Guillermo Prieto
Guillermo Prieto (Ciudad de México; 10 de febrero de 1818 - Tacubaya; 2 de marzo de 1897) fue un poeta y político mexicano.
Estudios y primeras publicaciones
Nació el 10 de febrero de 1818 en la ciudad de México hijo de José María Prieto Gamboa y Josefa Pradillo y Estañol. A los 13 años falleció su padre y su madre perdió la razón. Andrés Quintana Roo fue su benefactor al conseguirle trabajo en la Aduana y al ayudarlo a ingresar al Colegio de San Juan de Letrán.
En 1836, bajo la dirección de Andrés Quintana Roo, fundó la Academia de Letrán junto con Manuel Toussaint y los hermanos José María y Juan Lacunza, cuya característica primordial era "la tendencia a mexicanizar la literatura". Sus primeras poesías se publicaron en el Calendario de Galván y en la revista El Mosaico Mexicano en 1837.
Fue secretario de Valentín Gómez Farías y de Anastasio Bustamante; durante el período presidencial de éste comenzó a colaborar como redactor para el Diario Oficial. Durante la primera Intervención francesa en México se enlistó en la Guardia Nacional. Fue crítico teatral en el periódico El Siglo Diez y Nueve y con su seudónimo (Fidel) publicó la columna llamada "San lunes de Fidel" de 1841 a 1845, de 1848 a 1858, de 1861 a 1863, y de 1867 a 1896.
Colaboró para El Museo Mexicano de 1843 a 1844, para el Semanario Ilustrado publicó correspondencia satírica, para El Monitor Republicano en 1847 y de 1873 a 1885. Perteneció y publicó en El Ateneo Mexicano. En 1845, fundó el periódico Don Simplicio en compañía de Ignacio Ramírez. Se unió en la defensa del ejército federal, durante la Primera intervención estadounidense en México. En 1849 colaboró para El Álbum Mexicano y en 1862 para La Chinaca.
Liberal y político
Desde muy joven se afilió al Partido Liberal, y siempre criticó el gobierno de Antonio López de Santa Anna. Escribió para El Monitor Republicano en 1847 y para El Álbum Mexicano en 1849. Durante el gobierno de Mariano Arista se desempeñó como ministro de Hacienda del 14 de septiembre de 1852 al 5 de enero de 1853. Al encontrarse en Guanajuato, se adhirió al Plan de Ayutla, por tal motivo fue desterrado.
Al terminar la Revolución de Ayutla, fue nombrado administrador general de Correos y fue ministro de Hacienda en el período presidencial de Juan N. Álvarez. Participó como diputado del Congreso Constituyente que elaboró la Constitución de 1857. Una vez consumado el golpe de Estado contra el gobierno de Ignacio Comonfort, propiciado por Félix Zuloaga con el Plan de Tacubaya, renunció a su puesto de administrador de Correos y se unió a la causa liberal de Benito Juárez época en la cual expreso su celebre frase: "los valientes no se asesinan"
En Guanajuato, Juárez lo nombró ministro de Hacienda, cargo que ejerció en el gobierno republicano itinerante, durante la Guerra de Reforma. Salvó la vida de Juárez en Guadalajara anteponiéndose a su persona y gritando su famosa frase de «Los valientes no asesinan» cuando el conservador Filomeno Bravo había dado la orden a soldados del 5° regimiento de fusilar al presidente. El 11 de abril de 1858 se embarcó en el puerto de Manzanillo junto con Juárez y su gabinete en el vapor John L. Stephens para a través del Canal de Panamá[cita requerida], dirigirse a La Habana y Nueva Orléans. Después se embarcaron en el vapor Tennessee, con destino al puerto de Veracruz.7 En San Juan de Ulúa se estableció el gobierno republicano de Juárez. Guillermo Prieto participó en la emisión de las Leyes de Reforma.
Intervención francesa y República restaurada
Al terminar la Guerra de Reforma, continuó ejerciendo su nombramiento de ministro de Hacienda y fue diputado federal de 1861 a 1863. Cuando comenzó la Segunda Intervención Francesa en México, publicó críticas satíricas en El Monarca y en la La Chinaca. Separado de su cargo como ministro, acompañó a Juárez hacia el Paso del Norte, y ejerció nuevamente la administración de Correos y la dirección del Diario Oficial.
En 1866 apoyó a Jesús González Ortega en sus pretensiones de dar término al período presidencial de Juárez y asumir el cargo, pero éste negó la realización del cambio de gobierno por encontrarse en tiempos de guerra. Debido a este motivo, González Ortega y Guillermo Prieto se exiliaron a Estados Unidos. Una vez restaurada la República, Prieto regresó a México y fue elegido diputado federal durante cinco legislaturas sucesivas de 1867 a 1877. Se pronunció en contra de la continuación del gobierno de Juárez publicando folletos, y críticas satíricas en La Orquesta y El Semanario Ilustrado.
No obstante, al morir Margarita Maza, Guillermo Prieto pronunció un discurso durante el sepelio:
"Es acaso posible que mueran las personas a quienes más amamos, pues que es posible que sólo quede vibrante mi voz para caer como sombra de la muerte, como es posible para mi señora objeto de mi devoción por años y años, contemplar su muerte ... como es posible señalar ... joya blanca, azucena de su hogar modesto, mujer acariciada con los brazos de oro de la virtud y la fortuna"
Guillermo Prieto.
Revolución de Tuxtepec y porfiriato
De 1871 a 1873 colaboró para la revista El Domingo y para la revista El Búcaro. Se pronunció en contra del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. Y durante la Revolución de Tuxtepec decidió apoyar al gobierno legalista de José María Iglesias, de quien fue ministro de Relaciones Exteriores, ministro de Gobernación, ministro de Justicia e Instrucción Pública, ministro de Fomento y ministro de Hacienda durante breves lapsos de octubre de 1876 a marzo de 1877.
