José Paulo Moreira da Fonseca ( Rio de Janeiro, 13 de junio de 1922 --- Río de Janeiro, 04 de diciembre de 2004 ) fue un escritor, poeta, ensayista, dramaturgo, pintor y crítico de arte de Brasil.
Se graduó en Derecho en 1945 y en Filosofía en 1948, por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Es considerado por los críticos literarios como uno de los más grandes poetas de la generación de 1940-1950, habiendo sido nominado más de una vez para la Academia Brasileña de Letras .
En 1974 recibió la Cámara Brasileña del Libro del importante Premio Jabuti en la categoría de poesía.
Elegia diurna - poesia (1947)
Poesias - poesia (1949)
Dois poemas - poesia (1951)
Dido e Eneas - teatro (1953)
A tempestade e outros poemas - poesia (1956)
Raizes - poesia (1957) - Prêmio Graça Aranha
Três livros - poesia (1958) - Prêmio Jabuti
Breves memórias de Alexandros Apollonius - ensaios (1960)
Sequência - poesia (1962)
O mágico - teatro (1963) - Prêmio do Pen Club do Brasil de 1964
Uma cidade - poesia (1965)
Exposição de arte - ensaios (1965)
Antologia poética (1968)
A simples vida - poesia (1972) - Prêmio Paula Brito
Luz sombra - poesia (1973) - Prêmio Jabuti de 1974
Palavra e silêncio - poesia (1974)
A noite o mar o sol - poesia (1975) - Prêmio estadual de literatura
Via sacra de Jesus hoje - teatro (1980)
Cores e palavras: diário de viagem - poesia (1982)
As sombras o caminho a luz - poesia (1988)
Noturno em Vargem das Pedras - teatro (1996)
La tempestad IV. Epílogo
A la derecha se elevan algunos edificios, a la izquierda
Una calle arborizada, al fondo un montículo
Con caserío y antenas.
Todavía no ha descendido la lluvia,
Como un leopardo el mundo nos acecha
A esta lívida luz. Cualquier nube más oscura
O tal vez una centella dé principio al drama.
Desde la distancia: aquel sordo rumor que se embebe en la tierra.
Desaliñada, una joven procura abrigarse.
¡Las fibras de su corazón claman,
Leopardo! Configuras la imagen que nos acecha,
Los ojos encendidos de la noche, la tímida fuga de las liebres.
¡Leopardo! es posible que lo descubras
En aquel callejón o incluso en los escombros
De este viejo hotel en demolición. Lo cierto
Es que sabes de su existencia, se ha clavado ella en ti
Como la garrocha que entumece la mano y quieres arrancar.
La campesina intranquila descubre al ejército
Que se aproxima. Por el oriente, los humos
Hablan del incendio de todas las cosechas. La víspera
Aparecerá entre los molinos un novillo cubierto de sangre.
Huir. ¿A dónde huir? No toquemos tijeras,
Agujas o cualquier utensilio de metal.
Ves en el sombrío cielo el lucir de las antenas,
Los postreros aviones que buscan posada segura,
Las ráfagas inquietas, relámpagos súbitos. Invisibles
Pupilas, invisible furia.
Alguien dirige el automóvil por los meandros de la noche.
El motor no debe fallar, no puede fallar en este yermo
Tan lleno de peligros. Los faros en la neblina
Aclaran esquivas formas. No tendrían fuerzas
Para contenerlas. Ansiosos quieren oír
Los rumores del lugarejo. Ansiosa la mujer amamantando
Espera guardar al hijo bajo la tormenta.
A la derecha: los edificios, a la izquierda: la calle arborizada.
El mundo nos acecha a esta lívida luz, el montículo,
Las piedras del caserío, las piedras y las ventanas dicen
De nuestra culpa. Todos huyen, desean ampararse,
El peligro se ha clavado en todos. Inmenso.
Es el mundo y la tiniebla. Inmensa es la luz.
¿Qué podremos guardar?
