lunes, 5 de septiembre de 2011

HERBERTO HÉLDER [4.615]




Herberto Hélder de Oliveira 


(Funchal, Madeira, 23 de noviembre de 1930 - Cascaes, 23 de marzo de 2015) ,fue un periodista, bibliotecario, traductor, poeta y escritor portugués.

Hélder estaba considerado como uno de las mayores poetas de la lengua portuguesa de nuestro tiempo.


Frecuentó la Facultad de Letras de Lisboa, habiendo trabajado en Lisboa como periodista, bibliotecario, traductor y presentador de programas de radio. 
Es uno de los poetas más originales en lengua portuguesa. Es una figura algo misteriosa porque se abstiene de dar entrevistas y recibir premios. En 1994 recibió el Premio Pessoa, que rechazó. 
Su producción escrita comenzó por situarse en el ámbito de un pos-surrealismo y en la década de 1960 acompañó el movimiento del concretismo. Escribió Os passos em Volta, Photomaton e Vox y Poesia Toda. Este último título es una antología personal de sus libros de poesía que ha sido depurada a lo largo de los años. En cada edición esta antología se vuelve más reducida. 
Su lenguaje poético tiene que ver con la alquimia. 

Obras 


Poesía 

Poesia – O Amor em Visita (1958) 
A Colher na Boca (1961) 
Poemacto (1961) 
Retrato em Movimento (1967) 
O Bebedor Nocturno (1968) 
Vocação Animal (1971) 
Cobra (1977) 
O Corpo o Luxo a Obra (1978) 
Photomaton & Vox (1979) 
Flash (1980) 
A Cabeça entre as Mãos (1982) 
As Magias (1987) 
Última Ciência (1988) 
Do Mundo (1994) 
Poesia Toda (1º vol. de 1953 a 1966; 2º vol. de 1963 a 1971) (1973) 
Poesia Toda (1ª ed. en 1981) 
Ou o Poema Contínuo(2001) 
(O el poema continuo. Traducción de Jesús Munárriz. Edición bilingüe. Madrid, Hiperión, 2006. ISBN: 978-84-7517-852-3) 

Ficción 

Os Passos em Volta (1963) 
(Los pasos en torno. Traducción española de Ana Márquez. Madrid, Ediciones Hiperión, 2004. ISBN: 978-84-7517-779-3) 
Apresentação do Rosto (1968) 





La veo crisparse con mi imagen 
insertada. Y escribo: 
“Cuando yo muera” –irguiendo ese espejo 
en tamaño de espuma. 
Como si fuera la belleza, la transfusión amarga, 
el soplo boca a boca 


• 

Vejo-a crispar-se com a minha imagen 
inserida. E escrevo: 
“Quando eu morrer” –erguendo esse espelho 
em tamanho de espuma. 
Como se fosse a beleza, a transfusão amarga, 
o sopro boca a boca 

• 


Tras atravesar altas piedras preciosas, 
salía a arder. 
Aparecía en llaga de cuerpo entero. 
Era ahora una estrella carbonizada, una aterradora estrella 
de grandeza principal, 
vista desde la tierra. 


• 

Depois de atravesar altas pedras preciosas, 
saía a arder. 
Aparecía em chaga de corpo inteiro. 
Era agora uma estrela carbonizada, uma aterradora estrela 
de grandeza principal, 
quando se olhava da terra. 

de Última Ciência, Poesia Toda 
(TRADUCCIÓN: León Félix Batista) 



[PRIMERAS INCISIONES] 

… una vez el discurso fue la mano 
se partía siempre de un entusiasmo arbitrario 
era ése el "espíritu" el "destino" del lenguaje 
ahora estamos viendo las palabras como posibilidades 
de respiración digestión dilatación movición 
experimentamos la pequeña posibilidad de una inflexión caliente 
"ellas están andando por sí mismas" exclama alguien 
hablando andando unas con otras 
hablando unas con otras 
están lanzadas por ahí para guiñar el ojo y tener inteligencia 
por todas partes 
surgiriendo oblicuamente que se reportan 
a un nuevo universo al cual es posible asistir 
"ver" 
como se ve lo que comporta una cierta inflexión 
de voz 
es una especie de cine de las palabras 
o una forma de vida espantosamente juvenil 
puede que vayan a destruirnos bajo el título 
"los autómatas invaden" pero invaden el qué? 

(Versos citados en ‘Cortar y pegar’, de GONZALO ABRIL) 



No sé como decirte 

No sé como decirte que mi voz te busca 
Y la atención comienza a florecer, cuando sucede una noche 
Espléndida y colosal. 
No sé que decir, cuando lejanamente tus muñecas 
Se llenan de un brillo luminoso 
Y te estremeces como un pensamiento íntimo. Cuando, 
Iniciado en el campo, el centeno inmaduro se ondula tocado 
Por el presentir de un tiempo distante, 
Y en la tierra crecida los hombres entonan una vendimia 
- yo no se como decirte que cientos de ideas, 
Dentro de mí, te buscan. 