Durante el porfiriato fue diputado durante nueve legislaturas seguidas de 1880 a 1896. Colaboró para los periódicos La Libertad, El Eco de México, El Republicano, La República, El Federalista, El Tiempo, y El Universal.
Vivió en Cuernavaca durante sus últimos años debido a que sufrió una lesión cardíaca. Regresó a la capital para asistir a los funerales de su hijo.1 Murió en Tacubaya, Ciudad de México, el 2 de marzo de 1897 en compañía de su segunda esposa Emilia Golard. Fue sepultado en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Obra
El periódico La República convocó a un concurso en 1890 para saber quién era el poeta más popular y Prieto ganó. Nombrado por Ignacio Manuel Altamirano “El poeta mexicano por excelencia” y también "El poeta de la Patria”.
Obra poética
Versos inéditos (1880).
La musa callejera (1883).
Romancero nacional (1885).
Obra en prosa
El alférez (1840).
Alonso de Ávila (1842)
El susto de Pinganillas (1843).
Patria y honra
La novia del erario
Memorias de mis tiempos (1853).
Viajes de orden supremo (1857).
Una excursión a Jalapa en 18758
Viajes a los Estados Unidos (1877-1878).
Compendio de historia
A mi padre
Texto e historia
Diccionario universal de Historia y Geografía (1848) coautor con Manuel Orozco y Berra.
Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848) coautor.
Lecciones elementales de economía política (1871).
Breve introducción al estudio de la historia universal (1884).
Lecciones de historia patria (1886).
Breves nociones de economía política (1888).
INVASIÓN DE LOS FRANCESES
“Mejicanos, tomad el acero,
ya rimbomba en la playa el cañón:
odio eterno al francés altanero,
¡vengarse o morir con honor”.
Lodo vil de ignominia horrorosa
se arrojó de la patria a la frente:
¿dónde está, dónde está el insolente?
mejicanos, su sangre bebed,
y romped del francés las entrañas,
do la infamia cobarde se abriga:
destrozad su bandera enemiga,
y asentad en sus armas el pie.
Si intentaren pisar nuestro suelo,
en la mar sepultemos sus vidas,
y en las olas, de sangre teñidas,
luzca opaco el reflejo del sol.
Nunca paz, mejicanos; juremos
en los viles cebar nuestra rabia.
¡Infeliz del que a Méjico agravia!
gima al ver nuestro justo rencor.
¡Oh qué gozo! Borremos la lujuria:
al combate nos llama la gloria.
Escuchad. . . ¡Ya vencimos! ¡Victoria!
¡ay de ti, miserable francés!
Venceremos, lo palpo, lo juro;
¡de sangre francesas empapadas,
nuestras manos serán levantadas
al Eterno con vivo placer.
Ya contemplo al valiente guerrero
que hasta en sueños su mano esforzada,
busca incierta, anhelosa, la espada
para herir al soberbio invasor.
Mejicanos, al campo volemos,
en sagrado furor arda el alma;
y al que quiera ignominia, a la calma
lo condene ofendido el valor.
LA CONFIANZA DEL HOMBRE
Cuando la juventud despavorida,
víctima de delirios y pasiones,
vaga entre incertidumbre y aflicciones,
errante en el desierto de la vida,
¡sublime religión! le das asilo,
consuelas su existir desesperado,
en tus brazos el hombre reclinado
no teme el porvenir, duerme tranquilo.
Cuando la tempestad sus rayos lanza,
tiembla el malvado al rebramar del viento,
mientras del justo a Dios el firme acento
glorifica con himnos de alabanza.
Dulce es al hombre en su penoso duelo,
cuando el tormento pertinaz le aterra,
decir burlando a la mezquina tierra:
“Allí es mi patria”, y señalar el cielo.
Indicadme la mano que atrevida
el velo desgarró de lo futuro:
¿quién es aquel que penetró seguro
el misterio insondable de otra vida?
Nadie: terrible porvenir retumba,
y el mortal ciego que en el mundo vive,
el eco, y nada más, lejos percibe,
que vuelve desde el seno de la tumba.
Se busca el porvenir allá en el cielo,
cree mirarle el mortal, a Dios insulta,
y al señalarle osado, le sepulta
el lodo vil del miserable suelo.
¡Mísera humanidad, cuál es tu suerte!
¡Cuál tu destino que lo ignora el mundo!
¿El placer puro y el dolor profundo
se apagan con el soplo de la muerte?
Como la flor cuando el invierno asoma,
que al frío soplo precursor del hielo,
el tallo inclina en el humilde suelo
sin colores, sin vida, sin aroma?
¿Y aquesta alma que me anima hora,
jamás del linde de la tumba pasa,
cual gota que al caer sobre la brasa
tócala, y al momento se evapora?
No, jamás; nuestra noble inteligencia
nunca perece, que las almas puras
reflejarán por siempre en las alturas
el brillo de la augusta omnipotencia.
¿Qué dio el Eterno, el Padre de la vida,
su lumbre a sol, su animación al mundo,
para hacinar en él el polvo inmundo
de nuestra humanidad envilecida?
Tiemble al futuro el infeliz malvado,
cuando a la muerte atónito sucumba,
que no será su crimen en la tumba
con su asqueroso cuerpo sepultado.
Desprecie los horrores del averno
y burle los misterios de la vida,
cesará el sueño y su alma sorprendida
se aterrará a la vista del Eterno.
Y el justo, con gozo más profundo,
verá de gloria su alma circundada,
cuando en los negros centros de la nada
se pierda el tiempo y se desplome el mundo.
LA INMORTALIDAD
(A Manuel Payno)
La flor encantadora y delicada
que sobre esbelto tallo se mecía,
la vio ufana la luz de un solo día,
luego desapareció.
De ese arbusto marchito y derribado,
ayer tal vez hermoso y floreciente,
hoy arranca sus hojas el ambiente
que ufano le halagó.
Y al alto muro y orgullosa torre,
que sola en el espacio alzó la frente,
en silencio, del tiempo la corriente
del mundo arrancó ya.
