Ernesto Murillo Costa (Santiago, 1922). Poeta e ingeniero civil. Autor de “Salar”, libro de poesía que obtuvo el Premio Municipal de Poesía de Santiago en 1967, “Camino recorrido” (2001), “La caleta” (1995), “Cantan los peces” (1984), “Una flor en el cemento” (1968), “La otra ribera” (1964), “Mi patria es difícil” (1962).
HOMBRE MODERNO
Hombre moderno, yo, barco sin nombre,
colocado en el mundo como un átomo,
sin permiso de mí, sin visto bueno
de mi ser más profundo y verdadero.
Hombre moderno, yo, mido el invierno,
cruzo las callejuelas del vacío,
sufro los pardos rostros de la gente
y deterioro el alma encanecida
entre los laberintos del cemento.
Hombre moderno, yo, voy sin embargo
embarcado en el río del progreso,
vivo la cibernética y las drogas,
voy camino del sol sobre mis alas
arrastrando ilusiones y tropiezos.
Soy este y soy el otro ahora y siempre,
un animal desnudo en la intemperie,
un pedazo de canto y de universo
transportando su sed sobre el desierto.
Reclamo y no reclamo de mí mismo,
me muero cuando mueren las campanas
en el espeso horror de la oficina,
en su selva de archivos y desdenes
Pero alzo una canción a los espacios
cuando el hombre define sus potencias,
su limpia cabellera de verdades,
la concreta ecuación de su talento.
Madera sostenida por el viento,
nave pura perdida y encontrada
en la cumbre sin vino del otoño,
círculo con pesar y con asombro
entre los mecanismos del misterio.
Hombre moderno, yo, máquina oscura.
Hombre moderno, yo, ojo del tiempo.
Hombre moderno, yo, hombre moderno.
Mi Patria es difícil
Autor: Ernesto Murillo
Santiago de Chile: Del Pacífico, 1962
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1963-08-18. AUTOR: EDMUNDO CONCHA
La poesía, en la primera mitad de este siglo, tal vez un poco espantada por las dos guerras mundiales, emprendió el vuelo hacia las alturas. Y tanto huyó que se perdió de vista. Se hizo abstracta, sin sujeto y hasta... sin objeto. Su mensaje, en el caso de que lo tuviera, no se entendía o solo lo percibían el propio autor y otros iniciados en la consiguiente cábala.
Afortunadamente, como todo lo que se repite demasiado cansa, al cabo de pasearse arrogantemente en la oscuridad, la poesía buscó otros rumbos, o más exactamente, una salida. Se fatigó de ser representativa del turbio caos social. Aterrizó y se hizo más simple, más clara, más humana. En este nuevo nivel se interesó por la reconquista del hombre y de su circunstancia histórica.
En Chile mismo, para no citar ejemplos extranjeros, varios poetas que anduvieron mucho por las nubes, volvieron a ocupar su residencia en la tierra y, con ello, a reanudar el clásico diálogo con los lectores. El mismo Pablo Neruda, que escribió disciplinadamente tantas incoherencias, ha emergido hacia la luz y ahora nos entrega poemas nada abstractos, que se inspiran hasta en elementos tan domésticos como la cebolla. Óscar Castro, Nicanor Parra, Efraín Barquero, a su turno, también sacaron sus telares a la luz del sol.
En esta misma línea, y todavía a cierta distancia, ha aparecido ahora otro poeta, Ernesto Murillo, quien ha publicado un libro con título apoético: “Mi patria es difícil”. Gracias tal vez a la influencia de su propia profesión, la ingeniería, hay en su libro un verdadero catastro lírico de nuestra loca geografía. He aquí, a través del cristal de un poeta, el sur lluvioso y triste, el valle central con su multicolor floresta, y la sábana seca y árida del norte. Mas, Murillo no limita su labor al paisajismo. Todos los elementos naturales que registra aparecen en función de un factor humano: ya un testimonio, un recuerdo, o una esperanza. Forja así una bella alianza entre la Naturaleza y el Hombre.