Cuando las hojas de la melancolía arremeten contra los astros 
Al lado del espacio 
Y el corazón es una semilla inventada 
En su fondo oscuro y en su huracán diario, 
Tú arrebatas los caminos de mi soledad 
Como si toda la casa ardiese descansando en la noche. 
- Y entonces no sé que decir 
Junto a la taza de piedra de tu silencio tan joven. 
Cuando los niños despiertan sobrecogidos en la luna 
De donde caen a veces en medio del tiempo 
- no se como decirte que la pureza, 
Dentro de mí, te busca. 

Durante la primavera entera aprendo 
Los tréboles, el agua sobrenatural, el leve y abstracto 
Correr del espacio - 
Y pienso que voy a decir algo con sentido, 
Pero cuando la sombra cae de la ávida curva 
De mis labios, siento que me faltan 
Un girasol, una piedra, un ave - cualquier cosa extraordinaria. 

Porque no se como decirte sin milagros 
Que dentro de mí está el sol, el fruto, 
El niño, el agua, el dios, la leche, la madre, 
El amor, 

Que te buscan. 



Historia 

El señor del monóculo 
Usaba una boca desdeñosa 
Y en la botonera, la insolencia 
De una rosa. 

Era el poeta. 

Cuando pasaba 
-figura sutil y correcta, 
toda la gente decía 
que era el poeta. 

-Era, por tanto, el poeta… 

Mas un día 
El señor del monóculo 
Quebró el monóculo, 
Guardó la boca desdeñosa 
Y olvidó en la mesa de cabecera 
La flor que puso en la botonera, 
La insolente rosa… 

Entró en las tabernas y bebió, 
Ciñó el cuerpo de las prostitutas 
Jugó a los dados y perdió, 
Dio la mano a los operarios, 
Besó todos los calvarios 
-y aprendió. 

Y el mundo, 
Que lo llamaba poeta, 
Olvidó; 
Y cuando lo veía pasar 
Se limitaba a exclamar: 
-el vagabundo! 

Mas el señor del antiguo monóculo, 
De la antigua figura sutil y correcta, 
Sentía voces dentro de sí, 
Voces de júbilo que decían: 
-es el poeta! Es el poeta!... 

[Herberto Helder (entre 1948 y 1952)] 



Yo no duermo, apenas respiro como la raíz sombría 
de los astros: raya la laceración sangrienta, 
estancada entre el sexo 
y la garganta. Yo nunca 
duermo, 
con la herida de mi propio sueño. 
A veces muevo las manos para sostener la luz que salta 
de la boca. O la vena negra que irrumpe de esa estrella 
salvaje implantada 
en medio de la carne, como en el fondo de la noche 
el agujero fuerte 
de la sangre. La vena que me corta de punta a punta, 
que arrastra todo lo oscuro del mundo 
hacia la cabeza. A veces muevo los dedos como si las uñas 
se iluminasen. 
Pero nunca duermo entre mis brazos 
palpitantes 
como grandes carótidas 
que alimenten la belleza y rapidez del rostro sobre 
músculos cerrados. 
Mientras el sol rompe las membranas 
de los espejos: no bailo, no 
duermo, no respiro más que la tierra cuarteada por las llamas 
lunares. 
No trabajo tanto como el verano de la sangre 
bajo el pelo 
bajo 
de los animales, su elegancia violenta, 
el alimento. 
Hay días en que las manos se mueven por sí mismas, 
mal tocando en las grietas 
el temblor hirsuto de una cometa clavado desde la espalda 
a las sábanas. Nunca sé 
dónde está la noche: una sala como un párpado negro 
separa 
la presa de la luz que soporta la tierra. 
- Ahora, la hondura de un 
laboreo aéreo, el aliento, una piedra con mi tamaño 
cubierto 
de poros, o tendones ligando 
archipiélagos límpidos 
en la penumbra. Estos, 
los oscuros fulcros de la locura. 
Alguien debería tocarme para sentir que estoy vivo, 
que soy 
una estaca atravesada por la sangre, y de ella revientan 
por ejemplo: ascuas. Esto es una fábrica de demencia: 
palabras 
donde se maniobra la púrpura, donde 
el aroma que mata asciende de jardines construidos 
levemente 
en la oscuridad. Y una imagen cierra 
todo lo que se cierra: cuartos, 
días sobre sí mismos, las frutas redondas por virtud 
de su dulzura interna. Cuando las voces 
feroces se desencovan, la tierra 
se mueve como un músculo encharcado entre la boca 
y el corazón que no duerme 
nunca. - Y todas mis vísceras son 
inocentes. 

