sábado, 25 de diciembre de 2010

DIONISIA GARCÍA [2.654]





Dionisia García nació en Fuente-Álamo (Albacete) en 1929. Reside en Murcia desde 1970. Su obra poética está recogida en Tiempos del cantar (Poesía 1976-1993) (1995); posteriormente han aparecido Lugares de paso (1999) y Aun a oscuras (2001).

• Poesía
El vaho en los espejos, prólogo de Miguel Espinosa, Murcia, Patronato de Cultura de la Diputación Provincial, 1976
Antífonas, introducción de Francisco Alemán Sainz, Murcia, 1978
Mnemosine, Madrid, Rialp, 1981, Adonais
Voz perpetua, Málaga, 1982 (edición no venal)
Interludio (De las palabras y los días), prólogo de Manuel Mantero, Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1987, El Bardo
Diario abierto, Madrid, Trieste, 1989
Las palabras lo saben, Sevilla, Renacimiento, 1993
Tiempos del cantar (Poesía 1976-1993), estudio preliminar de Ana Cárceles, epílogo de Miguel Espinosa, Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1995, El Bardo
Lugares de paso, Sevilla, Renacimiento, 1999
Anche se al buio / Aun a oscuras [edición bilinguë], edizione di Emilio Coco, Bari, I «Quaderni della Valle», 2001

• Narrativa
Antiguo y mate (Relatos), Murcia, Editora Regional de Murcia, 1985
Ideario de otoño, prólogo de Carlos García Gual, Albacete, Diputación de Albacete, 1994 (aforismos)
Imaginaciones y olvidos, Madrid, Huerga & Fierro, 1997 (relatos)

• Ensayo
Larga vida (Vida y obras de Emma Egea), Cartagena (Murcia), Fundación Emma Egea, 1995



 de  El vaho en los espejos (1976)


HABRÁ LILAS

Tiemblo
al pensar que, algún día,
ya no veré las lilas de los huertos
y no oleré la tierra
en caricia que esponja
ni cruzaré palabras
en mañanas de sol o niebla,
hermosas e incitantes.

He visto a mis amigos;
he sentido deseos de besarlos,
de poseer su aliento,
porque más tarde no habrá besos de ahora.

No me gusta creer
que las lilas perderán su existencia
tras los velos de la noche.
Han de existir,
porque también ignoro
si, en alguna parte o cerca,
hay presencias
que no palpo
y fueron siempre.
         




de   Antífonas (1978)
                                            
SHAKESPEARE NO TUVO BICICLETA
     
Fue peatón de amores en Stratford,
Shakespeare no tuvo bicicleta;
levantó remolinos de tierra
en ardiente alegría
hasta cubrir distancias
y llegar a la casa
de Ana Hathaway,
que esperaba, y ofrecía el abrazo
a su fiel peregrino.
Ahora, los muchachos,
los amantes de Stratford,
van buscando en la ruta,
pero ya no hay señales:
fueron borradas por tantas bicicletas
que sólo el aire guarda
intactos los recuerdos,
palpitaciones vivas
del corazón de un joven.




                                                 de Mnmosine (1981)


MAR VIOLETA

Aquella mar violeta que Homero percibió,
¿es este mismo mar que admiraos ahora?
Sobre lechos de espuma, una franja encendida
agolpa el horizonte y traspasa los barcos.

Hemos adormecido en el manso presente,
una frágil verdad que esconde lo tangible,
y es el eco del mar, en alboroto hundido,
el que nos hace ocasos desde su firme adentro.

Espectáculo mudo anega las miradas,
las épocas remansan en un vaivén quebrado,
borrando al regresar las huellas de los ojos.

No quiero ser tortura, negaciones y llanto;
mientras nos entregamos al mar y a los colores,
me invade el sufrimiento de las cosas que acaban,
al no poder sentir esta misma hermosura
fuera de los recuerdos, que surgen ya pasado.

Otra vez el otoño trae una cinta de mar,
una advertencia intacta en los matices nuevos.

Fugaces pasajeros, abrazos de inquietud:
¿quién podrá comprender la permanente dicha,
el beso singular de la cosmogonía?



                                              
                                                 de  Voz perpetua (1982)

PADRE

Cuántos días, cuántos caminos
brotaron de ternura
sin el abrazo apenas;
qué tropel de recuerdos,
qué reguero de vida,
qué mar de comprensiones
en el fuego amagado del recuerdo.

Estás ahí,
juntaremos cercano nuestros sitios;
la eternidad se está esenciando ahora:
la esencias tú sin angustia de tiempo.

Hecho de fuerte enebro,
materia milenaria
donde lo frágil tuerce su sonrisa;
acaeces en las mañanas frías,
en las noches inmensas
con olores de hierba
y pureza de aire;
las palabras recaen reverdecidas:
son concretas y nuevas.

