sábado, 25 de diciembre de 2010

2653.- JOSÉ CARLOS GALLARDO



José Carlos Gallardo nació en Granada en 1925. En 1957 se trasladó a Argentina. Es jefe de Cursos del Instituto Argentino de Cultura Hispánica y secretario de la Oficina Cultural de la Embajada de España. Periodista, conferenciante, novelista, ensayista, crítico de arte... Fue fundador y actual presidente del Aula de Poesía Española «Antonio Machado», en Buenos Aires.
Murió en octubre de 2008.

• Poesía:
Madrugada, Granada, 1946
Hombre caído, «Noticia» preliminar por Antonio Aróstegui, Granada, Ediciones CAM, 1954, La nube y el ciprés
Carta desarraigada a Blas de Otero, Granada, 1956
Mar que viene, Granada, Colección El Zodiaco, 1956
De mar en mar, Granada, Colección de Poesía «Veleta al Sur», 1961
Oda al Paraná, Rosario (Argentina), Editorial Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, 1965, Colección Artes visuales
Después del verano, Arcos de la Frontera (Cádiz), Colección Alcaraván, 1965
La hora angosta, Carboneras de Guadazaón (Cuenca), El Toro de Barro, 1967
Amor americano, Madrid, Rialp, 1968, Adonais
Piedra serena, Madrid, Editora Nacional, 1970
Del tiempo y de la muerte, con ilustraciones de Guillermo Gulland, Buenos Aires, 1970
Los días que pasan, León, Provincia, colección de poesía, 1972
Aparición de la alianza, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973, Leopoldo Panero
La esperada transparencia, Sevilla, Editorial Católica Española, 1973, Ángaro
Juicio inicial al hombre, Palma de Mallorca, Ediciones Cort, 1974
Palabra en pena, San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, 1976
La edad del patio, dibujos de Paco Izquierdo, Granada, Ayuntamiento de Granada, 1978
El polvo de los desaparecidos, Sevilla, Colección Aldebarán, 1978
A la orilla del tiempo, Buenos Aires, Ed. Rodolfo Alonso, 1978
Dolor en cera, Madrid, Colección Dulcinea, 1979
Crónica de las postrimerías, Rota (Cádiz), Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos, 1980
Alfabeto incendiario, Barcelona, Víctor Pozanco, 1981, Ámbito literario
Con arcilla en la voz, Granada, Diputación Provincial de Granada, 1981, Genil
Manifestación, Talavera de la Reina (Toledo), Colección Melibea, 1981
Jardín que sigue cerrado, Granada, Universidad de Granada, 1982, Zumaya
Ser a oscuras, Aranguren (Vizcaya), El Paisaje Editorial, 1982





Mar que viene

(1956)


Acabar viviendo

A Jacinto Fuentes

Nunca amigo hecho fue de tanto tiempo
(de tanto encristalar la voz y la paciencia),
vino a vino pensado,
noche a noche tenido como sueño.
Nunca un amigo tuvo tanto techo,
tanto cuadro mirándome,
tanta verdad sufriendo por delante.
Yo nunca he sido así, tan alargado,
nocturna calle estrecha en que me sigo,
y nube sobre el hombro, como un líquido.

Nunca he sido de cuerpo,
físicamente soñador, y hablando.

Pero hablar como haciendo sueño,
como dejando un río y como cosiendo espigas
que dejan una luz por cada grano.
Pero poniendo luz como ladrillos
para poder andar por cada luna.
Pero poner la mano en el sitio de la sangre;
poder decir que el corazón es algo
que no se puede hacer con los latidos
y que es un mar cogido en una mano,
y sufrir como Dios, si aquí estuviera
hombre con hombre hablando de las cosas.

Nunca he llegado a ser pan a pedazos,
mano de nadie y menos por la espalda:
he tenido una muerte cubriéndome la vida,
he tenido una rosa tirada sobre la sangre,
he tenido allí un mar de veinte golpes
que me salían seguidos por la boca.
Y también tú, como una estrella, has puesto
agua de pan sobre mi triste labio.

Vamos a ver cómo se dice
vivir, y vida, y no vivir, y acabar viviendo,
y ser de pronto mostrador mojado
porque se me ha volcado, como un vaso, la vida.





Los días que pasan

(1972)


De estreno

Voy a caballo de mi traje nuevo.
Huelo a perfume textil, a
desfile de algodón. En la oficina,
quietas sonrisas me perciben
Heno de Pravia y plancha eléctrica.
Me siento almidonado
bajo el flash de mi traje nuevo.
No subo al ómnibus: paseo
mi premiada apostura de juguete
mecánico.
Llego a la casa;
me desprendo en la percha,
y queda mi esqueleto rebosante
de fósforo cansado.
Por último, me baño;
y me encuentro en mi edad,
como una estampa sin memoria
huyendo por el fondo de la cómoda.
Mañana
mi traje será viejo:
le bastará una noche a oscuras
para saber que el tiempo nunca empieza.







Monolito

Con las persianas bajas,
la ciudad es un monolito
de sombra.
Hoy faltan sitios:
las calles
se han llenado de tinta y los asiduos
paseantes
perdieron los lugares fijos.
Hay una oscuridad
hecha a mano, un macizo
silencio como un muelle
agobiado de barcos
perdidos.
Con no saber adónde voy,
declaro mi camino,
y en cualquier parte —voluntario
fantasma— firmo
el documento de vivir
algo exactamente lo mismo.
Importa poco andar: hacia uno
volverá lo que ya es camino.
La fórmula es sentirse altura,
parte tenaz del monolito,
convencidos de que la oscuridad
es la costumbre que nos sueña vivos.









