René Daumal
(1908-1944)
Poeta, prosista y ensayista francés, nacido en Boulzicourt (en el departamento de las Árdenas) el 16 de marzo de 1908 y fallecido en París el 21 de mayo de 1944. Autor de una innovadora e inquietante producción poética que indaga en las posibilidades de la imaginación liberada y busca en la palabra un alcance místico-espiritual, fue uno de los principales integrantes de "Le Grand Jeu", un colectivo de autores vanguardistas que, congregados en torno a la revista homónima, se distanciaron del movimiento surrealista debido al compromiso político que éste fue adquiriendo progresivamente, y evolucionaron hacia una dimensión espiritual de la poesía cercana al arrebatado furor místico de Artaud (1896-1948).
Vida
La infancia de René Daumal quedó ensombrecida por el estallido de la Primera Guerra Mundial, que le obligó a residir en diferentes lugares (Auvergne, París, Langres y Reims) cuando sólo era un niño, generando en su espíritu una conciencia de desarraigo y desconfianza en la sociedad occidental que luego habría de aflorar en su lúcida producción poética. En plena adolescencia, desolado por el triste espectáculo de la miseria de la condición humana, intentó poner fin a su vida asfixiándose con tetracloruro de carbono, deseoso de comprobar cómo desaparecía la conciencia y hasta qué extremo podía tener control sobre ella. Este intento fallido de suicidio, realizado cuando sólo contaba diecisiete años de edad, volvió a repetirse a los pocos meses, en el transcurso de una honda crisis depresiva en la que el joven Daumal sólo hallaba -según su propio testimonio posterior- "falta de razones para vivir".
Cursaba, a la sazón, sus estudios secundarios en el liceo Henri IV de París, donde preparaba su futuro ingreso en la Escuela Normal Superior. Por aquel año de 1925 comenzó a interesarse vivamente por las lecturas místicas y esotéricas, así como por el consumo de substancias estupefacientes que, como el opio, captaron su adicción; pero, espantado de los efectos que observaba en otros opiómanos, abandonó pronto el consumo de drogas y se centró de lleno en sus aficiones literarias, que le permitieron empezar a integrarse en los foros artísticos e intelectuales de la capital francesa. Así las cosas, hacia 1927 trabó amistad con otros jóvenes inquietos como Rolland de Reneville y Roger-Gilbert Lecomte, con los que fundó, al año siguiente, la revista Le Grand Jeu, en cuyas páginas dio a conocer sus primeras composiciones poéticas, signadas por un sobrio ascetismo. En su corta andadura (1928-1930), esta publicación se convirtió en un notable órgano de difusión de la voz de aquellos creadores que, como el propio René Daumal, se sentían molestos por la orientación político-ideológica que había tomado el Surrealismo -volcado, por aquel entonces, en un firme compromiso contra la sociedad burguesa-; Le Grand Jeu proponía, en cambio, rendir un solemne culto a la poesía como arte revelador de los misterios de la vida, y a la palabra poética como el mejor instrumento -en opinión de Daumal y de otros escritores afines- para poner al descubierto la podredumbre moral y la miseria generalizada de la moderna cultural occidental.
Dicho de otro modo, René Daumal y sus compañeros de andadura literaria se declaraban defensores del poder de la palabra frente a la debilidad del pensamiento contemporáneo, lo que les convertía -como el propio poeta de Boulzicourt reconoció acerca de sí mismo- en discípulos del ruso George Ivanovich Gurdjieff. Éste, educado en una vasta cultura tradicional, había llegado al convencimiento de que en un pasado remoto había existido un conocimiento real del hombre y de su naturaleza, y de que era posible encontrar los rastros de ese antiguo saber, a pesar de que habían sido cuidadosamente ocultados. Empecinado, entonces, en llegar a comprender el auténtico significado de la vida humana, recorrió las regiones más remotas de África, Oriente Medio y Asia Central, reuniendo fragmentos de ese milenario legado tradicional que, en su opinión, se había perdido en Europa y América. A su regreso a Occidente, se estableció primero en Moscú y luego en San Petersburgo, con el propósito de trasmitir a Europa los conocimientos que había adquirido a lo largo de sus numerosos viajes; y, tras la revolución bolchevique, se afincó en el Prieuré de Avon, cerca de Fontainebleau (al sur de París), donde se rodeó de un nutrido grupo de discípulos entusiasmados con sus enseñanzas. En 1924, a raíz de un dramático accidente automovilístico que estuvo a punto de costarle la vida, Gurdjieff se consagró a la redacción de una serie de libros en los que dejó plasmada su doctrina, libros que causaron un hondo efecto en los jóvenes franceses que, como René Daumal, se sentían poderosamente atraídos hacia los saberes mistéricos y manifestaban una honda sensibilidad espiritual.