Tenue brisa de rocío apretado,
amanecer tranquilo,
siempre estarás
abriendo las ventanas,
cargado de proyectos,
sin limitar espacios;
cabeza bendecida
por una nube blanca,
tranquilo declinar,
como el oro maduro de la espiga.





                               de  Interludio (de las palabras y los días) (1987)


EL PATIO

No hallé jardines amparando la casa,
sí tiestos de geranios
en el patio blanquísimo,
y del evónimo el centenario tronco,
junto al rosal y fino jazminero.

Brillante el enlosado donde sin brío
mi niñez saltaba malhumorada y triste.

Placidez en el rostro, se dejaba entretener mi padre
por aquellas caricias vegetales,
tímido ensanche en edad confinada.

Correr de los años
asomados al aire del patio,
escenario de vivos pormenores,
siempre fugaz el paso de fortuna.





                                       de  Diario abierto (1989)


AQUELLAS NOCHES

Cuando en el automóvil paso las avenidas,
farolas y semáforos entrecruzan colores
evocando las fiestas pueblerinas, jolgorio
de unos años que ya parecen sueños.

Aquellas noches de brillos y cinturas,
por la gracia del baile y el resplandor de los rostros,
han salido al encuentro en los días de hoy, no desdeñados,
porque vivir es siempre una alegría, un don del cielo
al que a veces acude la desdicha,
pero también la luz convive con las sombras,
y una sonrisa rompe el más amargo gesto.





                                     de  Las palabras lo saben (1993)

xxxv

Los besos,
tantos ya, tan desiguales
por la ronca voz del tiempo;
la costumbre, y los labios,
de madera a veces,
otras fruto.
                    Porque el amor no pasa;
sí se torna afilado,
también sereno,
al quedarse más solo.
No tiene igual tu rostro
de las tardes:
la plaza se hace luces
por un instante;
parece que me esperas
de algún viaje
tras unas horas separados.
Después paseamos despacio,
compramos pan de avena
y las revistas,
tras detenernos
en los escaparates.
La humedad va filtrándose
a través de las ropas,
pero mayor el goce
de caminar por solitarias calles.





                                          de  Lugares de paso (1999)


ALVARADO

Quién pudiera dormir sin haber sido, 
sin llevar a la noche tantas escenas muertas
que tornan nuestros sueños infelices. 
Entre las limpias sábanas, el cuerpo se distiende. 
Previa la oscuridad, donde se alojan 
momentos y lugares, nos poseen y rompen 
todas las armonías.

Esta noche de julio es Alvarado, 
habitante del Bronx, quien me visita 
con su angustia de una muerte temprana. 
Viene, se posesiona, y punza su estilete.

Deja el lecho de ser albergue grato, 
sólo desasosiego hasta el amanecer, 
cuando Alvarado huye, se aleja entre la niebla, 
hacia el rincón que ocupa en el recuerdo 
de aquel lejano viaje.




                                         de  Aun a oscuras (2001)

EN VOZ BAJA

Me acerco a tu decir
con el deseo siempre renovado,
desde la tenue luz
de una lejana lámpara.
Vuelvo y vuelvo con mis propias respuestas,
y confundida quedo
porque no sé de mí
y aspiro a celebrar tu permanencia.

A veces me sorprendes cuando mis manos rozan
el espesor del trigo,
y el alba dice adiós a las estrellas últimas.




                                  de  El engaño de los días (2001)

ACONTECER

Pasar no es sólo ir hacia fatal destino,
es también darse cuenta
de la línea del sol en el muro encalado,
de atardeceres lentos en la ciudad que habitas.

Eres cuanto recuerdas,
sin dejar el momento presente y pasajero
que ha de instalarse luego en la memoria,
y acompañar, más tarde, hermoso y rutinario,
donde buscamos fieles las íntimas presencias:
aquella voz pausada de mi madre,
el brillo de tus ojos al decir que me amabas.

¿Todo es cierto y ha sido, o está siendo?
Sólo una luz oculta que, misteriosa, invita.




                                  de  El árbol (2007)


BÚSQUEDA DE UNAS HUELLAS

Guardaba huecos vanos una parte del tronco,
aquella más cercana al humo de la tierra.
El hombre a su cuidado quiso ver las carencias
como propio reflejo de su ya larga vida.
Detenido en el huerto, con éstas y otras cosas,
un rayo de sol fuerte abrillantaba el árbol,
y se sintió orgulloso por su trabajo fiel.
A la felicidad se unían aflicciones
de orfandades y ausencias con los ecos del luto.

