LUIS MARIMÓN
(La Habana, CUBA 1951-1995). Vivió la mayor parte de su vida en Matanzas, donde su figura es hoy una leyenda en el ambiente literario. En vida sólo publicó dos libros: La decisión de Ulises (E. Matanzas, 1988) y El bibliotecario del infierno (E. Matanzas, 1992) Dejó inéditos al morir nueve cuadernos, de los cuales se han publicado Herencia de la Soledad (Ediciones Matanzas, 2005) y Cronología del vértigo y del naufragio (Ediciones Unión, 2007). Murió en Las Vegas, Estados Unidos, a donde había emigrado poco antes de su muerte.
En la mojada tarde los cangrejos
irrumpen entre el fango sangroso de la orilla del río.
Otros animales son como diocesillos que se pudren silenciosamente
al viento.
A un hombre le aterraban los espacios infinitos.
A mí la vida y este mínimo sendero
que va de mi casa a la cervecera
y de la Marina hasta el puente.
Pero yo sólo creo en el amor
y en esas breves espinas
y en los peces que se prolongan en sus márgenes
con sus vientres hinchados. Verdes moscas metálicas(cantáridas)
y negras. Las profetizas revoloteando y en un insecto
traslucido que guía mis pasos a contrasombra.
Brota la vida de sus humildes cuevas
y me saludan.
Pero me agrada ser el que se borra sin creer nada.
El universo es este caminito,
el que me fortifica y amplía,
el que me aparta de los hombres malos;
el que me justifica ante esos perros, esos gallos,
esos corderos que se inflaman y dejan que brote el sol
de sus entrañas,
esos hermanos míos que se marchan…
Fieles, quejumbrosos y únicos compañeros en esta travesía.
Y yo no creo en Dios pero de toda
está podredumbre
renacerá la vida…
Este texto pertenece al libro de poemas “La decisión de Ulises”
(Ediciones Matanzas, 1988)
100 AÑOS
No seré uno de esos viejos que por las mañanas
buscan la leche y el pan
y después se duermen en los parques
esperando las moscas,
el pedazo de algodón que los haga
para siempre callar.
En realidad creo que no llegaré allá.
Por estos reinos penetro en los hospitales y cafeterías,
con mi garfio de vidrio excavo en las viejas tumbas,
calmo mi sed de abismo en la humedad
de los cántaros rotos.
Con un cuchillo en las venas
transcurro en el rumor más callado del hombre.
La misma luna entonces
hace crecer una raíz de muerte en mis ojos sin fin.
Habito en la rabiosa
trampa de algún dios contrahecho
y sé que en el mundo
ya casi nada
vale la pena.
No preciso ninguna fórmula, ningún ritual
para que el vino
siga transcurriendo por mi garganta cruda.
Mis ojos, mohosos por la tanta lluvia que han visto
se niegan a ser despertados por un sediento amanecer.
Me disfracé de olvido para transparentarme;
¡te esperé tantas veces!
He de continuar por la misma ruta que los cazadores
hasta que mi hocico tropiece con sus escopetas.
Pronto, ¿veré a Dios?
¿Qué me dirá?
¿Y yo a él?
La vida para mí
no ha sido fácil...
novela inédita.....
Desde mi jergón lunático
Desde el origen de mi lengua, escribo
y la ceguera es como si la noche
se me estuviera metiendo por los ojos.
La locura es lo único que ya
hace explicable la vida.
Por eso
en tu vientre renazco con los múltiples
espejos de oscuridad. Es una malarrabia
y el universo, cabe en el corazón.
Yo soy tú cuando te naces,
tú eres yo cuando me muero;
somos los dos la misma cosa y luego
prosigue la sucesión, cesa el olvido.
Dentro de mí casi siempre ando vacío...
En la selva de mágica espesura
veo tus ojos húmedos como ángeles dormidos
donde los unicornios de su neblina adentro
celebran sus raros ceremoniales.
Un cuarto y un ataúd son semejantes.
Lo único que los diferencia
son sus ventanas.
La ventana de un cuarto mira hacia afuera
y la de un ataúd, hacia sí mismo.
Es su totalidad lo que me aterra; aquello
que me hace cumplir con el
misterio de la niebla,
su leyenda
Todo es aparente, todo escapa
como aquella niña desnuda
de mi visión.
Vagamente he profanado las marismas,
por mis acuosas pupilas han rielado
la hondura bermeja de los ponientes,
la desmemoriada
ceniza de los heléchos.
Aquí me he dado cuenta de que siempre estoy solo.
Por eso grabo tu nombre en el moho petrificado
de la luna.
Soy sólo el soñador que trenza la cabellera de Medusa,
que deshace su follaje fatídico;
impostor que comparte su presa
con los tumefactos chacales de la noche;
estático navegante que construye su casa
dentro un leviatán.
