miércoles, 21 de mayo de 2014

DÁMASO OGAZ [11.763]



DÁMASO OGAZ

(1924-1990)
Poeta
Artista Plástico
Escritor

Su verdadero nombre era Víctor Manuel Sánchez Ogaz. Nació en Santiago de Chile el 17 de agosto de 1924 y falleció en Caracas el 14 de marzo de 1990.  Su genio artístico abarcó la pintura, la literatura, la poesía, el teatro... Fue uno de los mayores exponentes del Mail Art a nivel mundial, pionero en Venezuela. Formó parte del controvertido movimiento artístico venezolano “El Techo de la Ballena” junto a grandes figuras en vías de consagración como Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Adriano González León, Salvador Garmendia, Efraín Hurtado, Perán Erminy, Francisco Pérez Perdomo, Caupolicán Ovalles, Edmundo Aray, entre muchos otros.

En una entrevista imaginaria en donde se mezcla lo absurdo con la verdad, publicada en un pequeño libro de Ogaz titulado “Remate” (editado en 1975 bajo el irónico sello de Ediciones La Pata de Palo, un eufemismo por “pirata”), el poeta se describe a sí mismo de la siguiente manera:

“Dámaso Ogaz mide 1.79 cm. de alto, es de tez morena, como Torquato Tasso, usa bigotes como Rilke (“mi admiración, dice, me llevó a estos usos poco higiénicos”), tiene ojos grises (“de los que son culpables los hebreos”, nos agrega), su rostro es ovoidal y su perfil es casi convexo. Habla en la actualidad tres dialectos y un poco del idioma castellano, un idioma, según él, “en desuso”. Practicó en su infancia gimnasia sueca y la carrera de los mil metros con valla. Prueba que “no logré superar en mi país –nos señala– y que ahora me hace vivir en el exilio”. Sus estudios los realizó, indistintamente, en el Colegio de los Sagrados Corazones de Santiago de Chile y en el Colegio de Patafísica de Asmara. Posteriormente, y siguiendo la tradición familiar, amplió sus estudios aristotélicos con el profesor Luis Rubio A., especializándose en el peripatetismo. Escuela filosófica que lo dotó de gran paciencia para caminar a pié, soportar la sed y el hambre. Después de estos primeros pasos por la enseñanza sistemática, se aventuró, por su cuenta y riesgo, en el campo de la investigación que lo llevaron a abarcar una larga serie de materias, entre las cuales se encuentran: el artiodactilismo, la capnomancia, el parietalismo, la uranometría, la parístasis en los tribunos romanos y el perjurismo en Latinoamérica. En Copenhague fue condecorado con la orden “Caprípede” por servicios prestados a la cultura.

Ogaz ha publicado cuatro libros de ficción, uno de los cuales se lo editó El Techo de la Ballena, en 1962, y se intitulaba “Espada de Doble Filo”. Dicho libro mereció comentarios muy elogiosos en la isla polinesia de Nuevas Hébridas, hasta tal punto que fue declarado por los críticos como el “Libro del mes”. Ahora anuncia la aparición, en el curso de esta semana, de un nuevo libro. Esta vez se trata de un ensayo –Introducción a sus teorías sobre el Majamamismo– y será también editado por El Techo de la Ballena, e incluido en su Colección de Docencia Ballenera. Este ensayo ya ha merecido juicios laudatorios del escritor chileno Rodrigo Chalán, y de quien citamos un fragmento: “Es el triunfo de la sinrazón aparencial sobre la razón adversa a través de una exposición muy dialéctica y un tanto euclidiana, que recuerda a los buenos teóricos del puritanismo inglés”.

Este escritor y pintor chileno (“por un error geográfico”, nos adelanta) ha expuesto en galerías de Santiago de Chile, Caracas, Buenos Aires, París (Galerie Saint Germain y Galerie Lambert). Y en la segunda Exposición Internacional de Artistas del Pacífico, Tokio, obtuvo el Premio Yomiuri. En la actualidad participará en la Exposición Internacional Latinoamericana de Dibujo y Grabado que organiza la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela...”

