Sara Vial
Sara Vial (Nació en Valparaíso, CHILE 1927 - Falleció el 1 de Septiembre de 2016). Poeta, narradora, ensayista y crítica literaria.
La escritora fue amiga de María Luisa Bombal y el Premio Nobel, Pablo Neruda. Entre sus galardones se cuentan el premio Gabriela Mistra en 1976, Pedro de Oña en 1981, Regional de Literatura en 1980, y el Regional de Periodismo en 1984.
La seremi de Cultural de Valparaíso, Nélida Pozo lamentó el deceso y señaló que "dio luz a la literaruta chilena".
“Sara Vial fue una de las mujeres destacadas de nuestra región; una intelectual excepcional, poetisa y cronista de gran talento y agudeza, amiga de Neruda, una persona con mucho conocimiento que se movió por circuitos intelectuales. Ella nació y permaneció en nuestra región, fue una porteña que se avecindó en Viña del Mar, y yo creo que muchos sentimos orgullo que una mujer tan destacada fuera nuestra coterránea”, agregó la autoridad.
Comienza sus publicaciones en el año 1958 con “La ciudad indecible”, luego vinieron “Viaje a la arena” (1970), “En la orilla del vuelo” (1973), “Al oído del viento” (1977), “Mi patria tiene forma de esperanza” (1981) y “De espuma y queltehues”(1994).
La escritora fue amiga de María Luisa Bombal y el Premio Nobel, Pablo Neruda. Entre sus galardones se cuentan el premio Gabriela Mistra en 1976, Pedro de Oña en 1981, Regional de Literatura en 1980, y el Regional de Periodismo en 1984.
La seremi de Cultural de Valparaíso, Nélida Pozo lamentó el deceso y señaló que "dio luz a la literaruta chilena".
“Sara Vial fue una de las mujeres destacadas de nuestra región; una intelectual excepcional, poetisa y cronista de gran talento y agudeza, amiga de Neruda, una persona con mucho conocimiento que se movió por circuitos intelectuales. Ella nació y permaneció en nuestra región, fue una porteña que se avecindó en Viña del Mar, y yo creo que muchos sentimos orgullo que una mujer tan destacada fuera nuestra coterránea”, agregó la autoridad.
Comienza sus publicaciones en el año 1958 con “La ciudad indecible”, luego vinieron “Viaje a la arena” (1970), “En la orilla del vuelo” (1973), “Al oído del viento” (1977), “Mi patria tiene forma de esperanza” (1981) y “De espuma y queltehues”(1994).
En el terreno de la crónica “El violín de la memoria” de 2001 reúne sus escritos de la década del 90 para el diario “La Estrella” de Valparaíso. Además, ha dejado testimonio de la vida de dos grandes artistas nacionales y amigos suyos: María Luisa Bombal en “La abeja de fuego” (1986) y Pablo Neruda en “Neruda en Valparaíso” (1983), con la reedición extendida “Neruda vuelve a Valparaíso” (2004). Su trabajo le ha valido los premios Gabriela Mistral 1976, Pedro de Oña 1981, Regional de Literatura 1980 y Regional de Periodismo 1984.
LA CIUDAD INDECIBLE
Detén tus escaleras un instante
para alcanzar tu rostro,
después serás el vértigo o el humo,
hoy quédate en reposo.
Escapas desde el mar, no te detienen
las riendas del vacío,
¡en ti la gravedad es una rosa
de fresco desvarío!
¿Qué fábula te enrosca a lo imposible,
qué cable te sostiene,
a qué urbanización de las estrellas
destinarás tus sienes?
Prefieres levantar sobre la espuma
tus altas propiedades
de polvo y vendaval, volando lejos
de las otras ciudades.
Con lápiz de arco-iris te dibujan
los vientos de la infancia,
¡yo tuve allá diez años y una ausencia
parecida a las lágrimas!