Yo amo en ti, ah, mi Circe,
por lo que me dificultas
y el mundo por lo que me agrede;
porque conviertes la aparente
cantidad de la respiración con que vivo,
como aquel que ya sólo existe por costumbre.
Invariable trato de ser,
exacto allí donde los páramos se amotinan
y muestran la estirpe de las piedras cifradas
y latentes.
Pero tengo dos corazones: Uno, para morir y el otro
para estar oscuro.
A ninguno de los dos los entiendo.
Veo el mundo como aquel que por heredad tiene la
ceguera
que le muestra el exacto sentido
de esa extraña cosa que fluye dulcemente tras sus ojos
tapiados
y le muestra los planetas
y las constelaciones.
Todo ello es causa de esta barba donde se despeñan
manadas de caballos que llegan incendiados,
los cabos de cigarro, las botellas de aguardiente, allá,
en el suelo.
A veces dejo de escribir;
escribir sobre algo es dejarlo, para siempre,
encerrado en el papel.
(Toda página manuscrita es una cárcel,
todo papel es una tumba con brazos de hierba,
abiertos.)
Desde mi jergón,
—como si fuera un barco en pairo—,
voy a la aventura.
Veo las olas, son
niños de espuma que no terminan
nunca de cesar de un todo.
Fantasmas: naturaleza muerta de los cuerpos vacíos.
En mí transcurren los siglos y refluyen
en las pacientes ruinas las soledades.
Y ya no hay alimento más poderoso que las astrales
abejas que entran por mi boca
y urden su panal de despiadado olvido en mi memoria.
Sales del río: verde, pura y te llevas
en el pelo su humedad antigua.
Eres la que en un dialecto sin palabras
erige la trama de tu cuerpo y mi sombra,
la apariencia de un azul brutal que siempre
a mí te aproxima.
Todo deforma la ficción que represento
y vivo.
Amo la flor del cacto: la única que nació
para olvidarse.
Fanático divago: el tiempo es mi casucha,
mi bandera es tu cuerpo y sigo siendo el sufridor,
intenso intérprete de lo aparente.
Voy a morir pensando
envejecer después de haberte querido,
fue una gran epopeya.
Veo, palpo como pasan las horas
y sé que nacer es llegar a un sitio
desconocido y oscuro de uno mismo.
Nutrificado y vacío, corrompo el verbo,
la canción me salva y nada me salva.
—Ya es imposible edificar, como una torre de Babel,
un vocablo sin antes deshacerlo,
quemarlo, maldecirlo—,
como un molino que despaciosamente
triturara las horas y las eras.
Creo, en el mundo, lo único definitivo
es simplemente aquello que es efímero.
En los naufragios del tiempo
llegan a sus costas esa vaciadas sombras
y entonces comenzamos a ponerles
esas máscaras que en su huida
dejaron abandonadas los actores.
Nacemos y ya somos
una vieja verja que se llevó el viento. Nacemos
y ya somos perseguidos.
Escucho las insomnes ramas
partirse como columnas vertebrales;
filosas hojas que muerden; cuchillos de obsidiana.
Todas las bestias del universo hoy andan hambrientas;
me intuyen, olfatean,
siguen mi rastro un poco más allá de mí
y muerden mi hígado Prometeico.
La luna también mutila
con su frío cántico,
mi corazón.
Todo me ataca. Estos parajes
descifran algo que yo siempre
quise decir:
Lo que está por venir se está pudriendo.
Lo que está vivo es polvo y es reliquia.
El ámbito que me encierra y por el cual camino
es el más fantástico laberinto de mi carne,
esa cosa amarga que titubea cerca de mis coágulos
y mis cartílagos: mi patria entera,
mi patria que eres tú desnuda
y todo tu abismo y silencio.
La hojarasca cae y me sajan en sus crepitaciones
las pupilas
para ofrecer a esos dioses que cada hombre,
como una incurable enfermedad, padece;
lo que está detrás de ellos, encerrado.
¿En qué lugar del cielo está esa estrella?
Desde mi jergón lunático me engendro
y paro.
Una habitación también es una pirámide
y voy a cerrar su única entrada
para que en mis manos comience a crecer la arboleda,
para que resuciten mis resplandores.
Muchas estrellas hay,
pero yo quiero aquella.
Veo la cabeza de M que ando rodando por el patio
y de su cuello irrumpen miríadas de peces.
¿Qué voy a hacer con tanta
carne de amor,
interrumpida;
si ya cualquier otro ser me asoma al mundo?
Todo es estéril; esta noche me asombra
y tengo hambre y a comer comienzo de mi propia
lengua.
Todo es vacío; hasta ese gato que en el techo enloquece
y me trae la húmeda
cabeza de mi amor...
Un sueño,
otro,
el que siempre me hace decir:
El único mensaje de mi poesía al hombre es éste:
¡Nunca mueras!