¿Por qué, por qué insolente, hombre mezquino,
más débil que el arbusto y que la planta,
en vuelo audaz soberbio te levanta
la estéril vanidad?
De1 tiempo rapidísimo las alas,
sobre nubes de imperios se extendieron,
y se apartó la sombra, ¿ do estuvieron
imperios y poder?
Hombre: ¿cómo te entregas a hondo sueño,
de la playa en la vida recostado.
si al más ligero viento, el mar alzado
tu cuerpo ha de envolver?
Y la frágil hojilla del arbusto,
cuando mugen terríficos los vientos,
al caer en los marea turbulentos
mas impresión harán
que el golpe de cien mil generaciones,
por la mano del tiempo derribadas,
en las dulces y quietas oleadas
de la ancha eternidad.
Un solo grano de la limpia arena
enturbia mas el férvido torrente,
que esparcido del tiempo en la corriente
del hombre el lodo vil.
Héroe, monarca, arranca de tu labio
el grito del orgullo que horroriza;
es igual tu ceniza a la ceniza
del pastor infeliz.
Mas si destruye el tiempo de igual modo
la frágil cuna, el lecho vacilante
del anciano, y el solio de diamante
do está la juventud;
y si del crimen el puñal sangriento
se rompe en los sepulcros igualmente
que la diadema nítida y fulgente
do está la virtud.
Si a esta por siempre la mostró llorando,
y a la maldad triunfante y denodada,
al tocar en los bordes de la nada
la antorcha del saber;
¿qué importa que feroces me amenacen,
ni que lancen gemidos los humanos,
si yo arranco ruiseñor de sus manos
la copa del placer?
Esto dije mil veces, y encontraba
inútil la razón, la vida yerta;
y estéril, oscurísima, desierta
del hombre la mansión.
Y yo me aborrecí cuando veía
a mi existencia entre tiniebla adusta,
y no pude adorar la mano injusta
del que llamaban Dios.
Y burlé a los que ilusos distinguían
sobre el sol, dominando el firmamento,
el vasto solio y el sublime asiento
de un genio de bondad.
Yo allí con rabia distinguí un tirano,
que quiso sobre el mundo levantarse,
para ver sin estorbo aniquilarse
la triste humanidad.
En mi delirio horrísono exclamaba:
si eres padre clemente y Dios piadoso,
si es del hombre tormento doloroso
dudar su porvenir;
si a un solo movimiento de tu labio;
puede rasgarse del misterio el velo,
y hallar escrito en el inmenso cielo
su destino infeliz;
¿por qué te regocija nuestro llanto?
¿Esa noble, tu augusta Providencia,
al mortal le concede la existencia
solo para el dolor?
Mas si de lo futuro la ignorancia
que renace en la tierra tu quisiste,
¿para qué la razón me concediste,
incomprensible Dios?
Hacia el caos diriges 1a mirada;
nace el sol, vive el mundo, brota el viento;
el vasto mar refleja un firmamento
bañado con su luz.
Y frívolo concedes el imperio
del orbe que tu nombre diviniza,
a un ente vil que al toque pulveriza
del débil ataúd?
Anhelaba mi mente hasta el letargo
de desesperación, y jamás calma;
y siempre, siempre destrozada mi alma
por inquietud tenaz.
El horror de la muerte me oprimía,
el susurro del aura me aterraba,
y a contemplar la tumba me arrastraba
la dudosa ansiedad.
El horror expresando la mirada,
torpe el paso, débil el aliento,
temblando con el frío del tormento
al sepulcro llegué.
Una fuerza violenta, irresistible,
me hizo inclinar al fondo la cabeza;
y gemí de terror, y con presteza
loe párpados cerré.
En mi quebranto pronuncié convulso
de Dios el nombre, y súbito retumba,
y cruje, y se abre la terrible tumba
con estruendo fatal.
pero una luz vivísima, inefable,
le da paso a mi atónita mirada;
Y mi razón encuéntrase abrumada
en gozo celestial.
Con júbilo indefinible
miré que bañó mi frente
la luz pura, indeficiente,
de la grande eternidad
Vi al mortal ennoblecido
sobre el trono del Eterno,
y de un Dios sublime, tierno,
la esplendente majestad.
No el Dios fiero, vengativo,
que teme y no adora el mundo,
que creen que grita iracundo
con la tempestad atroz;
Y que devasta los campos
en las alas del torrente,
publicando el rayo ardiente
su omnipotencia feroz.
Cual de luciérnaga el brillo
en la claridad del día,
junto de Dios se perdía
nuestro refulgente sol.
Salud, Hacedor Supremo:
salud, Padre de la vida,
como el alma enternecida
ora entona tu loor.
Cuando en la tierra infeliz
vi la virtud desdichada,
pobre, envilecida, atada,
del crimen negro al poder;
no pensaba en que tu mano
la inocencia galardona,
que de gloria la corona
colocas sobre su sien.
Ni creí que la tormenta
que envanece y alucina,
en ondulación mezquina
en el dilatado mar.
Sordo al bramar la tormenta
ciego al contemplar el cielo,
te cubrí ¡oh Dios! con el velo
de la lóbrega impiedad.
Busqué criminal entonces,
de angustia el alma agobiada,
entre el polvo de la nada
el lecho de la quietud.
Las pasiones me arrastraron;
no hay Dios, mis labios decían,
y mis ojos se ofendían
de eternidad con la luz.
Si hubiera visto irrompibles
de amor los queridos lazos,
durmiendo al hijo en los brazos
del afecto maternal;
te hubiera amado, Dios mío,
y tolerado mi suerte,
mis ojos viendo a la muerte
sin el llanto del pesar.
Sólo una gota de sangre,
o una lágrima inocente,
del alma del delincuente
nunca se logra borrar;
pues la incorpora la muerte,
la lumbre de Dios la aclara,
y la aura copa acibara
de aquel placer celestial.
