miércoles, 1 de julio de 2015

MELECH RAVITCH [16.425]

Rokhl Korn and Melech Ravitch in Montreal.
Photo from JPL Archives.



MELECH RAVITCH

Melej Ravitch es el seudónimo de Zekharye-Khone Bergner (1893-1976), poeta yiddish, ensayista, dramaturgo y activista cultural. Nacido en Radymno, al este de Galicia, en un hogar donde las principales lenguas habladas eran polaco y alemán, Ravitch recibió una educación laica en general, incluyendo la escuela de negocios, y una educación judía tradicional limitada. En 1921, se estableció en Varsovia, y desde la década de 1930 en, Ravitch vivió en Australia, Argentina y México, hasta finalmente establecerse en Montreal. Sus principales obras incluyen una antología completa Di lider diversión Mayne lider (Los Poemas de mis poemas; 1954) y sus dos series volumen Mayn Leksikon (Mi Lexicon; 1945-1947) ofrecen retratos íntimos de escritores idish en Polonia. Sus memorias, Dos mayse-bukh divertidas mayn lebn (El Libro de cuentos de mi vida;. 3 vols, 1962-1975), describen su vida en Galicia, Viena y Varsovia. Estas notas biográficas son de la Enciclopedia Yivo de Judios de Europa del Este.



Una poesía sin nombre

A mi alrededor todavía es primavera
pero yo ya soy otoño.

Aunque tal vez a mi alrededor ya sea otoño
y yo ya soy primavera.

Todas las verdades tienen dos costados
y ambos son verdad.

Todos los sí son no
y todos los no son sí.

A mi alrededor ya es desesperación
pero yo soy todavía esperanza.

A mi alrededor todavía es amanecer
pero yo ya soy ocaso.

A mi alrededor todavía es contradicción,
pero yo ya soy claridad.

A mi alrededor todavía es ser—judío,
pero yo ya soy ser humano.

A mi alrededor todavía es ser hombre,
Pero yo ya estoy en lo de Dios.

A mi alrededor todavía es espera,
Pero yo ya estoy.

A mi alrededor es morir todavía,
Pero yo estoy ya muerto. 




Un bosque gira sobre un monte,
los árboles danzan un vals,
una tijera.

Un árbol escapa hacia el valle.
Corren abedules tras él,
corren castaños tras él,
corren pinos tras él,
robles se arrastran detrás.

Un árbol enorme en el medio
mantiene los brazos levantados
y se arrima a él con el vientre,
inclinan sus cabezas los árboles
y 10 señalan con sus manos.

Da vueltas un árbol en el valle
y se asombra que corran hacia él,
cree que corren hacia él.

Corren el campo y el mundo,
el mundo y una mujer.
Corre un hombre tras ella,
corre un cementerio tras ellos,
juega un niño tras él.

Se apura el sol por un borde
y los enciende con luz de anochecer.





De buen talante un canto así

Estoy seguro que no comienza recién
nuestro amor;
que ya nos vimos hace un millón de años
en el cielo, en el reino de Dios.

Sé también que en la tierra
no ha de terminar nuestro amor;
que otra vez en el cielo
estamos predestinados a ser uno, los dos.

Será por eso que cielo y tierra
se mezclan en nuestro amor;
ya me besaste terrenamente en el cielo
tal como celestialmente 10 haces hoy.

Existe un tiempo para tierra y otro para cielo
y hoy precisamente es tiempo terrenal;
entonces hay que tomar y dar cuánto se pueda
alegría terrenal.

Si Dios nos unió
sabrá porqué lo hizo;
en el otro mundo ha de pedirnos cuenta
por cada minuto perdido.

Acércate entonces, amada mía,
quien pierde la tierra, pierde el cielo;
agradezcamos con amor al buen Dios
que selló nuestra pareja en el cielo
y la constituyó sobre la tierra.





Un instante

Cada instante mío
un día para mí.
A cada instante mío lo sigue un reproche
Porque nunca retorna
y es como dicha pasada.

Cada día
envejezco un año entero. 

A mi alrededor todavía es tenderse,
pero yo ya estoy levantado.

A mi alrededor están los cantos,
pero yo soy ya el canto mismo.

A mi alrededor es final todavía,
pero yo ya soy comienzo.

A mi alrededor todo son interrogantes,
pero yo soy ya explicación.

A mi alrededor ya no hay más alrededor,
porque yo ya soy sólo yo.




Cuando mujeres embarazadas lloran de noche

Cuando mujeres embarazadas lloran de noche,
sobresaltadas en sueños,
llora Dios con ellas.

