jueves, 23 de mayo de 2013

SALAH STÉTIÉ [9.880] Poeta de Líbano


Foto por Stéphane Barbery





Salah Stétié 

(en árabe صلاح ستيتية) es un libanés escritor y poeta que escribe en lengua francesa . Durante el tiempo de su nacimiento, en 1929, el Líbano era un protectorado francés. También se ha desempeñado en diversos cargos diplomáticos para el Líbano, en países como Marruecos y Francia. Aunque su lengua materna es el árabe, elige Stétié  escribir en francés porque en la lengua árabe no está al día.

OBRAS EN INGLÉS:

Michael Bishop, ed. (2000). Cold water shielded: selected poems . Bloodaxe. ISBN 9781852244873 .
A Key to the Lebanon . Garnet Publishing, Limited. 1999. ISBN 9781859641378.

POESÍA EN FRANCÉS:

1964 : “La nymphe des rats”
1972 : “La Mort Abeille”
1973 : “L'eau Froid Gardée”
1973 : “Fragments: Poèmes”
1978 : “André Piyere de Mandiargues”
1979 : “Obscure Lampe De Cela”
1980 : “La Unième Nuit”
1980 : “Ur En Poèsie”
1980 : “Inversion de L'arbe et du Silence”
1983 : “L'Etre Poupée”
1983 : “Colombe D'Aquiline”
1984 : “Nuage Avec des Voix”
1984 : "Firdaws, essai sur les jardins et les contre-jardins de l'Islam"
1988 : "Incises"
1991 : "Le Voyage D'Alep"
1991 : "Les sept Dormants au péril de la poésie"
1992 : " L'épée des larmes"
1996 : "Archer Aveugle"
1996 : "Lecture D'Une Femme"





Mi yugular es hija de la nieve

Mi yugular es hija de la nieve
que al latir me golpea el cuello
la espera de la nieve es pura espera
pura en el umbral de la nieve y sus hijas alzadas
el lugar de sus vientres que ha invadido la nieve
mientras la palma de mis manos acaricia el oscuro trigo
y el lagarto de la muerte en mi cuello.
Me he sentado, con los pies
brillando por el fuego de las uñas
a nuestro alrededor la palabra es morada
el aire es necesario para alumbrar el cuarto
y si hablo tan sólo hablo con imagen a la dormida
la que arderá en el pensamiento
y volverá después a la casa de toda lágrima.
Enigma es la faz nacida del niño
como una ortiga que la luna también está quemando
en una niebla de rasguños, el corazón: este
corazón
de cara a los fusiles que se desnudarán
para volver a la sustancia de árbol
por el enigma dulce de la luna
paloma airada bruscamente débil
desplegando sus alas de espejismo
y sus remeras como alusión
a la ilusión del corazón.

Traducido del francés por Evelio Miñano






LA NOCHE DEL CORAZÓN EN LLAMAS

A C.F.L.,
por el misterio de un verso dado

I

Herida que la nieve aviva apenas
roja rosa que en agua fría mora
por la luna el poroso estío
se escribe en sombra con las campanillas
bajo la llamarada soleada de las flechas
dejando el agua fría junto a la sangre, aquí
donde destella leve el bello sosiego del mirlo

Aquí donde en el bosque metafísico brilla
el puro agrupamiento de los canes,
la reunión de sus amos,
sus voces desgarradas, largas,
tan desgarradas y tan largas
que ahora se confunden con la voz
de la guardia durmiente
en el seno quemado de la constelación
por una cierva de pulso saltando

de un salto en medio de sus voces:
puro lugar que aquí señala lo absoluto del agua
y su rostro es de cierva y de mujer
iluminado, destruido por el astro de sombra
en una tierra de pizarras y de viento desnudo
cual ramo que la tierra ha preparado
y -al fin- desconcertado se extravía

El tiempo está aquí
como la leche del hombre mezclada
con la de los caballos en las yeguas
y los potros más finos que sus párpados
duermen bajo la luz del espíritu que refulge
con la belleza de la podredumbre
cual lámpara de nadie llameante
en paraje de noche
desde el seno interno del agua viva.