[ de O el poema continuo, 2001] 
Traducido por Raúl Quinto 


Quería tocar la cabeza de un leopardo loco, su lujo 
mandibular. Sentir que los dedos se volvían 
de granito. Sentir que la deslumbrante 
resaca de pelo 
bajo me arrebataba furiosamente los cinco dedos. 
Como cinco balas de granito. 
Una estrella voltaica. 
Y tragarla. Y que de pronto toda aquella púrpura nocturna 
entrara dentro de mí, de la mano a la cara. 
O una herida que me cogiera de pierna a pierna. 
Que entrara en mí 
la fábula de la demencia y de la animal 
elegancia. Sé que la sangre me puntúa, y me estremezco 
de poro a poro 
con tanto oro sudado que me envenena. 

Sé que toco. 
Que hay una combustión en las partes sexuales 
de mi muerte. Y si miro ese espejo exhalado 
de mí mismo, veo 
perlas, la anestesia de las perlas. Pero 
el fósforo se precipita donde 
se enfría la carne, y se vuelve ligera. Y un dolor 
instrumental, mi propia música 
descubierta, me atrapa como el sonido atrapa 
los tubos de un órgano. 

Y entonces ninguna razón me oscurece más allá del crimen, 
de la metáfora directa 
de un leopardo alunado como una joya. Y él levanta 
su constelación craneal. Su boca avanza, límpida 
llaga 
hasta mi rostro. Y en este espejo de las cosas de repente 
unidas todas, me besa por dentro hasta 
el corazón. 
En el centro. 
Donde se muere el silencio central 
de la tierra. 

[de Última ciencia, 1988] 
Traducido por Raúl Quinto



Amor en visita

Dame una joven mujer con su lira de sombra
y su arbusto de sangre. Con ella
encantaré a la noche.
Dame una hoja viva entre la hierba, una mujer.
Sus hombros besaré, la piedra pequeña
de la sonrisa de un momento.
Mujer casi eterna, mas con la gravedad
de dos senos, con el peso lúbrico y triste
de la boca. Sus hombros besaré.

¿Cantar? Largamente cantar,
Una mujer con quien beber y morir.
Cuando vaya a abrirse el instinto de la noche y un ave
cruce sesgada por un grito marítimo
y el pan sea invadido por las olas,
su cuerpo arderá mansamente bajo mis ojos palpitantes,
imagen inaccesible y casta de cierto pensamiento
de alegría, de impudor.

Su cuerpo arderá para mí
sobre un manto marcado por flores con agua.
¡Ah!, en cada mujer existe una muerte silenciosa;
y mientras el dorso representa, bajo nuestros dedos,
el estribillo de la melodía,
la muerte sube por los dedos, navega en la sangre,
se deshace en embriaguez dentro del corazón hambriento.
Oh zorra en el viento y en el brezo, mujer desnuda
bajo las manos, mujer de vientre escarlata donde pone la sal el espíritu,
mujer de pies en lo blanco, portadora
de la muerte y la alegría.

Dame una mujer nueva en la resina
y en el olor de la tierra.
Con una flecha en mi costado, cantaré.

Y mientras brota de mi carne una vid de sangre,
cantaré su sonrisa ardiendo,
sus pechos de pura sustancia,
la curva caliente de sus cabellos.
Beberé su boca, para después cantar la muerte
y la alegría de la muerte.

Dame un torso doblado por la música, el ligero
cuello de una planta,
donde una llama comienza a florecer el espíritu.
A la luz de su cara se moverán las aguas,
dentro de su rostro estará la piedra de la noche.
–Entonces cantaré la exaltante alegría de la muerte.

No siempre me queman el despertar de las hierbas y la estrella
despeñada de su órbita viva.

Pero tú me incendias siempre.
Olvido el arbusto impregnado de silencio diurno, la noche
imagen pungente
con su Dios vencido y elevado.
Pero no te olvidan mis corazones de sal y de ternura.

Atonta mi aliento con la sombra,
tu boca penetra mi voz como la espada
se pierde en el arco.
Y cuando congela la fuente en su distancia amarga,
la luna marchita, el paisaje vuelve al vientre, el tiempo
se desfibra: invento para ti la música, la locura
y el mar.