Pero ni al hombre insolente
que con su labio blasfemo
te ha injuriado, Ser Supremo,
en este mundo infeliz,
niegas tu bondad augusta;
el no la soporta, gime
con el aspecto sublime
de una eternidad feliz.
Aura blanda, dulces flores,
bastos campos, lindo cielo,
y un indecible consuelo
que disipaba el dolor;
yo disfruté alborozado,
tornó el regocijo a mi alma,
y una deliciosa calma
ocupó mi corazón.
Millares de vastos mundos
giran, Señor, a tus plantas,
que sostienes y que encantas
con tu sublime bondad;
Entre los cuales se pierden
nuestro mundo y nuestro orgullo,
cual de tórtola el arrullo
cuando muge el huracán.
Mortal, mortal atrevido,
¿te dará la impiedad, necio,
siquiera el odio, el desprecio
de ese Omnipotente Dios?
Piensas al lanzar blasfemias
en tu honda mansión, perjuro,
que haces retemblar el muro
del alcázar del Criador?
¿Cómo penetrar pretendes,
contenido por ti mismo,
en el insondable abismo
de nuestro lóbrego ser?
¿Quién es el hombre, responde,
que así reclama insolente
ser émulo y confidente
del que prodiga el saber?
Huyóse la ficción, y el alma mía,
cuando la ofusca del dolor el velo,
recuerda. con purísimo consuelo
este dulce momento de alegría:
tal vez, tal vez momento de delirio
que ama mi corazón ardientemente,
y que cuando se aleje de mi mente
acaso en mi alma arraigará el martirio.
Pero ¡oh Dios de bondad! por él te adoro,
y por él , si me amaga el triste duelo,
grito: Soy inmortal: contemplo el cielo,
y recobro vigor y enjugo el lloro.
(sin título)
Yo te amo, sí, te adoro, aunque mi labio
mil y mil veces te llamó perjura,
aunque la copa horrenda del agravio
me brindó los placeres tu hermosura,
te ama mi corazón; Cuando mi mano
destrozar quiso la feroz coyunda
que a vil humillación me ató algún día,
el débil corazón se resistía,
Y aunque luché tenaz, luchaba en vano.
Feliz viviera yo si siempre ufano,
al través de mentidas ilusiones,
hubiera contemplado tu semblante;
si mas cauto tu labio fementido,
si mas hábil tu hipócrita mirada,
con el engaño mismo hubiera envuelto
la perfidia de tu alma emponzoñada
¿Por qué no prolongaste el dulce sueño,
aquel sueño de angélica ventura.
Yo respiré el placer, el aura pura
de otra vida feliz me circuía,
y a tu lado el torrente irresistible
del porvenir fatal no me amagaba,
y cual tranquilo arroyo murmuraba.
Cuando entusiasta te estreché en mis brazos,
cuando el placer entre tus lindos ojos
con el fuego de amor resplandecía,
cuando tu boca grata sonreía
a mi enajenamiento, mi adorada:
el grito de escarnio me conturba,
te llamo ansioso, conocí mi engaño,
y a mi rival, que irónico me indica
con su dedo el adusto desengaño.
¿Y qué, el copioso, el expresivo llanto
que con mis manos trémulo enjugaba
y aquella agitación, aquel quebranto
que con anhelo tierno consolaba,
otro amante dichoso lo causaba?
Tú al verme recordabas otro amante
que, con gozo 1o digo, no te amaba,
otro mirabas tu a mi semblante
con dulzura los ojos dirigías;
y s otra ilusión feliz, viéndome ufana,
beldad de maldición, me sonreías;
y yo entre tanto en lóbrega congoja
con tu dolor equívoco lloraba;
o bien al alma con tu gozo infame
en célico deleite se inundaba.
¡Oh si !a espada del feroz tormento
en tu pecho con calma revolviera
la mano del tenaz remordimiento!...
¡Indigno proceder! ¡atroz venganza!
Pero es planta marchita que florea
en mi desierta y lúgubre esperanza,
que resta a mi existir desesperado.
Me es estéril el canto de victoria,
no quiero bendición, no quiero gloria,
maldito criminal, pero tu amado.
Si ahora tu mano ingenua me brindara
las caricias de amor, si entre tu labio
otra vez escuchara, vida mía,
la grata, la dulcísima armonía
de tu celeste voz, y si sincera
el aura de ilusiones hechicera
otra vez a tu vista me halagara,
yo, idolatrado bien, te aborreciera;
mi placer despertaran tus caricias,
y el monstruo de la vil desconfianza
envenenara siempre mis delicias.
Pero al borrar tu nombre de mi mente,
cuando el recuerdo del dolor me oprime,
te odia mi orgullo, el labio te maldice;
pero siempre te encuentro seductora,
y siempre el alma con fervor te adora;
sí, te adoro, mi bien: huyo al sosiego,
y beso de ignominia la cadena
cuando s tu encanto celestial me entrego.
¡Oh fatal ilusión! ¿por qué te adoro?
¿por qué, si la conozco fementida,
tributo a su memoria triste lloro?
¿por qué de mi pasión en el delirio,
cuando miro su imagen bienhechora,
su esbelto talle, su modesta frente,
sus lindos ojos y su blanda risa,
no puedo recordarla engañadora?
¿Y bastará oponer el frágil dique
de reflexión al bárbaro torrente
del destino fatal, fácil olvido
que en otro tiempo me mostró engañosa
de la felicidad la blanca nube
que en el aura apacible se mecía
resbalando en el azul del cielo?
Gallarda con el sol resplandecía,
que ella con ansiedad me la mostraba,
y que yo embebecido la miraba.
¿Por qué con tal astucia del abismo,
a que riendo ufana me llevaba,
mi vista se paró? No la maldigo.
Cuando la vi en el fondo, clamé en vano;
la vi en la orilla, le tendí la mano,
y ella volvió a tenderla, y la apartaba,
y al irla yo a tocar la separaba,
mostrando regocijo en mi agonía.
