sábado, 3 de septiembre de 2011

4561.- JOSÉ ANTONIO LLERA


José Antonio Llera (Badajoz, 1971) es doctor en filología hispánica. Ha publicado tres monografías: El humor verbal y visual en La Codorniz (2003), El humor en la obra de Julio Camba (2004) y Los poemas de cementerio de Luis Cernuda (2006). Acaba de aparecer su edición del epistolario inédito de Miguel Mihura. Tiene en prensa una antología de la obra articulística de Wenceslao Fernández Flórez.
Como poeta ha publicado tres depuradísimos poemarios: Preludio a la inmersión, El monólogo de Homero (ambos publicados por la ERE) y El síndrome de Diógenes (Luces de Gálibo, 2009).


CANCIÓN PARA UNA DEPENDIENTA

El tacto de la lycra te hace pensar en la muerte
y el olor del dinero en la gasolina
con que quisieras prender fuego a los probadores.
Las gargantas giran como aspas,
los dientes rechinan en el nailon,
los escaparates encogen tus sienes, que se mezclan
con la viruta y el cansancio.
Ojos que omiten cifras,
bultos, códigos, colonias, las responsabilidades del amor, desodorantes.
El pasado es sólo una etiqueta que frotas con alcohol de quemar.
Tu madre te teñía los zapatos y alguien se desmaya
en los altos hornos del local donde arden las cenizas
de todas las revoluciones.
Ha venido a verte una pareja de japoneses
y con sus cámaras instantáneas
detienen el tiempo para ti.
Una lluvia fina sobre las perchas: te extrañas de tanta sangre.
Uñas de charol falso se clavan en la ropa,
que es -tú lo sabes- mudanza apaleada.
Hay cielos incoloros en los tubos de la ventilación
por donde chorrean monedas, teléfonos, el ajedrez de la insidia.
(¿Quién ha sembrado sal a los pies de los maniquíes?).
No, no he venido a salvarte
porque mi piel respira, como la tuya, la nicotina del comercio.









El síndrome de Diógenes

Acumulamos palabras sencillas que nadie entiende para calentarnos los pies que nos talaron. ¿En qué cubitera sin fondo vierto las ropas quemadas, el alcohol de las retinas?

(Ramón Gómez de la Serna padecía el síndrome, pero fue perdonado por los jerarcas con la excusa de que era un artista).

Si acumulas lo valioso se llama riqueza; si guardas lo inútil se apellida enfermedad. Otros amontonan orgullo y son aclamados y multiplican su hacienda.

Nos ayudamos de palas para cargar fotografías añejas, medallones, mandamientos decapitados, los víveres del difunto, los trajes medicinales de la novia. También el diccionario reúne palabras como un bien preciado. Alguien nos llevará a algún edificio de renta antigua y nos lavaremos en grandes tinajas con agua muy jabonosa.

Raparad en el suicida que lleva al contenedor las horas angulosas de la filatelia y el mendigo que hurga en la basura. Sus caminos se cruzan. Tal vez si se mirasen un segundo nadie se iría con el corazón en vela, todos comprenderían al fin la zoología del despojo, disimulada como la culpa de los confesionarios.

(Acumuló libros y le llamaron sabio. Acumuló obras de misericordia y le llamaron pío).

Llenaré los cajones con los pañuelos sucios, la lágrima que rechina, los espejos que no aguantaron la desnudez de un cuerpo y donaron su azogue a las pistolas, las voces roncas, la adarga de los humildes, verdades silicóticas, delaciones.

(Ella le dijo: «Estoy enamorada de lo falso. Por eso te abro la puerta y me entrego a ti sin escrúpulos, como una baratija»).

Las empresas que recogen muebles gratuitamente, el adolescente que sube un sillón de la basura al quinto y lo mancha de esperma. Sólo nos conmueve lo que no aspira a la permanencia: el verde desconchado de las rejas, el mosto derramado por las viudas.

¿Quién conoce un lugar más público que la basura?








La ciudad dormitorio

Hoy es día de Pentecostés.
Hay salvación para ti, que llegas con la lengua morada
y has despilfarrado la blancura de las hostias en el peaje
de las autopistas.
Al amanecer, los niños rompen botellas sucias.
Sus torsos son vidrio maleable, inhalan pegamento
y regresan a las cocinas del odio donde esperan lechones desventrados,
patatas cocidas en una fuente de aluminio que alumbra el dormitorio,
los cables de alta tensión, el nitrato
de las fabricas,
habas en la boca de los días.

Los licores han caducado al raso y soplan
raíces de contrabando, abrecartas que se clavan en los colchones,
alcahuetas que averiguan si eres tu el elegido para repoblar
la basura y si los desempleados tienen cita con el quiropractor.

¿Quién duerme sobre las sabanas blancas
impregnadas del humo de los trenes
y se daña despacio en la alcoba sin anciano ni vientre?
El deseo es un barrio en construcción
del que se fugaron los marineros, donde prevaricaron los ediles
del auxilio
y nunca es fiesta para los enterradores .







El pájaro

Ha dejado los desiertos donde se consumen los reptiles,
los humedales donde se ahogan los mitos
y ha puesto rumbo allí donde la hoja perenne y la menta
enlazan la luz como un animal que muerde y huye monte arriba:
alimañas sorprendidas por el vuelo rasante de las horas,
la acequia alimentada por el candor de algún granjero,
la parálisis como esencia de un mar que remonta la única corriente.

Su vuelo anida en el disparo fallido.
Solo la semilla tiene la densidad de su pupila.
Plomo, caballos de madera, trampas, trigo emponzoñado
para aquel que sin castigo divino puede acercarse al sol.
Y, sin embargo, también conoce la caída en vertical,
el mapa invertido de la angustia,
el pozo que apesta la fatiga.







La partida

Quelle est cette ile triste et noire?
Ch. Baudelaire

Quien cree haber descubierto la tierra
prometida descubre sin saberlo
sus fantasmas, carneros con cabezas de centauros.
Aprendí a no darle nombre – Bizancio,
Itaca, Citerea- a aquello
que enturbia el horizonte:
toda nostalgia se evapora en cal
viva o se derrocha como argumento
en los teatros.







William Blake resuelve el enigma

El ángel regresa solo una vez,
con las alas recogidas.
El ángel solo vuelve a la ciudadela
de su propia soledad:
no podría el cielo cerrase a su renuncia.








San Agustín de Hipona

Una cicatriz como la que deja
en la carne la viruela. Ayer
fue plomo lo que hoy vuelve a ser plomo,
látigo sobre el muslo de aquellos mercaderes.
Si el alma fuera un circulo, no esta suma de huesos,
tendría sentido entonces volver a lo callado,
el sermón de la montaña, el mal de altura.
Si el alma estuviera hecha de barro
inteligible, forma mineral
en que alojar un cáliz de sospechas,
colgaríamos de ella la baraja del invierno,
el yodo en las heridas,
las horas a oscuras en la cuadra,
lo claro que no se deja intrigar
porque nace libre
del impulso que lo aleja de su costra.


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