Toco el peso de tu vida, la carne que fulge, la sonrisa,
la inspiración.
Y sé que cercaste los pensamientos con mesa y lira.
Voy hacia ti con la belleza oculta,
el cuerpo iluminado por largas luces.
Digo: soy la belleza, su rostro y su durar. Tus ojos
se transfiguran, tus manos descubren
la sombra de mi cara. Tomo tu cabeza
luminosa y áspera, y digo: ¿escuchas, mi amor?, soy
aquello que se espera para las cosas, para el tiempo:
yo soy la belleza.
Entera, tu vida lo desea. Para mí se yerguen
tus ojos distantes. Perduras en mi velada belleza.

Entonces me siento en tu mesa. Porque es de ti
de quien me viene el fuego.
No hay gesto o verdad donde no durmieran
tu noche y locura,
no hay vendimia o agua
en que no estuvieras posando el silencio creador.
Digo: mira, es el mar y la isla de los mitos
originales.
Me das el alimento, abres en la vastedad de la tierra
la carne trascendente. Y en ti
principian el mar y el mundo.

Mi memoria pierde en su espuma
la señal y la viña.
Plantas, animales, aguas crecerán como una religión
sobre la vida; y en eso demoré
mi frágil instante. Pero
tu silencio de fuego y leche repone
la fuerza maternal, y todo circula entre tu soplo
y tu amor. Las cosas nacen de ti
como las lunas nacen de los campos fecundos,
los instantes principian en tu ofrenda
como las guitarras extraen su comienzo de la música nocturna.

Más inocente que los árboles, más vasta
que la piedra y la muerte,
la carne crece en su espíritu abstracto y ciego,
pinta la aurora pobre,
insiste de violencia la inmovilidad acuática.
Y los astros se quiebran en luz sobre
las casas, la ciudad se arrebata,
los animales alzan sus ojos dementes,
arde la madera para que todo cante
por tu poder escondido.
Con mi cara llena de tu espanto y belleza,
sé cuánto eres el íntimo pudor
y el agua original de otros sentidos.

Comienza el tiempo en que la mujer comienza,
es su carne que del minuto oscuro y muerto
vuelve a la luz.
En la muerte vuelve a hervir el vino, y la promesa pinta los párpados
con una imagen.
Espero el momento con la cara pasmada junto a tu pecho
de silencio y sal, concibo para mi serenidad
una idea de piedra y de blancura.
Eres tú que me recibes en tu sonrisa, que escuchas,
que te alimentas de deseos puros.
Y se une al viento el espíritu, se diluye la aureola,
la sombra canta bajo.

Comienza el tiempo en que la boca se deshace en la luna,
en que la belleza que transportas como un peso arduo
se quiebra en gloria junto a mi costado
martirizado y vivo.
Para consagrar la noche alzaré un violín,
besaré tus manos fecundas, y en la madrugada
ofreceré mi voz confundida con la tuya.

Oh teoría de los instintos, don de la inocencia,
copa para beber la perturbada intimidad
en que me acoges.

Comienza el tiempo en la insoportable ternura
con que te adivino, el tiempo en que
el incierto dolor envuelve al barro y a la estrella, en que
el encanto ata ave y trébol. Y en su medida
ingenua y cara, lo que presiente el corazón
encaja su contorno de lumbre a la distancia.
Bueno será el tiempo, bueno será el espíritu,
buena será nuestra carne presa y morosa.
–Comienza el tiempo en que se une la vida
a nuestra vida breve.

Estás profundamente en la piedra y la piedra en mí, oh urna
salina, imagen cerrada en su fuerza y pungencia.
Y lo que se pierde de ti, como espíritu de música marchito
en torno a las violas, la muerte que no beso,
la hierba incendiada que se derrama en la íntima noche
–lo que se pierde de ti, mi voz lo renueva
en una suerte de plata viva.

Cuando el fruto sostiene un instante toda la eternidad
estoy en el fruto como sol
y deshecha piedra, y eres el silencio, la cerrada
matriz de placer sumo y vivo.
Y las aves mueren para nosotros, los luminosos cálices
de las nubes florecen, la resina pinta
la estrella, el aroma distancia al barro rojo de la mañana.
Y estás en mí como la flor en la idea
y el libro en el espacio triste.

Si te aprendieran mis manos, forma del viento
en la cebada pura, de ti volverían llenas
mis manos sin nada. Si una vida durmieras
en mi espuma,
¿qué frescura indecisa quedaría en mi sonrisa?
Sin embargo, eres tú que andarás en la materia
de mi boca, serás un árbol
durmiendo y despertando donde mi sangre existe.

Besar tus ojos será morir por la esperanza.
Ver en el aro de fuego de la entrega
tu carne de vino rozada por el espíritu de Dios
será crearte para la luz de mis pulsos e instante
de mi perpetuo instante.
Debo rasgar mi cara para que tu cara
se llene de un minuto sobrenatural,
debo murmurar cada cosa del mundo
hasta que seas el incendio de mi voz.