¿Qué nos cumple guardar? ¿Qué nos exige
El sobresalto? ¿Qué somos? ¿Qué nos cumple ser?
La joven desaliñada procura abrigo.
Antología de la poesía brasileña.
Desde el Romanticismo a la generación del cuarenta y cinco
(Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).
La tempestad I. Paisaje
Andrómaca: ¿Quid petam praesidi aut exequar, quare nunc
Auxilio exili aut fugae freta sim?
Q. Ennius
Aún no ha descendido la lluvia. Como un leopardo
El mundo nos acecha en esta lívida luz.
Como un leopardo, los montes
Y piedras del edificio y puertas y ventanas
Denuncian la culpa. Invisibles pupilas,
Invisible furia. El árbol poseído por el viento
Se inclina hacia el suelo en un vértigo de arena y se crispa
A la manera de la mujer que defiende el lecho violado.
No toquemos tijeras, agujas
O cualquier utensilio de metal. Un pájaro
En la jaula se debatía entre los alambres pequeños.
Jamás atribuyas tu sobresalto
A esta hoja de zinc desenfrenadamente arrastrada por las calles
Ni al estallido de las vidrieras.
El tren que pasa por las campiñas de la noche,
La despedida en el muelle, la mesa rodante que lleva
Al adormecido al quirófano, los telefonazos de la madrugada,
Estos árboles convulsos -no les atribuyas tu sobresalto.
Difícil es que oigamos la radio, la estática lo impide.
He aquí que los bichos de la casa buscan nuestra convivencia,
Se recuestan en la concavidad de algún mueble.
Si le damos al perro el juguete acostumbrado
No lo verá, con los ojos fijos en la imperceptible distancia.
Una joven procura abrigarse.
Una joven amamanta al hijo,
Más allá: el canal de aguas muertas,
Un silencioso caserío, el follaje amedrentado.
¿Qué intenta guardar este pastor o barquero
de manto morado? ¿Qué intenta guardar Giorgione de Castelfranco?
¿Qué vale guardar? ¿Qué nos importa guardar?
¿Qué nos importa?
El ruido es de silbidos y bocinas, en breve
escucharemos la lluvia,
Su ríspido timbre sobre los tejados,
En breve el curso de los ríos ha de correr cenagoso.
No es eso lo que temes, las nubes de fuego
se desvanecerán en el éter, la postrer ráfaga
Casi tranquilamente será sorbida por el sordo boyero.
Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo
a la generación del cuarenta y cinco
(Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).
La tempestad II. La caída de Babilonia
ISAÍAS
Así me habló el Señor:
"Pon una centinela
Para que anuncie lo que ha de ver.
Verá caballeros, dos a dos, en corceles,
Caballeros en jumentos,
Caballeros en camellos.
Y ha de mirar con atención, con gran atención".
Y me dijo la centinela:
"¡Cayó! ¡Babilonia cayó!
Y todas las estatuas de sus dioses
Han sido quebradas en la tierra".
CORO
Esta ciudad nocturna que fundamos:
Héla suspensa, cayendo, héla
Que naufraga en mar sin recuerdo.
Esta ciudad no es nuestra, no se pertenece,
Nocturna, frágil, a merced de las sombras.
Esta ciudad nocturna que fundamos.
UN CUALQUIERA
Construí mi casa, el dinero
Lo gané honradamente. Construí
Poco a poco, el húmedo olor del cemento
Era limpio y reconfortante. Ninguna duda en los documentos.
Es un amparo sentir el abrigo
De las paredes, ver estas cosas fieles
Que ha tanto me acompañan: la alfombra
Cuyo dibujo sé de memoria, la jícara
De loza añil que tiene una pequeña falla, el sereno
Rumor del reloj. Construí la casa
Para mí y para mis hijos.
ISAÍAS
¿Quién ha medido las aguas en el vacío de su mano,
Y ha estimado las distancias con el brazo,
Y ha pesado oteros y montañas en una balanza?
CORO
Nuestro lamento se hiergue en los muros de Babilonia.