Se levanta de su azul lecho divino,
vaga de noche por su universo,
apaga en su morada las estrellas
y despierta a los ángeles
para que digan sus oraciones quedamente.

Cuando mujeres embarazadas lloran de noche
un lejano llamado recorre el mundo;
anda el universo de extremo a extremo:
—Ma—dre, ma—dre.

Ya se enfrió hace mucho el lecho azul de Dios
que anda por sus espacios en la noche;
los abismos bostezan hondamente
y los ángeles rezan en silencio.
Dios ve los abismos, murmura, queda callado
y se sobresalta:
—¿Qué hice aquí?
Y de las profundidades escucha
el eco del llamado
y el sollozar de cálidas sangres
en el nocturno grito repentino de mujeres embarazadas.


Antología de la poesía
ídish del siglo XX
Selección y versión de
ELIAHU TOKER 





Melech Ravitch, Ida Maze, unknown man, Rokhl Korn and J.I. Segal, early 1950's. Photo from JPL Archives.



Twelve Lines about the Burning Bush 

What’s going to be the end for both of us—God?
Are you really going to let me die like this
And really not tell me the big secret?
Must I really become dust, gray dust, and ash, black ash,
While the secret, which is closer than my shirt, than my skin,
Still remains secret, though it’s deeper in me than my own heart?
And was it really in vain that I hoped by day and waited by night?
And will you, until the very last moment, remain godlike-cruel and hard?
Your face deaf like dumb stone, like cement, blind-stubborn?
Not for nothing is one of your thousand names—thorn you thorn in my spirit and flesh and bone,
Piercing me—I can’t tear you out; burning me—I can’t stamp you out,
Moment I can’t forget, eternity I can’t comprehend.

Melech Ravitch (translated from the Yiddish by Ruth Whitman)





The Excommunication* (fragment)

In another part of the city shutters come down on
Jewish storefronts,
and in a distant suburb, more shutters,
you hear the same slamming of doors and shutters
all over Jewish Amsterdam;
the Jewish wives and daughters, their heads covered
with black silk kerchiefs, come out of their houses
and fill the streets with ominous waiting.
From the depths of the fog a beadle’s voice cries:
“Everyone to the synagogue!”
Then a silence, broken only by the three loud raps of a
wooden hammer.
And here’s a woman shouting up to the window above
her,
“Solomon, Solomon, for God’s sake, hurry, or we’ll be
late for synagogue
and we’ll miss Spinoza’s come-uppance!”
... “Spinoza, fool and lunatic—Barukh, the so-called
blessed and luminous,
throw him to the dogs, that Benedict,
that traitorous pig’s brain! Hell, beating, prison, public
shame be on his head!
Dear God Almighty, that he dared defy you, and spit
upon your Name. One sin begets another!”

Translated by Miriam Waddington

* part of the opening of a long narrative poem, written in 1916, on Spinoza, the Jewish philosopher who was excommunicated on July 27, 1656, and who was the dominant philosophic influence on Ravitch.




Horses

Eighteen years
of hauling heavy loads,
two forgotten horses
on the lonely roads.

Eighteen years
of standing on the hard stable floor;
the horse-stall dust dimmed the sheen
their skin had all those years before.

Cringing under the whip
that stung and burned;
the straw they ate two times a day
they dearly earned.

Lashed by cold and rain one night,
the elder pressed his heavy head
against the other,
coughing as he said:

“I’m tired, brother. Eighteen years
by your side without protesting.
I’m shaking, sick, and blind,
and I need rest.”

Two horses alone that night
without a future;
sold in a tavern
to a horse butcher.

Their master gave his hand
and toted up the worth
of two unhappy horses
in this wide earth.

Bargaining for one more trip
with them to haul
a last wagonload of wood,
and a cold farewell.

As it had for eighteen years
the whip cracked, and they trod
the forest path hauling wood
for the winter days ahead.

And when they came from the forest,
no need for them to eat;
they took their own flesh to the slaughter
on their own weary feet.

Two brother horses trembled
when they saw where they stood,
two long heads pressed together,
attentive to the blood.

Plain to see when the yoke was lifted
off their necks that day,
the black skin
where their manes were worn away.

Plain to hear the sound of fear
when they lay in their blood on the floor,
the wild sound of iron hooves
pounding the stony floor
like the sound of their feet on the stony street
for eighteen years,
and their heavy breath as they went—
two horses
on this lonely earth.
And now their lives are spent.

1919

Translated by Seymour Levitan









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