Bajé del laberinto de los sueños
por tu costado de agua,
me puse como un rápido pañuelo
tu niebla en las mañanas.
Desciende de tus trenes un segundo,
detén tus ascensores,
no corras en el aire, suelta un rato
fugaz tus pescadores.
Quiero mirar tu rostro mar afuera
del cuerpo en que he crecido
saber en qué terminan tus balcones
recién humedecidos.
Subida a tu desván estaré viendo
los viejos mascarones
que me contaste ayer, los volantines
antiguos, las visiones
de todo lo que fuera tu reflejo
distante, perseguido.
Detén tus escaleras un instante.
¡Quiero apresar tu olvido!
(De LA CIUDAD INDECIBLE)
AGUA DE CHILE
En vasija de greda el agua pura
me bebo, que bajó de tu montaña,
el agua substancial que me acompaña
desde la más agreste ligadura.
En ella veo el Andes, arca dura
de su trenza de nubes y de caña,
silvestre manantial que se enmaraña
y busca por el mar su cerradura.
Nativa de la tierra, roca suave
para saciar el día, bestia clara,
deshilvanado cáñamo del ave.
Hoy me vengo a poner bajo tu vara
para tocar el cielo que se evade
del indio primitivo de tu cara.
(De UN MODO DE CANTAR)
QUE MODO SIN ESFUERZO
EL DE LA ROSA
Qué modo sin esfuerzo el de la rosa,
qué movimiento justo el de la espiga,
en todo lo que el alma se investiga
qué natural dominio el que reposa.
La ola no se atrasa ni se emboza,
el tallo de crecer jamás se olvida,
a su hora el otoño y la caída
de cobre de la hoja silenciosa.
Sin prisa madurar sabe el estío
después de la invernada y el rocío,
y que perfecta cabe bajo el cielo
sin apurar la miel de su corriente,
colmada con orgullo y dulcemente
la irreprochada curva del ciruelo.
(De VIAJE EN LA ARENA)
La ciudad indecible
Autor: Sara Vial
Santiago de Chile: Impr. Victoria, 1958
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1959-08-09. AUTOR: ALONE
“Esta Sara Vial es trinadora” empieza Pablo Neruda en el prólogo a este libro y, poco después, agrega que tiene el corazón extremadamente eléctrico y que es “verdadera y cantarina esta suave y serena y sauce Sara”.
¿Para qué más?
La crítica de unos trinos debería, en justicia, limitarse estrictamente a trinar. Todo lo demás es literatura. Pero la curiosidad de la gente pide más, pide un poco los trinos de la trinadora y eso no resulta ya tan difícil. Oigámosla en su mejor momento que es cuando sus trinos toman forma de sonetos y dice, por ejemplo:
“Para decir aun lo que no es todo
hoy falta presentirse más lejana,
un aire azul acaso una ventana
o un libro que leer de cualquier modo.
Y para no entender la enredadera
que alarga flores nuevas a la mano,
hay la dulzura de llamar hermano
al que no supo verla cuando fuera.
Hay siempre la dulzura pensativa
de recorrer lo bordes de la herida
que ha empezado a doler un poco menos.
Y hay siempre un árbol nuevo en el paisaje
o un gesto que ha rozado nuestro traje
con la ilusión absurda de ser buenos”.
Algunos poetas nuevos lo abandonan todo, idea, sentimiento, rima, ritmo y quieren que así se les entienda. Sara Vial, compasiva con las viejas generaciones, ha conservado el metro y a menudo esas consonancias que antes nos parecían acompañamiento inseparable de la belleza literaria, pero que ya no están de moda o que solo empiezan a volver con grandes resistencias.
Debemos agradecérselo.
Y también el baño de indefinida claridad, la especie de alegría inexplicable que nos trae su poesía “suave y serena y sauce”; pero no sauce de los que por sus caídas frondas sobre el agua llevan el merecido nombre de llorones, sino de estos que ahora apenas empiezan a echar en sus largas varillas un asombro de brotecito tierno, con algo de sonrisa y algo de pregunta, como pidiendo permiso para entrar primaveralmente.
