domingo, 19 de diciembre de 2010

2536.- JAMES K. BAXTER





James K. Baxter

(Nueva Zelanda, 1926-1972) 
Poeta neozelandés nacido en Dunedin. Estudió algunos años en Inglaterra y en 1958 visitó la India. Profundamente católico y pacifista, su padre rehusó participar en la Primera Guerra Mundial, se involucró profundamente en la situación política, social y cultural de su país. Fue el poeta maldito de Nueva Zelanda, pues recibió la burla y el desprecio, siendo seguido por los abandonados de este mundo. Luchó al lado del pueblo maorí, sus componentes le llamaban Hemi, quien había sido desposeído de la tierra y de una cultura que luchaba por sobrevivir. En 1958 se une a Alcohólicos Anónimos y gana una beca Unesco que lo lleva a la India, a Japón y más tarde a Jerusalén. En ésta ciudad formó una comunidad de trasgresores del sistema, principalmente hippies e indigentes, convirtiéndose en su profeta fatal. Allí escribió Sonetos de Jerusalén que se pueden leer como un todo o en una secuencia de poemas. Mucho antes había escrito, Más allá del acantilado, obra capital para entender la poesía neozelandesa del siglo XX.




El Jesucristo Maori

Vi al Jesucristo maori 
Caminando por el puerto de Wellington 
Llevaba pantalones azules de algodón 
Sus cabellos y su barba eran largos 
Su aliento era de mejillones y pararoas 
Cuando sonreía era como el amanecer 
Cuando soltaba un flato los pececillos se asustaban 
Cuando fruncía el ceño la tierra se sacudía 
Cuando reía todos se emborrachaban. 
El Jesucristo maori pasó a tierra firme 
Y eligió a los doce apóstoles 
Uno aseaba los servicios de la estación de tren 
Tenía las manos rojas de frotarlas 
Tratando de sacarse la mierda de los poros. 
Otro era una prostituta que iba gratis 
Otra era un ama de casa que se olvidó la píldora 
Y que echo el televisor a la basura 
Otro era un pequeño oficinista 
Que quiso prenderles fuego a las oficinas del Gobierno 
Sí, y había algunos otros 
Otro era una triste y vieja mujerzuela 
Otro era un cura borracho que se volvía 
Lentamente loco en una parroquia respetable. 
El Jesucristo maori dijo,-hombre, 
De hoy en adelante va a brillar el sol. 
No obró ningún milagro; 
Se puso en el suelo a tocar la guitarra.
Al primer día lo detuvieron 
Por no tener medios visibles de mantención 
Al segundo día lo golpeó la policía 
Por decirle a un detective que su casa no estaba en orden 
Al tercer día lo acusaron de ser maorí 
Y lo condenaron a Monte Crawford por un mes 
Al cuarto día lo mandaron a Porirua 
Por haberle dicho al guardia que el sol dejaría de salir. 
El quinto día duró siete años 
Los que trabajó en la lavandería del asilo 
Al sexto día le dijo al jefe médico 
Soy La luz en el Vacío 
Soy quien soy. 
Al séptimo día lo lobotomizaron 
Partiendo en dos la mente del Señor. 
Al octavo día no salió el sol 
Ni salió al día siguiente 
El Señor no estaba ni vivo ni muerto 
La oscuridad del Vacío montañoso, profundo, oscuridad civilizada 
Se posó sobre la tierra de allí en adelante.







Al lado de la tumba de Teseo

Las zarzas y gramales se enredan 
Sobre el túmulo de huesos gigantescos 
Este rey despreció el amor materno 
Subyugó el caos taurino, levantó 
Un acueducto, un cenotafio. 
Sus huesos se pudren como todos los demás 
El odio humano, la culpa humana 
Mueven la máquina del estado. 
El mendigo cojo que en la puerta espera 
Tiene libertad todavía para reír o escupir. 
Aquellas enredadas ramas se germinan 
Sobre huesos que nunca conocieron el amor.






A mi padre

Te compararé a un arco doblado 
Y yo, a una flecha lanzada al aire resonante ,vacío 
Y debo irme a su tiempo, mi amigo 
Donde no puedes seguirme 
No es amor el que me mantiene joven, 
La flecha oxidada y el arco sin usar. 
Tenemos una sola meta;
liberar a los hombres del miedo,
la costumbre y de la muerte incesante 
Del sí contra sí mismo, de ciudad contra ciudad 
Así entenderán la paz para la que nacieron.







Mi amor camina

Mi amor camina tardíamente por los pasillos blancos
de una lluvia que desgarra mis palabras,
aunque muchas voces nocturnas se burlen
y la sonrisa sepulcral de la luna
hiera las raíces de nuestra recién nacida canción.