Las aguas que un día nacerán donde marcaste el peso
joven de la carne, aspiran largamente
nuestra vida. Las sombras que rodean
el éxtasis, los animales que llevan al fin del instinto
su bárbaro fulgor, el rostro divino
impreso en el lodo, la casa muerta, la montaña
inspirada, el mar, los centauros del crepúsculo:
aspiran largamente nuestra vida.

Por eso es que estamos muriendo en la boca
uno del otro. Por eso es que
nos deshacemos en el arco del verano, en el pensamiento
de la brisa, en la sonrisa, en el pez,
en el cubo, en el lino, en el mosto abierto
–en el amor más terrible que la vida.

Beso el peldaño y el espacio. Mi deseo lleva
el perfume de tu noche.
Murmuro tus cabellos y tu vientre, oh la más desnuda
y blanca de las mujeres. Corren en mí el lacre
y el alcanfor, descubro tus manos, se alza tu boca
al círculo de mi ardiente pensamiento.
¿Dónde está el mar? Aves ebrias y puras que vuelan
sobre tu inmensa sonrisa.
En cada espasmo moriré contigo.

Y le pido al viento: trae del espacio la luz inocente
del brezo, un silencio, una palabra;
trae de la montaña un pájaro de resina, una luna
roja.
Oh amados caballos con flor de retama en los ojos nuevos,
casa de madera en la llanura,
ríos imaginados,
espadas, danzas, supersticiones, cánticos, cosas
maravillosas de la noche. Oh mi amor,
en cada espasmo moriré contigo.

De mi reciente corazón la vida entera sube,
el pueblo renace,
el tiempo gana al alma. Mi deseo devora
la flor del vino, envuelve tus caderas con la espuma
de crepúsculos y cráteres.

Oh pensada corola de lino, mujer que el hambre
encanta por la noche equilibrada, imponderable:
en cada espasmo moriré contigo.

Y en la alegría diurna abro las manos. Se pierde
entre la nube y el arbusto el aroma acre y puro
de tu entrega. Animales se inclinan
hacia dentro del sueño, se levantan rosas respirando
contra el aire. Tu voz canta
el jardín y el agua – y yo camino por las calles frías con
el lento deseo de tu cuerpo.
En ti besaré la vida inmensa, y en cada nuevo espasmo
yo moriré contigo.

 versión del poeta y narrador Abraham Ibáñez




O AMOR EM VISITA

Dai-me uma jovem mulher com sua harpa de sombra
e seu arbusto de sangue. Com ela
encantarei a noite.
Dai-me uma folha viva de erva, uma mulher.
Seus ombros beijarei, a pedra pequena
do sorriso de um momento.
Mulher quase incriada, mas com a gravidade
de dois seios, com o peso lúbrico e triste
da boca. Seus ombros beijarei.

Cantar? Longamente cantar,
Uma mulher com quem beber e morrer.
Quando fora se abrir o instinto da noite e uma ave
o atravessar trespassada por um grito marítimo
e o pão for invadido pelas ondas,
seu corpo arderá mansamente sob os meus olhos palpitantes
ele – imagem inacessível e casta de um certo pensamento
de alegria e de impudor.

Seu corpo arderá para mim
sobre um lençol mordido por flores com água.
Ah! em cada mulher existe uma morte silenciosa;
e enquanto o dorso imagina, sob nossos dedos,
os bordões da melodia,
a morte sobe pelos dedos, navega o sangue,
desfaz-se em embriaguez dentro do coração faminto.
– Ó cabra no vento e na urze, mulher nua sob
as mãos, mulher de ventre escarlate onde o sal põe o espírito,
mulher de pés no branco, transportadora
da morte e da alegria.

Dai-me uma mulher tão nova como a resina
e o cheiro da terra.
Com uma flecha em meu flanco, cantarei.

E enquanto manar de minha carne uma videira de sangue,
cantarei seu sorriso ardendo,
suas mamas de pura substância,
a curva quente dos cabelos.
Beberei sua boca, para depois cantar a morte
e a alegria da morte.

Dai-me um torso dobrado pela música, um ligeiro
pescoço de planta,
onde uma chama comece a florir o espírito.
À tona da sua face se moverão as águas,
dentro da sua face estará a pedra da noite.
– Então cantarei a exaltante alegria da morte.

Nem sempre me incendeiam o acordar das ervas e a estrela
despenhada de sua órbita viva.

– Porém, tu sempre me incendeias.
Esqueço o arbusto impregnado de silêncio diurno, a noite
imagem pungente
com seu deus esmagado e ascendido.
– Porém, não te esquecem meus corações de sal e de brandura. 

