DOMINGO RIVAROLA
Ciudad de Tobatí, Paraguay 1931. Poeta e investigador social.
Doctor en Filosofía. Ex Director del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES).
Actual Director de la Revista Paraguaya de Sociología y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO/Paraguay) y Docente investigador de la Universidad Nacional de Asunción (UNA).
Profesor titular de Sociología de la Facultad de Arquitectura Diseño y Arte (UNA).
Cargos que ocupó Miembro y Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de Educación y Cultura, Miembro de la Comisión Regional de la UNESCO para la Educación Superior, la investigación y el conocimiento; Miembro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO); Asociaciones Internacionales al que pertenece: Asociaciones Internacionales de Sociología (ISA), Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU), Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
¿Sólo he de irme?
¿Cómo las flores que perecieron?
¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la. tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!
CANTOS DE HUEXOTZINGO
Me pareció que al darles poemas les daba
algo realmente mío. Yo he escrito ensayos
porque las circunstancias me lo han pedido,
para decir cosas que me parecía necesario
decir; he escrito poemas para decirme a mí
mismo, para conocerme y, más todavía, para hacerme.
OCTAVIO PAZ
I
DEDICATORIA
1
Un día
nos encontramos, tú,
casi una mujer
y yo,
apenas un adolescente.
Un día
cruzamos nuestras manos,
tú,
todavía sorprendida
y lejana,
yo
con una desconocida
fascinación
envolviendo todo mi cuerpo.
Un día
se cruzaron nuestras vidas
cuando eras todavía
una muchacha
cualquiera
y yo,
solo un tímido
forastero.
Un día
se tocaron
nuestras fronteras
sin que tu supieras que encontrarías
mis palabras
y yo,
apenas imaginando
que te tendría para siempre.
Un día, yo te di un poema
y tú
me entregaste todos tus sueños.
2
Sí,
quiero pensar que fuiste tú
quien construyó
el camino,
quien le puso inicio,
nombre,
contenido,
y un aliento
firme
a cada desfallecimiento.
Sí,
quiero creer que fuiste tú,
adolescente,
o tal vez
ya casi una mujer,
quien construyó este largo
sueño.
Sí,
quiero pensar que fuiste tú
la que siempre apagó
las tristezas,
la que ahuyentó las amenazas
de tedio
y el constante asedio
del olvido.
Sí.
fuiste tú quien hizo que este sueño
fuese imperecedero.
II
ESPERAS
Te esperé
un largo tiempo.
Te esperé
como si supiera
que existías,
que tenías el rostro
y la voz que yo quería.
Te esperé,
minutos,
horas,
meses,
años enteros.
Te esperé
un largo tiempo.
Te esperé
en noches
y días interminables
como si ya supiera tu nombre
desde siempre.
Te esperé
como si ya fueran míos
todos los hijos
que traías en tu cintura.
Te esperé,
minutos,
horas,
meses,
años enteros.
Te esperé
un largo tiempo,
empecinado
como un empedernido combatiente.
Te esperé
para retenerte
sólo con mis cantos
y mis bienvenidas.
III
ENCUENTROS
1
Por un largo
instante,
no supe quién eras
ni qué ocurría,
ni cómo llamarte,
ni qué hacer contigo.
Por un largo
instante,
sólo sentí en mí
insomnios,
temblores,
deseos.
Por un largo
instante,
fuiste un excitante albergue
donde anidaron mis besos
y mis cantos,
una interminable geografía
de sueños y de ternuras,
un territorio
sin fronteras,
sin dueño,
sin prohibiciones.
Por un largo
instante,
no supe que me pertenecías
y que ya era parte
inseparable
de tu vida.
Por un largo
instante,
no supe que tu cintura
se henchía con una semilla
cargada de extraños
latidos.
Por un largo
instante,
no supe como nombrarte
ni qué hacer
con las ofrendas
que traías
en tu regazo.
Por un largo
instante,
solo supe hurgar en tus misterios
y el embrujo
de tus regresos.
