Elkin Jiménez
(Pailitas – Cesar, Colombia 1977). Estudió Administración de empresas agropecuarias en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Textos suyos han aparecido en selecciones literarias del Festival Internacional de la Cultura (Tunja - Boyacá) y en la antología Bosa de LIT. Asociación de Literatura (Duitama – Boyacá), publicada durante 2014. Ha participado, además, en encuentros de poesía como el Jetón Ferro de Chiquinquirá (Boyacá).
'En ausencia de la apnea', poemas de Elkin Jiménez Jaimes, 2014.
XXXVII
Ya que reposaste la ansiedad
que has comido del hambre de los muertos
bebido el olvido de los ciegos
mirado con el ojo que no ve la oscuridad
desembarázate de la sombra
no escondas sus restos bajo el sepulcro
Alimenta con ella a las hienas.
Elección
La zancada del guepardo no es la pesadilla
El quejido al venado no le prolonga la vida
El halcón es un remedo de buitre
La hiena no es la madre consejera
Los barrotes solo son aves carroñeras
Los poetas son ángeles de negras falanges
Y tú, mi hermano cruel,
¿qué bestia elegirás ser hoy?
Pesadilla
Estando ya sobre las sombras
siendo una más
escuché de mis adentros
la voz sepulcral que me guiaba.
Continúa le oí decir
Y continué
como el humo de las ofrendas de Caín
arrastrándome
lamiendo el azufre
sintiendo el líquido tibio y pegajoso
adhiriéndose a mi cuerpo
oliendo los trozos de carne fétida
cual restos de un bosque recién talado
que un ángel perverso cortara con lujuria
y vendiera en el mercado negro del infierno.
Pude ver los brazos que soñé acariciar
cuando era un amante clandestino
las piernas con las que deseé revolcarme
una noche yerta de adolescencia
vi un dedo con el anillo de compromiso
que extravié a los veinticinco
los restos de un rostro que juzgué conocido
Y al final
la luz, la segadora luz
Alguien me había corrido la cortina
y una polvorienta lágrima me impedía
asomar las ruinas al paraíso.
El día final
Ahora que el horizonte ha dejado escuchar
el lacónico acorde de las trompetas
el ángel ha batido las alas en señal de poder
para remover las miserables partículas
que contaminaban sus plumas
Se ha despertado el caos
las nubes mecen en los brazos
el horrendo alarido que no se apacigua
con el susurro de los vientos
Todos preguntan sin hallar respuesta
Todos responden sin encontrar en las tinieblas
quién ose escucharlos
Un zumbido atronador después de la trompeta
un quebrarse de cielo se aviene sobre todo
el calor emanado de las entrañas de la tierra
empieza a subir sobre los despavoridos
Hay quienes lloran
Otros se arrodillan y oran
hay quienes se arrepienten
pero piensan en la estructura
en la hambrienta maquinaria,
rostros desencajados de toda lógica
visiones que traspasan el asombro
para adentrarse en el horror
Los más aturdidos toman lo que tienen a la mano
repletan a saciedad sus bolsillos
sin saber que esto no les permitirá
pasar por el ojo de la aguja.
Aquí están entre nosotros
como lo prometieron, juntos
cumpliendo su promesa
Un rasgo familiar se les nota
la sonrisa casi perfecta los muestra idénticos
hermanos
nacidos de la misma boca
que sopló el milagroso aliento
Ambos resplandecen
Una cegadora blancura como no se ha visto
espesa oscuridad como jamás se verá
Terminó la espera
Se han agotado todos los tiempos
Ha caído fulminado el reloj
Todo aquel que deseó y nunca actuó
sólo engendró pestilencia
Igual que aquel que no recitó
la última plegaria
el que reprimió un abrazo
o contuvo el ósculo entre los barrotes
Ahora solo es momento de ascender o descender
y dejarse seducir por la trompeta.
Retrato imaginario
A Raúl, el potro desbocado de Cereté
Me consuela imaginarte a la distancia
sentado en un taburete envejecido
aplastándole la vida a tus propios sueños
o meciéndote sin cansancio en la hamaca
para espantar los pensamientos de hambre
mientras lees otro miserable poema de Cavafis
las abarcas remendadas con delgados alambres
lamen los cuarteados garretes de nómada provinciano
la camisa a cuadros de colores pálidos por el uso
refleja la agonía de los leprosos atardeceres
En el turbado gesto que se dibuja en el rostro
se adivinan los continuos cabios de carácter
se puede entrever el rio putrefacto de ideas enmariguanadas
de sueños inatajables como potros salvajes
que deambularon a diario por tu mente,
Los pantalones negros como el tono de la conciencia
apretujados a la fuerza en la mole de tu cuerpo
asemejan dos hambrientos gallinazos.
Me consuela imaginarte en esas tardes ceretianas
bajo el abrazo del indomable calor
en una conversación alocada con Machado
con esa jocosidad propia de los de tu estirpe
honesto, espontaneo,
sin presunción de inocencia
exponiendo esas teorías malsanas de la carne y el placer
fuente de una vida de excesos y arrebatos
ese impulso irrefrenable
que gritaba en la saturada caverna
vamos, Raúl, a masturbarnos al parque
a contaminar las verdes praderas
bajo la lánguida sombra de una banca.
