Éric Brogniet
Ciney, Bélgica (1956). Fundador y director de la revista de poesía
Sources (1987-2000) y director de la colección Poésie des
Régions de Europe (1988-2000). Fue consejero literario de la
Casa de la Poesía de Namur, donde organizó, entre 1987
y 2000, numerosas lecturas y coloquios literarios. Es miembro
del comité de redacción de las revistas L’Etrangère (Bruselas)
y Riveneuve Continents (Marsella/París). Luego de dirigir,
a nivel ministerial, la política de las letras y la lectura de la
Comunidad Valonia-Bruselas, actualmente está a cargo
de la Casa de la Poesía y de la Lengua Francesa en Namur
y del Festival Internacional y del Mercado de la Poesía que
se realiza en dicha ciudad. Autor de una veintena de libros
de poesía. Entre los más recientes: Autoportrait au suaire
(2001), Mémoire aux mains nues (2001), Une errante intensité
(2003), La nuit incertaine (2004) y el libro de artista Parole et
empreinte (2004). Su obra poética (1982-2000) apareció en
dos tomos en la editorial L’Arbre à Paroles (2002)
Ulises, errante en el deslumbramiento...
(Fragmentos)
Traducción: Stefaan van den Bremt y Marco Antonio Campos
La nieve en su corazón: ninguna pureza
Ninguna paz, sino la mortaja de las glaciaciones
Y de los adormecimientos
El pobre abrigo del frío
Sobre estos hombros en los que desde ahora ninguno
Busca colgar sus abandonos
Y el renuevo de la helada en el cielo
Estrellas reventadas como las cuerdas
De una lira a medida que se aleja:
Thalassa, Thalassa, el silencio es un torno
Entre las sienes mientras la luz vacila...
¿Se crea belleza a partir de las soledades
que unos provocan o se provocan estas soledades
atroces para sacar de ella la belleza?
¿El rayo es el fruto o el síntoma
de la tormenta? Qué brillo agujereará el corazón
o qué corazón se destruirá
para parir la luz?
¿Surgiremos de la noche
o la noche surgirá de nosotros?
¿Y qué valdrá desde entonces esta fruta
podrida aun antes de ser su flor?
¿Y que podrá aquél que se empobrece
cuando el dolor lo haya destruido?
Desear ¿es probar o poner a prueba?
¿Qué vale el aire sin la rama que roza?
¿Y no tiembla el árbol
bajo el viento que lo atormenta?
¿Se habrá visto sol sin su noche?
Hay una noche que arde lo oscuro
En el momento cuando no sabemos...
Y cuando vuelve el día por un instante
Con su luz de narciso
Y el cielo es un diamante blanco
La memoria nos tiembla...
¿Estamos en la historicidad?
¿Estamos en el desierto de lo real?
¿Nos abandonamos a eternos
Regresos? ¿Qué libertad hay que reinventar?
¿Qué fuente yace en la pureza de lo efímero?
No estamos en el mundo para eludir las heridas
Lo que interroga es un corte
Un asombro próximo al vértigo
Iluminación tanto como quemadura
Trabajamos la lucidez
En el desgarramiento
De dónde viene entonces que yaciendo en el fango
Se eleve para ver tantas maravillas
El cielo es azul como leche
Donde pasan soñando sus sueños una y otra vez
El mundo y su luz donde vivimos
Ulises, en el núcleo oscuro
Para poder cantar mejor a los dioses
Que ya no existen…
Luz, luz, ceniza azul
Volando del cielo más allá de las colinas
En el interior, desmoronado, observando las degradaciones
Progresivas y la resurgencia del don
Pues la luz aún a través de los árboles
Esculpe una belleza funeraria
La soledad, el corazón lentamente fulminado
A través de la tranquila música de una calle desierta
Donde, fuera del tiempo, reunirse y ausentarse…
Atravesamos siempre la belleza
La conciencia del deslumbramiento y de la catástrofe
Juntos…
La pulsación bajo la tormenta y nuestras vidas desgarradas
Que un murmullo de río absolverá
Más tarde, en la ciudad con los vidrios de electricidad
Sangrante, el vagabundeo a manera de locura
Y de convulsiones, con ojos que han visto
Lo que aun la luz no puede ver
Pues el origen no está nunca en otra parte
Sino en la hendidura
Los labios y el hoyo
Es liquidez de la lengua
A quien siempre faltará la inicial
La presencia apartada
¿A partir de qué lengua se escribe?
Será siempre extranjera
Cuando las imágenes fundadoras
Se apartan, queda el paisaje
Y sus huellas durables
Donde el cielo con colores de carrizos
Y de rosas inclinadas, cuando el tiempo
A veces se cuaja aligerándose
Se confunde en nosotros con la íntima convicción
De no haber obrado en vano
Aun si toda belleza nos queda incurable.
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