Juan Fernando García nació en Necochea en diciembre de 1969. Publicó La arenita (2000), Todo (2004). Partcipó de las ediciones Suscripción (poesía+ fotografía, 2000); Álbum Sentime (figuritas y poemas, 2002); Proyecto 04, agenda de artistas (2004). Permanecen inéditos: Ramos generales, de próxima publicación y Canada Dry. En 2003 participó de la Residencia para Artistas en el Banff Centre for the Arts en Canadá, gracias a una beca otorgada por la Fundación Antorchas. Es jefe de redacción de Canecalón, revista de arte y medios. Docente de nivel medio. Dicta talleres de escritura y lectura.
SELECCIÓN
de La arenita (2000)
1977-1997
1.
¿distinguimos el paso del tiempo
cuando nos reconocemos
en los pasos
en los pesares
en esa
mínima estridencia de la hoja?
-No caminen hacia los huertos-, proponía
el gallego de las quintas, don Murcia.
Mamá compraba la verdura fresca:
el campo era
la lejanía sin medida
¿y el horizonte? verde contra verde
en las ramas
(un primer viaje a La Plata:
la entrada de la cuarenta y cuatro
perfumada de albahaca y apios y lo demás
es inmemorial olfato de años
¿por qué
si tantas veces realicé esa salida,
si tantas y tantas veces madrugué en esa ruta,
el olor no me acompaña más
que en Recuerdo?
la memoria
es desmemoria en la usura que le imprime
el primer recuerdo:
-mástil y cielo para confundirse/
miedo a no decir el qué de los veranos.
3.
-¿te acordás del verano aquel?-
-¿y del faro? ¿y Rondanina
y sus campeonatos de volley? ¿y Restituto?
Había un artesano
al que llamaban el Profeta.
Veranos de Claromecó:
mis primas jugando al volley
y yo rodando por la calesita:
la sortija la ofrecía un señor canoso.
Y las casas en la arena
(que ya no existen)
y las expediciones a Dunamar:
el puente de madera, inseguro para mi vértigo:
la legión de parientes busca el descanso
en el lugar más apartado. Nosotros cinco
arremetemos contra todo.
Veranos de Claromecó:
una cerveza caliente
nos devuelve a la Mirada acusadora
de los grandes
somos
chicos.
Tía Hortensia reía
mientras maniobraba el autito chocador.
Soy
chico.
Veranitos. Tristeza en la despedida.
Ellas
atraen en la diferencia y somos
más niños en el ojo paciente
para velar la memoria: los Mascaró
enlazados a la cinta familiar
de los excluidos. Aires de otros años.
Claromecó-Necochea
arenita entre mis dedos…
-¿Te acordás del mar
espumas hacia la templanza?-. Hay
otro flash para la historia.
7.
Sur. Siempre el viento del sur
desvaneciendo mi intento de crecer
en la reconstrucción de un tiempo
transmigrado haciendo señas
hacia el olvido.
sin fecha
La valentía
de salirse de sí: una cadencia
hacia el pasado arremolinado; una estación
para dejar pastar las vacas
de la memoria. Quien se permite
traspasar el umbral de esta inocencia:
la arrebatada sin muros,
con su plena verdad y sus silencios
¿a quién teme? ¿qué horrible sinrazón la descoloca?
pero nada más. ella. nada dice, sólo llorando
evoca las tardes de su reinado.
Arenas movedizas
¿Qué arenas se escurren por entre los dedos
de los que dicen
recordar? Una película,
en el remanso de un televisor
que soporta el maltrato de los veraneos: ahí,
las arenas movedizas me daban miedo.
¿Y si algo así existía detrás del faro,
entre los médanos?
Solo, no me animaba a avanzar.
Unos amigos me ayudaron en la empresa.
Los cuerpos se hunden. Es el pantano
de la memoria.
de Todo (2004)
Yann I
Abierto o cerrado el párpado
lo que atesora
en lo que vislumbra: hay un río
por donde rueda tu barca de origami.
Quisiste un amante argentino
la piel lo que corroe el viento
y las cartas que nunca llegaron
hablaban de un último verano
y no querías que así fuera todo.
Siempre
somos un río bordeando
la primera y la última de las ilusiones.
Barco
Alcanza con mirar tu piel
a través del espacio que queda entre
mis manos unidas como un cuenco.
Alcanza el rojo de estos labios
para abrasar en besos que niegan
la desazón. El pulso arrastra músicas
de impropio ademán hacia
su destino de silencio y más allá:
su muerte. El crac de una rodilla
que se dobla también alcanza
junto a las hortensias color lila
de la costa extranjera.
Nadador
Un nadador pasa.
La corriente de plata en su espalda
y yo, que desconozco de la elasticidad
su tono, admiro un cuerpo
dado a desplegar como pájaro
brazos-alas y aire-agua.
Intensa lucha por llegar
o placer ante la infinita inmensidad
del azulejo celeste.
Las ondas
que al pasar deja su juventud
entre vahos clorados.
El otoño
es más bello y agradable
entre el oro
y este cielo que junto
con mis manos:
la aventura y la belleza, hermanadas.
Té
Luego, un ojo del mirar. Otro del ver
Claudia Schvartz
Paseábamos por el barrio chino
mientras repetías hasta el cansancio el poema
que había leído en el restaurante.
Te gustaban tanto esos versos como el nombre del lugar
donde habíamos almorzado. De la tristeza, el poema.
“Todos contentos”, sobre Arribeños. El mismo té rojo
nos llevó a una tarde feliz.
Tu casa daba a una interminable estación
donde deseaba morar para siempre.