Lo cierto es que Dámaso Ogaz fue uno de los grandes en el mundo del arte latinoamericano. Realizó sus primeros estudios en el Instituto Pedagógico Técnico de la Universidad Técnica de Santiago. Cursó Estudios Especiales de Arte con los pintores Hernán Gazmuri y Haroldo Donoso, y participó en un curso de diseño dictado por el maestro Josef Albers en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago de Chile (1953). Además, trabajó como asistente y secretario personal del gran poeta y escritor chileno Pablo de Rokha.

Llegó a Venezuela en 1961 con la finalidad de crear, en Trujillo, el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano; lo cual logra con rotundo éxito. Pero cuando el artista parte hacia París, en 1962, el museo pierde la protección de su decidido mentor y desfallece ante la indiferencia de las autoridades y demás personalidades regionales ligadas al mundo cultural. Las valiosas obras que muchos de los amigos de Ogaz, artistas de renombre, le donaron para tal fin, quedaron en el olvido, almacenadas, desaparecidas, algunas robadas...  

Desde París inicia un periplo por Alemania, Austria, Italia, España y nuevamente París. En todo este devenir acoge algunos planteamientos dadaístas y surrealistas que va incorporando en sus obras junto a elementos de la semiótica moderna y la poesía visual; concibiendo así un trabajo a todas luces vanguardista que muchos han considerado como una verdadera poética del absurdo. 

Participa en exposiciones individuales (Galerie Saint Germaint, 1962; Galerie Lambert, 1963). En febrero de 1962 se hace acreedor en Tokio, Japón, al Premio Yomiuri en la II Exposición Internacional de Jóvenes Artistas del Pacífico con sus trabajos Génesis VI y Génesis VII. 

Vuelve a Venezuela en 1967 por invitación expresa de Carlos Contramaestre y atraído por la propuesta contracultural de El Techo de la Ballena; desde entonces, hace de Venezuela su hogar y se dedica por completo a difundir su arte a través de las provincias. En este mismo año participa en la Exposición Latinoamericana de Dibujo y Grabado realizada en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela; en donde es distinguido con el tercer premio. Al año siguiente, en el mismo salón, expone “Las Majamámicas Edípicas”, con presentación de Caupolicán Ovalles, Edmundo Aray y Juan Calzadilla. Anteriormente había participado en exposiciones individuales en Santiago de Chile: Galería Instituto Chileno-Británico, 1960-65; Galería Libertad, 1961-63; Galería Bellas Artes, 1964. En Caracas, en la Galería de El Techo de la Ballena, 1962; en el Ateneo de Trujillo, 1961; y participa en innumerables exposiciones colectivas. 

Dirigió un total de tres galerías en Santiago de Chile: Galería Laberinto, Galería Libertad y Galería Beaux Arts. Articulista y crítico de arte en los diarios La Nación y Las Ultimas Noticias, de Chile, así como en las revistas Pomaire, Calicanto y en la Revista de Arte de la Universidad de Chile. Articulista de los desaparecidos diarios El Larense (Barquisimeto, Estado Lara, Venezuela) y La República (Caracas), en los cuales también escribió bajo los seudónimos de Víctor Antillanca y Simón Viña. Fue fundador, en 1976, de la Escuela Experimental de Diseño de Valera, la cual dirigió por un tiempo. Además, participó en la Comisión Preparatoria del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC, Venezuela). 

Ogaz fue un decidido cultor de la experimentación orientada al descubrimiento de nuevas formas expresivas dentro del campo artístico. Investigador acucioso, dedicado, dotado de una amplia capacidad organizativa aunque a veces autoritaria. Profesor de arte, autor y director de teatro, pintor, escritor, poeta, incansable editor... “Un tipógrafo de viejo cuño –a decir de Juan Calzadilla– animado por una inquebrantable fe en el poder subvertidor de la palabra y la imagen juntas...” Un artista que realizó “una obra creativa tan obstinadamente fértil como clandestina...”