Entontece meu hálito com a sombra,
tua boca penetra a minha voz como a espada
se perde no arco.
E quando gela a mãe em sua distância amarga, a lua
estiola, a paisagem regressa ao ventre, o tempo
se desfibra – invento para ti a música, a loucura
e o mar.

Toco o peso da tua vida: a carne que fulge, o sorriso,
a inspiração.
E eu sei que cercaste os pensamentos com mesa e harpa.
Vou para ti com a beleza oculta,
o corpo iluminado pelas luzes longas.
Digo: eu sou a beleza, seu rosto e seu durar. Teus olhos
transfiguram-se, tuas mãos descobrem
a sombra da minha face. Agarro tua cabeça
áspera e luminosa, e digo: ouves, meu amor?, eu sou
aquilo que se espera para as coisas, para o tempo –
eu sou a beleza.
Inteira, tua vida o deseja. Para mim se erguem
teus olhos de longe. Tu própria me duras em minha velada beleza.

Então sento-me à tua mesa. Porque é de ti
que me vem o fogo.
Não há gesto ou verdade onde não dormissem
tua noite e loucura,
não há vindima ou água
em que não estivesses pousando o silêncio criador.
Digo: olha, é o mar e a ilha dos mitos
originais.
Tu dás-me a tua mesa, descerras na vastidão da terra
a carne transcendente. E em ti
principiam o mar e o mundo.

Minha memória perde em sua espuma
o sinal e a vinha.
Plantas, bichos, águas cresceram como religião
sobre a vida – e eu nisso demorei
meu frágil instante. Porém
teu silêncio de fogo e leite repõe
a força maternal, e tudo circula entre teu sopro
e teu amor. As coisas nascem de ti
como as luas nascem dos campos fecundos,
os instantes começam da tua oferenda
como as guitarras tiram seu início da música nocturna.

Mais inocente que as árvores, mais vasta
que a pedra e a morte,
a carne cresce em seu espírito cego e abstracto,
tinge a aurora pobre,
insiste de violência a imobilidade aquática.
E os astros quebram-se em luz sobre
as casas, a cidade arrebata-se,
os bichos erguem seus olhos dementes,
arde a madeira – para que tudo cante
pelo teu poder fechado.
Com minha face cheia de teu espanto e beleza,
eu sei quanto és o íntimo pudor
e a água inicial de outros sentidos.

Começa o tempo onde a mulher começa,
é sua carne que do minuto obscuro e morto
se devolve à luz.
Na morte referve o vinho, e a promessa tinge as pálpebras
com uma imagem.
Espero o tempo com a face espantada junto ao teu peito
de sal e de silêncio, concebo para minha serenidade
uma ideia de pedra e de brancura.
És tu que me aceitas em teu sorriso, que ouves,
que te alimentas de desejos puros.
E une-se ao vento o espírito, rarefaz-se a auréola,
a sombra canta baixo.

Começa o tempo onde a boca se desfaz na lua,
onde a beleza que transportas como um peso árduo
se quebra em glória junto ao meu flanco
martirizado e vivo.
– Para consagração da noite erguerei um violino,
beijarei tuas mãos fecundas, e à madrugada
darei minha voz confundida com a tua.

Oh teoria de instintos, dom de inocência,
taça para beber junto à perturbada intimidade
em que me acolhes.

Começa o tempo na insuportável ternura
com que te adivinho, o tempo onde
a vária dor envolve o barro e a estrela, onde
o encanto liga a ave ao trevo. E em sua medida
ingénua e cara, o que pressente o coração
engasta seu contorno de lume ao longe.
Bom será o tempo, bom será o espírito,
boa será nossa carne presa e morosa.
– Começa o tempo onde se une a vida
à nossa vida breve.

Estás profundamente na pedra e a pedra em mim, ó urna
salina, imagem fechada em sua força e pungência.
E o que se perde de ti, como espírito de música estiolado
em torno das violas, a morte que não beijo,
a erva incendiada que se derrama na íntima noite
– o que se perde de ti, minha voz o renova
num estilo de prata viva.

Quando o fruto empolga um instante a eternidade
inteira, eu estou no fruto como sol
e desfeita pedra, e tu és o silêncio, a cerrada
matriz de sumo e vivo gosto.
– E as aves morrem para nós, os luminosos cálices
das nuvens florescem, a resina tinge
a estrela, o aroma distancia o barro vermelho da manhã.
E estás em mim como a flor na ideia
e o livro no espaço triste.

Se te apreendessem minhas mãos, forma do vento
na cevada pura, de ti viriam cheias
minhas mãos sem nada. Se uma vida dormisses
em minha espuma,
que frescura indecisa ficaria no meu sorriso?
– No entanto és tu que te moverás na matéria
da minha boca, e serás uma árvore
dormindo e acordando onde existe o meu sangue.