Nuestra voz se confunde
Con el murmullo del Éufrates y del Tigris.
Estas aguas que se pierden, estos muros
Que vemos ilesos y vemos en escombros,
Este tropel que ha de tornar de la caza
Que corre ante nuestros ojos y que ya se fue.
Celebremos la innumerable alegoría,
Las manos que desde el vacío modelan el vacío,
Sólo un gesto sobre la arcilla inexistente.
Ebrios olleros y sus cántaros de sueño.
UN CUALQUIERA
Construí mi casa
Poco a poco, en terreno firme.
CORO
Lamentémonos, hermanos.
EL AEROMOZO
No se preocupe, señora.
Son eximios en el vuelo ciego. Llega a volverse
más seguro. No se atemorice, en pocos momentos
Bajaremos al aeropuerto. Descanse
y lea el Paris-Match.
LA PASAJERA
Sólo en tierra me sentiré segura. Sólo en tierra.
No puedo ver la revista. ¿Está seguro de que no hay peligro?
Sólo en tierra.
ISAÍAS
¿Quién ha pesado las montañas y los oteros en una balanza?
CORO
La mesa rodante que lleva al adormecido
al quirófano, aquellos silenciosos
Corredores. El manso rumor de las roldanas. En el zaguán,
de gusto banal, la familia aguarda el desenlace.
Doctor, ¿está usted seguro de que no hay peligro?
¿Qué ciudad hay libre del asedio?
¿De qué nos vale defender el Bósforo, si vencidos al fin seremos?
Toda la noche está poblada de incendios.
Caballeros, dos a dos,
Hombres de la guerra sobre nocturna planicie.
¡Cayó! ¡Babilonia cayó!
¿Quién ha pesado las montañas y los oteros en una balanza?
¿Qué podremos guardar? ¿Qué nos cumple guardar?
Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo
a la generación del cuarenta y cinco
(Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).
SI PENSARAS LA HISTORIA ...
Si pensaras la historia,
Qué apretado vacío en el silencio,
Todo apartándose,
La sonrisa del niño, el ruído del asedio,
Todo yermo-intangiblemente yermo.
BUSCAR LA ROSA
Buscar la rosa en la cumbre del peñasco,
La rosa superflua y esencial,
Perdida en los vientos agrestes,
En las cumbres sin fin,
Una rosa dádiva —
Y despreciar la muerte
Bajo el cielo azul.
VIENTO NOCTURNO
Viento nocturno, que arrebata y salva la primavera,
Viento de nubes perdidas,
De lejanos yermos. iJubiloso Funeral!
Y Keats y tantos otros, perdurando,
Mágicamente perdurando
Allende el oscuro invierno.
LAS CASAS
Las casas, precisas, tiradas a regla,
Equilibrio en el paisaje, tosca geometría
De triángulos siempre rojizos, de cuadriláteros,
Y yentanas apagando el día en sombra difusa.
Las casas, plantadas entre muros, entre la arboleda,
Sonoras— lejana bruma de gritos —
El lloro de un niño,
Melodía de mujer que humilde lava, lejos, como si ya fuera noche,
Y siéndolo, todas fundidas en la tiniebla,
Solitarias en las puertas, defendiendo una vida,
Mutismo de paredes, yertas al mismo musgo que las cubre,
Inconscientes de horizontes,
En un gesto pasivo de abandono,
Fieles, inagotables, haciendo volver el tiempo
En su ya imprescindible permanencia.
(De Elegia Diurna, Rio, 1947.}
EL CARTÓGRAFO
En el azul de ese mar distante
Pondré una nave como las que de allá me trajeron nuevas
De serpientes entre las algas
Que a la sombra de los mástiles igualmente voy dibujando
E incluso una diurna costa con verdes palmas,
Flores rojas, pájaros y lagartos
Que sean ornamento y nos hablen de lo raro.