Y es que la obra de Ogaz, por demás abundante si consideramos no sólo sus obras pictóricas, dibujos y collages (o poemas visuales, como él gustaba llamar), o la decena de libros que publicó, sino también las numerosas revistas, folletos y tarjetas postales que personalmente elaboró; los libros que poco a poco, con paciencia, perseverancia y con mucho corazón iba estructurando a mano, hoja por hoja, luego de que salieran de una fotocopiadora (a los cuales les otorgaba el sello de su propia e inconfundible edición artesanal), fue lanzada en ediciones muy pequeñas, de poco más de cien ejemplares la mayoría de las veces; que el artista vendía en algunas librerías, enviaba por correo a sus amigos o entregaba directamente, a la par del volante, en calles, plazas, semáforos, en el interior de los colegios o en las universidades... De allí lo difícil de acceder hoy a su obra. 

Pero es que para Dámaso Ogaz la literatura y el arte no estaban divorciados del proceso de la humanidad. Él siempre buscó la integración del arte con la vida, con lo cotidiano, con el ser... Un arte que pasase por miles de manos –solía decir– en vez de quedar confinado a una fría pared. 


Dámaso Ogaz escribió: “Tríptico”, Santiago de Chile, 1949; “Tercera Elegía”, Ediciones Zona, Santiago de Chile, 1953; “Los Poderes”, Ediciones Zona, Santiago de Chile, 1959; “Espada de Doble Filo”, Ediciones El Techo de la Ballena, Caracas, 1962; “La Ballena y lo Majamámico”, Ediciones El Techo de la Ballena, Caracas, 1967; “Los Métodos y las Deserciones Imaginarias”, Ediciones El Techo de la Ballena, Caracas, 1968; “Anverso y Reverso del Número Ocho”, Ediciones Colección Actual - Universidad de los Andes, Mérida, 1970; “La Cultura de Occidente”, Ediciones La Pata de Palo, Caracas, 1970; “Paso Atrás”, Ediciones Rondas, Barcelona -España, 1975, entre otros...

Texto: Jesús Osilia




TIEMPO 

Somos un estar anegados de aureolas antiguas
una tolvanera en la osamenta de un iris convulso
succionado por reflejos
que dan forma al vacío de los cristales
hacia un recóndito rumbo extraviado
en el fondo de los delirios.

Vamos transportando desnudos brotes
que taladran los vitrales deshechos
en un desierto de columnas confusas
como lejanas cárceles de eterna luna sin rostro
sin saber bajo qué isla sobrevive el germen
ni qué atmósfera se agita desvanecida en el humo
taciturno y seco de las mareas
llevando siempre
donde un pez petrificado araña el pulso
de la espuma con un eclipse creciente
de alas enrojecidas
un morado cuerno grumoso
semejante a signos invisibles.

Vamos por un árbol en densidades fugaces
con ese musgo alto
esa ermita tatuada en la órbita de la espiga
que cruza su música de ebrio arpegio violado
a la sal de una larva de luces
degollada en el magnetismo de las playas estáticas.

Oh unificado arcano vas coagulado en los abismos
donde varios mundos te contemplan
abatiéndote en las gotas de un lirio doliente
que aúlla en las rocas efímeras de los cauces.








Del libro: "Los métodos y las deserciones imaginarias". Selección de Rodrigo Verdugo.


LAS RATAS

Es preciso que alguien, venga y diga: hay un húmedo olor a baúl.
Nada más.
Como en esos invernaderos desolados, las ratas abrirán entonces un agujero,
Leve,
Melancólico,
Que les impida flotar a la deriva.
Junto a las ratas sobrevivimos, cada vez más tenaces y más adentro.
Expiamos,
No había nadie con apariencias humanas, con vínculos, con ropajes, con ferocidad.
Se ocultaron unos de otros.
¿Por qué tanta prisa?
Éramos los que se quedaron tempranamente solos a la hora de la siesta
Tensos y casi inmóviles.
Con una falta de preparación para la voraz visión del día.
Un rechinar de dientes
Con una posición desacertada ante los objetos en apariencia familiares..
Huesos y piedras
Y cenizas. Cada partícula caía pesada y lenta.
Hablar era para nosotros una operación difícil, como una especie de vértigo.
Ellos, los antecesores, ya habían perdido la clave de esas palabras.
Hay cosas que son definitivas.
“Inmortales”, vivisteis abrumados por el arrepentimiento y el asco insalvable.
Vivisteis para observar y exclamar: “Cuando la aguja marque ese número…”
Alfileres, Trajes usados.
Como las bestias que se reúnen para emigrar, otrora resollasteis.
Y al abrir la puerta, los vimos cambiar de nivel y ser una mancha negra.
Una mancha negra visible a nuestros ojos.
Una herida abierta, repulsiva.
Una mirada culpable y amarga publicaron los periódicos.
Hoy sabemos que sus recuerdos insospechadamente se arrastraban por los intersticios.
Sus recuerdos son instrumentos sutilmente afilados.
SED VOSOTROS… les gritamos.
Empero todos esos ojos de ayer vuelan y chocan como ratas enloquecidas dentro del baúl,
En señal de contrariedad. Esos ojos azotados por el ramaje y la maleza
Encierran, no obstante posibilidades misteriosas y amenazantes.
Yo, en particular, recuerdo unos ojos, unos guijarros tibios y lisos,
Y una voz que me dijo:
“Sale a este infierno”.