En 1930, Daumal contrajo matrimonio y se instaló definitivamente en París, donde dio fin a sus estudios superiores. Volcado, a partir de entonces, en una intensa actividad creativa e intelectual (escribió cuentos, ensayos y poemas, y realizó numerosas traducciones del sánscrito), decidió pronto ampliar su conocimiento de esa sociedad occidental que se le antojaba un cadáver descompuesto al lado de las fecundas posibilidades de la palabra y la imaginación liberadas, y emprendió en 1932 un largo viaje a los Estados Unidos de América. A su regreso a Francia, se vio forzado a pasar un reconocimiento médico militar en el hospital Percy, donde se le diagnóstico una grave dolencia coronaria que exigía, entre otros muchos cuidados, un reposo absoluto. Pero su escasez de recursos económicos le obligó a aceptar numerosos trabajos precarios que le obligaban a trasladarse ininterrumpidamente de ciudad en ciudad, lo que acabó por arruinar totalmente su frágil salud. En 1939, una nueva revisión facultativa detectó la presencia del bacilo de la tuberculosis en sus dos pulmones, en medio de avanzado deterioro físico prácticamente irreversible. Enfermo y arruinado, subsistió como pudo en París gracias a los exiguos rendimientos de su trabajo como traductor, hasta que la grave afección pulmonar que padecía acabó con su vida en la primavera de 1944, cuando sólo contaba treinta y seis años de edad.
Obra
A mediados de la década de los años treinta, René Daumal dio a la imprenta su primera colección de poemas, publicada bajo el título de Le Contre-ciel (El Contracielo, 1936), obra que había sido galardonada un año antes con el Premio Jacques Doucet. El lirismo rebelde y caprichoso de estos poemas, arraigado en la firme convicción de que el lenguaje poético posee una clarividencia mística capaz de alumbrar algunas revelaciones vedadas al pensamiento lógico, llamó poderosamente la atención de la crítica especializada, lo que animó al escritor de Boulzicourt a seguir ahondando por dicha vía de conocimiento. Llegó, así, su segunda entrega poética, titulada Le grande beuverie (El gran festín, 1936), a la que siguió, ya en edición póstuma, la recopilación de todos sus versos, publicada bajo el título de Poésie noire, poésie blanche (Poesía negra, poesía blanca, 1945), que recoge su idea de que "la poesía, como la magia, es negra o blanca, según sirva a lo infrahumano o a lo sobrenatural”.
En líneas generales, en el corpus lírico de René Daumal se adivina una angustia interior que, sumada a su constante deseo de adentrarse en el conocimiento de los entresijos de la naturaleza humana, fuerza al poeta a ir más allá de la mera apariencia de las cosas, a negar su imagen integrada para descomponerla en fragmentos que pueden ayudar a reconstruir la esquiva dimensión de la conciencia: "Desde ahora -apunta, al respecto, el propio Daumal- es preciso entender que toda poesía tiene su raíz en el acto inmediato de negación. El poeta toma conciencia de sí mismo haciendo aparecer las formas que rechaza y que, por eso mismo, se transforman en símbolos, fases sensibles de su ascensión: él se expresa por lo que devuelve y proyecta de sí hacia fuera, y si nos parecen admirables las imágenes que él nos propone, es debido siempre al 'NO' escondido que hay tras ellas y al cual se dirige nuestra admiración". Esta formulación teórica de su propia poética podrá entenderse mejor tras la lectura de un poema tan representativo de su quehacer literario como el titulado "La carne de terror": "Un molusco crece en la noche / -¿de dónde extrae su carne?-, / crece con las pálidas bolitas / en el fondo de los estómagos infantiles: / esas bolas que se hinchan en el vientre y bajo las costillas, / y que se llaman 'miedo-de-la-muerte". / Es el miedo de la muerte del mundo, / este molusco de grosero hocico, / esos ojos sin mirada que arrugan el espacio".