2
Así
llegaste
imprevisible,
como un mar
arrogante
y posesivo.
Así,
de improviso,
con tu boca
cargada de cantos
y tus intersticios
llenos de frutos,
de fiebre,
de deseos.
Así
conocí tu voz
y el cálido secreto
de tu regazo,
así
pude sentir cada mañana
como si fuera un pájaro embriagado
por tus caprichos.
Así
pude sentir tu cuerpo
como un único
e insustituible hospedaje,
así
pude ofrecerte mi pan,
mis calendarios,
mis caracoles
y mis antiguos cantos
sin que nadie me disputara
tu tiempo,
tus palabras
y tus pacientes esperas.
Así
quedé aprisionado en medio
de tu cálida frontera,
sin otro derrotero
que aquéllos que señalaban
tus dedos,
sin seguir otras huellas
que las de tus pasos.
Desde entonces,
lo mío
se hizo cada, vez más tuyo
y mis cantos
casi los mismos cantos
que tú traías en tu boca.
3
Fue entonces
que descubriste mi nombre,
que yo era algo mas que un forastero.
Fue entonces
que descubriste mi pobreza,
que no tenía siquiera una orilla
para amarrar los sueños.
Fue entonces
que supiste que sólo tenía palabras
para romper tus silencios,
que sólo tenía cantos
para acercarte a mi vida.
Fue entonces
que tu presencia
se llenó
de raíces,
como si siempre hubiese sido
algo perenne
y cotidiano.
4
Desde ese momento
me diste todo:
tus manos,
tu cintura,
los contornos de tu cuerpo,
hasta el hueco
de tu aposento.
Con todo
hicimos una inmensa
bienvenida,
un espacio nuevo
para albergar
todas las maravillas
que surgieron
en ese imprevisto encuentro.
De esa manera
se apagó nuestra sed
y el antiguo
vacío de tu vientre
fue llenándose más y más
de extraños
signos.
De esa manera
tu piel
se llenó de espigas
y tus pechos parecieron viejos frutos
a punto de estallar
con su sabor de miel y de vida.
5
Después
apareció tu huella
sobre mi piel
sin que yo comprendiera
lo que ocurría;
se grabó tu nombre
en la arena
y tu canto aleteó,
como si fuera un pájaro
embriagado de luz,
de vientos,
de regocijos.
Después,
la alegría nos envolvió
en un único estallido;
fue como el hijo
que llega de improviso
o el milagro
que ya nadie espera.
6
Quizá
fue la soledad,
o el amor,
o el amor y la soledad los que suscitaron
tantos desvaríos.
Quizá
sólo fueron tus manos
o el embrujo
de tus palabras
los que disiparon
el tedio,
la desazón,
el cansancio apegado a mi cuerpo,
como si fueran esas pesadas anclas
que cuelgan
de las barcas abandonadas.
Fue el amor
o la soledad
o mis nostalgias
o tus esperanzas
o, quizá,
el tibio cuenco
de tu regazo
el que estremeció
esa hora
con su eclosión de frutas
y misterios.
7
Ahora
aquello sólo es una lejana
huella
y nosotros somos casi un solo
perfil bajo el cielo.
Ahora
tus manos
se parecen a mis manos
y tu cintura
es casi una retama
de mi cintura.
Ahora
hurgas en mí
como si fuera una vieja
pertenencia,
y yo de tí conozco
casi todo.
Ahora
tú y yo
ya casi no somos extraños.
Ahora
comes mi pan
como si fuera
una antigua compañera,
todas mis cosas
como si te hubieran pertenecido
siempre,
te acuestas junto a mí
como si me amaras desde antes,
usas lo mío
como si fuera tuyo.
Ahora
todo lo que tengo
apenas se diferencia de lo que tú traías a tu llegada,
te acercas a mí
como mi dueña
o como alguien que me conociera
desde siempre,
ya no necesitas llamarme
para escuchar mi nombre
y ni siquiera ahuecas
tu regazo
para que yo recoja tus frutos.