LOS PRÓXIMOS

El presente es una puerta.
Una estructura opaca, aquí
Aquí donde es necesario buscarse más hondo que en otros lugares.
Dejar que las manos vacías vayan en pos una de la otra a tientas, defendiéndose.
Hacer que las palabras se vayan quebrando muy alto; huecas e ilimitadas.
Las palabras que se apoyen ligeramente en un sistema de procedimientos y tentativas,
Colgaban de nuestro cuello como una rueda de molino.
Lograr que los pies remuevan el polvo frotándolos contra el piso,
Porque el polvo, como los objetos, se disgrega bajo la presión de la iniquidad.
Traer pálidas mujeres que cuiden de nuestros sueños y no establezcan ningún diálogo.
He aquí los hechos.
Extraños, pero verídicos.
El café amargo en la orilla de la mesa y la mesa en un cuarto
Donde los recuerdos me despiertan.
Por sus huecos, los zapatos abren el contacto entre la piel y el polvo
Y la sangre vacila.
El traje diario pende resignado, deformado en sus límites, en sus razones,
Como esos seres desfigurados por el apremio y sin voluntad
Capaces de disimular.
Llegan las voces, los próximos y el aleteo de un pájaro en lo profundo de los muebles.
Beben luego de sus jarras y sus gruesas venas transparentes dan lentos latidos.
Un agua turbia que después empujarán fuera de sus cuerpos clasificados
E irá en pos del pozo y en el pozo será transmutada.
Visten viejos uniformes que rozan de un modo inesperado las paredes.
Un sonido breve que fija las cosas dentro de un molde como un certificado de genealogía.
Luego responden o dicen o preguntan o interfieren las entradas.
Ellos encuentran placer en atormentarse, en descolorarse mutuamente, en borrarse y desaparecer.
Pellizcan a las pálidas mujeres como una pieza de caza.
Se sorprenden cuando un hombre se va de cabeza al fango como si quisiera espantar una mosca.
Un salto, ¿Cuándo exactamente?
El café vertido sobre el hule.
Los mimetismos tras la puerta.
Nos buscamos en ellos, desnudos, irremediables, con palabras a medias.
Queremos ser divisados para recogernos en sus miradas como un objeto de goma que rebota.
Conocemos sus moldes y cierta ceniza insospechada detrás de sus párpados.
Suponemos que nos perciben porque gesticulamos: un subterfugio inútil.
No hay parecido que les preocupe encontrar,.
Sus ojos están hechos para las expresiones indispensables
Sus manos se mueven sin dejar de permanecer en la indeterminación, tratando de disimular su presencia.
Son capaces de albergar todos los errores, como conservar caracoles entre elefantes por ejemplo.
Los próximos están así solamente reflejados y los viejos uniformes les devuelven la imagen.
Cuando se creen perdidos, desclavados, humedecen sus lenguas y se tornan indiferentes.
Se convierten de súbito en arrogantes y se asoman, sin interés, al borde de las interrogaciones que incitan.
- ¿Acá, nunca hay moscas en los platos?, preguntan.
Las palabras les recorren la columna vertebral y las cabezas les caen sobre las espaldas.
El miedo les enseñó el acento, les mostró la medida y su niebla les cubría.
Era como si alguien hubiera empañado un vidrio con el aliento.
Cada uno en su centro.
Aquí. 
Cada uno en sentido inverso.
Entre lenguas y dientes conservaban el sabor amargo del café
Y algunos débiles clamores de ira y desesperanza.
Conservaban también el nombre, esa máscara que emplea el equilibrio.
Retenían junto a ellos, el alcance de sus manos, un montón de huesos mohosos en el borde.
Unos sacos ocultos en las mangas y unos sentidos vacíos que ya habitan.
¿A quien pertenecen esos moldes huecos? Tienen un número apretado entre los puños.
Una vieja madera pudriéndose por efecto del miedo y abriéndose al azar.
Petas, como en los finales de fiesta,
No parecían estar en su sitio adecuado y se mezclaban con los relojes de la policía que daban la hora.
Ellos ya no estaban. Ellos se habían topado con la punta e un puñal.
He aquí los hechos.
El análisis iba lejos.