No hay en “La ciudad indecible” nada terminante; todo va encadenándose y fluyendo como en sueños, al modo de rodar la ola, y parece que el canto le brotara a la niña sin saber ni querer, porque era necesario para que el aire y la luz vibraran.
Sin embargo, de pronto, como tallado o esculpido, nos encontramos entre las páginas un bajorrelieve con cuidados primorosos de orfebrería; porque “esta Sara Vial” no es solamente trinadora y guarda diversas flechas en su aljaba. Podemos esperar muchas otras, de alta cacería, después de la que vamos a ver en otro soneto.
“De espaldas al vacío en que has quedado,
cortadas las cadenas del sonido,
cruzado bajo umbrales sumergido,
tu cuerpo de navío abandonado.
Y yo sin entender este velado
misterio de tu lámpara yacente,
ni la quebrada rueca de tu frente,
ni el frío horizontal de tu costado.
El mástil que el costado te meciera,
de la quemada espuma de tu hoguera
izábate la muerte sobre el lecho.
Dinos aun adiós de tu Nirvana
y suelta las gaviotas de tus canas…”
Es la despedida a D’Halmar la visión a distancia del gran visionario que no temió marcharse, él que tanto quería sobrevivir, que lo hizo todo por evitar la muerte, pronunciando tres veces la palabra nada.
El talento de Sara Vial está lleno de posibilidades.
SONETO EN TINTA VERDE AL BAR INGLÉS
Aquí con este Luis inesperado
y con Alvaro, en fin, siempre seguro
y con Carlos Lastarria, airoso y puro,
estoy Valparaíso a tu cuidado.
A tu cuidado, sí, y Alfonso ausente
pero nos llegará, desenfrenado,
después de tanto diario almacenado
en su fugaz destino hacia la gente.
Valparaíso, te reconocemos
nostalgia y vendaval aquí encerrado
mientras guitarra Luis trae a mi canto.
Y somos los que somos y seremos
y la noche es vivir lo que se ha dado
en amistad, fraternidad y encanto.
HOJA EN EL CAMINO
A quien podré decirle que tus ojos
son de color de tren desvanecido,
de estación al pasar, de tronco hendido
en mitades de nidos y de enojos.
Hoy corté una hoja en el camino
y tenía el color de tu mirada,
la coloqué en mi pecho acurrucada
y me puse a esperar lo que no vino.
El mar clama en la noche sin aliento
y eres distraído como el viento
que silba en la soledad por la montaña.
No tienes intención, culpa o sustento,
no eres más que el sol, sólo un invento
de luz que ni me ha visto ni me engaña.
INVIERNO
Un grumete de lluvias me esperaba,
un relámpago verde en tus jardines
y en un olor mojado de jazmines
el arco iris que en el mar giraba.
Una ola de sal desdibujada
los óleos de tus casas suspendidas,
pero el color botaba en embestidas
de nuevas carabelas alternadas.
El canto de la lluvia en tu escotilla
de invierno, el viento norte en la morada
raíz del corazón, y tu amarilla
cañería de ayer, mitad brasero,
olvidado desván donde cantaba
su primera canción
VALPARAISO A LA GIRA
Noches de temporal, Valparaíso, y tú, barco a la gira
procurando no hundirte,
soportando las ráfagas furiosas
en tu cola de zinc,
sosteniendo tenaz
tus inclinadas cubiertas de madera.
Aferrados a tus cerros o mástiles
despertamos en la eléctrica noche
sintiéndonos aislados y lejanos
con el viento llamando
en bocinas de barco
que inunda corredores y terrazas.
Y en el espectro verde del naufragio
el que entra desnudo en un relámpago
con su timón perdido.
Por eso, es tu gemido
de escampavía loco a medianoche
lo que nunca olvidamos.