"Desnuda, estrellas me vestirán" -dice


II

Por los caminos del ser y la noche
hay un árbol que la luna lunea
árbol tan solitario, de tierra tan antigua
que duerme cual muñeca adormecida
junto a las fuentes vivas
libres de viento en la desnuda luz

Libre de viento... Oh cierva
de pensamiento ensangrentada
tan cerca de este corazón que sueña
vaga sueña y su luz es lluvia en lluvia
caída sobre las durmientes cosas
cosas tan largas, rosas escombradas
por el perfume de su inmensa noche
que, desnuda, también se vestirá de noche


III

En la muerte su niño
en la muerte siempre estuvo su niño
y el cuaderno de toda infancia
arde en un cuarto vivo
en un cuarto vacío en que se mira
lo extraño del vacío
lo absoluto de su extrañeza
con su desnudez de noche alrededor

Esta cama la nuestra una guitarra un agua larga
terriblemente entre las piernas de la noche
como un cuerpo simple es de agua
que se deshace y vuelve a hacerse
en su fulgor de estrella
alejándose sola sobre sus piernas niñas
su mata de ímpetu y su herida
como mujer amamantada entre las nebulosas
por todos los caballos de la noche

"Desnuda, estrellas me vestirán" -dice


IV

Esta tarde ella ha dado al ruiseñor
su niño hijo de siempre amado siempre
resfrescado de menta inmaterial
con sus manos y la dulzura de sus desnudos pies
de niño que debe morir
bajo la inexplicada techumbre de las noches

La nieve colma el cielo
por el ave aplastada en las paredes
de la casa alzada bajo los astros
donde vertical hay un espejo sin prueba
con el desnudo pasado, pasando,
del hombre que desmembran los instrumentos de la luz
cosas quemadas por lo inmaterial
para ese niño amado
sujeto por la mano
del lado de la muerte.

(Un poema de Salah Stétié. Traducción de Evelio Miñano, del libro Fiebre y Curación del Icono)



NUBE CON VOCES


Cerca de las hormigas de estas montañas
Bajo la belleza del espíritu bajo la desdicha
Del espíritu y bajo el árbol

Establecido en la viudez del vacío
: Más silencioso que el silencio el cuervo
Ya no tiene nombre en la nulidad
Nulo
Dios de hormigas en el rojo
De un campo Dios de cordero bello
En las puertas estrelladas







Dios de hierba y de hierba
(: y la ribera de hierba)
(Sierva del sexo de hierba)

Para el hijo de la nube
Sobre el bosque de silencio
Antes del espíritu

: Signo fresco y fiel de negra estrella
En la separación de la idea hija
Somnolienta, y sus rodillas, en el grito

versión de carlos estela






CINQ POÈMES POUR UNE MÉDITERRANÉE CRIÉE

1 - Les œufs des morts

Il y avait ce rectangle avec les œufs des morts
Le jardin d'une eau sourde envahi par la mer
Et les coquelicots allumés par l'azur
– Sa tête jeune alourdie d'un poids de marbre

II y avait ce grand peuple enchaîné dans les vagues
Et qui grondait vers une vie ô suppliantes
Et la caverne du monarque ancien
Arrachée sous les murmures de la pierre

II y avait la majesté d'un Ange
Descendu sur les antiquités vaincues
Et marchant à larges pieds sur les dalles
Jusqu'à la mer encombrée de jasmins




2 – Mesures, démesure

Agir avec le feu du souffle sur
Cela si clair et dénoué avec ses vœux
Noircis ligués en pièces transparentes
Sur les serrées dont on ne sait plus rien

D'ailleurs et gravement calmée sirène
Parmi le sel démesuré jusqu'au plaisir
Du vent infatigablement fourni d'azur
Et dévoré par des fourmis très pures

Ô tout cela qui vient comme batailles
Vite emportées dans le désordre heureux
Des routes mélangées par l'air habile
Qui les donne à la vaste écume et les retire