LOS ASESINOS ENGENDRAN LA IGUALDAD

¿Qué palabras dirás? ¿Qué frases...? preguntaban desde el canapé Récamier.
Cubrían su palidez con una bruma fosforescente. Un hábito inconciente. Una oscuridad determinada, dije.
Inútil como un agujero más grisáceo en el fondo negruzco del barro.
Una intención que no puede ser apartada y permanece pegada al paladar. Asfixiada, como una paloma en un sombrero de copa demasiado brillante.
Atribulada mientras la soledad hiede y se expande. - ¿Qué gestos..?
El rostro crece en medio de los residuos, cuando nadie mira. Ojos. Orejas. Nariz. Boca. Lo necesario.
Pegajosos aún de la placenta, y las huellas de manos inmutables y grasientas.
Una forma que busca la espontaneidad inocente, dobla el cuello y se acaricia. Un gesto fuera de contexto.
Un ritual más en medio de una petrificada soledad. Arrojado y olvidado.
-El escepticismo es una indecencia, dijeron, y asumieron una expresión elegante, seguida de un sopor como de sueño. A tientas y con dulces engaños, desconectaron la voz del teléfono a cambio de lo real. Gatos y hongos. Y monsieur Dior con cuello alto. Algo como ceniza los cubría y alteraba sutilmente sus facciones.
-No te llamarás Dámaso, dijeron. Era una hipótesis. Andaban ahora dentro de una botella de vidrio negro. Descompuestos. Con las imágenes borrosas al pecho y su oscuridad progresando en círculo. No era posible apaciguarlos. Se habían apegado unos a los otros como animales fieles, como mundos contiguos y ordenados.
Unos después de otro. Se hacían inciertos, ciegos a la luz que alteraba sus rostros.
Creían tener un hilo conductor. Una mínima luz en cuyo centro numerosas siluetas gesticulaban y discutían sobre perros. Alguien, entre ellos, tomaba pastillas para el sueño.
Arrastraban a los demás tras las imágenes arbitrariamente elegidas.
Ya habían disipado las huellas que los testimonios de furor y desdén acumularon. Un arsenal de venenos y drogas.
Los trajes grises cuidadosamente aseados, como una vestimenta que ha de llevarse a un bautizo.
Y entre los pasos precipitados, la luz de los anuncios, el fluctuar del amor en los cinematógrafos. El dedo crispado en el gatillo.
Los amarillos documentos disimulados en la mano izquierda. Desde ese momento me perdí y me vieron flotar.
Me hice incoherente como un cadáver al que se han olvidado de enterrar. Otros paseantes un poco ausentes, finalmente, ataron esos fragmentos con alambres.
Lodo y niebla.
Un personaje interestelar.
Una serie de piezas fabricadas introvertidamente y unidas por un alambre de cuyo extremo después tiraban.
Tiraban.
Tiraban como a un animal disecado.
-La semejanza se adquiere, dijeron.
Había que acomodarse al paso de los demás, avanzar bordeando el foso, en sucios vagones de ferrocarril.
Ocultarse en los armarios rodeados de espejismos, confundirse con las ropas íntimas y los trajes usados. Inerte y culpable.
Vaivén de la balanza, apretaban con cálculo los dientes y deslizaban la cabeza entre las manos.
Si les preguntáis: ¿por qué?
Responderán: para vivir.
Se han estancado y se evaporan con los grises ropajes del sacrificio, y la piel manchada con los ojos gastados por dentro.
Uno después de otro.








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