sábado, 25 de diciembre de 2010
2664.- ALFREDO FRESSIA
ALFREDO FRESSIA
Alfredo Fressia nació en Montevideo (Uruguay) en 1948. Profesor de Literatura, se desempeña también como periodista cultural en diversos medios internacionales. Es traductor de poesía brasileña al español. Desde 1976 reside en São Paulo. Su obra poética incluye los títulos: Un esqueleto azul y otra agonía (1973); Clave final (1982); Noticias extranjeras (1984); Destino: Rua Aurora (1986); Cuarenta poemas (1989); Frontera móvil (1997); El futuro/ O futuro (1998); Amores impares (1998); Veloz eternidad (1999). En México ha publicado Eclipse. Cierta poesía (1973-2003) en Alforja (2006) y Destino: Rúa Aurora (2007).
WEB DEL AUTOR
PLACE DES VOSGES
Futuro era el de antes, el del tiempo de mis quince años.
Todas las noches me gasto las suelas de los zapatos
caminando, hacia la plaza Matriz, y me siento a esperar el
futuro. Vení, comprá manies con chocolate y sentate. Las
mujeres que fuman ya me conocen. Yo no, todavía no me
conozco. Y tampoco miro a nadie, ni a nada. Como maníes
con chocolate. ¿Espera a alguien? Sí, al futuro. Respiro
hondo, sentado al lado de la Catedral, de espaldas a la
calle Sarandi. Todas las noches soy asiduo y puntual. Sé
que cuando el futuro aparezca, vendrá volando por atrás
del Cabildo. Una ráfaga, y yo lo atraparé en mis pulmones
y me llevará leve como un globo, lejos de la plaza. La
noche está fresca, llovió de tarde. ¿Y hoy, llegó? No, debe
estar atrasado, viene de muy antes. Los maníes con
chocolate me pesan como una piedra. Y me miro los
zapatos, desamparados.
LOS EMIGRADOS
Mandamos decir:
No pasa nuestra historia por la húmeda
Galicia de las madres ni conoce al padre
su Lombardía alcohólica. Los días
se habían exiliado en su orden de partida
y nunca fueron nuestras las líneas de las manos.
La bahía en que la madre pobre nos nació
de cara al mar para mejor aprender el abandono
nos sube todavía hasta los ojos y el pasado
tramaba desde siempre la futura
geografía del polvo sin idioma.
Tampoco se arrepienten las cifras del dolor
ni es nuestro inverso correo de las sombras
veladas en las fotos que nos borran
la cara del planeta.
Selección de poemas de ECLIPSE
(Civiles iletrados, Montevideo, 2003;
Alforja, México, 2006)
ECLIPSE
Sabías que esa noche llegaría, la del sistro de caliza
yaciendo en la caverna, en silencio los lobos
y los hombres de manos artífices, tan diestros
en el arte de morirse.
¿Y tú, ahí afuera, te sorprendiste herido por los astros?
Ya no palpitan, no son almas donde huía fugaz una pasión, esta vez
nacieron opalinos huevos del eclipse, esperando por abrirse
en el derrrumbe. Caerán sobre la tierra que pisaste, planetas huecos
de la primera cuadratura, piedras rotas sobre el cristal que habías historiado
con tus viejas escenas de caza en Nínive.
La hora llegó, ya viste demasiado el pergamino de tu cielo.
Ya sabes que tu pecho en negativo no acusa corazón ni familia ni nada
de sagrado, Fressia irremediable, sólo esa ostra celeste hecha de tiempo,
madreperla menguante (no repitas la mala suerte en el eclipse)
donde volvía a nacer siempre tu padre, indagando inútilmente
por un hijo, su mensaje en el tiempo, huellas digitales contra el vidrio
empañado de futuro y a ti, botella al mar, te tragaba el torbellino,
dorsal, desde los Apeninos a la pampa.