He aquí una parte de su propia presentación personal:
“Yo puedo hablar de todo, porque lo tuve todo,
porque conozco la luz, la piedra y los cereales, la tabla y el martillo,
porque amo a Dios y su celeste manto
y también la materia y su duro contacto
porque soy ingeniero del espacio
y astronauta del fondo de los mares,
porque he conversado con los peces en su casa
y he caminado entre pulpos y jureles
y he visto el sol filtrando entre las olas,
penetrando hasta el fondo su blancor de leche”.
Obviamente que este tipo de poesía entraña un riesgo grande: por ser tan directa y clara, está siempre a un milímetro de la prosa, e incluso del prosaísmo. El poeta que la cultive, en cada poema corre una aventura semejante a la de un equilibrista que debe cruzar un abismo pisando solo una cuerda tensa. Ernesto Murillo, a lo largo de su libro, cae varias veces, especialmente en sus poemas “Vas caminando por las calles”, “Espera, amor” y “Psico-Análisis”, los cuales, por su construcción y temario ya previstos, resultan desmonetizados, sin resonancias. El sol, como se sabe, suele enceguecer a quienes se enamoran de su luz. ¿Y a quién no? Hasta Pablo Neruda, en sus últimos libros, como “Odas elementales”, “Extravagario”, “Las piedras de Chile”, etc., a fuerza de querer ser comprendido por la masa, exhibe poemas que, más que banderas, son a veces meros carteles.
Ernesto Murillo expone sus mejores hallazgos en los temas menos espectaculares, como en sus poemas “Bahía Inglesa”, “Recado”, “Madre”, “El árbol de la poesía”. En ellos gravita un panteísmo de depurada ley, un sentido integral y casi cósmico de los valores. En un estilo directo y a veces racionalista Ernesto Murillo revela un amplio registro, propio de una sensibilidad abierta a todos los valores y vacíos del mundo circundante. Además, en dos de sus poemas, “Lota Bajo” y “Yo imagino Caldera”, se da el lujo de inaugurar dos buenas partidas poéticas, de esas que, como en el ajedrez, conducen a un buen remate.
Este nuevo poeta demuestra en su primer libro tener inspiración propia, no de reflejos, y ser capaz de dar a menudo el blanco de la poesía. Es eminentemente humano y siente alergia –por las caretas. Con todo está solo en los comienzos del camino de la creación lírica, y en estos comienzos sus ordenadas reflexiones suelen atentar contra el vuelo de la fantasía. Para llegar más lejos, y adquirir individualidad en el coro, necesita más técnica, esto es, mayor sabiduría en el empleo de las asociaciones y de los vocablos.
“hago caminos,
construyo máquinas, levanto puentes,
hago estructuras de acero...
porque con ellos bebo el mismo vino
por eso canto y canto
y hago florecer en sus cercados
la flor, fecunda de mi ingeniería”.
“Cuando mi niño nazca
haré un hueco en el aire
para que cuando duerma
sobre el aire descanse”.
“Yo no puedo hablar de todo porque lo tuve todo,
porque conozco la luz, la piedra y los cereales,
porque conozco el clavo, la tabla y el martillo,
porque amo a Dios y su celeste manto
y también la materia y su duro contacto”.
La otra ribera
Autor: Ernesto Murillo
Santiago de Chile: Universitaria, 1964
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1965-03-14. AUTOR: GONZALO ORREGO
El autor dedica la obra a Juan XXIII y a John F. Kennedy, “porque sus muertes abrieron un surco por donde un día correrá violenta la dulce savia de la paz”.
Breves conceptos de Henry Millar, de Bertrand Russel, de Saint-John Perse, sirven de antífonas a los poemas.
Ernesto Murillo es ingeniero y el equilibrio inexorable de las matemáticas le sirve de base para producir una poesía de alta calidad, que debía surgir de todos modos.