Dolor en cera

(1979)


El aprendizaje

A veces, la espiaba por la puerta.
Le tiraba suspiros de colores.
Y ella sentía un aleteo tierno
de mariposas de imaginaciones.
Otras veces, la veía en la terraza
tendiendo ropa, y me inventaba roces
de sol, pedazos de aleluya, oreos
de caleidoscopio de canciones.
Ella reía. Me tiraba el agua.
Jugaba a niña blanca en sus albores.
Y el sol daba en su pelo como un arco
iris hecho de espuma de jabones.
Yo me sentía bueno, como un rezo,
como pájaro azul en puro goce
de luz. Y la llamaba desde el hondo
clarín vocal de todo su albo nombre.
Y ella, las sábanas al aire,
me contestaba desde el blanco morse
con que la ropa repetía el eco
de verse pronunciada por las torres.

Ésas fueron las puras,
aéreas conversaciones
con que aprendí de niño a ir nombrando
alturas y banderas, asteroides
de espejos, lejanías
y lentas circunvalaciones:
un lenguaje cifrado en las señales
claras de un entretenimiento pobre.










La luz tenía sabor a hojaldre

(1996)


Arco iris sobre Humahuaca

Ha de apagarse el cielo como telón sin fondo
y el atril fluorescente que es el aire,
hasta la luz y el maniquí
con el que el infinito se viste de voltaje.
Y ha de apagarse el horizonte como
termómetro que absorbiera la fiebre de un vinagre.
Se necesita un fin de tiempos,
casi el entierro de un desierto y su linaje
para que nazca un coro de colores, un arco triunfal
levantado con mariposas y caleidoscopios en trance.
En mitad de la luz, se abre un brocal
en el que abreva sueño el mosto de la tarde,
se esculpe un frontispicio de bienaventuranza,
el puro hojaldre de una flauta dulce
animando un ballet de amapolas y socaires:
¡el arco iris es el alma de un lugar donde
las uvas eran ya alcoholes en su sangre,
un censo
de cristales quemándose,
la prueba fotográfica de la eternidad
en la media hora de un brevísimo instante!







Frontera y más allá

El Altiplano encierra más distancia que el eco,
resuena como abismo cavado por diez ayes.
El espacio no encuentra su sentido,
se atora con un haz de inmensidades.
Cerrado y páramo, es el candado de una cripta
donde las ánforas se hubiesen comido las llaves
y ocupa el sitio de un glaciar de fuego
al que la hondura continuamente apagase.
Cementerio de cerros que han venido
peregrinando desde sus piedras más tenaces
y hoyo o patena con la luz en ascua
que no termina de resucitar ni encenizarse.
Bombo y pandero del silencio. Campo
de soledad en gules de vinagre.
Reducto del destierro y alta tierra nodriza
para vuelo o éxodo de lejanas aves.
Sin agua todo el día, sin pizca de humedad
que orientara sus puntos torrenciales,
sin un poco de ángel de niebla, sin el rito
de un arco iris púber en un baño de sangre.









Los dominios prestados

(1998)


Mujer en la arena

Recuerda un sueño prometido. Mide
un sexo en paz. Su piel se orienta
como reloj de sol. La ronda el aire
lleno de mano al horno. Se rodea
de foso indiferente. Es llama en polvo.
El mar bate un nordeste de saudades.
Y ella —tendida, untada de anestesia,
madera dulce— abraza el sol, lo amasa
y modela, ejercita su misterio.

Después, la arena se olerá en el hueco
de una mancha mojada de figura.







Perro por la orilla

Juguete de pelo
mecánico, salta y no agota
tanta cuerda dada.
Recorre su itinerario
de alambre y caleidoscopio.
Descubre la voz casera,
la alfombra umbilical, y
regresa al agua. Otra vez
muerde la espuma. Sacude
la mojadura instantánea
y riega el aire, da gracias
con tanto rabo risueño,
ladra y se refresca el día.

La niña cae a sus patas
y llora al fin felizmente.

El perro corre hasta el mar,
reaparece más jabonadura
todavía.
Entre los dientes
sostiene el hueso del agua.








De casidas y otros perfumes

(1999)


I

El girasol que sueña con ser llama,
una fiesta de águilas y cúspides, la oruga
que acaba siendo molla de la hoja,
un río hasta su desembocadura,
la playa que se aprende de memoria
el ocio de tus ingles, esas dunas
en las que el sol imita un fruto seco
y es fósil de la desterrada espuma;
el estruendo de un zumo de naranja,
un trapecio que se ha ido de su altura:
¡eres suma de polen y sonata,
el licor estival de la medusa!

Desnuda y toda cuenco, ¿has dado tiempo
al oro astral de tu temperatura...?

Tu piel es arco iris en la noche:
¡estás soñando en medio de la lluvia!




IV

Las calles son ahora aprendizaje
de recuerdo, telar de peristilos:
has pasado y el tiempo
ya no sabe qué hacer con su espejismo.
El Albayzín teje azulejos, pájaros,
alfombras, fuentes, aéreos paraísos.
No mires más el agua: ya es tu sombra,
icono candeal de los sentidos.
Los cauchiles se salen de garganta,
anuncian galerías y escrutinios.
Dile al aire que pula su verano
de amapolas, vencejos y solsticios.
A mí dame la yema de tu pelo,
la piel fuera de cuerpo como un sismo.
Entre las piernas ponte dones verdes
de juncia, derramados orificios
y jadeos, penumbra de palabras,
mi mano como el ancla de un abismo.
Y rema con un par de claridades por donde
el naufragio fue oscuridad a gritos.


Para leer una antología de toda su obra:
[http://www.abelmartin.com/aper/gallardo/gallardo.html]


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