Nunca como en la furia tempestuosa
eres tú mismo, y te reconocemos
como un trueno cayendo
en los tejados bruscos de la infancia.
Inundado y barroso después del temporal,
tus luces encendidas hasta el amanecer,
desafiando el oleaje que te estrella
sin cortar tus amarras
de óxido y ausencia.
Hemos visto bajar en los torrentes
lluviosos de los cerros
tu pobreza elevada en los andamios
que sostienen los pájaros,
pálidas cacerolas
descascaradas en las nubes,
pedruscos, utensilios que ns muestran
su dramático frío, su golpeada
vecindad con el hombre.
A nadie le sorprende que en invierno
rueden ladera abajo
puertas, ollas, naranjas,
oh. declive mortal para que todo-ruede,
para que todo irrumpa por túneles y escalas.
Mi ciudad marinera, carrusel en el peligro
girando en los tobillos del planeta,.
Huracán, precipicio,
pájaro carpintero allá en el Molo,
organillo de sal contra la lluvia.
Rascacielo de lata clavándome su invierno,
ah, calamina indómita,
cañería sin término sonando a medianoche
con la olvidada lluvia de mi vida.
SONETO EN TINTA VERDE AL BAR INGLÉS
Aquí con este Luis inesperado
y con Alvaro, en fin, siempre seguro
y con Carlos Lastarria, airoso y puro,
estoy Valparaíso a tu cuidado.
A tu cuidado, sí, y Alfonso ausente
pero nos llegará, desenfrenado,
después de tanto diario almacenado
en su fugaz destino hacia la gente.
Valparaíso, te reconocemos
nostalgia y vendaval aquí encerrado
mientras guitarra Luis trae a mi canto.
Y somos los que somos y seremos
y la noche es vivir lo que se ha dado
en amistad, fraternidad y encanto.
HOJA EN EL CAMINO
A quien podré decirle que tus ojos
son de color de tren desvanecido,
de estación al pasar, de tronco hendido
en mitades de nidos y de enojos.
Hoy corté una hoja en el camino
y tenía el color de tu mirada,
la coloqué en mi pecho acurrucada
y me puse a esperar lo que no vino.
El mar clama en la noche sin aliento
y eres distraído como el viento
que silba en la soledad por la montaña.
No tienes intención, culpa o sustento,
no eres más que el sol, sólo un invento
de luz que ni me ha visto ni me engaña.
INVIERNO
Un grumete de lluvias me esperaba,
un relámpago verde en tus jardines
y en un olor mojado de jazmines
el arco iris que en el mar giraba.
Una ola de sal desdibujada
los óleos de tus casas suspendidas,
pero el color botaba en embestidas
de nuevas carabelas alternadas.
El canto de la lluvia en tu escotilla
de invierno, el viento norte en la morada
raíz del corazón, y tu amarilla
cañería de ayer, mitad brasero,
olvidado desván donde cantaba
su primera canción
VALPARAISO A LA GIRA
Noches de temporal, Valparaíso, y tú, barco a la gira
procurando no hundirte,
soportando las ráfagas furiosas
en tu cola de zinc,
sosteniendo tenaz
tus inclinadas cubiertas de madera.
Aferrados a tus cerros o mástiles
despertamos en la eléctrica noche
sintiéndonos aislados y lejanos
con el viento llamando
en bocinas de barco
que inunda corredores y terrazas.
Y en el espectro verde del naufragio
el que entra desnudo en un relámpago
con su timón perdido.
Por eso, es tu gemido
de escampavía loco a medianoche
lo que nunca olvidamos.
Nunca como en la furia tempestuosa
eres tú mismo, y te reconocemos
como un trueno cayendo
en los tejados bruscos de la infancia.
Inundado y barroso después del temporal,
tus luces encendidas hasta el amanecer,
desafiando el oleaje que te estrella
sin cortar tus amarras
de óxido y ausencia.