Estamos en presencia de un poeta auténtico, que jamás habla por hablar. En sus palabras, como ha de ser en la poesía de buena ley, hay universos encerrados, filosofía permanente y honda.
Murillo ve el peligro del progreso técnico en que, ciego, va cayendo el hombre (“…de tanto abrir el cerco de los dioses, está hundiendo su extraña arquitectura”) y dice que:
“aún es tiempo de atarlo en la caída
que borrará el dibujo de su paso
calcinando el enjambre de la vida.
Aún es tiempo de cambiar su suerte
y que la paz lo acoja en su regazo.
Aún es tiempo de matar la muerte”.
En otro poema tiene parecido concepto, donde dice:
“Invisible electrón, cadena tenue,
oscuro director de la energía,
a veces manso viento o magnetismo,
a veces metal, árbol u hortaliza.
Si un día las palomas mensajeras
engañan al radar de su plumaje,
harás del mundo fuego, sal y estiércol,
cementerio del ser, dolor del aire”.
Y aún dice:
“Vendrá la muerte, ahora, con antenas,
con diamantes de química y violencia.
Y los héroes tendrá su recompensa:
una cruz y un cajón de baquelita,
un seguro a la viuda, una medalla,
un padre artificial para los hijos,
con rayos y neutrones en el alma”.
Vemos, pues, que Murillo grita su inquietud por la suerte de la gran familia humana. Ve con los ojos del alma el siniestro porvenir de la destrucción científica.
Su característica como poeta es el ritmo. Sabe que la música tiene una estructura matemática y la aplica en sus poemas. No hay ninguna disonancia. Todo está naturalmente justo. A veces, noblemente nerudiano.
Creemos que Ernesto Murillo está llamado a ser uno de los poetas chilenos de quien hablarán todas las antologías del porvenir. Porque es auténtico.
Una flor en el cemento
Autor: Ernesto Murillo
Santiago de Chile: Extremo Sur, 1968
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1969-01-05. AUTOR: HERNÁN DEL SOLAR
Cada nueva generación de poetas trae consigo la muerte de la poesía. Se le puede escuchar el grito: -la poesía ha muerto. Y casi de inmediato se le oye: -¡Viva la poesía!
Muerte y resurrección. No otra cosa es, a lo largo de los años, el movimiento poético universal. Desaparece lo establecido y se establece algo nuevo, destinado a desaparecer. De esta manera cruza los tiempos la poesía, con una vitalidad incesantemente rehecha. Hay quienes, descontentos de vida tan porfiada, suelen anunciar que está enferma, que se halla agónica. Lo mismo sucede a menudo con la novela. Y todos sabemos que poesía y novela tienen suficiente salud para entregarse sin cansancio, cada vez que se les ocurre, a las más cansadoras acrobacias.
No obstante, la poesía se muestra a veces fatigada. Es un pequeño lapso de debilidad. Se tiene la impresión de que ha pasado por aventuras muy fuertes y desea, de pronto, descanso. Creemos que esto es lo que momentáneamente aparta a la poesía chilena de su ancho camino habitual. En cuclillas en medio de un recodo, está como recordando sus mejores hazañas, recién pasadas y juntando fuerzas para un cercano porvenir.
Su publica mucho. Un balance de final de año muestra una sobreproducción poética casi asombrosa. El número es alto; la calidad, casi siempre baja. Es visible que la mayoría de los poetas nuevos imitan –tratando de que no se les note- a algunos de los dos o tres grandes que les cierran el horizonte. Reniegan, maldicen, se esfuerzan para llegar a lo propio; pero ahí se les ve, tartamudos, gesticulantes, vanidosos, y ahí estarán hasta que la Providencia los borre o les inyecte energía.