Beijar teus olhos será morrer pela esperança.
Ver no aro de fogo de uma entrega
tua carne de vinho roçada pelo espírito de Deus
será criar-te para luz dos meus pulsos e instante
do meu perpétuo instante.
– Eu devo rasgar minha face para que a tua face
se encha de um minuto sobrenatural,
devo murmurar cada coisa do mundo
até que sejas o incêndio da minha voz.

As águas que um dia nasceram onde marcaste o peso
jovem da carne aspiram longamente
a nossa vida. As sombras que rodeiam
o êxtase, os bichos que levam ao fim do instinto
seu bárbaro fulgor, o rosto divino
impresso no lodo, a casa morta, a montanha
inspirada, o mar, os centauros do crepúsculo
– aspiram longamente a nossa vida.

Por isso é que estamos morrendo na boca
um do outro. Por isso é que
nos desfazemos no arco do verão, no pensamento
da brisa, no sorriso, no peixe,
no cubo, no linho, no mosto aberto
– no amor mais terrível do que a vida.

Beijo o degrau e o espaço. O meu desejo traz
o perfume da tua noite.
Murmuro os teus cabelos e o teu ventre, ó mais nua
e branca das mulheres. Correm em mim o lacre
e a cânfora, descubro tuas mãos, ergue-se tua boca
ao círculo de meu ardente pensamento.
Onde está o mar? Aves bêbedas e puras que voam
sobre o teu sorriso imenso.
Em cada espasmo eu morrerei contigo.

E peço ao vento: traz do espaço a luz inocente
das urzes, um silêncio, uma palavra;
traz da montanha um pássaro de resina, uma lua
vermelha.
Oh amados cavalos com flor de giesta nos olhos novos,
casa de madeira do planalto,
rios imaginados,
espadas, danças, superstições, cânticos, coisas
maravilhosas da noite. Ó meu amor,
em cada espasmo eu morrerei contigo.

De meu recente coração a vida inteira sobe,
o povo renasce,
o tempo ganha a alma. Meu desejo devora
a flor do vinho, envolve tuas ancas com uma espuma
de crepúsculos e crateras.

Ó pensada corola de linho, mulher que a fome
encanta pela noite equilibrada, imponderável –
em cada espasmo eu morrerei contigo. 

E à alegria diurna descerro as mãos. Perde-se
entre a nuvem e o arbusto o cheiro acre e puro
da tua entrega. Bichos inclinam-se
para dentro do sono, levantam-se rosas respirando
contra o ar. Tua voz canta
o horto e a água – e eu caminho pelas ruas frias com
o lento desejo do teu corpo.
Beijarei em ti a vida enorme, e em cada espasmo
eu morrerei contigo.




Herberto Helder
(Madeira, 1930 - Cascais, 2015)

Traducción y nota de Blanca Luz Pulido


Uno de los poetas portugueses más desconcertantes y perturbadores del siglo XX. Entre las muchas clasificaciones, todas inexactas y aproximadas, que ha recibido su obra, se encuentran las de hermética, surrealista, experimental. Desde O Amor em Visita (1958) hasta A Morte sem Mestre (2014), su libertad e independencia de todo lo que no fuera seguir el rigor de sus voces internas guiaron la escritura de sus poemas y textos en prosa, que aun hoy siguen encerrando enigmas y deslumbramientos, como Apresentação do Rosto (1968), Última Ciência (1981), Do Mundo (1994), así como sus traducciones libres de poesía O Bebedor Nocturno (1968) y As Mágias (1988). 

Sus últimas obras fueron A faca não corta o fogo (2008) y Servidões (2013). Enemigo de entrevistas y reconocimientos, en 1994 rechazó el premio Fernando Pessoa, uno de los más importantes que su país otorga. 


Estilo*

–Si yo quisiera, enloquecería. Conozco muchas historias terribles. He visto muchas cosas, me contaron casos extraordinarios, yo mismo… En fin, a veces ya ni puedo ordenar bien todo eso. Porque, ¿sabe usted?, me despierto a las cuatro de la mañana en un cuarto vacío, enciendo un cigarro… ¿Se da cuenta? La pequeña luz del cerillo aumenta de pronto la masa de las sombras, la camisa caída sobre la silla adquiere un volumen imposible, nuestra vida… ¿ve usted?… nuestra vida, la vida entera, está allí como… como un acontecimiento excesivo… Hay que ordenarlo todo muy rápido. Por suerte, existe el estilo. ¿No sabe lo que es eso? Veamos: el estilo es un modo sutil de transferir la confusión y la violencia de la vida al plano mental de una unidad de significación. ¿Queda claro? ¿No? Bueno, es que no soportamos el desorden pasmoso de la vida. Y entonces la tomamos, la reducimos a dos o tres temas que nos planteamos. Después, por medio de una operación intelectual, decimos que esos temas están comprendidos en el tema común, digamos, del Amor y de la Muerte. ¿Comprende? Una de esas abstracciones que sirven para todo. El cigarro se consume, ¿no es así?, y regresa la calma. Pero ¿se imagina que esto siga así todas las noches, durante semanas o meses o años?