Observa, amor, la última cosecha de grano luminoso,
el resplandor del fruto obtenido en la dura faena.
Mi corazón es un campo abierto.
Allí podrías perderte o esperar en casa,
no te arredraría ni el hueso del gigante
ni su escudo roto,
ni la zarza atrapada bajo una piedra de fuego,
ni el miedo, en la semilla rota, haría que mi halcón
se internara en tus alados sueños
manchando de sangre el suspiro del viento.

Déjalo que se mueva en la hondonada de tus sueños,
amor, en las guaridas de la esperanza
que germina en tus ojos.

Yo le canto al arpa de la lluvia que renueva la luz,
a las sombras deshechas y al brillo del fénix ardiente
que perdí entre los papeles rasgados del tiempo
y las tumbas quemadas.

Mi amor camina erguido por el sendero
de la abundancia esta noche.




The Maori Jesus 

I saw the Maori Jesus
Walking on Wellington Harbour.
He wore blue dungarees,
His beard and hair were long.
His breath smelled of mussels and paraoa.
When he smiled it looked like the dawn.
When he broke wind the little fishes trembled.
When he frowned the ground shook.
When he laughed everybody got drunk.

The Maori Jesus came on shore
And picked out his twelve disciples.
One cleaned toilets in the railway station;
His hands were scrubbed red to get the shit out of the pores.
One was a call-girl who turned it up for nothing.
One was a housewife who had forgotten the Pill
And stuck her TV set in the rubbish can.
One was a little office clerk
Who'd tried to set fire to the Government Buldings.
Yes, and there were several others;
One was a sad old quean;
One was an alcoholic priest
Going slowly mad in a respectable parish.

The Maori Jesus said, 'Man,
From now on the sun will shine.'

He did no miracles;
He played the guitar sitting on the ground.

The first day he was arrested
For having no lawful means of support.
The second day he was beaten up by the cops
For telling a dee his house was not in order.
The third day he was charged with being a Maori
And given a month in Mt Crawford.
The fourth day he was sent to Porirua
For telling a screw the sun would stop rising.
The fifth day lasted seven years
While he worked in the Asylum laundry
Never out of the steam.
The sixth day he told the head doctor,
'I am the Light in the Void;
I am who I am.'
The seventh day he was lobotomised;
The brain of God was cut in half.

On the eighth day the sun did not rise.
It did not rise the day after.
God was neither alive nor dead.
The darkness of the Void,
Mountainous, mile-deep, civilised darkness
Sat on the earth from then till now.







Pig Island Letters 

From an old house shaded with macarocarpas
Rises my malady.
Love is not valued much in Pig Island
Though we admire its walking parody,

That brisk gaunt woman in the kitchen
Feeding the coal range, sullen
To all strangers, lest one should be
Her antique horn-red Satan.

Her man, much baffled, grousing in the pub,
Discusses sales
Of yearling lambs, the timber in a tree
Thrown down by autumn gales,

Her daughter, reading in her room
A catalogue of dresses,
Can drive a tractor, goes to Training College,
Will vote on the side of the Bosses,

Her son is moodier, has seen
An angel with a sword
Standing above the clump of old man manuka
Just waiting for the word

To overturn the cities and the rivers
And split the house like a rotten totara log.
Quite unconcerned he sets his traps for ‘possums
And whistles to his dog.

The man who talks to the masters of Pig Island
About the love they dread
Plaits ropes of sand, yet I was born among them
And will like some day with the dead.




I

You said it:
                    the malady arises
                                            from an old house
shaded with macrocarpas.
                    Were you crippled
                                            by the rigidity
of those walls,
                   by your diagnostic bile,
                                            or both?



II

On a hill above ruined Seacliff
the house still stands, ruined also –

the culvert crumbled, window glass now gone
from weathered frames. I saw it reflected

through the sad eyes of the returning son
weakened now by heart’s disease.

Memory has its own apocalyptic angel.
His old room shared with a brother,

now harbouring the droppings of creatures
and an asylum mattress – rain soddened.



III

Though the gaunt woman is dead,
the angel will not let her
                          rest in peace.

The coal-range door hangs
                          on one single hinge,
still point
                          of a returning mind –

The images surface and revolve.

She stands by the back door step
                          welcoming in her stance
                                                  the hillside neighbour:

she falls on the self-same step
                          frozen by death,
                                                  denied a homecoming –

yet with key clutched
                          by the rigour of her hand.



IV

She is applauded as the scattered gather:
            eleven to feed and failed none.
The grouser is mentioned in an undertone,
            calcified in the loneliness of his own sweat.



V

The house is not beyond repair.

Returning to it
                          guided by the son
we find one another
                          and are baptized
in the water of tired eyes.

The macrocarpas arch the air.

Their shade is
                          not deathlike –

We are spelled by its voices,
                          for in this shade
not even the wind dies.







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