Y más allá pondré un poblado de aborígenes
Y aún más allá, porque todo ignoramos,
Cúmpleme dejar la carta en blanco,
Sin palabras ni contornos,
Tan sólo indagación, casta y silenciosa,
Como la del papel en que escribo.
LOS SAURIOS
¿No os dije que había monstruos?
(Y tantos otros ignorados
O que la vista percibió apenas
Bajo las olas crespas y todavía más allá
De aquellas rocas que nos impiden ver.)
Trinquemos la puerta o hagamos un fuego bien vivo.
EL FORTíN
La ciudad, tranquila,
Subsiste en el comercio, las leyes y en el ocio.
No es porque fallen esos muros tenaces
Ni la artillería de seguro alcance
Por lo que en compartimentos y alcobas muchos mueren.
Tal vez mil años todavía vengan
Hasta que ruinas sean ya las losas.
HABLA DE LOS VIRREYES
Vivimos conforme a nuestra condición
A pesar de la vida deshonesta, la gota
Y otras máculas que suelen bastardear
El poder de que fuimos investidos.
De tal modo vivimos, procurando por encima de todo
Conservar intacta y creciente la virtud de la Corona,
Conscientes de que mucha reverencia debida nos es
Porque lo principal en nosotros
No se encuentra en la flaqueza humana
Ni siquiera cuando se mezcla con el solemne oficio de gobernar.
Así nos sostenemos y mantenemos en alta cuenta
Y por justa exigimos la obediencia,
El séquito y todo aquello que recta voluntad
Pusiese y dispusiese, nos sea concedido.
(De Raízes, Rio, 1957.)
LAS CIGARRAS
Siempre vuelven en diciembre
son otras
es otro el verano
entre las ramas que en vano intentan aprisionar la tarde
teñidas de ese rubor de sangre
de antaño de hoy de manaña
cuando nunca oiremos más el canto
agitando el ramaje
y el batir de alas en la sombra del jardín
bajo la traidora calma
que despliega la hora en el mundo exhausto.
EL CABRITO
Poblaste el paisaje griego
guardas un timbre c1ásico algo de conciso
ágil y joven —¿quién lo negaría -basta verte sobre los abismos
miedo ni vértigo
como la vida.
LA LECHUZA
Los ojos apenas
las negras pupilas
ceñidas por vidrio y por oro
una pregunta un grito
que reflejase el vértigo de la noche.
EL BAGRE
Eres casi barro
en la sombra de los ríos.
Cuando te suben a la superficie
palpitas
¿pez o víscera?
Eres casi náusea
en nuestros ojos
que violaran un secreto.
(De Bestiário, in «Três Livros», Rio, 1958.)
LUZ Y TINIEBLAS
Es de noche, estamos entre las sombras
y el ardor de la lámpara,
dos granos de arena en el inmenso mundo; la ventana nos muestra
Sirio, Orión, la Balanza—
poco me importan,
tú eres lo que contemplo, tu luz me aclara
el alma envuelta en tan oscuro manto.
Déjame ver tus ojos,
veré en ellos distancia aún más lejana
que la de aquellos fríos y nocturnos fuegos.
Ven a mis brazos,
he de sentir todo el pálpito de la primavera
como quien toca una flor.
DESPILFARRO
Mañana — tal vez la muerte,
mañana. ¿Por qué no?
¿Por qué, pregunto, desdeñar estos momentos?
El tiempo vive de robos,
nuestro tesoro no está tan seguro
que nos permita el despilfarro de no amar.
EL EMBLEMA
Si me pidieses un emblema para nuestro amor
yo te diría: vidrio.
Es con intenso fuego
como se forja la transparencia
y el brillo de un cáliz o un mortero.
EI vidrio no oculta nada y no se oxida
en las aguas del tiempo; el vidrio, enteramente fiel
ante las llamas.
Tal vez confieses que elegí un ejemplo demasiado frágil;
pero, ¿acaso nuestra mortal figura
resiste con mejor éxito a los golpes de la suerte?
(De O Encontro, in «Três Livros», Rio, 1958.)
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