¡Oh exceso de maldad! Mujer impía,
¿cuándo mi amor sincero fue inconstante?
¿qué vez, responde, hubiste descubierto
a la negra traición en mi semblante?
Dime ¿cuál es la senda bienhechora
que me aparta de ti? Siempre te miro;
la atmósfera inefable de tu encanto,
peligrosa beldad, siempre respiro.
La lira del amor, sin armonía
yace sorda en mis manos; a sus cuerdas
mi inútil llanto le robó el sonido:
mi bien, te adoraré; pero a lo menos
hónreme tu odio, y líbreme siquiera
de volver a tu seno envilecido.
EL INSURGENTE
Desde la hermosa ribera
se mira incierta bogar
una barquilla ligera,
que desafía altanera
los horrores de la mar.
Dentro se mira sentado
un orgulloso guerrero:
el casco despedazado,
el vestido ensangrentado
y a su derecha el acero.
A su hijo tierno, inocente
lleva entre sus fuertes brazos:
baña con llanto su frente;
pero su inquietud ardiente
colma el niño con abrazos.
Miró arrastrar a la muerte
a Hidalgo y al gran Morelos;
Y luchando con la suerte
vio e1 Sur de su ánimo fuerte
los patrióticos desvelos.
Su bando está dispersado,
el tirano viene atrás;
solo salva a su hijo amado,
y sale precipitado
por el puerto de San Blas.
En sus oídos aun truena
el clamor contra el tirano:
se alza. . . el ímpetu refrena
porque vacila la entena,
y extiende a su hijo la mano.
De su patria idolatrada
le arroja el destino fiero;
sin amigos, sin su amada,
solo con su hijo y su espada
en el universo entero.
Queda en la playa su esposa
sin amparo, sin ventura:
mira la mar caprichosa
y en ella girar llorosa
dos prendas de su ternura.
Tiende 1os brazos... suspira,
y caen con desconsuelo:
de la playa se retira;
mas torna, y el bravo mira
revolear su pañuelo.
Vuelve la vista el valiente
y encuentra a su hijo dormido;
luce la calma en su frente,
y entona el triste insurgente
este canto dolorido.
Divino encanto de mi ternura,
tú mi amargura
disiparás
En mi abandono,
solo en los mares
tu mis pesares
consolarás.
Tú eres mi patria,
tú eres mi amigo.
eres testigo
de mi aflicción.
Sola tu boca
mi frente besa
donde está impresa
mi maldición.
Hijo y tesoro
de un tierno padre,
tu dulce madre
¿dónde estará?
Dios de bondades!
mirad su llanto,
de su quebranto
tened piedad.
Yo en esta barca
por mi hijo temo,
vuelo sin remo,
sin dirección;
vuelo perdido
sin saber donde,
y ya se esconde
la luz del sol.
Pero aparece,
¡cuánta fortuna!
la blanca luna
sobre el zenit.
Hijo adorado,
por tu inocencia
la Omnipotencia
me guarda a mí.
Despierta el niño; la veloz barquilla
toca triunfante la cercana tierra,
y el atroz sobresaltó se destierra,
y el bravo ante su Dios la frente humilla.
La memoria empeñada en su martirio
su situación horrible 1e presenta;
y su patria y su amada le atormenta,
y le sepulta en el fatal delirio,
Inconstante y salobre su fortuna,
como lo son las aguas de los mares,
perturbaron los hórridos pesares
hasta los dulces sueños de la cuna.
Miraba ensangrentada su querida
gimiendo ante las plantas del tirano;
la miraba en el suelo, mejicano
abandonada, pobre, en envilecida.
El viento que silbaba enfurecido
le recordaba su gemido ardiente,
¡levantando la abatida frente
a su esposa llamó despavorido.
"Dulce ilusión de amor, mujer divina.
bendigo tu memoria: yo te adoro
Porque derramas tu copioso lloro
por mi fortuna lúgubre y mezquina.
Recuerdo que mi labio electrizado,
después que muerte o libertad gritaba,
en tu carrillo nácar se estampaba,
y renacía mi vigor cansado.
Hoy prófugo, infeliz, sin el cielo
de Méjico, do vi la luz primera;
nadie siente mi suerte lastimera,
solo gimo en penoso desconsuelo.
En otro tiempo, cuando el sol ardiente
a el ocaso lejano declinaba,
cuando su último rayo se apagaba
del Popocatépetl en la alta frente:
yo bendecía; patria idolatrada,
tu rica tierra, tu brillante cielo;
creí me guardarías en tu suelo
mi última luz y mi postrer morada”.
Pero el hijo reclama su cuidado;
tiembla lloroso del rigor del frío;
y ocupa su ternura y su albedrío
en el niño inocente y desdichado.
Los temores tal vez de alguna fiera,
la negra noche, el árido desierto,
tienen a su cariño vago, incierto,
considerando lo que hacer debiera.
Se resuelve por fin; en la barquilla,
atada con su banda a un cocotero,
deposita a el infante y el guerrero
vuela donde un hogar lejano brilla.
Una nube oscurece el horizonte;
se sobresalta el bravo y retrocede,
Y grita, y corre; mas salir no puede
del intrincado, del oscuro monte.
Entre tanto las olas con el viento
se embravecen, se agitan y se chocan:
braman, se alzan, se rompen, se sofocan;
y está el mar en horrible movimiento.
La voz de Dios entre las nubes truena.
las aguas con el rayo resplandecen,
los árboles robustos se estremecen,
el mundo todo de pavor se llena.
Inquieto vaga y furioso
el padre despavorido,
parecía su gemido
a el que lanzaba la mar.
Mientras, llora el inocente,
grita el nombre de su padre:
no torna: llama a la madre:
no viene; y vuelve a llorar.
El relámpago relumbra,
la tempestad le amenaza.
y su ímpetu despedaza
la banda que es su sostén.