Me consuela imaginarte Raúl
con el puñal de Borges entre el pecho
fumando marihuana a la orilla de un riachuelo
arrojando en sus aguas las colillas
que viajan revolcándose como balsas de la muerte
escribiéndoles poemas a las desdichas de la vida
robando las monedas que ya no usa el transeúnte
raponeando un trozo de empanada
para matarle el hambre al vaivén de la hamaca
escupiendo en la cara a quienes no paguen el tributo
o halando de los cabellos a las cotorras emperifolladas
con tacones de Broadway
que vienen a diario a interrumpir la siesta
clavándole el rechinar de sus puntillas
al obeso y sedentario cerebro
en esa, tu casa de bellas artes de Cartagena
Me consuela imaginarte Raúl
con la mirada fija en el ángel que te mira desde el techo
esa luz mortecina que agujerea tus encarnadas pupilas
aferrado al bote salvavidas de una camisa de fuerza
que apretuja tu cuerpo y ensancha el pensamiento
llevándote a escribir con odio
con sarcasmo con dolor
volcado sobre el clandestino papel del manicomio
otro descarnado y profético poema
conversando irracional con los hijos del tiempo
reino oscuro de semidioses olvidados
a la vez que te desgajas en alaridos repugnantes
que arañan los helados pasillos de la estancia
o dejando escapar una fría lagrima en la cama
al evocar el amanecer en el valle del Sinú
Me consuela imaginarte, Raúl Gómez Jattin,
como el suicida de tus versos
como un probable Constantino Cavafis a los diecinueve
como el jinete apocalíptico de sangre siria
que vino con su sable endemoniado de poesía
a abrirnos una honda brecha en las entrañas.
Visión
A Mamatoña
I
Finalmente
sentado a la orilla del roído fogón
donde los maderos recogidos en la tarde
arden una vez más,
como cuando tú lo hacías
atizando el fogón para calentar el café de todas las mañanas,
has decidido acompañarme.
La plomiza mirada
cuchillos lacerantes con los que siempre juzgaste
sobre todo a las personas de tu poco agrado
Los pensamientos como de costumbre
Amasando interminables regaños
y la antigua cabellera negra
ahora manchada por las canas,
desparramada sobre tu espalda
cual serpiente insinuante del pecado
te cae hasta las caderas.
Hirsuto el rostro
y ennegrecidas las cañadas de tu tez
me escrutas como quien busca una respuesta
en un viejo cuadro y no la encuentra.
Las manos salpicadas de áridas arrugas
estiradas sobre tus piernas
casi me tocan
Tu presencia ha arrastrado un viento helado
que me agujerea el rostro
me hace pestañear
obliga sin remedio a frotarme las manos
y a calentarme en las llamas la piel de gallina
Los juegos pirotécnicos de los leños en el fogón
danzan al ritmo borbolleante de las entrañas de la jarra
liberan al genio del aroma,
imperceptible hilo de vapor
que rápidamente se diluye frente a la mirada
anunciando que el café está,
Me levanto para servirte una taza y compartirla juntos
El crepitar lastimero del taburete
hace luz en mi memoria,
me recuerda que las escasas y viejas tertulias
ya no se suscitan
y que todas las que quedaron enredadas
en las bisagras de la muerte
seguirán navegando en un rio de silencio
en un viejo barco de piratas ebrios
que solo atraca en puertos
de alucinadas memorias de alcohol.
Nunca fuiste de expresar lo que sentías,
No en lo que te conocí
Aunque supe del amor tormentoso que amargó tus días
que te convirtió en el ser inmutable y rústico que eras,
en el cofre envejecido y sellado al amor
en el muro polvoriento que nadie pudo derribar
excepto tú con tu partida
en la maravillosa caja de pandora
que dejó holgazaneando versos inmortales en la ducha
meciéndose en esa hamaca de aguas silenciosas
que ahora miras con desprecio desde la cocina.
II
Intento cuestionar la lánguida figura
Atizo el fogón para calentar los huesos
Doy unos rodeos
Carraspeo un poco
Me froto los ojos,
Y en medio del chispear de un trozo de madera, pregunto:
¿Y Franklin?
¿Cómo esta él?
¿Acaso en noches de frío pregunta por su madre?
¿Acaso por su hijo?
(ese enclenque primogénito al que la ignorante amargura
ocasionalmente le arranca una lágrima).
Otra vez la mirada sobre mí
Otra vez el frío que me agujerea el rostro
Esta vez se cuela por mis huesos
me impide levantarme.
Recibo por única respuesta la más cálida de sus sonrisas
El premio merecido a tantos días de espera
a tantas noches de desvelo
con su rostro tatuado en la memoria
mientras se desvanece como el humo del fogón
tal como apareció
iluminada con el primer rayo de sol que pare el día
y bajo el afónico canto de un gallo mañanero
que súbitamente me despierta.
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