Idéntica búsqueda de esas verdades escondidas en el hondón de la conciencia humana se hace patente en las prosas de Le mont analogue (El mundo análogo, 1952), especie de narración lírica basada en la autobiografía espiritual del poeta. En ella, para simbolizar la permanente indagación espiritual del ser humano, se sirve de la imagen alegórica de un grupo de escaladores que trata de coronar una montaña desde cuya cima se puede contemplar una nueva visión del universo.
El resto de su producción literaria comprende otros títulos póstumos como Essais et notes. I: Chaque fois que l'aube paraît (Ensayos y notas. I: Cada vez que el alba asoma, 1953), Lettres à ses amis. 1916-1932 (Cartas a sus amigos. 1916-1932, 1958), Bharata. L'orige du théâtre, la poésie et la musique en Inde (Bharata. El origen del teatro, la música y la poesía en la India, 1970), Tu t'est toujours trompé (Te estás siempre engañando, 1970), L'evidence absurde (La evidencia absurda, 1972) y Les pouvoirs de la parole (Los poderes de la palabra, 1972).
Hechos Memorables, de Poesía negra,
poesía blanca
poesía blanca
Acuérdate de tu padre y de tu madre, y de tu primera mentira cuyo indiscreto olor se arrastra por tu memoria.
Acuérdate de tu primer insulto a los que te engendraron: la semilla del orgullo quedó sembrada, resplandeció la fisura quebrando la unidad de la noche.
Acuérdate de los anocheceres de terror en los que el pensamiento de la nada te arañaba el vientre, y volvía sin cesar para picotearte como un buitre; acuérdate también de las mañanas de sol en el cuarto.
Acuérdate de la noche de liberación en la que, al caer tu cuerpo suelto como un velamen, respiraste un poco del aire incorruptible; acuérdate también de los animales pegajosos que te han vuelto a aprisionar.
Acuérdate de las magias, de los venenos y de los sueños tenaces –querías ver, te tapabas ambos ojos para ver, pero no sabías abrir el otro.
Acuérdate de tus cómplices y de los fraudes en común y de ese gran deseo de salir de la jaula.
Acuérdate del día en que desgarraste la tela y te apresaron vivo, inmovilizado ahí mismo en la batahola de bataholas de las ruedas que giran sin girar, contigo adentro, cogido siempre por el mismo instante inmóvil, repetido, repetido, y el tiempo no daba sino una vuelta, todo giraba en tres sentidos innumerables, el tiempo se cerraba al revés ( y los ojos de carne sólo veían un sueño, sólo existía el silencio devorador, las palabras eran pieles secas, y el ruido, el sí, el ruido, el no, el alarido visible y negro de la máquina te negaba), el grito silencioso "Yo soy" que el hueso oye, por el cual muere la piedra, por el cual cree morir lo que nunca fue. Y tú no renacías a cada instante sino para ser negado por el gran círculo sin límites, todo pureza, todo centro, todo pureza salvo tú mismo.
Y acuérdate de los días que siguieron, cuando marchabas como un cadáver hechizado, con la certidumbre de ser devorado por el infinito, de ser aniquilado por la existencia única de lo Absurdo.
Y acuérdate sobre todo del día en que querías arrojarlo todo, de cualquier modo. Pero un guardián vigilaba en tu noche, vigilaba mientras dormías, te hizo tocar tu propia carne, te hizo recordar a los tuyos, te hizo recoger tus andrajos.
Acuérdate de tu guardián.
Acuérdate del hermoso espejismo de los conceptos, y de las palabras conmovedoras, palacio de espejos construido en un sótano. Y acuérdate del hombre que vino y lo rompió todo, te tomó con su tosca mano, te arrancó de tus sueños y te obligó a sentarte sobre las espinas del pleno día. Y acuérdate de que no sabes recordar.
Acuérdate de que todo se paga, acuérdate de tu felicidad, pero cuando te trituraron el corazón, era ya demasiado tarde para pagar por adelantado.
Acuérdate del amigo que te tendía su razón para recoger tus lágrimas brotadas de la fuente helada que violaba el sol de primavera.
Acuérdate de que el amor triunfó cuando ella y tú supisteis someteros a su fuego ansioso, rogando morir en la misma llama.
