lunes, 21 de marzo de 2011
3605.- RAÚL DÍAZ ROSALES
Raúl Díaz Rosales
España, 1979. Nació en Málaga. Doctor en Filología Hispánica (UMA), ha realizado estudios de postgrado de Traducción Literaria y Humanística (UMA) y Edición (Grupo Santillana - USAL). Ha sido docente en la Universidad de Málaga y, actualmente, lo es de la Università degli Studi di Milano. Es autor de Teoría de las grietas (1 er Premio de Poesía de la Muestra Andaluza de Literatura Joven Málaga Crea 2007 del Ayuntamiento de Málaga) y Elige tu último aniversario (2008). Ha participado también en los festivales Cosmopoética (Córdoba, 2007) y Nací el 21 en primavera. Encuentro internacional con la poesía española (1ª y 2ª edición), celebrados en Bari, 2008 y 2010. Con Ramón Díaz Guerrero, edita la serie de monografías de creación poética Catálogos de Valverde 32, cuyo próximo número, Cartoemas , coordina junto a Ana Gorría. Aparece en diversas antologías, como Antología del beso (2009), Desde la farola. Última poesía española (2010) y La dolce vita (2010), entre otras. Junto a Julio César Jiménez coordinó el ciclo Y para qué + poetas. Herederos y precursores. Poesía andaluza =n. 1970 (2010). Poemas suyos aparecen en las revistas Álora la bien cercada, Nadadora, El maquinista de la generación o Ex-libris. Ha traducido una antología de poemas de la poeta inglesa Veronica Forrest-Thomson (2010). Algunos poemas suyos han sido traducidos al italiano por Paola Laskaris.
Jumbac
desvela la semana en torno a un rito
ver cómo crece un hijo hacia la nada.
el padre apenas mira y nunca habla.
qué más puede decir, qué puede un padre
de pie, ahogado en blanco y en silencio,
como hace tantos años: parecía
que el mundo respiraba justamente
en lo que nunca dijo, sin fisuras
enmudece y delimita lo posible:
el último reducto de la infancia
y es que él también fue niño, no le hablaron
de inviernos sin abril, de fiestas graves.
el padre ya sabía del desgaste
que en el placer horadan nuestros días,
y aún no sé por qué, cómo explicarlo
ni él tampoco, ahí, de pie, sin voz,
con grandes flores. intenta distraer
la fecha, el nombre.
no me reprocha nada. solo quiere
que no esté jamás solo. aunque sea tarde,
cuando este martes gris ya me ha vencido.
ahora sabemos todo
y todo sobra.
EL EQUIPAJE
Pero he leído en Lucrecio
pensando claro en ti que sólo
sólo el placer recíproco es deleite. (IV. 1666)
Aníbal Núñez
el reloj atrasado
las llaves del coche en el desguace
los años de terapia sin respuesta
las ganas de no volver
un mapa mudo de países sin nombre
la furia piadosa de la lluvia
la triste mecánica del goce
las vísperas sin mañana
lo que queda de mí
lo que tú nunca fuiste
tres versos de Aníbal Núñez
la manta de frío que nos cubría
tu ateísmo salvaje y descreído
mis simulacros de fe oxidada
la foto desenfocada en el pasillo
los semáforos que cruzábamos en rojo
los parques sin primavera
mi pobre voluntad de desterrarte
la tristeza de no haberte conocido
M. P.
Sé que no debería sorprenderme
(después de tantos años) el desastre:
el árbol que bracea en tierra seca,
un páramo, sin luz, resplandeciente,
un resquicio de piel,
y el fiel cansancio.
Una familia no es una alianza
segura frente a la única certeza;
en las fotografías la memoria
—siempre desoladoramente íntima—
esconde llaves de un final amargo
(entonces no existían los finales).
Ni fuimos tan felices ni nos pudo
el desencanto. Guardamos la fe,
la ropa nueva, prohibimos la muerte
a los abrazos. Hoy estamos aquí
y sólo estamos.
Y aunque pueda haber más, es reciclaje
de lo que un día fue y adulteramos.
Más simple, menos arte y poesía,
un engranaje más es nuestra pérdida.
Un fracaso cualquiera, el epitafio.
SUEÑO
la casa era la misma. tú más joven,
aunque triste y cansada como ahora.
la gratitud de la belleza te ocupaba
las tardes en el patio, los rosarios.
creo que yo era niño
hablabas del pasado, intentabas
vivir en lo impreciso de otros días:
el río que sembraba un azul débil,
la casa familiar, el viejo roble.
desgastado el color, la misma fuerza
que retenía paisajes ya caducos.
toda felicidad es cruel, si es verdadera
sin querer despedirte me mirabas
con la sonrisa abierta entre las manos.
¿esperabas llegar? ¿había destino?
irrumpe entonces una luz ambigua
que habita y descompone el viejo sueño.
solo —ya solo— invade la perfecta
y torpe realidad en su indigencia.
la condena de haber sido felices,
anécdota de sol buceando a oscuras,
para imponer peaje a tantos años:
ya todo lo importante vale menos
JUMBAC
Has tropezado con el miedo
de ser tan diferente a lo esperado.