No nos fijemos en detalles, eso
era el futuro, ya lo sabías refugiado en el vientre del bisonte:
eras hombre y mujer, y el cielo fue un desierto
donde ardió media hora la fogata fría de tus huesos,
y estaba escrito que no hubiera bordes ni destino
ni esperanza de morir cercado de tus hijos, el semicírculo acosado
desde antes de nacer. No te veo acariciando sus blandos esqueletos,
tus niños muertos (de joven llorabas), canciones para danzar
entre los dientes de papel del dragón chino, tan manso
como las lunas rupestres de cada aniversario, recién nacían,
eran las últimas sombras del eclipse, mientras el sistro, Fressia,
te seguirá esperando rajado entre tus manos.
LOS PERSAS
Según Herodoto, la armada de Jerjes
ya había dejado Sardes camino a Salamina,
cuando el sol empezó a abandonar su lugar en el cielo
y a desaparecer. El día, sereno y sin la sombra de una nube,
se fue transformando en noche. El sol
tomaba el color del zafiro y, al mirarse entre sí,
los hombres se veían pálidos como muertos.
Todas las cosas parecían bañarse en un vapor oscuro.
El estupor y el espanto se apoderaron del corazón
de aquellos hombres jóvenes. Jerjes veía el prodigio,
lo siguió con atención y preguntó a sus magos
lo que significaba. El cielo, le respondieron,
anunciaba a los griegos la destrucción de sus ciudades
pues el sol, decían, es el astro profético de los griegos,
y la luna el de los persas. Jerjes, suspendido,
se encantó con la respuesta, alivió a sus hombres
con palabras confiantes y -no callará nunca
Herodoto- ordenó que retomasen la ruta.
Al morir lo comprendieron: morimos
de un eclipse, eternos como el zafiro,
y seguiremos el retorno de las lunas
mientras un Coreuta recite nuestros nombres.
Fue sólo para eso que vivimos.
Jerjes murió en palacio, asesinado por un traidor.
NÁUTICA
Hundido Nicias, náufrago en cautela,
Nicias ateniense, necio general,
dijo Plinio, el Viejo y sin dientes:
Quo pauore ignarus causae Nicias Atheniensium imperator,
ueritus classem portu educere, opes eorum adflixit.
¿Entenderás ahora? Arruinaste a tu patria
por un eclipse vano, le temiste
a la luz de película vieja, la matinée en que una flota
ya no salía, por su mal, del puerto.
Mala prensa de los militares, Nicias,
sólo los poetas te recuerdan.
PÍNDARO INTEMPESTIVO
Eclipse de Tebas, ¿vuelves otra vez del breve exilio
para apagar el sol de Montevideo? ¿Traes tú
el anuncio de otra guerra, la ruina
de nuestras cosechas, alguna innombrable tempestad de nieve
donde se oculte el temblor de los tiranos, o un desbordamiento
del mar que vendrá a vaciarse península adentro? ¿Será el hielo
sobre el descampado o un verano que los vientos del sur
harán derramarse en sudestadas furiosas?
¿Vas a inundar la tierra y expulsar a los hombres aterrados?
¿Nacerá entonces otra raza entre nosotros? ¿Y seremos otra vez
fantasmas sin bordes bajo la penumbra?
ANOCHECER EN LA TORRE
“Úrsula punza la boyuna yunta”
Julio Herrera y Reissig
¿Ves? Siempre retumba antes de la huida, brusca
la tarde se derrumba. Úrsula ya no punza
la boyuna yunta y aún no duerme la penumbra
en la espesura. ¿Una tundra? La instantánea oculta:
“Une station balnéaire sur le Rio de la Plata, 1900”
o antes, cuando sucumban los montes en fuga
al túmulo del mar. ¿Ves sobre la playa una medusa
gigante como la congoja? ¿Úrsula no pregunta?
¿Qué lengua muerta el alma pronuncia? Punza
la noche, la cena, la persiana abrupta.
