor, a pesar de no tener tanta importancia en el cuento comentado, es un personaje platonoviano ejemplar. Él, en tanto que amante del progreso y la revolución, y Frosia, en tanto que amante del amor, son el germen del Zajar Pavlovich de Chevengur, un hombre con la capacidad de entender cualquier objeto metálico y capaz de fabricar cualquier objeto artificial. Y también en su tendencia a soñar despiertos, Fedor y Frosia son predecesores de Chepurni y Kopenkin, que están comprometidos en el intento de construcción del comunismo con unos campesinos pobres y analfabetos. Los campesinos expulsan a los terratenientes y, como consideran que ya han organizado una sociedad sin clases, esperan que el futuro llegue por sí solo. Si Stalin hubiera leído esto, hubiera enrojecido. Pero si hubiera visto que Platónov no sólo construye esta sátira sino que además sus personajes llegan a la conclusión de que es imposible la nivelación total de las personas debido a que la fuerza de los hombres se debe, precisamente, al hecho de ser diferentes entre sí, hubiera tenido un ataque. Stalin, que dedicaba tiempo a informarse sobre lo que ­por si acaso­ producía la literatura rusa, no fue capaz de entender que a pesar de las prohibiciones y las deportaciones, Platónov siempre hablaría de la miseria y de la búsqueda de la felicidad. Platónov y Stalin, dos seres contrapuestos: Stalin convertía a las personas en tuercas, tornillos y tenazas; Platónov amaba las tuercas, los tornillos y las tenazas: las amaba tanto que las humanizaba.



Proscrito por la 'nomenklatura'

Platónov, antes de la guerra, ya era un proscrito por parte de la nomenklatura. Después de la contienda, y debido a su actividad patriótica durante el período bélico, tenía la esperanza de que se le facilitarían las cosas y podría ver publicado alguno de sus escritos. Además de algunos trabajos que sí pudo llevar a cabo, publicó en el año 1946 el magnífico cuento "El retorno", donde se cuenta precisamente la historia de un soldado que vuelve a su casa al término de la guerra. La crítica oficial fue implacable con Platónov, que por aquel entonces ya tenía que ganarse la vida como bedel en el Instituto del Escritor. Después de la publicación de "El retorno", su nombre desapareció de todos las revistas y periódicos: volvía a ser un proscrito que, mientras barría el patio interior del Instituto del Escritor, veía, en las ventanas iluminadas, a sus colegas y tal vez a sus delatores, la mayoría más jóvenes y con mejor suerte que la suya. Probablemente estos escritores ni conocían a Platónov ni podían citar, aunque fuera vagamente, ninguno de sus escritos. Estaba totalmente silenciado. Así pasó sus últimos años. Andréi Platónov murió en el año 1951 a causa de las secuelas provocadas por las heridas de guerra que recibió en Checoslovaquia. Dejó mucha obra sin publicar: novelas, guiones cinematográficos, obras de teatro, cuentos, ensayos, artículos...

Poco a poco, sin hacer ruido ­tal y como a él le gustaba vivir­, la obra de Platónov se está dando a conocer en todo el mundo a pesar de su fama de escritor difícil. A propósito de Platónov se ha dicho que no hay libros aburridos si el lector sabe buscar en ellos el sentido de la vida: los libros aburridos son producto de los lectores aburridos. Platónov es a veces difícil ­nunca en los cuentos, en todo caso en las novelas­ porque obliga al lector a participar en su creación y a seguir todos y cada uno de los meandros que él ha explorado en el momento de crear la obra.

Para acabar, tomo del escritor Vitali Chentalinski, admirador de Platónov, una idea en forma de fábula:

"En un patio interior de Moscú, un niño corre, juega con una pelota, alborota y molesta a una dama del segundo piso que está leyendo la última novela de Erich Maria Remarque.

En ese mismo momento, Erich Maria Remarque está en su chalet de Suiza, sentado en su mecedora, reflexionando sobre la vida.

"No he vivido en vano", piensa Erich Maria Remarque. "He escrito algunos buenos libros, soy conocido en el mundo entero y he luchado contra el fascismo. Aun así, ¡Hemingway escribe mejor que yo!"

Mientras, Hemingway está en el Caribe, con los pies, calzados con unas sandalias, sobre el puente de su embarcación, la gorra calada hasta los ojos, la pipa entre los dientes, la caña en el agua esperando a que pique el mayor de todos los peces.

"Caray", piensa. "¡He vivido como un hombre de verdad! He trabajado como un burro, he luchado contra el fascismo y he tenido de todo en cantidad, incluso en exceso: gloria, mujeres, dinero... He cazado elefantes y rinocerontes. Aun así... ¡Platónov escribe mejor que yo!"

En aquel preciso instante, en el patio interior de aquel edificio de Moscú, Andréi Platónov persigue con una escoba al niño que juega con la pelota, alborota y molesta a aquella dama del segundo piso que está leyendo la última novela de Erich Maria Remarque."


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