Como la hoja arrebatada
del huracán inclemente,
vuela el mísero inocente
a la mar a perecer.
Cual si supiera el peligro,
con penoso desconsuelo,
alza las manos al cielo
como implorando piedad.
Así le mira su padre
lleno de letal congoja,
y frenético se arroja
donde la barquilla está.
Gira, lucha, a su hijo llega,
agobiado de fatiga
1e extiende una mano amiga.
Crece del mar el vaivén;
pero moverse no puede:
estrecha a su hijo adorado,
sonríe desesperado
y se sumerge con él!!!
CÓMO SERÁ EL MAR
Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.
Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.
Serás ¡oh mar! magnifico y grandioso
cuando duermas risueño y sosegado;
cuando a tu seno quieto y dilatado
acaricie el ambiente delicioso?
¿Cuando soberbio, ardiente, enfurecido
gimiendo te abalances hasta el cielo:
cuando haga retemblar al ancho cielo
de tus inquietas aguas el bramido?
Dulce será la luz del claro día
si en tus diáfanas ondas reverbera;
grata el aura y la roca que altanera
tus impulsos vehementes desafía.
Creo ver en tu imperio turbulento
la excelsa eternidad en su palacio,
dominando en el mundo y el espacio,
midiendo la extensión del firmamento.
De la divinidad eres idea;
del mundo miserable poesía
la dulce admiración del alma mía;
con tu vista el Eterno se recrea.
La rama de la playa, que distante
en tu inquieta extensión vaga perdida,
como el recuerdo triste de la vida
en la mente del hombre agonizante.
De la luna fulgente la luz pura,
al través de la nube borrascosa,
cual memoria de madre cariñosa
en medio de 1a amarga desventura.
De embarcación el mísero deshecho
que gire por tu seno sosegado,
como presentimiento desgraciado
que hace agitar del navegante el pecho.
Todo, todo lo harás interesante:
¿no te habré de admirar? ¿Será vedado
a mis oídos tu mugir sagrado
Y siempre, siempre te tendré distante?
¿La mano del dolor que me comprime,
a perecer cautivo me destina
entre paredes de ciudad mezquina
sin venerar tu majestad sublime?
¿O a ti, me llevará la suerte impía,
cubierto de dolor, sin tener padre;
sin mi dulce adorada; sin mi madre,
lanzado, ay triste, de la patria mía?
Al mar
Te siento en mí: cuando tu voz potente
Saludó retronando en lontananza,
Se renovó mi ser; alcé la frente
Nunca abatida por el hado impío
Y vibrante brotó del pecho mío
Un cántico de amor y de alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
Cuando, Satán del mundo,
Temerario plagiando el infinito,
Le quisiste anegar, y en lo profundo
Gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.
Tú también te retuerces cual remedo
De la eterna agonía;
También, como al ser mío,
La soledad te cerca y el vacío;
Y siempre en inquietud y en amargura,
Te acaricia la luz del claro día,
Te ven los astros de la noche oscura.
A mí te vi venir, como en locura,
Desparcido el cabello de tus ondas
De espuma en el vaivén, como cercada
De invisibles espíritus, llegando
De abismos ignorados clamando
En acentos humanos que morían
Y el grito y el sollozo confundían.
A mí te vi venir ¡oh mar divino!
Y supe contener tanta grandeza,
Como tiembla la gota de la lluvia
En la hoja leve del robusto encino!
Eres sublime ¡oh mar! Los horizontes
Recogiendo las alas fatigadas,
Se prosternan a ti desde los montes.
Prendida de tus hombros la luz bella
Forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
Se perciben los tumbos de tus ondas,
Cual de hermosa en el seno palpitante
Los encajes levísimos de espuma.
Si te agitas, arrojas de tu seno
En explosión tremenda las montañas,
Y es un remedo de la brisa el trueno,
Terrible mar, si gimen tus entrañas.
¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo tus iras desafía?
Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
Retrocedes rugiente,
Y del tenaz luchar desesperada,
Te precipitas en su negro seno
Despedazando tu altanera frente.
En tanto, el viento horrible,
Arrastrando al relámpago y al rayo,
Cimbra el espacio, rasga el negro velo
De la tiniebla, se prosterna el mundo
Y un siniestro contento se percibe
¡oh mar! en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo!
Cansada de fatiga, cual si el aura
Tierna te prodigara sus caricias,
A su encanto dulcísimo te entregas,
Clamas tu enojo, viertes tus sonrisas,
Y como niña con las olas juegas
Cuando te dan su música las brisas.
Tú eres un ser de vida y de pasiones:
Escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
Nos sobrecoges de terrible espanto,
Embriagas de grandeza y enamoras.
Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
Me vi junto a ti, como tocando
El borde del magnífico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
Y dios, me pareció que proclamaban
Las ondas, repitiendo mi alabanza.
Entonces ¡ay! La juventud hervía
En mi temprano corazón; la suerte,
Cual guirnalda de luz, embellecía
La frente horrible de la misma muerte.
Y grande, grande el corazón, y abierto
Al amor, a la patria y a la gloria,
Émulo me sentí de tu grandeza
Y mi orgullo me daba la victoria.
Entonces ¡ay! En la ola que moría
Reclinaba en la arena sollozando
Recordaba el mirar de mi María,
Sus lindos ojos y su acento blando.
Si una huérfana rama atravesaba,
Juguete de las ondas, cual yo errante,
Lejos de su pensil y de su fuente,
La saludaba con mi voz amante,
La consolaba de la patria ausente.
Si el pájaro perdido iba siguiendo
Rendido de fatiga, mi navío,
¡cuánto sufrir, Dios mío!
Su ala se plega, aléjase la nave,
Y se esfuerza y se abate y desfallece,
Y convulso, arrastrándose en las ondas,
El hijo de los bosques desaparece.
En tanto, tus inmensas soledades
La gaviota recorre, desafiando
Las fieras tempestades.
