sábado, 18 de diciembre de 2010
2499.- FRANCIS PONGE
Francis Ponge
(Francia, 1899-1988)
Poeta francés nacido en Montpellier. Desde muy pronto manifestó su interés por el latín y el diccionario Littré, interés que se reflejó como principal preocupación a lo largo de toda su obra en el tema del lenguaje. En 1922 se unió a la Nouvelle Revue Française, y al surrealismo, movimiento que abandonó por desacuerdo con sus manifestaciones y sus frecuentes disputas. En 1937 se afilió al Partido Comunista, pero abandonó su militancia después de la guerra y fue profesor de la Alianza Francesa hasta el momento de su jubilación. Es conocido ante todo por su obra De parte de las cosas (1942), en la que refuta la efusión lírica y la subjetividad y describe los objetos cotidianos en un lenguaje aparentemente objetivo y científico. Ponge explora la realidad del lenguaje, que, en su opinión, dignifica y humaniza al ser humano. En sus descripciones a menudo humorísticas, emplea neologismos creados a partir de la etimología de las palabras. Esta aprehensión del mundo a través de la vertiginosa profundidad del lenguaje fue bautizada con el nombre de ‘objeu’ y combina las actividades creativas y críticas del escritor. Ponge desarrolló su prosa poética en Doce pequeños escritos (1926), Poemas (1948), La Rage de l'expression (1952), La gran recopilación (1961, 3 vols.), El jabón (1967) y Fábrica del Prado (1971). También escribió ensayos como Pour un Malherbe (1965) y un libro sobre crítica del arte, Estudios de Pintura (1948). Ejerció una gran influencia en el desarrollo de la ‘literatura objetiva’ de los novelistas de la década de 1950, en especial en Alain Robbe-Grillet.
De parte de las cosas (fragmento)
Si alguna vez los objetos pierden para ustedes su gusto, observen entonces, con un partido ya tomado, las insidiosas modificaciones suscitadas en sus superficies por los sensacionales aconteceres de la luz y del viento, según la fuga de las nubes, según se apague o se encienda tal o cual grupo de lámparas del día, esos continuos estremecimientos de sus capas, esas vibraciones, esos vahos, esos hálitos, esos juegos de soplos, de pedos leves.
(...)
La presencia de los objetos, su evidencia concreta, su espesor, sus tres dimensiones, su lado palpable, indudable, su existencia de la que estoy más seguro que de la mía, todo eso es mi única razón de ser, mi pretexto propiamente dicho; y la variedad de las cosas es en realidad lo que me construye.
La patata
Pelar una patata hervida de buena calidad es un placer de primera.
Se coge -tras haberla cortado- por uno de sus labios, entre la yema del pulgar y la punta del cuchillo agarrado por los otros dedos de la misma mano, este áspero y fino papel que se tira hacia uno mismo, para separarlo de la carne apetitosa del tubérculo.
La fácil operación deja una sensación de satisfacción indecible, cuando se ha conseguido llevarla a cabo sin demasiados tropiezos.
El ligero rumor que hacen los tejidos al desprenderse es dulce al oído , y el descubrimiento de la pulpa comestible, regocijante.
Hay que reconocer la perfección del fruto desnudo: con su diferencia, su semejanza, su sorpresa -y la facilidad de la operación- parece como si se hubiera realizado así algo justo, previsto y deseado por la naturaleza desde hacía tiempo, algo que sin embargo ha tenido a bien otorgar.
Por esta razón no diré nada más, bajo el riesgo de parecer que me contento con una obra excesivamente sencilla. Me bastaba -en algunas frases sin esfuerzo- con desnudar mi tema contorneando estrictamente la forma: dejándola intacta pero pulida, brillante y lista, tanto para sufrir como para procurar las delicias de su consumación.
…Esta domesticación de la patata por el tratamiento con agua hervida durante veinte minutos, es bastante curiosa (justo mientras escribo unas patatas se están cociendo -es la una de la mañana- sobre el horno, delante mío).
Es mejor, me dijeron, que el agua esté salada, cargada: no es obligatorio pero sí más aconsejable.
Una especie de alboroto llama la atención, es el de las burbujas de agua. Está enfurecida o por lo menos en el culmen de la inquietud. Se pierde furiosamente en vapores, babes, luego abrasa, pftute, tsita: en definitiva, está muy agitada sobre estos carbones ardientes.
Mis patatas, sumergidas aquí dentro, están sacudidas, trastornadas, injuriadas, impregnadas hasta la médula.
Sin duda, la ira del agua no es por su causa, pero ellas soportan el afecto -y no pudiendo desprenderse de este ámbito, se encuentran profundamente modificadas (iba a describir “se entreabren”…).