Hemos visto bajar en los torrentes
lluviosos de los cerros
tu pobreza elevada en los andamios
que sostienen los pájaros,
pálidas cacerolas
descascaradas en las nubes,
pedruscos, utensilios que ns muestran
su dramático frío, su golpeada
vecindad con el hombre.
A nadie le sorprende que en invierno
rueden ladera abajo
puertas, ollas, naranjas,
oh. declive mortal para que todo-ruede,
para que todo irrumpa por túneles y escalas.
Mi ciudad marinera, carrusel en el peligro
girando en los tobillos del planeta,.
Huracán, precipicio,
pájaro carpintero allá en el Molo,
organillo de sal contra la lluvia.
Rascacielo de lata clavándome su invierno,
ah, calamina indómita,
cañería sin término sonando a medianoche
con la olvidada lluvia de mi vida.
Un modo de cantar
Autor: Sara Vial
Santiago de Chile: Eds. SIDE, 1962
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1962-11-18. AUTOR: ALONE
Tiempo atrás, decir “poetisa”, más aun, “poetisa hispanoamericana”, hacía pasar inmediatamente a campo traviesa una mujer desmelenada, bastante desnuda, los brazos levantados, corriendo y gritando: “¡Tómame ahora que aún es temprano!” Cuando no surgía otra, más grave, no menos ardiente, que lanzaba esta imploración: “¡Un hijo, un hijo tuyo...!”
Se decía que la mujer, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, inmemorialmente atada a prejuicios milenarios, rompía moldes, tomaba su revancha.
Ya la ha tomado. Y en cuanto a “viejos moldes”, habría que inclinarse para recoger los pedazos.
Gracias a los desahogos de sus predecesoras, la mujer penetra al ámbito de la poesía serenada, sonriente, enigmática a ratos, familiar, íntima, llena de cantos y de encantos. “Posada sobre una rama, su oficio irresistible –dice Juvencio Valle de Sara Vial- es inundar el aire de gorjeos. Monedas tintineantes, escuditos dorados que rebasan los aires con sus sones áureos. Los acordes, de escalón en escalón, suben y bajan, se desparraman, siembran de luces la mañana”. Ha variado, como se ve, el “modo de cantar” femenino.
“Un modo de cantar”; hermoso título, ligero, elegante, que no pena ni posa; parece decir a los lectores: -Bueno, este es mi modo... Si acaso os gusta... Os lo doy como es; otro no tengo-. Y no descuidemos la preferencia acordada al “modo” que, como se sabe, en arte, viene a ser “todo”.
Pero dejemos tanto hablar para, mejor, oír:
“Inútil es volver sobre el camino,
distinto corazón, ajeno paso
te vuelve a cada instante como un vaso
que nunca destilara el mismo vino.
Inútil perseguir al desatino
de anclar entre las nubes un regazo,
no cogerás el mar bajo tu brazo
ni el brusco atardecer que sobrevino.
Mejor soltar la amarra con dulzura
y no evocar la diaria quemadura
ni el agua del azar que la deshace.
Mejor saber morir en cada beso
y que el morirnos sea solo eso,
hoja de vendaval, ola que yace”.
Cualquiera habría dicho, mirando el coro de las bacantes precipitarse cuesta abajo, que se iban a ahogar y nos inundarían, que llevaban un camino de perdición, “marchando hacia el abismo”. ¡Esa libertad! ¡Ese libertinaje! ¡Semejante desenfreno! Pues, nada. Ocurre que más bien se han sosegado y ahora cuidan de componer el verso, pulen la estrofa, aderezan no sin magnificencias la arquitectura del soneto.
En Sara Vial hay, además de Neruda, unas gotitas de Góngora, el de las complicaciones alquitaradas, orfebre ultrafino y ultrapeligroso, pero su temperamento es rico y vegetal y las tolera: le hacen bien. Neruda la ha llamado “Sara Sauce”; no se puede negar que el pseudónimo es un bello pseudónimo. Protegida por él puede darse el lujo de retorcer un poquito las imágenes y alambicar el concepto sin miedo a contraer la peste.