Pero acuérdate de que el amor no es de nadie, de que en tu corazón de carne no hay nadie, de que el sol no pertenece a nadie, ruborízate al contemplar el cenegal de tu corazón.
Acuérdate de las mañanas en que la gracia era como una vara amenazadora que te conducía, sumiso, a través de tus jornadas, ¡bienaventurado el ganado bajo el yugo!
Y acuérdate de que entre sus dedos entumecidos tu pobre memoria dejó escapar el pez de oro.
Acuérdate de los que te dicen: acuérdate. Acuérdate de la voz que te decía: no caigas. Y acuérdate del placer equívoco de la caída.
Acuérdate, pobre memoria mía, de las dos caras de la medalla. Y de su metal único.
Entrée des larves
Le suisse de l'église menait paître ses chèvres dans l'avenue vide.
Quelques enfants mouraient ou séchaient aux fenêtres — c'était le printemps et les mains des hommes se déroulaient au soleil, offrant à tous le pain de leurs paumes que les enfants n'avaient pas encore mordu.
Sur les terrasses on se retrouvait entre terre et ciel ; il y eut beaucoup de crânes brisés ce jour-là, de jeunes gens qui voulaient voler au-dessus des jardins.
Les mouettes et les mouchoirs claquaient dans l'air et cassaient du bleu dans les vitres, des steamers de cristal s'enfuyaient par-dela les nuages.
Quand le soir vint, ce fut le tour des vieillards ; ils envahirent les rues, assis sur leurs tabourets de bois grossier, ils charmaient les pigeons et buvaient du lait chaud.
Le ciel était seulement un peu plus foncé et plus haut.
Les arbres s'étirent dans le parc et tendent des pièges aux papillons de nuit ; le suisse est rentré dans l'église et les chèvres dorment dans la crypte.
Les femmes hurlent soudain toutes avec des gorges de louves, parce que dans les faubourgs s'est glissé un homme nu et blanc venant des campagnes.
Entrada de las larvas
El pertiguero de la iglesia llevaba a pacer sus cabras por la vacía avenida.
Algunos niños morían o se secaban en las ventanas -era primavera y las manos de los hombres se extendían al sol, ofreciendo a todos ese pan de sus palmas que los niños no habían mordido todavía.
Sobre las terrazas uno se encontraba entre la tierra y el cielo. Ese día hubo muchos cráneos rotos de muchachos que querían volar por encima de los jardines.
Las gaviotas y los pañuelos golpeaban en el aire y rompían azul en los cristales, y unos barcos de cristal huían más allá de las nubes.
Cuando vino la noche, le tocó el turno a los ancianos: invadieron las calles, sentados sobre sus taburetes de tosca madera, encantaban a las palomas y bebían leche caliente.
El cielo estaba solamente un poco más oscuro y más alto.
Los árboles se estiran en el parque y tienden trampas a las mariposas nocturnas; el pertiguero ha entrado a la iglesia y las cabras duermen en la cripta.
Las mujeres aúllan todas de pronto con gargantas de lobas porque por los suburbios se ha deslizado un hombre desnudo y blanco que viene del campo.
Presentamos en versión del poeta Raúl Durán (Mazatlán, 1995) cuatro poemas de René Daumal (1908-1944), poeta, novelista, crítico y ensayista francés. Bajo el influjo del surrealismo, Daumal escribió la mayor parte de su obra que cesó por su muerte a los 36 años debido a una tuberculosis. Algunas de sus obras son La grande beuverie, Le mont analogue y Tu t’es toujurs trompé.
La desilusión
Blanco y negro y blanco y negro,
atención, voy a enseñarles a morir,
cierren los ojos, aprieten los dientes,
¡clac! Ya ven, no es difícil,
no hay allí nada de asombroso.
Les hablo sin pasión,
negro y blanco y negro y blanco,
¡clac! Ven que se hace rápido,
les hablo sin amor,
y sin embargo saben bien…
-hay que ser evidente hasta lo absurdo-
Blanco y negro y blanco y negro y negro y blanco,
si nuestras almas intercambiaran sus cuerpos
no habría ningún cambio,
así que no hablen más de cuerpos ni de almas.
Blanco, negro, ¡clac! Es la única cosa
que podemos comprender enteramente
(¿y no hay en eso nada de trágico?)