Es interesante, por lo tanto, celebrar la aparición de un libro diferente a los que a diario se publican. Su autor, Ernesto Murillo, no es un desconocido, ciertamente. Una de las obras –“Salar”- obtuvo el Premio Municipal de 1968. En ese libro, como en “Una flor en el cemento”, que acaba de aparecer (Editorial Universitaria), el poeta muestra un tono personal. Su poesía es firme. No es el suyo un verso deshidratado, cejijunto, rezongón, como tantos que andan por ahí murmurando una “angustia existencial”, que no es sino palabrería de pordiosero malhumorado. Ernesto Murillo, ingeniero, hombre culto, poeta de veras, es un testigo lúcido de su tiempo, y sus vivencias más hondas, sus experiencias de mayor intensidad le imponen una poesía de voz personal. El título de su libro –Una flor en el cemento- es, por sí solo, una imagen de la época, y del hombre que, como poeta, la mira y la proyecta en su palabra.
En esta crisis de todos los valores que vamos cruzando, en esta búsqueda febril de un sentido para la vida, en esta cárcel de cemento donde ha encerrado el hombre su alma, Ernesto Murillo señala hacia la esperanza, hacia esa flor que nos devuelve a la tierra, a la libertad, a la dignidad humana. No seremos esclavos de la máquina, nuestra rebeldía debe impedirnos que el robot mande en nosotros. El poeta nos traspasa este mensaje a través de su poesía puesta al servicio del hombre. Es una poesía vigorosa, que él describe con exactitud y naturalidad:
“Junto a las catedrales de la muerte
dibuja un nuevo amor la poesía.
No construida de sedas ni de alambres,
no de palabras pálidas y finas.
Sino de sangre, sol y condimentos.
Sino de huesos, piedras y cenizas.
No yerta en el papel sino gritando.
No en cama, agonizando, sino altiva.
No roja ni morada sino libre.
No ausente ni distante, sino viva”.
No cabe una definición más fiel de una poesía que no se quiere ajena al hombre en sus vicisitudes vitales de cada día. Es poesía solidaria. El poeta mira dentro de sí, pone su atención en los otros, observa la vida del hombre cotidiano y su visión, su sentimiento de lo que es la humanidad actual, rodeada de amenazas mortales, prisionera de la angustia, le mueve a un canto que es análisis, condena y amor. La situación del hombre está admirablemente mostrada en poemas como “Al ascensorista” y “Subway”, imágenes simbólicas del sufrimiento rutinario, sordo, sin posibilidades de cambios propicios de todos los menudos habitantes de un mundo mecánico. Las figuras humanas que cruzan por estos poemas tienen trazas de peleles, movidos por los hitos de la necesidad de la pobreza, de la señalización maquinal de cómo se ha de vivir.
“Quiero traer gaviotas a tu jaula de anemia
y llenarte del cansancio de paisajes y peces,
dejarte algunas lunas de plateados fulgores
y ocuparte el silencio con sueños y lebreles.
O sacarte, tal vez, de tu mundo de azúcar,
de zapatos usados, bufandas y cenizas,
a arder, volar conmigo hacia celestes nervios
y hablar alegremente del oro y sus espigas”.
Este es el deseo animador de los poetas: ir hacia el hombre, el enjaulado, y traerle el mundo de la primavera, que ha echado su flor de esperanza. Salvador Reyes, en un prólogo que analiza sagazmente la poesía de Ernesto Murillo, escribe: “Inspiración nueva, trágica zona, incertidumbre, dolor y rebeldía. El poeta da la sensación de ser el último hombre de pie en lo que aún queda de la naturaleza, para dar su adiós al mundo donde fue feliz y desgraciado. Tiene conciencia de su derrota y nos la hace sentir dolorosamente a todos sus compañeros en la tremenda aventura de vivir”. Derrota de la soledad, dolorosamente compartida en el refugio de unos versos amplios, abiertos –pese a todo- hacia el amor de las cosas, de la vida y, por cierto, de la aventura de ser un hombre en el mundo.
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