O sea, la afectación.
El talento de Sara Vial
Sara Vial nació en Valparaíso en 1927. Su infancia se desarrolló en el Cerro Alegre, lugar cuyo paisaje la marcará profundamente en su yo interno, dándole las especiales coordenadas que serán el origen de su poesía. Su obra comienza en 1958 cuando publica “La ciudad indecible”, luego en 1970 publica “Viaje a la arena” y le siguen “En la orilla del vuelo” (1973), “Al oído del viento” y “Mi patria tiene forma de esperanza” (1981)
Pablo Neruda dijo de ella “Esa Sara Vial es trinadora, tiene el corazón extremadamente eléctrico y es que es verdadera y cantarina esta suave y serena y sauce Sara”. Por su parte “Alone” señaló: “Algunos poetas lo abandonan todo, idea, sentimiento, rima, ritmo y quieren que así se les entienda. Sara Vial, compasiva con las viejas generaciones, ha conservado el metro y a menudo esas consonancias que antes nos parecían acompañamiento inseparable de la belleza literaria, pero que ya no están de moda o que solo empiezan a volver con grandes resistencias. Debemos agradecérselo”.
Viajera incansable de los cerros de Valparaíso, un día quedó prendida por la magia del puerto y ya nunca más su poesía dejó de mirar el mar. La estructura aparentemente caótica, de los cerros porteños, se hace estructura, aparentemente desordenada, en sus versos. La subida de una escalera, el añoso ascensor, los pitos de los barcos, la insistente lluvia, la lancha del afanoso pescador, una burrita que paciente sortea empinadas callejuelas junto a su dueño quien vende su leche, todo esto y mucho más llena de motivaciones poéticas su poesía:
“Solo busqué cantar, no me preguntes
sino lo que te di escribiendo versos,
más allá de mi canto no soy libre
y al reverso del mar ya no hay Encuentro”
Sara vial, poetisa por vocación, es periodista de profesión. Ama la palabra fugaz, la comunicación personal, para lo que tiene además de “canto”, encanto. En una ocasión se le preguntó lo que pensaba de su obra poética, a lo cual respondió: “La gente cree que el poeta es un intelectual. Yo siempre he sostenido lo contrario. A los nueve años, yo no sabía qué era poesía y menos aún las altas labores del intelecto, pero yo ya creaba poesía y lo hacía en la misma tónica, si bien sin la misma intensidad, que lo hago ahora. Del mismo modo que ya en mi primer libro de versos “La ciudad indecible”, libro que leyó Neruda y le agradó, ya tenía yo un soneto dedicado justamente a “Platero”, el mismo que veintisiete años después me vino al corazón, sin darme cuenta, para hacer esta poesía en imágenes que es mi cuento “Una ciudad llamada Valparaíso”, donde recreo al Platero de Juan Ramón Jiménez, sin copiarlo. La poesía no es un proceso mental, sino inconsciente, va por la corriente sanguínea, anida en el corazón. Se me alaba por haber descubierto la hermosura de lo fugaz y espontaneo. Y es cierto, tienen toda la razón. Hay en mi poesía, un canto a la fugacidad. Esto lo descubrí un día que me encontraba en el molo de Valparaíso, muy cerca de las olas. De repente, muchas gaviotas sobre el cielo, cientos, un techo maravilloso de blancas gaviotas sobre un cielo azul limpísimo. Alguien a mi lado exclamó. ¡Qué belleza!; yo respondí: ¡Que lastima que tenga que pasar! Así descubrí que los puertos. Valparaíso en mi caso, es tiempo fugaz. Y a él hay que cantarle, pues ¿no es el tiempo una condición humana?.
