Agustín Cadena (Ixmiquilpan, Estado de Hidalgo, México en el año de 1963) es narrador, poeta, autor de libros para niños y jóvenes, ensayista y traductor.
Nacido en una de las regiones más pobres de México, el Valle del Mezquital, Agustín Cadena se inició a los seis años de edad en la escritura de ficciones, gracias al estímulo de sus padres y sus maestros de educación básica. Al crecer en una población donde no había librerías, sus primeras lecturas siguieron un orden azaroso: eran libros no necesariamente para niños, como la Divina Comedia, que los mayores escondían de él por considerar que las ilustraciones de Gustave Doré eran demasiado fuertes en su representación del dolor y el castigo. Su madre lo inició en la lectura de Charles Dickens, y su padre en la de Víctor Hugo, autores a los que luego se sumarían León Tolstoy, Alexandre Dumas y Sir Walter Scott como favoritos. Esta fascinación por la literatura del siglo XIX le habría de durar a Cadena hasta la actualidad. Como logros tempranos, recibió el premio al alumno más destacado de su zona escolar, que consistía en una visita a la capital de México para recibir la felicitación personal del presidente de la República.
A los 16 años se integró al taller de narrativa de Amparo Dávila, que sería fundamental en su carrera de escritor. La maestra misma lo recomendó, ese mismo año, para empezar a publicar sus cuentos en el periódico Momento, de San Luis Potosí. En 1980 entro a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para estudiar letras inglesas. Ahí conoció a otros maestros que serían importantes en su vida, como Salvador Elizondo, Colin White y Vicente Quirarte. Hizo su tesis de licenciatura sobre la energía demoníaca en Cumbres borrascosas, de Emily Bronte. Después hizo la maestría en literatura comparada y se graduó con honores, con una tesis sobre la evolución del realismo desde Charles Dickens hasta José Revueltas.
Vida literaria
Desde 1990 comenzó a publicar regularmente en suplementos y revistas literarias: Excélsior, Uno más Uno, La Jornada, El Universal, El Día, El Financiero, El Nacional, La Crónica, Reforma, Novedades, Siempre!, Plural, Casa del Tiempo, Revista de la Universidad, Viceversa, Hoja por hoja y muchos otros. De 1990 a 1991 fue becario del Instituto Nacional de Bellas Artes en la rama de ensayo. Con las enseñanzas y el estímulo de Sandro Cohen comenzó a escribir crítica literaria y a trabajar en su poesía con miras a publicarla, lo cual tendría lugar en 1993 con Orgia de palomas. En 1992 viajó a Estados Unidos, donde estuvo enseñando español en el Austin College de Texas. De 1992 a 1993 fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, también en la rama de ensayo. Ninguna de estas obras fue publicada, pero este período marca el inicio de una intensa producción poética y sobre todo narrativa: novelas, relatos, minificciones, cuento infantil, novela juvenil, etcétera, que incluye ya casi veinte volúmenes.
Actualidad
Desde 2003 vive en Debrecen, Hungría, donde da clases de literatura mexicana y de historia de México, además de un taller permanente de narrativa, en la Universidad Lajos Kossuth.
Premios y reconocimientos
1990-1991. Becario del Instituto Nacional de Bellas Artes, en la rama de ensayo.
1992-1993. Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la
categoría de Jóvenes Creadores, en la rama de ensayo.
1992. Premio Nacional Universidad Veracruzana, en las ramas de ensayo y narrativa.
1998. Premio de los Juegos Florales de Lagos de Moreno, Jalisco, en la rama de cuento.
1998-1999. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo.
1998. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada.
2000. Premio Nezahualcóyotl, otorgado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo.
2001. Becario en el programa del FONCA para intercambios de residencias artísticas, en The Banff Centre for the Arts. (Canadá).
2002. Becario en el programa “Artes por todas partes”, del gobierno del Distrito Federal.
2003. Premio Nacional “Timón de Oro” para cuentos sobre el mar.
2004. Becario en el programa del FONCA para intercambios de residencias artísticas, en Venezuela.
2005. Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí.
2005. Premio Nacional de Cuento José Agustín.
2011. Premio Estatal de Poesía Efrén Rebolledo.
Obra más importantes
Poesía
Orgía de palomas. México: UNAM (col. El ala del tigre). 1993. ISBN 9683626742.
Primera sangre. México: UAM (col. Margen de poesía). 1995. ISBN 6706200452.
Cacería de brujas. México: Bonobos, (col. Oval). 2011. ISBN 9786078099153.
Relatos
Astillas y fragmentos. México: UNAM, (Confabuladores). 1997. ISBN 968-36-6146-7.
