lunes, 21 de marzo de 2011
3619.- JUAN CARLOS MARTÍNEZ MANZANO
JUAN CARLOS MARTÍNEZ MANZANO
Málaga, 1968
Licenciado en derecho e historia del arte por la Universidad de Málaga. Experto Universitario en Estética del siglo XX y Arte Contemporáneo. Diploma de Estudios Avanzados “La pintura figurativa en los 80. La última generación del color”. Consejo de dirección de la revista “Robador de Europa” de la Universidad de Málaga. Director de la colección “Varadero” de poesía.
Libros publicados: Madrid Versus Biedman, Ed. Vitrubio, Madrid, 2001; La casa de los Fósiles, Ed. Hebe, Málaga, 1998; Los Encorvados, Ed. Varadero, Málaga, 2000.
Antologías: La poesía que llega, Ed. Huerga y Fierro, Madrid, 1998; Al sur, Rev. Alhucemas, Granada, 2003; Anden Sur; Ed. Ministerio de Fomento, Madrid, 2008.
PEQUEÑOS POEMAS PARA TRANQUILIZAR A EMILIO
El silencio es un animal muerto
Que viene a tranquilizarte
El ruido es una tarima
Que se desplaza en las sombras de los puentes
Metálicos, puente del carmen-
Ya estás más tranquilo pero no dejas de mirarme con tus
Ojos de bromuro
Tu cuerpo se siente cálido
En el tercer invierno que estás con nosotros.
Los trozos de rescoldos navegan
Para siempre entre tus juguetes.
El gran arco tumido del mercado de Salamanca
Construía carreteras,
ciudades, nidos de pájaros…,
en aquel papel grueso que envolvía la carne.
Subía al facistol
con la batuta de tripas de cerdo.
Y aquellos lentos cuchillos
se acercaban al mostrador
y me invitaban a gozar
de la ictericia de aquellos animales muertos
Las pequeñas cúpulas del mercado de Salamanca y sus duendes
(1986)
El agua sucia de las cámaras frigoríficas
Me producen horribles pesadillas
Es solo agua embarrada, traslúcida
Agua sin turbulencias, quieta, sin aire
Agua sin precaución que vivió dentro
De los animales y se desploma en la
la inmensa suciedad de la noche
al margen de toda esta muerte
Buscando huecos donde vivir de nuevo.
De esta agua nunca se escuchará un rumor.
Las naves laterales del mercado de Salamanca
La carnicería tenía una puerta trasera
que nunca se abrió.
Sepultada por cajas, mandiles,
almanaques, bolsas de aserrín;
tenía una mirilla
- que mi madre siempre mantuvo limpia -
Trepaba una luz intermitente y ruidosa,
doce horas de luz diaria.
La mirilla me entierra.
El último cuarto
Frente a la cámara frigorífica
El perfil de las reses exalan
el pequeño peso de los arpones.
Pero el último cuarto es tranquilo
está hecho para el sosiego,
se ve mejor caminar la sangre
por los surcos de las baldosas.
Allí los animales no piensan,
son enredos de pelos y grasa.
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