Llegó el luciente mayo, y este hombre de Dios
cogería su hato para partir muy lejos.
No era buen viajero. Odiaba las esperas,
el danzar en el aire... Y los padecimientos
que conllevan los viajes, hasta los más gozosos.
Pero quería ver de dónde su progenie
para entenderse más siendo distinto.

Pidieron su apellido y datos personales;
el don de la paciencia como bien necesario
(cuando se sale al mundo que es también de los otros).
Y le reconocieron por su mirada glauca,
por cuanto los isleños tienen de fulgurante.

Al llegar a buen puerto, al cielo daba gracias
en la tierra tan viva, que besó con respeto.
Y disfrutó con júbilo su hallada identidad.

También vio un Caravaggio en San Giovanni.
¿Qué más puede pedir un mal viajero?
Malta, 1993



                                      de  Señales (2012)

SEGURIDADES

Dices que no hay respuestas, 
que no has hallado aquello que buscabas.
Difícil es hacerse a la renuncia
de seguir apostando.
Con trabajo ganamos las mínimas verdades,
y nos vamos del mundo sin conocerlo apenas.
Te invade, sin embargo, esa melancolía
que traen los años últimos, cuando ya nada asombra
y vamos de regreso con cierto desencanto.
Habrás de conformarte, y contener tu orgullo
en los muchos obstáculos que conlleva la búsqueda.
Desconfía, no cedas mientras vivas.
A veces nos sorprende un bien que no imaginas,
e invade la conciencia de belleza y respeto.

Los días se detienen si te acercas
y quieres recibir lo natural que ofrecen.
Hoy esperan los bienes de la tarde
en el alto escenario de la plaza,
que colma el imafronte y su belleza.

Guarecido en la piedra, un músico sonríe.

Venturoso poder presenciar el instante,
y disfrutar con creces el milagro.
Posible que las horas te parezcan distintas,
y ayuden a templar nuestras limitaciones,
que no han de ser por ello motivo de tristeza,
más bien digna cordura en el empeño.



                                          

OFICIO DE MIRAR

Abrir los ojos, ver aquello que otros vieron
es cuanto sé decir a tu joven edad.
No interrogues al cielo ni sufras porque ignoras.
Mirar es el encargo, y nuestra vida, breve.

Asómate a las aves, al mundo de los astros.
Nadie pudo abarcar tanto prodigio.
Del festín de las flores, ¿quién ha llegado al límite?
No dejemos atrás a los insectos con su armonía dulce,
ni árboles como hombres, que al mirarlos te miran.

Me asombra la insistencia de tus ojos
que ávidos interrogan, como si fuera fácil…

Dueña insegura soy de certezas posibles.
La belleza del mundo, su realidad palpable
me dice del secreto y despierta el impulso.
Aprecio tanto bien.
                                 Es mi mejor respuesta.





El vaho en los espejos
(1976)

Eheu, fugaces...
Horacio, Oda XIV, Libro II

Cuando vuelvas, ya no estarán aquí;
serán otros los que pinten los postes,
los que abracen a las muchachas rubias
y regalen mecheros automáticos;

habrá cambiado la moda su color:
los zapatos morados envejecen
sobre sus plataformas,
sobre su tiempo corto en menosprecio.

Hoy he querido dilatar la noche
para oír la música del clavicordio,
que llegaba tenue desde la ausencia;
alguien supo sacar la melodía,
guardada tras el umbral del tiempo.

Las muchachas se fueron;
en su bolsa de paja
guardaban un casete.

El autobús arrastró las sonrisas.

Un aire fresco me hizo preguntar:
¿estará aquí la verdadera melodía?





Nocturno en la ciudad

Era flaca y metálica,
ojos entretenidos en el azul del cielo,
los pies resquebrajados, y un olor agridulce
de paloma empapada
en el vaho del viento y de la bruma.

Tibio amago de rosa maltratada,
corredora de noche;
en el día, dormido anda su cuerpo,
roto hasta la cintura,
de abrazar en desvelo
unos cuerpos anónimos,
apremiantes, viajeros,
turbios y singulares.

Cintura rota,
difuso amanecer señalado de ojos;
bocas, que en el hondo silencio
de la noche tararean canciones,
y aguardan, impasibles,
en detenidas horas.




Ante la tumba de Miguel Hernández

Tres palomas tocaban desde dentro:
asta, pico, diente de caracola;
punta a punta sobre la tierra blanca,
para que allí quedara el aliento,
el sentir que deshecho se muriera,
en el amanecer quebrado y seco.

Un hombre mal trazado, letras negras,
con tres vocablos justos y unos años.
Tú que naciste agreste y buscador,
pisando líquenes, saltando tormos;
atento al despertar de las mañanas.
Casi rasgado el telo de la aurora,
extendías las manos, y era tuyo
el clamor, el gorjeo y las plumas,
toda la libertad que ahora queda,
en pizarras de greda y entre el viento.