3 – Raucité

Au sommet de la vague il y a la frange
Du soleil et les équilibres du sel
Mille épées dans le nid brûlé à vif
Les oiseaux ont disparu du ciel

Uccelli ! Autour de vous l'éclat
Du lieu sans clé avec ses chambres de verdure

Puis soudain comme un peu de sang dans le jour
Les rochers, les cris durcis, la raucité





4 – Feuilles tombées dans la mer

Jusqu'à des extrémités où les mains tombent
Avec les feuilles des arbres dans la mer
Avec les épaules brisées et le cœur
Noué dans les poitrines fusillées

Aller jusqu'à cela – tournant le dos
Au trouble de la lune sur le destin
Troué et repris fortement dans les tambours
De la mer, oui ! jusqu'à l'œil sensible au sel

Mais ici, point de mer. Ici 1'extrémité
Avec les palmes reconduites jusqu’à l'arbre
L'épaule organisée et la poitrine
Refermée sur le cœur fermé, et la main






 5 – Serment pour l’eau

Par le lieu qui a prêté son nom au livre
Par l’amande limpide
Volée aux dieux

L'égarement brûle les cils de la mer
Et quel instant de nul instant se brise
Contre des genoux morts ?

Oh quel genou ce cœur
Dans la violence déployée frangée de plumes
Le tout, avec le cœur





Alfredo Silva Estrada: 
Saláh Stétié y las ambigüedades del sentido...

Salah Stétié- poeta, ensayista, filósofo crítico de las artes y de las letras, nacido en Beirut en 1929- ilumina con palabras de fuego y esperanza las tinieblas de nuestro mundo trágico, esforzándose, desde el misterio de un origen unificador, en sorprender y profundizar las confluencias del pensamiento oriental y del occidental. Así, en sus ensayos, escritos con la misma sustancia de su poesía o como una emanación radiante de ésta, no debe asombrarnos encontrar hermanados, por ejemplo, a Novalis y al poeta persa Djelal Eddine el-Roumi, elevando sus himnos con el mismo fervor de una noche esencial. Porque la noche -fondo, subsuelo, raíz del sentido- guarda en su seno el relámpago fundador de la palabra poética, a la vez luminosa y oscura.

Hölderlin es otra de las imprescindibles referencias occidentales de Stétié. Recordando el habitar poético del hombre sobre esta tierra de que nos habla el poeta del Azul adorable (“por la poesía/ hace el hombre de esta tierra su morada”), Stétié nos informa que en la lengua árabe verso se dice bayt (casa). Cada verso en el poema árabe está asimilado a una casa: es morada de las palabras que conforman el sentido. Pero – tal es el deseo del poeta- la palabra no debe hacernos olvidar que proviene de una ola de las profundidades, no hay que sentirla abrigada por el bayt ni protegida por los muros de ninguna morada. Para el poeta de la Inversión del árbol y del silencio que ha visto en la poesía nuestra salvación, la palabra “debe permanecer libre de todo muro y de toda piedra, guardar imperativamente su fluidez, conservar su naturaleza primera y primitiva de elemento: gracias a lo cual nos es respiración y aliento”.

Un hombre como Salah Stétié, que ha fundido su existencia con su escritura (respiración y aliento) sin que una sea sucedánea de la otra, al hallarse en una situación límite (algunos días antes de someterse a una grave intervención quirúrgica que pondría en peligro su vida) se plantea, tal vez nunca antes tan explícitamente, ciertas preguntas esenciales acerca de lo que ha constituido y, no obstante las penosas circunstancias, sigue constituyendo su elección vital, y su razón de ser: ¿Por qué la poesía? ¿Qué representa el poema ante el universo: “ese nido de maravillas, ese nido de víboras”? ¿Qué peso tiene cada poema ante la búsqueda de un sentido compartido, frente a la lengua plural y nuestra, frente a la muerte que es ya mía, la intransferible y, sin embargo, la de todos?