Autobiografía de un niño
a Robín Martínez
Perplejo ante la oquedad de esta noche que me aterra,
vencido por las crueles
distancias y juegos de los niños
recojo del arca los trajes que recorrí en la vida:
pirata, poeta, sepulturero;
las flechas que mojé en el
árido corazón de los pretendientes,
el tazón donde bebí la amarga
leche de las vacas del sol,
el collar de cascabeles cuando era bufón.
Me he mirado por última vez en el espejo
y nada he visto:
mi ceguera es verde y está llena de alacranes.
En la alforja irán también los mágicos grimorios,
algún que otro libro de maldiciones,
el caldero de brujo, la sotana de aquella vez
cuando quise tapiar como un canalla mi desesperanza
e irme volando, para siempre en un barco de bruma
cuyo mascarón de proa se arrancó los senos contra los
acantilados.
El camino se hizo para escupirlo,
los templos para amarrar a mi madre loca,
las tabernas, para mostrar estos tatuajes de viviente
sangre
y beber con las putas de ese corrompido vinagre
que falsifican los que están muy tristes.
Vi las sirenas ya ancianas que el tiempo despierta,
la vaguedad de las ruinas recostadas contra el mismo
horizonte.
He muerto tantas veces que existir da lo mismo
y subo al pescante del primer carretón que pasa.
Extravagante es el crudo misterio que me habita:
cuchillo que lancé al cielo
y otro día regresó para matarme.
Es que cada hombre siempre precisa huir de sí,
escapar de ese saco de huesos que lleva por piel,
irse lejos, nutrirse de esa anémica hierba
que comen los chacales y la cabras.
Agrio, he buscado la vida degollando mariposas,
atrapando lunas moribundas en los manantiales...
(Por cada noche que transcurre hay una luna diferente.)
No hay, no tengo
solución: la vida es un vértigo sucio
donde más de una vez me he inclinado
ante esos espíritus que se comieron a mis hijos.
Luchar contra la muerte, el amor
y todas esas cosas de incierto vacío que llevamos...
Ven... esta tarde iremos al santuario en ruinas
donde nos perdimos entre el eco de la arboleda
y te coroné de espinas
y te convertí en la sibila amarga de este macho cabrío.
Pero esta es también otra historia:
la de un muchacho triste que era más gris
que esa balandra sucia que se llevó a su amigo.
Sólo el hombre puede ser diverso.
Los animales no pueden ser profundidad y cuchillo,
distancia y verso.
Ahora es tiempo de creer en el silencio,
de marchar con los gitanos que toda madrugada
engendra.
Perplejo ante la oquedad mohosa recorro el tránsito
sin darme cuenta.
Y ahora, a la hora de decir que tengo miedo,
me armo de símbolos y silogismos
como aquel viejo que se armó con una espada opaca
y un caballo
que casi era un insulto.
Miriam
En los páramos donde alguna vez florecieron Babilonia
Nínive y Nippur,
los arqueólogos han desenterrado tablillas de barro
cocidas por el sol de aquel tiempo.
Inscripciones que los eruditos han traducido
resultando en muchos casos ser
juramentos
y cartas de amor...
Yo quería decirte, Miriam,
que el nombre de esta ciudad es sangriento,
que ninguna ha tenido un nombre más perverso.
Es posible, cuando hayan pasado cien
o hasta un número incontable de años,
de esto que hoy ves
no quede otra cosa que algunas estatuas,
escombros,
ratas que se adaptarán a la destrucción
y comerán arena.
Pero esta noche es bella y pasan muchas gentes.
Déjalos continuar su camino.
Esos rostros nunca se volverán
a este animal extraño que corre y llama por sus nombres
a los desconocidos.
Tú también partirás
y no veré ya más
tus ojos de asustada bestezuela.
Quien piensa en el futuro
no está muerto.
Cuando hayan transcurrido mil o un millón de años,
es posible que vuelvas
y es posible también
sólo encuentres esa niebla misteriosa y azul
que sube todas las madrugadas desde el mar
y cubre las casas y los toros.
Busca bien y no olvides
que tú fuiste mi río,
mi río amado
al que me lanzaba desnudo
sin importarme la vida
ni la muerte.
Busca
bajo los antiguos ladrillos,
en las hojas de hierba,
entre las escamas de los reptiles,
que en algún lugar yo habré dejado para ti,
para ti sola,
una carta
de amor...
Papiro del consejo
A dos poetas di estos consejos:
A uno:
que tu poesía sea la flecha que perfora el corazón
del lobo en la montaña
delicada y sugerente como una mujer velada,
misteriosa como esas pirámides que le nacieron al
mundo
sonora como la flauta del pastor,
breve y concisa
como la vida.
Y al otro
Que tu poesía venere a los antepasados,
a los dioses de tu pueblo,
a los reyes,
a los guerreros.
Poetas. en fin, no siguieron mis consejos:
El primero es el cantor oficial de la corte.
Al otro
lo mataron.
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