Una vez fui a un doctor.

–Doctor, estoy loco –le dije. Debo de estar loco.
–¿Hay locos en su familia? –preguntó el doctor. ¿Alcohólicos, sifilíticos?
–Claro que sí. De lo peor. Locos, alcohólicos, sifilíticos, místicos, prostitutas, homosexuales. ¿Estoy loco?
El doctor tenía sentido del humor, y me recetó barbitúricos.
–No necesito medicinas –le dije. Conozco historias tenebrosas sobre la vida. ¿De qué me sirven los barbitúricos?

La verdad es que yo no había encontrado mi estilo todavía. Pero escuche, amigo mío: conozco la historia de un hombre viejo. Conozco también la de un hombre joven. La del viejo es mejor, porque era muy viejo, ¿y qué podía esperar ya? Pero escuche, preste atención. Ese hombre viejísimo no se resignaría nunca a prescindir del amor. Amaba las flores. En medio de su soledad tenía floreros con orquídeas.



Así es el mundo, ¿qué quiere usted? Es obligatorio encontrar un estilo. Sería bueno poner grandes carteles en las calles, que hubiera anuncios en la televisión y en los cines. Busque su estilo, si no quiere echarlo todo a rodar. Yo encontré mi estilo estudiando matemáticas y oyendo un poco de música: a Joan Sebastian Bach. ¿Conoce el Concierto de Brandenburgo núm. 5?  Seguramente se acuerda de esa cosa tan simple, tan armoniosa y definitiva que es un sistema de tres ecuaciones y tres incógnitas. Primario, elemental. Resolví miles de ecuaciones. Después oía a Bach. Adquirí un estilo. Lo aplico por la noche, cuando me despierto a las cuatro de la madrugada. Es simple: cuando despierto aterrorizado, viendo cómo las grandes sombras incomprensibles se yerguen en medio del cuarto, cuando una pequeña luz surge en la punta de los dedos, y toda la inmensa melancolía del mundo parece surgir de la sangre con su voz oscura… Empiezo a practicar mi estilo. Es un ejercicio admirable. A veces aplico el método de vaciar las palabras. ¿Sabe usted cómo es? Tomo una palabra fundamental. Palabras fundamentales, curioso… Tomo una palabra fundamental: Amor, Enfermedad, Miedo, Muerte, Metamorfosis. La digo en voz baja veinte veces. Ya no significa nada. Es una forma de adquirir el estilo. Fíjese ahora en este artilugio:

Los niños enloquecen con la poesía.
Oíd por un instante cómo se quedan presos
en lo alto de ese grito, cómo la eternidad los acoge
cuando gritan y gritan.
(…)
–Y no somos más que el Poema donde los niños
se alejan locamente.

Es el fragmento de un poema. ¿Le gusta la poesía? ¿Sabe qué es la poesía? ¿Tiene miedo de la poesía? ¿Tiene el demoníaco júbilo de la poesía?

Pues vea: es también un estilo. El poeta no muere de la muerte de la poesía. Es el estilo.

¿Escucha cómo esos niños enormes gritan y gritan, entrando en la eternidad? Fíjese: somos el Poema donde ellos se alejan. ¿Cómo? Locamente. ¿Quién soportaría esos gritos magníficos? Pero el poeta los convierte en estilo.

Oiga, sea un poco más honesto. Por lo menos, sea más inteligente. Es obvio que no estoy loco. Yo no. Son los niños quienes enloquecen, y es porque no tienen un estilo.

¿Sabe de qué le estuve hablando? ¿De la vida? ¿De la manera de librarse de ella? Muy bien, no es usted estúpido, pero tampoco es muy inteligente. Lo conozco. Conozco a los de su clase. Tal vez yo mismo fui así. Practica las artes con esmero: no la poesía, sino las poesías. Se cultiva, evidentemente. Tal vez, incluso, posee un estilo con demasiada fuerza. Pero escuche bien: la locura, la tenebrosa y maravillosa locura… A fin de cuentas, ¿no sería eso más noble, digamos, más cercano al gran secreto de nuestra humanidad?

Tal vez usted sea más inteligente que yo. 



* Texto tomado de Os passos em volta, Assírio & Alvim, Lisboa, 1997.














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