Entonces, en la popa, dominando
La inmensa soledad, me parecía
Que una voz a lo lejos me llamaba
Y acentos misteriosos me decía:
Y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿De la creación olvido,
te quedaste tus formas esperando
engendro indescifrable, en agonía
entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo
en tus entrañas refugiaste el caos?
¿O, mágica creación, rebelde un día,
provocaste a tu Dios; se alzó tremendo;
sobre tu frente derramó la nada,
y te dejó gimiendo
a tu muro de arena encadenada?
¿O, promesa de bien, en tus cristales
los átomos conservas que algún día,
cuando la tierra muera,
produzcan con encantos celestiales
otra luz, otros seres, otro mundo,
y entonces nuestro suelo
a tus plantas, se llame mar profundo
en que retrate su grandeza el cielo?
Hoy llegué junto a ti como otro tiempo
Siguiendo ¡oh Libertad! Tu blanca estela;
Hoy llegué junto a ti cuando se hundía
En abismos de horror y de anarquía
La linfa de cristal de mi esperanza;
Porque eres un poema de grandeza,
Porque en ti el huracán sus notas vierte,
Luz y vida coronan tu cabeza,
Tienen por pedestal tiniebla y muerte.
Nadie muere en la tierra; allí se duerme
De tierna madre en el amante pecho:
Velan cipreses nuestro sueño triste,
Y riegan flores nuestro triste lecho.
Solitaria una cruz dice al viajero
Que pague su tributo
De lágrimas y luto,
En el extenso llano y el sendero.
En ti se muere ¡oh mar! Ni la ceniza
Le das al viento: en ola que sepulta
La rica pompa de poblada nave,
Nada conserva las mortales huellas;
Se pierden. . . y en tu seno indiferente
Nace la aurora y brillan las estrellas.
A ti me entrego ¡oh mar! roto navío,
Destrozado en las recias tempestades,
Sin rumbo, sin timón, siempre anhelante
Por el seguro puerto,
Encerrando en mi pecho dolorido
Las tumbas y el desierto. . .
Pero humillado no; y en mi fiereza
A ti tendiendo las convulsas manos,
Sintiendo en ti de mi alma la grandeza
Y ahogando mi tormento,
Le pido a Dios la paz de mis hermanos;
Y renuevo mi augusto juramento
De mi odio a la traición y a los tiranos.
Enero de 1877
Ensueños
Eco sin voz que conduce
El huracán que se aleja,
Ola que vaga refleja
A la estrella que reluce;
Recuerdo que me seduce
Con engaños de alegría;
Amorosa melodía
Vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?
Tiende su ala el pensamiento
Buscando una sombra amiga,
Y se rinde de fatiga
En los mares del tormento;
De pronto florido asiento
Ve que en la orilla aparece,
Y cundo ya desfallece
Y más se acerca y le alcanza,
Ve que su hermosa esperanza
Es nube que desaparece.
Rayo de sol que se adhiere
A una gota pasajera,
Que un punto luce hechicera
Y al tocar la sombra muere.
Dulce memoria que hiere
Con los recuerdos de un cielo,
Murmurios de un arroyuelo
Que en inaccesible hondura
Brinda al sediento frescura
Con imposible consuelo,
En inquietud, como el mar,
Y sin dejar de sufrir,
Ni es mi descanso dormir,
Ni me consuela llorar.
En vano quiero ocultar
Lo que el pecho infeliz siente;
Tras cada sueño aparente,
Tras cada mentida calma,
Hay más sombras en el alma,
Más arrugas en la frente.
Si bien entra este empeño
En que tan doliente gimo
La esperanza de un arrimo,
De un halago en un ensueño,
Si de mí no siendo dueño
Sonreír grato me veis,
Os ruego que recordéis
Que estoy de dolor rendido. . .
Pasad. . . dejadme dormido. . .
Pasad. . . ¡no me despertéis!
Cantares
Yo soy quien sin amparo cruzó la vida
En su nublada aurora, niño doliente,
Con mi alma herida,
El luto y la miseria sobre la frente;
Y en mi hogar solitario y, agonizante,
Mi madre amante.
Yo soy quien vagabundo cuentos fingía,
Y los ecos del pueblo que recogía
Torné en cantares;
Porque era el pueblo humilde toda mi ciencia
Y era escudo, en mis luchas con la indigencia,
De mis pesares.
La soledad austera y el libre viento
Le dieron a mi pecho robusto aliento,
Fiera entereza;
Y así tuvo mi lira cantos sentidos,
En lo íntimo de mi alma sordos gemidos
De mi pobreza.
La nube quien volaba con alas de oro,
La tórtola amorosa que se quejaba
Como con lloro;
El murmullo del aura que remedaba
Las voces expresivas del sentimiento
Cobijó mi acento.
Y el bandolón que un barrio locuaz conmueve,
Y el placer tempestuoso con que la plebe
Muestra contento;
Sus bailes, sus cantares y sus amores,
Fueron luz arroyuelos, aves y flores
De mi talento.
Cantando ni yo mismo me sospechaba
Que en mí, la patria hermosa con voz nacía,
Que en mí brotaba
Con sus penas , con sus gloria s y su alegría,
Sus montes y sus lagos, su lindo cielo,
Y su alma que en perfumes se esparcía.
Entonces a la choza del jornalero,
Al campo tumultuoso del guerrillero
Llevé mis sones;
Y no a regias beldades ni peregrinas,
Sino a obreras modestas, a alegres chinas
Di mis canciones.
¡Oh patria idolatrada, yo en tus quebrantos,
ensalcé con ternura tus fueros santos,
sin arredrarme;
tu tierra era mi carne, tu amor mi vida,
hiel acerba en tus duelos fue mi bebida
para embriagarme!
YO tuve himnos triunfales para tus muertos,
Mi voz sembró esperanzas en tus desiertos
Y, complaciente,
A la tropa cansada la consolaba,
Y oyendo mis leyendas me reanimaba
Riendo valiente.