Les hablo sin pasión,
blanco, negro, blanco, negro, clac,
y es mi aullido inacabable de muerto,
ese aullido blanco, ese hoyo negro…
¡Oh! Ustedes no escuchan,
ustedes no existen,
estoy solo a morir.
Breve revelación sobre la muerte y el caos
Tú que fuiste olvidado en esa tumba moviéndose,
es a mí a quien hablo y mi doble me mata,
en el aire estatua de sal y en el agua burbuja,
cuando el cielo se mezcle con el mar,
la sal del agua por todos lados sin partes distinguibles
y sin corazón y sin nombre, inmenso —¿soy yo?
¿eres tú, la burbuja en el aire de vuelta
sin su poco dinero?
Una voz última, la nuestra,
para vaciar todas las lágrimas de un golpe,
y ni yo ni tú, atención:
LA BOCA SE HABRÁ COMIDO A LA OREJA. LA VOZ VERÁ.
Basta una palabra
Nombra si puedes tu sombra, tu miedo
y muéstrale el revés de tu cabeza,
el revés de tu mundo y si puedes
pronúnciala, la palabra de la tempestad,
si te atreves rasga el silencio
tejido de risas mudas, —si te atreves
sin ayuda romper la esfera,
deshacer el nudo,
todo solo, todo solo, y planta allí tus ojos
y ve ciego hacia la noche,
ve hacia tu muerte que no te ve,
sólo si te atreves rasga la noche
cubierta de pupilas muertas,
sin ayuda si te atreves
sólo ir desnudo hacia el mar de muertos —
en el corazón de su corazón tu pupila reposa—
escúchala llamarte: hijo mío
escúchala llamarte por tu nombre.
Después
Renaceré sin corazón,
siempre en el mismo cosmos,
siempre con la misma cabeza,
las mismas manos,
quizá distintos colores,
pero eso no será ningún consuelo.
Seré cruel y solitario
y comeré serpientes
e insectos crudos.
No hablaré a nadie
sino en palabras de insectos
o de serpientes desnudas,
en palabras que vivirán y reirán a pesar de mí.
La désillusion
Blanc et noir et blanc et noir,
attention, je vais vous apprendre à mourir,
fermez les yeux, serrez les dents,
clac ! vous voyez, ce n’est pas difficile,
il n’y a là rien d’étonnant.
Je vous parle sans passion,
noir et blanc et noir et blanc,
clac ! vous voyez qu’on s’y fait vite,
je vous parle sans amour,
et pourtant vous savez bien…
-il faut être évident jusqu’à l’absurde –
Blanc et noir et blanc et noir et noir et blanc,
si nos âmes échangeaient leurs corps,
il n’y aurait rien de changé,
alors ne parlez plus de corps ni d’âmes.
Blanc, noir, clac ! c’est la seule chose
qu’ensemble nous pouvons comprendre,
(mais n’est-ce pas qu’il n’y a là rien de tragique ?)
Je vous parle sans passion
blanc, noir, blanc, noir, clac,
et c’est mon éternel cri de mourant,
ce cri blanc, ce trou noir…
Oh ! Vous n’entendez pas,
vous n’existez pas,
je suis seul à mourir.
Brève révélation sur la mort et le chaos
Toi qui t’es oublié dans ce tombeau mouvant,
c’est à moi que je parle et mon double me tue,
dans l’air statue de sel et dans l’eau bulle,
lorsque le ciel sera mêlé à l’océan,
le sel dans l’eau partout sans membres distingués
et sans cœur et sans nom, étendu — est-ce moi ?
est-ce toi, la bulle à l’air rendue
sans sa peau d’argent?
Une voix dernière, la nôtre,
pour vider toutes les larmes d’un seul coup,
et ni moi ni toi, attention:
LA BOUCHE AURA MANGÉ L’OREILLE. LA VOIX VERRA.
Il suffit d’un mot
Nomme si tu peux ton ombre, ta peur
et montre-lui le tour de sa tête,
le tour de ton monde et si tu peux
prononce-le, le mot des catastrophes,
si tu oses rompre ce silence
tissé de rires muets, — si tu oses
sans complices casser la boule,
déchirer la trame,
tout seul, tout seul, et plante là tes yeux
et viens aveugle vers la nuit,
viens vers ta mort qui ne te voit pas,
seul si tu oses rompre la nuit
pavée de prunelles mortes,
sans complices si tu oses
seul venir nu vers la mère des morts —
dans le cœur de son cœur ta prunelle repose —
écoute-la t’appeler : mon enfant,
écoute-la t’appeler par ton nom.