La poesía que ha entrañado para este poeta sabio indagación rigurosa, apasionada e incesante, situado alguna vez “En el umbral de la belleza de los muertos”... “En el umbral del origen”, afirma ahora con dolor: “Reconocer la poesía es, extrañamente, comenzar por desconfiar de ella, abstenerse de conocerla, al menos hasta no haberla experimentado en las balanzas interiores por lo que ella misma es.” Curiosa experiencia, praxis tanteante que precede a todo conocimiento teórico. La poesía se le torna entonces “una totalidad opaca con posible vocación de transparencia”...

Y las interrogaciones subyacen: ¿podrá la poesía legitimar la muerte, así como ha justificado una vida? Las palabras ¿son portadoras de realidad o, más allá de la realidad y por encima del juego semántico, son portadoras de verdad? ¿En qué coyuntura poética coinciden realidad y verdad? ¿Dónde está la autenticidad de la poesía? ¿Cuál es su verdad esquiva que sentimos adentro, encarnándose, y que nos seduce y atormenta?

Ante la amenaza de la muerte, muy cercana, aquella que a lo lejos se emparentó con “la perfectibilidad de los astros”, el poeta osa interrogarse e interrogar a su lector bajo asertos conflictivos: ¿La poesía no será acaso, en el juego de espejos que las palabras traman, más que ilusión, perspectiva tan deslumbrante como falsa, abriéndose al final sobre el vacío?

Salah Stétié nos pone a girar vertiginosamente alrededor de estas interrogantes en su libro Lo Prohibido, publicado en marzo de 1993, con esta afirmación casi al comienzo de sus inquietantes reflexiones: “La poesía, la humilde poesía, vacila en el umbral de todas las respuestas posibles.” Contradictoriamente, más adelante nos dice: “En cierta forma, la poesía es respuesta a una pregunta que no fue planteada o, lo que sería más exacto, a una pregunta que lleva consigo su respuesta y que ella deposita, como el mar a un testigo de leño sobre la playa de lo ya resuelto.” Las contradicciones que podemos encontrar en estas líneas reflejan, sin duda, las contradicciones mismas de la existencia en su relación con la complejidad del acto poético: complejidad que no contradice, en forma alguna, la simplicidad de la revelación fulgurante e instantánea.


A todo lo largo de estas líneas de Lo prohibido que bordean continuamente límites misteriosos, se entrelazan las deslizadas paradojas: “el poema es un habitual / inhabitual, un habitáculo desertado pero no vacío, más bien estaría colmado de no sabemos cuál plenitud. Plenitud que parece no estar justificada por nada objetivo. Plenitud injustificada y, no obstante, soberbiamente justa.”

En la gestación poética y en sus mutaciones, en ese dominio improbable donde el primer contacto del poeta con su poema es de orden corporal, táctil, “ciegos dedos contra ciego cuerpo”, donde hay que avanzar a tientas, con los dedos abiertos y tensos, con precauciones y prudencias para no romper los frágiles hilos de las relaciones aún nacientes, donde es preciso “tener un ojo en la punta de cada dedo para tantear la sombra”, tropezamos con todo un cúmulo de paradojas. Por ejemplo: “¿Podríamos esperar apresar desde el afuera alguna apariencia del adentro?”. La pregunta encierra su respuesta, porque sabemos por nuestra experiencia que, poéticamente hablando, no hay afuera ni adentro, “siendo el uno la expresión invertida del otro en una proyección simbólica.”

En el agolpamiento de sus espejos – insiste Stétié – “la poesía acumula paradoja sobre paradoja.” Suele mostrársenos como privada de sentido, fiel a su impulso original, a su ola de fondo oscuro, a su fuerza a la vez densa y ligera que precede al sentido. Lo que es la figura novaliana se sitúa en ese lugar intermedio entre lo nocturno que precede al sentido con vocación solar y el otro sentido que continuará esquivándose.