Quiero darles un sentido homenaje a mis escritores maestros, García Lorca, Gabriela Mistral, Neruda, pero por sobre todo a María Luisa Bombal. Admiro a María Luisa, por su prosa, de una claridad inmensa. Yo siempre he querido tener de ella ese vuelo de su lenguaje, esa maravilla de la palabra, la de más ángel que yo haya leído en Chile. Es la suya una palabra que casi no tiene materia. Uno lee a la Bombal y es como estar leyendo el agua, la palabra de la pureza limpia. Sencillez, pureza, calidad intemporal, hasta no dar nombres a sus protagonistas o a las calles de sus ciudades. Eterniza el lenguaje A maría Luisa solía decirle aquello de Lorca a Neruda. ¡Cállate, cállate, que me influencias!”.
Esa admiración, hacia María Luisa Bombal la transformo en una gran amistad, la cual solo la muerte pudo acabar. Se habían conocido en un almuerzo en la casa de Eduardo Anguita, según Sara Vial “Ella era una mujer fina. Recuerdo su elegancia cuando sostenía una copa, como si fuera un pétalo. Yo eché una talla y ella me lo celebró de inmediato. Después le dije que no esperaba esa reacción de ella porque pensaba que era una mujer terrible. ¡Y nada que ver!”
Al preguntársele si María Luisa Bombal nunca fue valorada como escritora en Chile sostuvo: “Acá todos los escritores terminan mal. Especialmente los que no saben marketearse. Nosotras no sabíamos hacerlo. Todos los años le hice una campaña para que obtuviera el Premio Nacional y no pasaba nada. Ella siempre me decía ¿Sabes Sara? ¡Yo soy un mito!”
Por su trabajo como poeta, narradora, ensayista y crítica literaria Sara Vial ha recibido los premios Gabriela Mistral 1976, Pedro de Oña 1981, Regional de Literatura 1980 y Regional de Periodismo 1984, entre muchos otros, pero le falta el más importante de ellos y…….quien sabe señor lector si a estas alturas le ocurra lo mismo que a su amiga María Luisa.
Por Francisco Javier Vergara
Sara Vial nació en Valparaíso en 1927. Su infancia se desarrolló en el Cerro Alegre, lugar cuyo paisaje la marcará profundamente en su yo interno, dándole las especiales coordenadas que serán el origen de su poesía. Su obra comienza en 1958 cuando publica “La ciudad indecible”, luego en 1970 publica “Viaje a la arena” y le siguen “En la orilla del vuelo” (1973), “Al oído del viento” y “Mi patria tiene forma de esperanza” (1981)
Pablo Neruda dijo de ella “Esa Sara Vial es trinadora, tiene el corazón extremadamente eléctrico y es que es verdadera y cantarina esta suave y serena y sauce Sara”. Por su parte “Alone” señaló: “Algunos poetas lo abandonan todo, idea, sentimiento, rima, ritmo y quieren que así se les entienda. Sara Vial, compasiva con las viejas generaciones, ha conservado el metro y a menudo esas consonancias que antes nos parecían acompañamiento inseparable de la belleza literaria, pero que ya no están de moda o que solo empiezan a volver con grandes resistencias. Debemos agradecérselo”.