Après
Je vais renaître sans coeur,
toujours dans le même univers,
toujours portant la même tête,
les mêmes mains,
peut-être changées de couleurs,
mais cela même ne me consolerait point.
Je serai cruel et seul
et je mangerai des couleuvres
et des insectes crus.
Je ne parlerai à personne,
sinon en paroles d’insectes
ou de couleuvres nues,
en mots qui vivront et riront malgré moi.
__________________________
Traductor: Raúl Durán (Mazatlán, 1995), poeta. Es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ha colaborado en diversas revistas literarias y congresos estudiantiles.
http://circulodepoesia.com/2016/06/poesia-francesa-rene-daumal/
El gran día de los muertos
La noche, el terror
ni un centavo en la tierra
bóvedas sin esperanza
el miedo en la médula y lo negro en el ojo
el llamado del astro muerto al borde del pozo
y estas manos, tu angustia blanca
helada en la bruma del fondo de toda la vida
en la angustia blanca de estas manos que serán las mías
un día, tanto las habré amado.
No huyas, me dice la luz
ella en su explosión generalizada, pero ligera
sobre el espesor ciego que encierra
y vana, claridad inútil que todavía hiende la piel
y que me dice no saldrás,
y voy solo rasgado por el látigo de mi fantasma
es el fondo del terror
es el palacio sin puertas
es la zanja bajo la zanja, es el país sin noche.
El aire está poblado de falsas notas
para triturar los huesos, es el país sin silencio
zanja bajo zanja todavía en el país sin reposo,
no es un país, soy yo mismo
cosido en mi saco
con el miedo, con la hidra y el dragón
y tu, demonio, aquí tu cabeza de verrugas
que me arranco del pecho
¡Oh! monstruo, mentiroso,
devorador del alma.
Me hacías creer que tu nombre maldito
era el mío, el impronunciable
que tu rostro, era mi rostro, mi prisión
que mi piel aborrecida vivía de tu vida,
pero te he visto, tú eres otro
no me puedes atormentar más nunca
me puedes aplastar en tus carnes
sobre los cadáveres de todas las razas desaparecidas
puedes quemarme en la grasa de los dioses muertos
sé que tú no eres yo mismo
tú nada puedes sobre un fuego más ardiente que el tuyo
el fuego, de mi negación
de ser nada.
¡No no no! porque yo veo los signos
todavía débiles en un banco de bruma lenta
solo algunos, pues los sonidos que ellos pintan
son hermanos de los gritos que asfixio,
porque los caminos increíbles que se trazan
son los hermanos de mis pasos de plomo;
veo los signos de mis fuerzas sin límites, el asesino
de mi vida y de otras vidas hermanas.
Del fondo iluminado, techo bajo techo, las zanjas,
yo veo yo recuerdo yo los he indicado al inicio
los crueles signos que buscan cada retirada
de molusco pensado en miles de brazos.
Ellos me enseñan la paciencia terrible
ellos me muestran el camino abierto
pero es mejor que toda muralla cierre
la ley de la flama pronunciada al filo de la espada
y regule cada paso de la orquesta fatal:
todo está contado.
He aquí, he arrancado la epidermis sangrante
y de ira voy desnudo
¡no más! pero me veo lejos
tengo que orientarme y reemplazar mi corazón,
muy lejos, esas manos, esas manos de ciego,
ciego muerto más vidente que sus ojos bestiales,
pesados opacos y vivaces, muy lejos del ciego
y sus pupilas, circundadas de todo saber,
cercadas de agua límpida y negra de los lagos subterráneos
diré como son bellas, esas manos,
como ella es bella, no, como ella dice la belleza,
la muerte ciega, pero que ve toda mi noche,
hablaré, inventaré palabras sollozantes
a sus pies se debería llorar
sollozaría su belleza,
si yo pudiera llorar,
si no estuviera muerto de no haber sabido llorar.
De Le ContreCiel
Traducción de Ethel Barja
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