Ahora
haces de mi cuerpo
una lumbre
que no acaba de apagarse
nunca.
IV
DESEOS
1
Quiero
algo de ti
duradero
y sin término,
algo
que pueda amarrarnos
como aprisiona el mar
las quillas de las naves,
algo
semejante a un hijo
que nos recuerde
cada día
que tú y yo
compartimos desde antaño
el mismo camino,
que nos hicieron con la misma tierra,
que pusieron en nuestra boca
el mismo grito
y encendieron nuestras venas
con el mismo fuego.
Quiero
algo de ti
para rescatar
mis viejos calendarios
y hacer con los antiguos relojes
un solo nudo,
para no olvidar
nuestro encuentro.
Algo
de tí
que incluya todo:
cosas,
sabores,
temblor,
miedo,
bienvenidas,
madrugadas,
rastros,
heridas,
frío,
todo, hasta el húmedo
aletear
de los pájaros
en la mañana
o el calor interminable
de tus cobijas.
Algo
de ti
que no tenga plazos,
ni marcas,
ni hitos en el tiempo,
algo sencillo,
cálido,
dócil,
imprescindible
como el pan cotidiano.
Algo
de ti
para calmar esa sed
que me acosa
siempre,
para construir nuevas bienvenidas
y sentir
como nuevo
tu sabor y tu canto,
el calor de tus intersticios
o simplemente
el cálido arrullo
de tu palabra.
Algo
de ti
que no deje en el olvido
los relojes,
el calendario,
los viejos caminos,
las esquelas,
las rendijas de tus ventanas,
tu anillo,
el desnudo cuenco
de tu regazo,
en fin,
algo de ti
para ahuyentar
el persistente invierno
que amenaza
cada día
nuestro encuentro.
V
AMOR Y CANTOS
1
Siento
que cada mañana
regresas
con el mismo temblor
de aquella vez.
Siento
que repites cada día
los mismos cantos
que anudaron
nuestro encuentro.
Siento
que palpita en tu cintura
el latido
de las mismas semillas
y las mismas fiebres
de antaño.
Siento
que tú y yo
seguimos siendo los mismos.
2
Así
deambulamos
por la tierra.
Desde ese otoño
eramos como dos antiguos
forasteros,
sin cansancio,
sin hastío,
sin obstáculos que restringieran
nuestra sed
de pájaros,
de vientos,
de hojas,
de cantos,
de una nueva ternura
a cada hora.
Así
enredamos
una
y otra vez
nuestras banderas,
hicimos
un solo hueco,
padecimos
las mismas heridas
y sufrimientos,
renacimos con las mismas alegrías.
Así
rescatamos lo nuestro
cuando todo ardía
en medio de la amenaza del desamor,
la incomprensión
y, acaso,
la ira.
Así
evitamos
la agonía
y la amenaza
de un imprevisto olvido
como si supiéramos
siempre
que juntos éramos invencibles.
Así
aprendimos a nacer
de nuevo cada mañana
rompiendo el tedio,
la dura frontera
entre el sueño
y el despertar cotidiano.
Así
recuperamos
una y otra vez
el pan
y la sal
que escondíamos
en todos los resquicios
de nuestro cuerpo,
intactos,
todavía con el pulso
de nuestras antiguas fiebres
y el murmullo
de los viejos cantos.
Así
aprendimos
a reincidir
a cada lluvia
ante cada hoja desprendida
por el otoño,
esperando
cada llovizna para sazonar
un nuevo encuentro,
con las mismas frutas
de antaño
desparramadas a lo largo
de tus orillas,
esperando
el milagro de siempre,
hurgando
en la penumbra
los mismos recodos,
los mismos sonidos,
los mismos estremecimientos,
las mismas palabras
y promesas
que nos hicieron crecer juntos.
VI
RAÍCES
1
Un día
yo te ofrecí mi pan,
y tu me diste un hijo.
Un día
yo te llené de besos
y tu me diste un hijo.