Viajera incansable de los cerros de Valparaíso, un día quedó prendida por la magia del puerto y ya nunca más su poesía dejó de mirar el mar. La estructura aparentemente caótica, de los cerros porteños, se hace estructura, aparentemente desordenada, en sus versos. La subida de una escalera, el añoso ascensor, los pitos de los barcos, la insistente lluvia, la lancha del afanoso pescador, una burrita que paciente sortea empinadas callejuelas junto a su dueño quien vende su leche, todo esto y mucho más llena de motivaciones poéticas su poesía:
“Solo busqué cantar, no me preguntes
sino lo que te di escribiendo versos,
más allá de mi canto no soy libre
y al reverso del mar ya no hay Encuentro”
Sara vial, poetisa por vocación, es periodista de profesión. Ama la palabra fugaz, la comunicación personal, para lo que tiene además de “canto”, encanto. En una ocasión se le preguntó lo que pensaba de su obra poética, a lo cual respondió: “La gente cree que el poeta es un intelectual. Yo siempre he sostenido lo contrario. A los nueve años, yo no sabía qué era poesía y menos aún las altas labores del intelecto, pero yo ya creaba poesía y lo hacía en la misma tónica, si bien sin la misma intensidad, que lo hago ahora. Del mismo modo que ya en mi primer libro de versos “La ciudad indecible”, libro que leyó Neruda y le agradó, ya tenía yo un soneto dedicado justamente a “Platero”, el mismo que veintisiete años después me vino al corazón, sin darme cuenta, para hacer esta poesía en imágenes que es mi cuento “Una ciudad llamada Valparaíso”, donde recreo al Platero de Juan Ramón Jiménez, sin copiarlo. La poesía no es un proceso mental, sino inconsciente, va por la corriente sanguínea, anida en el corazón. Se me alaba por haber descubierto la hermosura de lo fugaz y espontaneo. Y es cierto, tienen toda la razón. Hay en mi poesía, un canto a la fugacidad. Esto lo descubrí un día que me encontraba en el molo de Valparaíso, muy cerca de las olas. De repente, muchas gaviotas sobre el cielo, cientos, un techo maravilloso de blancas gaviotas sobre un cielo azul limpísimo. Alguien a mi lado exclamó. ¡Qué belleza!; yo respondí: ¡Que lastima que tenga que pasar! Así descubrí que los puertos. Valparaíso en mi caso, es tiempo fugaz. Y a él hay que cantarle, pues ¿no es el tiempo una condición humana?.
Quiero darles un sentido homenaje a mis escritores maestros, García Lorca, Gabriela Mistral, Neruda, pero por sobre todo a María Luisa Bombal. Admiro a María Luisa, por su prosa, de una claridad inmensa. Yo siempre he querido tener de ella ese vuelo de su lenguaje, esa maravilla de la palabra, la de más ángel que yo haya leído en Chile. Es la suya una palabra que casi no tiene materia. Uno lee a la Bombal y es como estar leyendo el agua, la palabra de la pureza limpia. Sencillez, pureza, calidad intemporal, hasta no dar nombres a sus protagonistas o a las calles de sus ciudades. Eterniza el lenguaje A maría Luisa solía decirle aquello de Lorca a Neruda. ¡Cállate, cállate, que me influencias!”.
Esa admiración, hacia María Luisa Bombal la transformo en una gran amistad, la cual solo la muerte pudo acabar. Se habían conocido en un almuerzo en la casa de Eduardo Anguita, según Sara Vial “Ella era una mujer fina. Recuerdo su elegancia cuando sostenía una copa, como si fuera un pétalo. Yo eché una talla y ella me lo celebró de inmediato. Después le dije que no esperaba esa reacción de ella porque pensaba que era una mujer terrible. ¡Y nada que ver!”
Al preguntársele si María Luisa Bombal nunca fue valorada como escritora en Chile sostuvo: “Acá todos los escritores terminan mal. Especialmente los que no saben marketearse. Nosotras no sabíamos hacerlo. Todos los años le hice una campaña para que obtuviera el Premio Nacional y no pasaba nada. Ella siempre me decía ¿Sabes Sara? ¡Yo soy un mito!”
Por su trabajo como poeta, narradora, ensayista y crítica literaria Sara Vial ha recibido los premios Gabriela Mistral 1976, Pedro de Oña 1981, Regional de Literatura 1980 y Regional de Periodismo 1984, entre muchos otros, pero le falta el más importante de ellos y…….quien sabe señor lector si a estas alturas le ocurra lo mismo que a su amiga María Luisa.
Por Francisco Javier Vergara
interesante, falto su presencia en la feria del libro en Viña con Caameron, y su biografia
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