Y es cierto, hay en las cosas
un límite distinto; nos persuaden
rincones ya sin luz, un sol nocturno.
Maneras de brillar solo hacia dentro.
Como si en todo fueses única respuesta,
devolviendo el sentido a lo innombrado.
Te habita el mejor de los destinos.
Poemas inéditos y de Elige tu último aniversario
[2008]
Yo creía en un dios pero él no lo sabía,
nunca llegó a saber que yo creía en él
mucho años aún después de su muerte.
Hjalmar Gullberg (trad. de Francisco J. Uriz)
amaneció dios en mi casa esta mañana
con signos de agonía
un tímido saludo ojos vacíos
algo casual ocurre a veces
un dios que busca amor entre los hombres
un gesto incierto que ame sus razones
sin brillos sin blancura un gris tan sucio
como todos los pecados cometidos
le invitó mi padre a presidir la mesa
se sentó apocado inquieto
bendijo musitando nuestros dones
–¿a quién le reza un dios abandonado?–
preguntó nervioso por la suerte de otros dioses
evitó hablar de juicios y de infiernos
«no sé ya de castigos ni verdades»
lloraba al confesar que era culpable
que él mató con rabia al que era su hijo
con él murió su fe y su reinado
no supe qué decir quién no ha matado
se encerró en mi cuarto tan solo un péndulo
su hijo debió estar tan orgulloso de su padre
lo enterramos sin llorar sin oraciones
buscamos en la tele algo aburrido
creamos otro dios con poco esfuerzo
es lo normal ocurre siempre
Teacher said: ‘James Honeyman
Is the cleverest boy we’ve had,
But he doesn’t play with the others,
And that, I think, is sad.’
W. H. Auden
En el recreo come tierra.
No es el sabor lo más molesto.
Ni el vaho de las burlas. Son las manos.
Las uñas no consiguen arrancar
el precio exacto de la paz.
Sigue escarbando. Poco a poco,
sus compañeros, satisfechos,
dejan que vuelva a su locura
de techos altos en el cielo,
de azúcar en faldas de tablas.
Tumbado hacia el celeste,
observa la rotundidad
del llanto, acaricia la soledad,
su disciplina. Se agarra a un libro
y sueña con las madres que quisieron
a sus hijos, que sufrieron por su llanto.
Sonríe y piensa en héroes de cómic,
en noches invencibles de verano.
Las cosas son, a veces, el deseo.
Podría levantarme, hacer del día
la casa en que correr descalzo, alegre.
Podría reír tanto que...
Sus gritos...
Los otros niños vuelven.
Se arrodilla.
Araña tierra.
[INVIERNO]
Yo volveré a aquel mundo de la infancia.
¿Cómo, si no, me atrevo a respirar?
Lorenzo Plana
El norte te rindió la huella mágica
del musgo, claridad vencida en torno
al verde. La necesidad del frío
era el diálogo con la mañana,
el roce mudo de cualquier destino.
Intimidad en raíces.
Los caminos conducían
a cementerios huérfanos. Los hombres
que lucharon por sus hijos
alimentaban sus cadáveres en domingos
de ropa limpia y rota, en liturgias
de miel entre guadañas, de veneno
en padrenuestros.
Viejos que morían
abrazados al dolor, sin comprender
su muerte, sin haber tenido nunca
fe por esa vida de hambre entre los dedos,
de frío en los abrazos.
Tu infancia siempre
fue un paisaje extraño, de colores
insomnes, de tesoros falsos. No sabías
disfrazarte en olores de mañana.
Encadenado al sol, fueron las nubes
las que lograron darte ese cobijo
en que esconderte de la promesa,
gris y dócil, del futuro.
De niño
fuiste invierno entre cadáveres.
Tu voz es solo el eco de sus voces.
(De Teoría de las grietas)
HOGUERA
lentamente, la lluvia ha comenzado
a construirse. luz que esquiva el cuerpo
para oxidarse en olas apagadas,
tirita el aire huérfano y el cielo
se desmonta en torno al fuego.
está escrito en los hombros de las jóvenes:
este es el fin de todos los veranos,
del brillo en el temor, los calendarios
impacientes, los cementerios de algas,
billetes de ida y vuelta al infinito.
y aunque la orilla agonice una súplica
—nadie sabe cuánto invierno es capaz
de aguantar un hombre solo— es cíclico el dolor, una marea
atenta en el desgaste, implacable
y displicente en las heridas.
es el paisaje en que enterrar tu infancia.
con cuentos suicidas sobre la amarga seducción
de las condenas podrás improvisar
un responso frágil, mientras en torno al sol
se contrae, llamas secas, el verano.
la pira fúnebre de viejos días,
su magia en las cenizas, es la última
postal de los veranos...
de otra vida.
(de Elige tu último aniversario)
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