Al final se las deja por muertas, o por lo menos muy cansadas. Si su forma se salva (lo que no siempre sucede) quedan blandas, dóciles. Toda la avidez ha desaparecido de su pulpa: se les encuentra un gusto bueno.
Su epidermis también se distingue rápidamente, hay que deshacerla (ya no sirve para nada) y tirarla a la basura…
Queda este bloc desmenuzable y sabroso que tan sólo presta el servicio de vivir ante todo, después de filosofar.
Francis Ponge, Piezas, Madrid, Visor, 1985.
Traducción de Diego Martínez Torrón y Mercedes Monmany.
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Dos poemas de Tomar partido por las cosas
Los árboles se deshacen en el interior de una esfera de niebla
Entre la niebla que envuelve los árboles, las hojas les son robadas; las mismas que, desconcertadas por una lenta oxidación y mortificadas por la retirada de la savia en provecho de las flores y frutos, desde los grandes calores de agosto ya estaban menos unidas a ellos.
En la corteza se labran regueros verticales por donde la humedad es conducida hasta el suelo, desinteresándose de las partes vivas del tronco.
Se dispersan las flores, se desprenden los frutos. Desde la edad más temprana, el abandono de sus cualidades vivas y de partes de su cuerpo ha llegado a ser para los árboles un ejercicio familiar.
El fuego
El fuego hace una ordenación: primero, todas las llamas se mueven en un sentido…
(No se puede comparar el modo de andar del fuego más que con el de los animales: debe dejar un lugar para ocupar otro; camina a la vez como una ameba y como una jirafa, salta con el cuello, repta con un pie)…
Luego, mientras las masas contaminadas con método se desploman, los gases que escapan se van transformando en una sola rampa de mariposas.
Francis Ponge. Trad. Miguel Casado.
En el volumen recopilatorio:
La soñadora materia (Galaxia Gutenberg, 2006)
obstinada en su único vicio
MÁS ABAJO que yo, siempre más abajo que yo se encuentra el agua. Es siempre con los ojos bajos como la miro.
Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del suelo.
Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: la pesantez.
Y dispone de medios excepcionales para satisfacer ese vicio: contornea, traspasa, corroe, se filtra.
En el interior de sí misma ese vicio también actúa: se derrumba sin cesar, renuncia a cada instante a toda forma,
no tiende más que a humillarse, se acuesta boca abajo sobre el suelo, cuasi cadáver, como los monjes
de ciertas órdenes. Siempre más abajo: tal parece ser su divisa: lo contrario del excelsior.
Uno casi podría decir que el agua es loca, a causa de esa histérica necesidad de no obedecer más que
a su pesantez, la cual la posee como una idea fija.
Es cierto, en el mundo todo conoce esa necesidad, que siempre y en todas partes debe ser satisfecha.
Este armario, por ejemplo, se muestra muy testarudo en su deseo de adherirse al suelo,
y si se encuentra un día en equilibrio inestable, preferirá romperse antes que desobedecer a ese deseo.
Pero, en fin, en cierta medida, él juega con la pesantez, la desafía: no se derrumba en todas sus partes;
su cornisa, sus molduras no se conforman según ella. Existe en el armario una resistencia en provecho
de su personalidad y de su forma.
LÍQUIDO es por definición lo que prefiere obedecer a la pesantez antes que mantener su forma,
lo que rechaza toda forma para obedecer a su pesantez. Y lo que pierde toda compostura a causa
de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, el cual lo vuelve rápido, precipitado o estancado;
amorfo o feroz, amorfo y feroz, feroz terebrante, por ejemplo; astuto, filtrándose, contorneando;
de tal manera que uno puede hacer de él lo que uno quiera, y conducir el agua por tubos para luego
hacerla surgir verticalmente con el fin de gozar al fin de su manera de romperse en lluvia:
una verdadera esclava.
Entretanto el sol y la luna están celosos de esa influencia exclusiva, y tratan de actuar
sobre ella cuando se ofrece expuesta en grandes extensiones, especialmente si se encuentra
en estado de menor resistencia, dispensa en delgadas charcas. El sol entonces toma su mayor tributo.
La obliga a un ciclismo perpetuo, la trata corno a ardilla en su rueda.
El agua se me escapa. . . se me escurre entre los dedos. ¡Y aún más! Eso no es ni siquiera
tan conciso (como una lagartija o una rana): me deja rastros en las manos, manchas, relativamente
lentas en secarse o que es preciso enjugar. Se me escapa y no obstante me marca, sin que yo pueda
hacer gran cosa.
Ideológicamente, es la misma cosa: se me escapa, escapa a toda definición, pero deja en mi espíritu
y sobre este papel manchas, manchas informes.
Inquietud del agua: sensible al menor cambio del declive. Saltando las escaleras con los pies juntos.
Juguetona, pueril de obediencia, volviendo de inmediato cuando uno la llama al cambiar la inclinación
hacia este lado.
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