Dionisia García y Fernando Sabido Sánchez





Mnemosine
(1981)

La soledad es un fuego

Tu cuerpo roturado maldecía
el rastrojo y el yermo,
al ventisquero que avivó la llama,
y a mí, por mencionarlo.

En aquel desvarío de lo lúmbreo,
hablabas de recinchos y vencejos,
mala tierra y malos moradores.
Yo abarcaba tu cuerpo,
tu piel de cobertizo;
besándote las manos, susurraba.
Me apartaste, unciste tu brial,
vi tu crin y tus brazos de leño
tentando entre las luces;
desde la oscuridad,
y el fuego lejanía,
abocabas la hiel de tu redoma.

Abrazaste la lumbre,
ese fuego secano
a ras del horizonte,
donde la soledad se hace maleza
y el hombre escupe barro
para sentir el eco
y alertar a los cielos
de su dolencia cósmica.

La soledad es un fuego,
un aire maldecido
en aliento de caos y de costumbre.

Con la aurora volvías;
te acercaste desnudo y abrasado.
Era tu cuerpo un garfio
flagelado y deshecho,
que supe revivir
desde mi carne ahumada.







Interludio

(De las palabras y los días)
(1987)

Charco de la Peña

Camino del peral, cuando San Juan llegaba,
y junio, ya maduro, nos invitaba al árbol.
Hermosos frutos, contados uno a uno.
En nuestras manos la jugosa pulpa,
goteando el agua.

Cesta de caña transportada por tres generaciones,
en otros junios de horizonte dorado,
al declinar la tarde.




Domus habitatae

Casas de infancia protegidas por rejas,
anchos umbrales y aromas de membrillo.
Fachada a medio sol; primeros saludos.
Jornaleros con sus ruidos, buenas y malas nuevas.

Pastizales. Lugar a tejavana.
Añoradas encinas, tierra roja.
Entraba el campo en las habitaciones.

En la ciudad, compartida vivienda:
dolor y llanto ajenos,
sin comentar que ha llegado el verano,
que es hermosa la fiesta de los días.




Lugares de paso
(1999)

Instantánea

Del brazo de mi padre por la avenida airosa,
en busca del amigo, que al fin vimos.
Era marzo con sol, y se acercó un fotógrafo
dispuesto a detener aquella escena.
Nuestros abrigos largos, la sonrisa;
el gozo elemental de la existencia,
marcado para siempre en blanco y negro.

Presidía la puerta de Alcalá,
con sus rosas y grises en la piedra,
rodeada de atmósfera inocente.

Han transcurrido más de treinta años,
y atravieso el lugar en automóvil,
al paso, las arcadas de piedra ennegrecidas,
su insolente esplendor ajeno a la premura.
Voy a ver al amigo, anciano y solo.
Es primavera inquieta, sin fotógrafo,
y mi padre no está.



Aun a oscuras
(2001)


Mientras conmigo voy

Luminosa mañana. Nada teme al olvido.
Yo celebro con ella la fiesta de las calles.
Poco más tengo cierto en esta vida breve
que comenzó otro día de hace ya muchos años.
Me preguntas si creo, si busco otras verdades.
Aquí estoy viendo el mundo. Camino sin respuestas,
a la buena de Dios, que no es tan mala cosa.






El sol de la viña

Sobre la viña el sol espejea en los pámpanos.
Este apreciado bien llega de prisa,
más que la oculta luz, tan deseada.
Temo que llegue el tiempo de marchitas apuestas,
y lucho por salvar el cansado entusiasmo
para seguir serena
hacia el lugar que llama en lo secreto.
Crece el tiempo, casi llega a la boca.
Quiero permanecer donde fui siempre;
ahondar en la pasión
capaz de mitigar las desventuras.
Que los claros alivien las insistentes sombras,
y un beso, de señal, mi frente roce,
para saber, al fin, como el sol de la viña,
dar luces al verdor, y agradecer el gesto.






Visión esperada

Eran las horas calmas de la siesta
en el patio encalado;
el jazminero ofrecía su aroma.
Dormían en el casa.
Sólo yo vigilante,
y vi pasar el tiempo
con su carga de muerte:
un humo que ascendía
convirtiéndose en nada.
Años atrás, muchos otros gozaron
la luz del jazminero,
y apenas son memoria.
No sé por qué locura
ha merecido el hombre su exterminio;
ser apenas la hora de la siesta,
caer en el olvido,
tras soportar la carga
de un cuerpo malogrado
que a su final camina,
y en el hombro de Dios
lastimado reposa.


LEER UNA ANTOLOGÍA DE SU POESÍA:
[http://www.abelmartin.com/aper/dgarcia/2001.html]





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