Una mosca perturba la órbita nocturna,
está extraviada, zumba.
Una selección de textos extraídos de SENRYU O EL ARBOL DE LAS SILABAS, Linardi y Risso, Montevideo, 2008.
(Génesis, XXXVII)
José no sueña:
lo sueñan los camellos,
la arena, el ládano.
Marzo pastor
de nubes fugitivas.
Y un alma en vilo.
Sueña que vuela
el pescador dormido
en la canoa.
Miro la marcha
de un cangrejo en la arena.
¿Alguien me ve?
Desvié con piedras
la marcha de un cangrejo.
Hallé a mis muertos.
Lenta es la harina.
Las aspas del molino
muelen el tiempo.
Un buey contiene
en sí a todos los bueyes.
¿Qué hay en un hombre?
Es un caballo
-es todos los caballos-
y no relincha.
Consideremos
la lección del latín:
“sídera”: astros.
Cayó una estrella.
¿Herido por qué flecha
relincha el viento?
Dulce es el beso,
y el alcohol de las frutas.
Otoño embriaga.
Arbol o espectro,
te embalsamó el otoño
de oro, aserrín.
Juego ajedrez
largas noches de invierno.
No sé con quién.
Voló un paraguas
al viento. Escapa en globo
la mala suerte.
Brilló el cuchillo:
pende el cuello del ave.
¿Qué me pregunta? .
Huele a café.
Muchachos negros cargan
piedras de azúcar.
(A Gustavo Wojciechowski)
Silba y se peina
los bigotes. Afuera
lo oye un sabiá.
Un ratón duerme,
gloria en el lauredal.
Bosteza un gato.
Es deleznable,
delfín resbaladizo.
Se llama Tiempo.
Arde el bautismo,
la anaconda mortal
y perfectible.
Vuela el jilguero.
No lo ve tras las rejas
un hombre preso.
Souvenirs: sueña
alas de mariposa
la momia insomne.
Punza el recuerdo.
Exhala un samovar
vapor de té.
Crece el hastío,
yo como hongos gigantes.
Engorda el mundo.
Lento el azúcar
se disolvió en el té.
Yo entre los años.
Lee el futuro
en las hojas de té.
Blanca es la taza.
Cayó entre leñas,
picado de escorpión.
Ardía la muerte.
Botella al mar:
no sé quién soy, qué isla,
qué, hasta cuándo.
Ese es mi hijo,
¿lo ves? Nunca nació.
Espera en vano.
Es mediodía.
La congoja del sol
arde en silencio.
De noche silba
para espantar el miedo.
Cantan dos gallos.
Tiempo de perlas.
La eternidad del mar
pesa en la ostra.
Mar infinito,
recomenzado en ostra.
Perlas de un tiempo.
Peces veloces
saltan fuera del agua.
Es la Escollera.
Ave alterada,
no acabará en silencio
este poema.
(A Enrique Fierro)
Tablero al sur.
Saltar las casas muertas.
Dar blanco en verso.
Eso es exilio,
vagar y hallar ciudades
inhabitables.
Erguir ciudades
atoradas de historia
-y que no existen.
Sólo unas décadas
(es un soplo la vida)
Dicen: paciencia.
Pobre el poeta,
pasó las de Caín.
Ahora escribe.
Hasta mi casa
desde Montevideo
será una vida.
Duró una noche:
al Este del poema,
Nod bombardeado.
Bomba otra vez
sobre Nod maldecido.
Fue una península.
Fue una península.
La recorría en mi infancia.
Fue una península.
Reerguir el texto,
sumar todas las sílabas
de la memoria.
Reconstruir,
volver dúctil el verbo,
aclimatarlo.
Todo es mentira,
incluso la verdad
hueca de exilio.
Todo es verdad,
incluso la mentira
de este poema.
“Prince de l´exil”,
Baudelaire llamó al diablo.
“Rey” mejor fuera.
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