Un día
yo te dí mis canciones,
y tú me diste otro hijo.
Por mi pan,
mis besos
y mis canciones
tu me llenaste
de sueños
y raíces.
VII
MIEDOS Y DESENCUENTROS
1
No quiero
aceptar tus dudas
ni deseo que mires
esta hora
como un simple espejismo.
No quiero
que destruyas mis palabras
ni abras
una herida
en este sueño.
No quiero
que tanta espera
se disipe
en una imprevista
despedida.
No quiero
que ahogues
mi canto
en tus incertidumbres
o confundas mis pasos
con los rastros
de un ajeno pasado.
No quiero
que te aprese el silencio
y apagues
tus sonrisas
cada vez que retornan
tus recuerdos.
No quiero
que deseches
compartir conmigo
la tierra
cargada de raíces
y gozos.
2
De pronto
ya no tuve frutas,
ni cantos,
ni besos,
ni palabras
con que afrontar ese torbellino
de abismos
que horadaba nuestro presente.
De pronto
ya no pude encontrar
la señal
adecuada para atraerte
y usar
tu regazo
para esconder
mis viejas mercancías.
De pronto
ya no tuve cantos
ni ternuras
para llenar de emblemas
tus vigilias.
De pronto
todo estuvo quieto
com si tú
y yo
nunca hubiéramos existido,
como si el olvido
nos hubiera impregnado
de frío.
De pronto
se deshicieron
todos los nudos que amarraban
nuestras palabras
y promesas,
de pronto todo se hizo extraño
y desconocido,
como si todo hubiera sido
débil,
efímero,
casi nada.
De pronto,
ya nada quedó de lo de antes:
apenas el estupor
de aquella despedida.
3
El canto
y la cólera
se adueñaron de mis horas
como un terrible
padecimiento;
en instantes apenas,
fue como si quedara aprisionado
en medio de una herida
que sangraba
en el comienzo de cada mañana.
El dolor
y el canto,
la herida y el sueño,
la quietud
y el viento,
la alegría y la nostalgia
se prendieron a mí
poniendo en mi boca
un sabor de vacío
y de ira.
La soledad
y los recuerdos
inundaron
mi aposento
de algo extraño,
algo así como un frío
que poco a poco
fue llenando de tristezas
las cobijas,
la lumbre,
la retama de los árboles,
las flores,
el sonido de músicas,
las cosas
que juntamos en nuestra casa.
Algo
sucedió entre nosotros
enmudeciendo
los cantos,
destruyendo las frutas,
dejándonos sin palabras
para reclamar
nuestras pertenencias,
las secretas
ternuras
que quedaron sin nombre
ni dueño
después de tu partida.
4
En un instante
todo pareció vacío,
quieto,
sin sentido,
como si hubiéramos olvidado
que alguna vez
existimos.
En un instante,
no quedó nada valedero
para ofrecernos
una esperanza;
todo parecía destruido
o, simplemente,
lo que creíamos duradero
no era sino un oculto
vacío.
En un instante,
el fuego
se tornó ceniza,
frío,
y todo lo que había
empezó
a cerrarse
como una inexorable
herida.
5
Fue un dolor
así,
como el de antes,
profundo,
persistente,
irreprimible.
Fue un dolor
así,
como si tuviera una grieta
dentro de mi pecho,
agrandándose
a cada rato,
como si mi boca no fuera ya otra cosa
que un hondo
y estéril
vacío.
Fue un dolor
así,
repetido,
sin término.
El tiempo
se tornó áspero
y miles de puñales invadieron
nuestros ojos
como irascibles enemigos.
Tú no creías
entonces
que algo nos había derrotado,
que se había destruido
el camino
del regreso,
que ese silencio
era definitivo,
que ningún eco repetiría
nuestros nombres
en el futuro.
En un solo minuto,
la furia
y el desatino
deshizo
todo lo construido,
lo que era tuyo
y mío,
todo lo que hasta ayer nomás
parecía algo
imperecedero.
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