Hoy merezco recuerdo de ese pasado
de luz y de tinieblas, de llanto y gloria;
soy un despojo, un resto casi borrado
de la memoria. . .
Pero esta pobre lira que está en mis manos,
Guarda para mi pueblo sentidos sones;
Y acentos vengadores y maldiciones;
A sus tiranos. . . ¡
Septiembre de 1889
Décimas Glosadas
Pajarito corpulento,
Préstame tu medecina
Para curarme una espina
Que tengo en el pensamiento,
Que es traidora y me lastima.
Es de muerte la aparencia
Al dicir del hado esquivo;
Pero está enterrado vivo
Quien sufre males de ausencia.
¿cómo hacerle resistencia
a la juerza del tormento?
Voy a remontarme al viento
Para que tú con decoro
Digas a mi bien que lloro,
Pajarito corpulento.
Dile que voy tentalenando
En lo oscuro de mi vida,
Porque es como luz perdida
El bien por que estoy penando.
Di que me estoy redibando
Por su hermosura devina,
Y, si la mirares fina,
Pon mi ruego de por medio,
Y dí: "Tú eres su remedio;
Préstame tu medecina."
El presil tiene sus flores
Y el manantial sus frescuras,
Y yo todas mis venturas y sus alegres amores
Hoy me punzan los dolores
Con terquedá tan indiana,
Que no puedo estar ansina.
Aigre, tierra, mar y cielo,
¿quién quire darme un consuelo
para curarme una espina?
Es la deidad que yo adoro,
Es mi calandria amorosa,
Mi lluvia de hojas de rosa
Y mi campanita de oro.
Hoy su perdido tesoro
Me tiene como en el viento,
Sin abrigo, sin asiento:
Su recuerdo de ternura
Es como una sepultura
Que tengo en el pensamiento.
Es mirar la que era fuente
Hoyo espantable y vacío;
Es ver cómo mató el frío
La mata airosa y potente;
Es un sentir redepente
A la muerte que se arrima,
Es que tiene mi alma encima
Una fantasma hechicera
Que me sigue adonde quiera,
Que es traidora y me lastima.
Romance de la Migajita
"¡Détente! Que está rendida,
¡eh, contente, no la mates!"
Y aunque la gente gritaba
Corraía como el aire,
Cuando quiso ya no pudo,
Aunque quiso llegó tarde,
Que estaba la Migajita
Revolcándose en su sangre. . .
Sus largas trenzas en tierra,
Con la muerte al abrazarse,
Las miramos de rodillas
Ante el hombre, suplicante;
Pero él le dio tres metidas
Y una al sesgo de remache.
De sus labios de claveles
Salen dolientes los ayes,
Se ven entre sus pestañas,
Los ojos al apagarse. . .
Y el Ronco está como piedra
En medio de los sacrifantes,
Que lo atan codo con codo
Para llevarlo a la cárcel.
"Ve al hespital, Migajita,
vete con los palticantes,
y atente a la Virgen pura
para que tu alma se salve.
¡Probrecita casa sin tus brazos!
¡Pobrecita de tu madre!
¿Y quién te lo hubiera dicho,
tan preciosa cono un ángel,
con tu rebozo de seda,
con tus sartas de corales,
con tus zapatos de raso
que ibas llenando la calle,
como guardando tus gracias,
porque no se redamasen.
El celo es punta de rabia,
El celo alcanzó matarte,
Que es veneno que hace furias
Las mas finas voluntades.
Esto dijo con conciencia
Una siñora ya grande
Que vido del papa al pepe
Cómo pasó todo el lance.
Y yendo y viniendo días
La Migajita preciosa
Fue retoñando en San Pablo;
Pero la infeliz era otra;
Está como pan de cera,
El aigre la desmorona,
Se le pintan las costillas,
Se alevanta con congoja;
Sólo de sus lindos ojos
Llamas de repente brotan.
"¡Muerto!. . .¡dése!" A la ventana
la pobre herida se asoma,
y vio que llevan difunto,
por otra mano alevosa,
a su Ronco que idolatra,
que fue su amor y su gloria.
Olvida que está baldada
Y de sus penas se olvida,
Y corre como una loca,
Y al muerto se precipita,
Y aulla de dolor la triste
Llenándolo de caricias.
"Madre, mi madre (le dice)
-que su madre la seguía -,
vendan mis aretes de oro,
mis trasts de loza fina,
mis dos rebozos de seda,
y el rebozo de bolita;
vendan mis tumbagas de oro,
y de coral la soguilla,
y mis arracadas grandes,
guarnecidas con perlitas;
vendan la cama de fierro,
y el ropero y las camisas,
y entierren con lujo a ese hombre
porque era el bien de mi vida;
que lo entierren con mi almohjada
con su funda de estopilla,
que pienso que su cabeza
con el palo se lastima.
Que le ardan cirios de cera,
Cuatro, todos de a seis libras;
que le pongan muchas flores,
Que le digan muchas misas
Mientras que me arranco el alma
Para hacerle compañía.
Tú, ampáralo con tu sombra,
Sálvalo, Virgen María:
Que si en esta positura
Me puso, lo merecía;
No porque le diera causa,
Pues era suya mi vida". . .
Y dando mil alaridos
La infelice Migajita,
Se arrancaba los cabellos,
Y aullando se retorcía.
De pronto los gritos cesan,
De pronto se quedó fija:
Se acercan los platicantes,
La encuentran sin vida y fría,
Y el silencio se destiende
Convirtiendo en noche el día.
En el panteón de Dolores,
Lejos, en la última fila,
Entre unas cruces de palo
Nuevas o medio podridas,
Hay una cruz levantada
De pulida cantería,
Y en ella el nombre del Ronco,
"Arizpe José Marías",
y el pie, en un montón de tierra,
medio cubierto de ortigas,
sin que lo sospeche nadie
reposa la Migajita,
flor del barrio de la Palma
y envidia de las catrinas.
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