Fábulas del crepúsculo. México: Ficticia (Biblioteca de cuento Anís del Mono, Núm. 11). 2003. ISBN 968-5382-15-8.
Los pobres de espíritu. México: Nueva Imagen (Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, 2005). 2005. ISBN 970-24-0811-3.
Las tentaciones de la dicha. México: Editorial Jus (Col. Contemporáneos). 2010. ISBN 978-607-412-075-2.
Novelas
Cadáver a solas. México: Editorial Joaquín Mortiz (Serie Del Volador). 1996. ISBN 968-27-0681-5.
Tan oscura. México: Editorial Joaquín Mortiz (Serie Del Volador). 1999. ISBN 968-27-0774-9.
Obras infantiles
La guerra de los gatos. México: Editorial Progreso (Col. Rehilete). 2004.
Los iluminados. México: Editorial Progreso (Col. Rehilete). 2009.
Obras juveniles
Alas de gigante. México: Ediciones B. 2011. ISBN 978-607-480-115-6.
LA GORDA
Hoy pasó una voz por la ventana.
Creí que era la Gorda.
La Gorda era inmensa;
De sus pechos brotaban pichones
por toda la casa.
Hacia ellos corría el verano
como un niño de pudor oscuro.
Se oía en su vientre la música de las esferas.
Ella bastaba para poblar el mundo,
para contenerlo.
Dormía llenando la cama
y su sueño era un hervor de carne satisfecha.
Cuando era amante
su cuerpo cantaba como un globo de lluvia.
La Gorda iba por la calle
como una bestia de miel
en un jardín de juguete.
Cuánto he estirado mi tristeza
Para que su ausencia tenga sitio.
Génesis
La hija del hombre que mató a mi padre
es una niña blanca. Crece en su jardín
protegida por llamas que no ve.
Trepado en un árbol, disfrazado de serpiente
o de sapo, la miro sonreír.
La hija del hombre que mató a mi padre
no ha visto la noche ni ha tocado la tierra.
En sus ojos claros de niña blanca
mi odio se ha escondido como una abeja. La amo
sin cuchillos, sin fuego, sin armas
la amo. No la tocaría con mis manos duras.
Pero ha llegado mi turno: soy la flor de mi tribu.
La hija del hombre que mató a mi padre
está sentada devorando un toro.
Sus dedos rojos de niña blanca separan piel y tejidos,
desgarran, destrozan la carne con finura de blanca.
Entierra sus dientes como lo hacía su padre,
como lo hizo su abuelo.
La amo sin armas,
sin puños cerrados. Le haría un collar
con mis propios dientes. Pero en su sangre
brillan navajas y guarda en su seno
el eco de mil disparos. Hace un año
los ojos de un héroe le fueron servidos en una cazuela.
La hija del hombre que mató a mi padre
no tiene miedo.
Oye cómo se rompen los vidrios de sus ventanas
y piensa que son los gritos de las chachalacas.
No desconfía de mi disfraz de serpiente.
Aquí tengo, purísimo y duro,
el fruto que ha de morder.
Entonces sabrá por qué gritan las chachalacas
y por qué las yeguas patean las bardas.
Y entonces
su dios la arrojará del jardín
y los ojos de mi padre volverán a ver.
La ofrenda debida
Después de tantos años,
de tanto amarnos y extrañarnos,
son tan pocas las horas
que nos han sido prestadas.
Hoy pienso que me habría gustado, por ejemplo,
tener juntos una nuestra casa,
una tarde por lo menos, robada como todo.
Que en esa tarde nos sentáramos a la mesa
y yo te calentara las tortillas
y tú me pasaras la sal o la salsa.
Oír un nuestro perro ladrando a los paseantes
Esperar juntos
el atardecer en la barda de piedra rosa
con el juego de las sombras del follaje
y el susurro de los álamos, tan triste.
Verte en pijama —nunca te he visto en pijama.
Saber de tus cólicos menstruales.
Que me pegaras un botón de la camisa
y yo fuera a traerte algo a la farmacia.
Estoy triste, este día,
por este amor que se quedó niño.
Que se hizo viejo siendo niño.
Que no conocerá ni la resequedad ni la rutina
ni la decrepitud ni el frío ni el hastío,
pero tampoco la mesa ni el sueño compartido.
Y hasta podría terminar estas líneas
diciendo que, al final, muy al final,
estos amores que viven a la sombra
son también grandes amores.
Pero aquí no se trata de hacer poesía,
sino de llamar al pan “pan”,
y a lo que no pudo ser “puta madre, no pudo ser”.
Y ya.
Es todo.
C’est tout.
That’s all.