Compartimos todo lo que nos era posible: unos libros
que marcábamos con distintos colores
para no confundirnos
(el momento más pleno era cuando las líneas coincidían);
el gusto por el cine francés y el jabón de glicerina;
los desayunos del domingo, llorar escuchando a la Chavela.
La vida en esos tiempos era una línea de luz.
Me había enamorado de tus ojos,
como si en el ambarino cuadro de tu rostro
la dicha me estuviera asegurada.
1º de enero de 1999
En la ruta llueve
y es el chaparrón su gris presencia
lo que hace del paisaje lo bello
en lo oscuro.
Quedan detrás de nosotros las nubes
de langostas
estrelladas en el vidrio del auto.
Es inquietante esta naturaleza.
La gracia
para andi nachon
Busca
en la imposible territorialidad de su mudanza
un objeto nimio: la rosa seca
que se vuelve imagen de una despedida.
Busca en lo que hay de pleno
en la mañana. Papeles, cajas
y más cajas. La fragilidad
no es aparente. Un movimiento
y estalla el jarrón con flores: un poema
evocado y queda solo agua. Una
fresia para su propio surf. No hay
ilusión ni tarde
que conjure
los misterios de vidrios
amontonados en la palita verde.
Quisiste la exaltación, la alegría
como muestra de desinterés; otra tarde
otras tardes para mitigar este sábado.
Alguien que obsequie la última sonrisa.
Lady Day
Asume su noche, en la implacable
menos austera intimidad del alcohol y algunas drogas.
Es una música que alguien me hizo escuchar lo que presiento
como instante -marca en la piel lo que rasguña-
no es el gato que insiste en atacar amigos
no es un miedo atroz a la soledad: su voz
aparenta ser lo indiscutible de un día de sol radiante.
Cuando se llora por una pérdida de amor, objeto amado-
o cuando algo se hunde en el cuerpo y sangra,
así: un tímido resplandor, la lluvia del domingo
elegido. Una foto marcada por el tiempo y el destino,
la inclemencia. Todo se desordena para ser
de apasionado y triste lo seguro. Su voz. Arco tensado
por el primer atisbo de lucidez en el abandono.
Ya no hay red. Algo se rompe en la desmesura.
de Ramos generales (inédito)
Amaneceres, atardeceres
La hora del crepúsculo es inverosímil.
Esta tan imperceptible e ineluctable volatilización de la forma...
Witold Gombrowicz
Es el amanecer o la tarde
que en su dorada cresta se encrespa.
La búsqueda de sí en el mar de su teatro inmóvil
Perder el centro
para buscar los nombres asumidos
como propios.
Hermanas huérfanas
vienen a mí,
en su devenir viudas.
Remonta en un rulo su enigma espiral
y pide de los movimientos
aquiescencia, disputa silenciosa.
Registrar lo que sea bueno
para el corazón:
la línea del poema,
el Paraná
es de un amigo su paisaje
pertenencias
onduladas vertientes de la música,
de ese saber
sustrae lo que ilumine, destelle
-sabia inclemencia de la lluvia
sobre el toldo que nos cobija.
Y que sea volátil ese aroma a naranjas
perfume de tu cuerpo
la noche de la despedida.
Lo dicho para despedir
o para evocar la ausencia:
historizar
en un cuaderno de tapas amarillas,
el día que en el sur nos perdimos.
Ausencias, ausencias y ausencias de ausencias,
--unos versos de Savino.
Así, el llano atravesado por la luz
- crueldad de un destello
¿un rayo?
Falta aprender
el nombre de una vegetación
de un ocio perdurable
en la contemplativa
manera de tus ojos
sobre el verde y el azul
paisaje enarbolado
hacés de esto
tu bandera:
manos brazos piernas
agitadas
en el aire fresco de la nochecita.
Las estrellas
no guían,
confunden el amor
con la apariencia
y tejen con sedas
la selva impenetrable del olvido.
Es el amanecer
o el atardecer,
-quizá no importe-
es la brisa
en tu rostro
hilván que nos atrapa
en un devenir
exilio
en las carencias
donde todo aparece desgastado
y extranjero.
Infancias
Y qué será
este latir de alas si no es
la perfecta consonancia del verano
en la ropa.
Gota a gota el surco en tu cara,
la risa y esas gotitas
que se escapan
La mirada de los padres
duerme la siesta y se construye
en sostenido secreto
en misterio de chicharra
el sexo.
Hay infancias, diferencias:
potreros, hermanos en el arco.
Monte de eucaliptus
para la batalla de un cuerpito
que anhela la tormenta.
Felicidad o despreocupada manera
de salir al ruedo
montado en bicicleta
con asiento banana
Aire tan dulce
el bien y el mal su duende
Son los lunares en la espalda
de un primo en slip rojo
su risa el desconsuelo.
Preparación de un viaje
Entra la luz por la ventana.
Silban los árboles
en el invierno que devuelve
pulso de viento, sudestada.
Otra vez el mismo cuerpo entregado
al cansancio de la soledad
atravesando una plaza mil calles
un cementerio.
Todo se gasta y vuelve al punto
en que no se es
Víctima de mí? pleno en la noche
y en el día a medias?
Jóvenes
una percepción en destino abigarrado
y en la delgadez de un hilo
la esperanza.
Se desgasta la luz, tiembla
lamparita de 40 y pienso
como el personaje de Mishima
“quisiera escuchar alguna vez
el eco de una montaña
su clamor”.
Ya no hay lugares seguros.
Dejar pasar las nubes, ir al campo
donde el polvo del camino sea un punto
y aparte.
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