Esa mostración primigenia y a la vez velada de la poesía es lo que Stétié llama “ternura de la palabra poética”, llena de irisaciones y reflejos: “confusión clara... como el desorden de un jardín.” El autor de un admirable texto acerca de los jardines del Islam (Firdaws, 1984), no podía dejar de evocar a su venerado Georges Schéhadé:

Hay jardines que ya no tienen ninguna región
Y que están solos con el agua
Unas palomas los atraviesan azules y sin nidos

Pero la luna es un cristal de dicha
Y el niño se acuerda de una gran desorden claro

Bellas palabras de un poeta amado al que recurre Stétié, como en una oración, cuando, aun afrontando lo terrible, se atreve a acercarnos a una ternura de la palabra en claroscuro:

“Ese desorden, he aquí que poco a poco, por la claridad que asombrosamente emana de él, cede el lugar al orden, no sabemos a ciencia cierta a cuál orden tembloroso, progresiva condensación de la luz difusa, baño original del sentido... Primavera del sentido, pequeñita primavera del sentido, todavía enturbiada de lluvia y de bruma, a la manera de la madrugada.”


Un año después de la publicación de Lo prohibido, Salah Stétié publica, en junio de 1994, el poemario La tierra con el olvido. Al ofrecerme un ejemplar, con cierta timidez, me dijo: “Estos son los poemas de una vida”. Una vida, se entiende, que comienza a encarar la vejez con un excepcional coraje corporal incorporado al poema y una lucidez inusitada. Aquí, lo que podría ser sólo dolor y nostalgia se torna hallazgo de lenguaje y revelación constelada, revelación de cuerpo humano y cosmos: “Oh cuerpo nunca perdido bajo tantas noches / portador en ti de un incendio de estrella.” Y la ausencia misma, la quemadura de la ausencia tiene al final la frescura de una renunciación:

Hay un rocío que cae
Nada hay: la tierra con el olvido


En mi versión de estos poemas, como en mis anteriores de este poeta difícil y espléndido, no he perdido de vista lo que nos comenta acerca de su escritura ese otro gran visionario, el poeta sirio–libanés Adonis. Nos dice Adonis que el arte de nuestro amigo está hondamente enraizado en la caligrafía islámica, renovándola: poesía de arabescos que es, a la vez, música y geometría. “Rítmica liberada que no persigue ningún objeto externo, sino su propio desarrollo, su propia dinámica espacial y lineal. El ritmo puede ser tan pronto esta curva, esta ruptura, este cruce; tan pronto helo aquí analogía, intercambio, similitud. Es así como el cosmos, aprisionando la materia, libera de ésta solamente lo que es energía y significación. Así, con Salah Stétié, el mundo deviene, en su totalidad, admirable barandal de la palabra.”

Confieso que cuando vierto un poema de Stétié a nuestro idioma – placentera tarea emprendida hace ya más de un decenio– me asusta tener presente lo que nos señala Adonis: “Stétié escribe en francés con un lenguaje árabe”...

En los poemas de La tierra con el olvido, me parece que los arabescos, contradicciones y preciosas extensiones de la producción anterior del poeta, han cedido el paso al íntimo desgarramiento existencial del sentido. A veces, sereno desgarramiento. Lleno, en todo caso, de esa “claridad maravillosamente entenebrada” por todo aquello que fatalmente se esconde en la palabra. Porque el sentido, para que lo dicho se mantenga en la palpitación de su origen, nos es retirado por el ofrecimiento mismo del poema.

Alfredo Silva Estrada


I


He aquí, rosa de fuego en la quemadura,
Aquello que al fuego da su frutecer
Cuando el agua está allí, hija de la casa,
Y cuando esta en vigilia con el fuego de la quemadura
Sobre el techo y la larga palma de las nubes
Encendida por la sangre
Por encima del afluente del olvido









1 comentario:

  1. Para los lectores de lengua española, hay una traducción de "Fièvre et guérison de l'icône" de Salah Stétié, una de las obras más bellas del autor:

    "Fiebre y curación del icono", introducción y traducción de Evelio Miñano Martínez, Madrid, Visor/Éditions Unesco, 2000.

    Un saludo,

    Evelio Miñano

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