Empleada bancaria
La sacerdotisa del dinero,
que en la baraja de la lujuria
está entre dos columnas de Wall Street,
sostiene en su fragante regazo
una esmeraldina cuenta de cheques.
Oficia todos los días,
de lunes a viernes
y de nueve de la mañana a tres de la tarde,
salvo días festivos.
El lunes, santo de las monedas de plata,
de la divina Onza Troy, virgen y mártir,
oficia con blazer blanco.
Sus hábitos se repiten cada semana,
según marca el santoral del dinero.
Como sacerdotisa que es
cuida bien los objetos del culto:
sus dientes reciben continuas abluciones
gracias a las cuales mantiene su sonrisa,
su expresión amable, dulce, descarada.
La sacerdotisa del dinero
tiene su templo cerca de mi casa,
un templo lleno de luz y de plantas
y de sacras computadoras.
Becerro de Oro,
Dios Acuñado,
ídolo de la ese y su vertical,
quién fuera tu feligrés
para morder ese pan de comunión,
degustar el vino que guarda
el cáliz numismático de tu sacerdotisa.
La ciega
La sombra, con sus uñas,
descascaró la realidad.
El mundo, de otro mundo,
como la piel de una muñeca
se desprendió.
Sólo eso que es verdad
siguió visible.
Pareciera que contempla algo y, tal vez,
con el alma, sí contempla.
En el cielo de sus ojos
el viento del deseo agita,
enturbia esas nubes suyas.
La dentista
Tiende su telaraña en ciertas accesorias,
en las ventanas altas de algunos edificios;
desde allí te acecha con su letrero azul y blanco,
su puerta cancel, su cédula profesional.
Con largas patas de metal, dentadas,
cubiertas de acerados vellos,
te atrapa en su silla: el centro de la telaraña.
Te inyecta su veneno
para que no puedas moverte.
Te paraliza, te somete.
Te dejas hacer todo,
incapaz de apartar la vista
de sus bellos ojos letales,
de sus pechos que se mecen sobre tu cuerpo
bajo la bata blanca,
irradiando hasta ti su aroma de láctea xylocaína.
La dentista conoce sus poderes.
Cuando por fin te deja libre,
se quita el tapabocas y sonríe;
sabe que no podrás dejar de verla,
ya no tienes cómo resistirte a sus encantos.
La cita
es para la próxima semana.
Una mujer convida a otra a su cama
Una mujer convida a otra a su cama.
Lo que hacen ellas es como la noche
que se encuentra con el agua:
azul sobre azul y azul en negro.
Entrañar esa carne que respira en luz
más allá del cuerpo.
Un abismo despeñado en otro:
sólo ellas han podido vislumbrarlo.
Su amor es quizá
demasiado día para las tinieblas del hombre.
Ahí estará, lejos,
como la casa que nunca habitaremos.
Hay amores así
como hay perfumes nocturnos
y las flores que los dan
mueren de día.
Niña muerta
Cuando una mujer muere niña,
antes que su corazón intuya al hombre,
las flores que iban a adornarla
se vuelven blancas
y si iban a ser blancas
se vuelven rojas.
Las lágrimas que tendría de mujer
se derraman en aromas.
Cuando una niña muere
antes de saber que era de carne,
el cadáver alumbra el cajón
como una roja flor de luz.
Porque ella no cayó nunca en la tierra,
no tuvo que ver con alas ni serpientes.
No salió nunca del Jardín.
La mamacita del barrio
Por la escalera de la vecindad viene bañada.
El aroma de sus cabellos húmedos
se mezcla en el aire con un olor de arroz frito
que sale de las ventanas,
se enreda con los perfumes de las macetas
que se alinean pegadas a los muros
en ambos lados del larguísimo patio.
La minifalda guiña el ojo
con cada escalón que baja.
Princesa rosa de algodón de azúcar,
sirena de los charcos de la cuadra,
iridiscente lamia de quinto patio y matiné dominical,
pantera de charol.
¿Qué le has hecho al boxeador,
que ya no gana ni en reyertas de cantina?
¿Qué le diste al as de los billares,
que en las noches llega borracho
y delirando con el aura rolliza de tus muslos?
Termina por fin de bajar la escalera.
Los tacones cantan por el pasillo.
Esas paredes viejas le dan escalofríos.
Alguien le chifla desde el fondo.
Antes de salir a la calle
se detiene en el zaguán, se echa en la boca un chicle
y le da un beso a su medalla.
Mujer adúltera
Cuando la sorprendieron
aún eruptaban sus labios hilos de semen.
Fue tanto el placer y tanta la dicha
que todavía, al recordarlo,
es capaz de sonreír,
sólo un instante antes de que otra piedra
lanzada con especial inquina,
le haga tragar sus propios dientes.
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