FÉLIX ROSPIGLIOSI
(La Paz, Bolivia, 1930).- Poeta y cuentista.
Sus escritos están dispersos en periódicos y revistas como ‘Signo’.
Juan Quirós, en 1964, definió el trabajo del autor: “Trabaja sin apresurarse. La poesía es para él una paciencia dilatada. Exigente consigo mismo, lo poco que ha publicado se distingue por su elaboración pulcra, digna y llena de armonía. Envuelven su obra las llamas de una emoción que el poeta trata de reprimir a menudo”.
Su verso titulado ‘Nocturno’, dice: “Mira la estrella, amor, mira la estrella, / ¿no se te llena el corazón de duelo? / ¡Cómo se engasta eterna contra el cielo, / cómo se apaga mi razón con ella! / Mira la fronda, amor, mira la fronda, / ¿qué corazón angustia tu ramaje? / ¡Cómo se agita mi alma en tu cordaje, / cómo la vive, cuanto más honda! / Mira la cima, amor, mira la cima, / siempre es afán y el cielo siempre ausencia, / como este cardo gris de mi dolencia, / fuera del tiempo, amor, fuera del clima”.
LIBROS
Poesía: ¡Hoy Fricasé! (coautor con Jorge Suárez, 1953); Júbilo y dolencia (inédito).
CLARO DE LUNA
Diáfana luz posada en beso leve
turbada apenas por mi gris ternura
¡por qué te niegas a pulir mi oscura
noche petrificada por tu nieve!
¿Quién te sustenta, qué milagro mueve
tu estremecida y pertinaz altura,
virgen irreverente a mi locura,
y precipita dócil tu relieve?
Dímelo, palma sideral nocturna,
¡dónde la flama tu presencia vierte,
qué verde espectro mi vigilia turna!
Yo te preciso mía, madre calma,
túnica suave, silenciosa muerte
para esta sombra que sepulta mi alma.
TRÍPTICO
I
Yo te cantaba así, con voz sencilla,
con voz de niño enamorado y grave;
niño galán, descubridor del ave,
de la rosa y su tierna maravilla.
Un beso tuyo, amor, daba semilla
al verso adolescente... rima, clave,
para dejarte en el oído el suave
pétalo que nacía en tu mejilla.
Yo te cantaba así... Cómo quisiera
poner de nuevo en tu mohín la vida,
hallar en ti la núbil primavera...
y sobre un árbol delinear, turbado,
mi corazón partido por la hendida
flecha mal pagadora de tu enfado!
II
Copa de luz que niega mi substancia,
cuándo podré libarte esclarecida
desde mi lánguido rumor de vida
donde la bruma su tortura escancia;
cuándo fugar de mi mortal infancia,
arquitecto tranquilo y deicida,
y empaparme total de tu caída
diafanidad que mueve mi distancia.
Alzo de mí, genésico y rotundo,
esta cautividad de ser un mundo
patrocinando mi elegía lenta;
y antes de asirte y apurar tu nube
una cadena de mis labios sube
y soy de nuevo oscuridad sangrienta.
III
Para qué habré crecido en agonía
preguntando el motivo sin motivo,
siempre oculto a mi mano,
siempre esquivo, cada turbia mañana, cada día! ...
Frente a frente una llaga me desvía
y me arroja espiral humo cautivo,
para ser solo un caos combativo
corazón laberinto... lejanía...
Para qué mi liturgia... ¡Qué estatura
más dolida y atroz la que el incienso
en su trémula audacia se procura!
¡Qué estatura, señor o piedra, o criba:
quién pudiera otorgarme mi descenso
en ceniza voraz... definitiva!
LA MONTAÑA VIVA
- Canto Primero -
De pie
sobre un dolor igual al tuyo,
- trémulo el cielo... un poco amargo el viento -
desde mi transparencia adolorida
quiero escribir un canto:
dar la vida a una flor, mas no distinta
de tus llagas de cardo,
de tu gran primavera... y de tu invierno,
de tu arcano.
De pie sobre un dolor, dolor humano,
por el que conocí tu nacimiento,
tu adulta angustia y lo que es más
tu plenitud de cierzo,
tu juventud de arrugas,
quiero tu voz - raíz de mi silencio -
tu sonrisa de amor,
de fe,
de duda,
para decirte un algo... que ojalá fuera todo.
Vayamos de la mano.
Dormía la luz tranquila
sobre el patio empedrado de cascajo
y de risas:
solemnidad de bancos y ceñudos pupitres,
y en el más duro de ellos;
la dura omnipotencia del maestro imbatible...
La campana imperiosa
preludiando el dictado:
la lección,
la pizarra,
la risa insolente, sigilosa en el labio...
Las paredes severas, señoriales,
vigilando los patios:
la palabra vestida de misterio
y el renglón borroneado
sobre el número arisco y traicionero...
Edificamos mundos,
transfiguramos sombras...
y al abrirse el portón sólido y mudo
despertaban las alas huidizas
del letargo obligado,
para volar... doblando las esquinas.
Y entonces ¿qué eras tú?
Nombre compacto y duro,
tumor de geografía y laberinto,
tierra... mas, ni eso acaso:
yerto y gris garabato sobre la hoja
sin alma,
de la mustia cartilla iluminada;
un rincón,
una estampa
de una historia esquelética y temprana.
Después,
desmenuzada a golpes de pensamiento austero…
granito.. cal… arena...
piedra, nieve y sendero:
ricas tus entrañas centelleaban,
trágica si tu muerte te rondaba...
Tierra... tierra... tierra.
Cosa yerta... y a veces,
murallón de los vientos en carrera.
Nada más
¿Nada?
No lo sé.
Pero ya en las mañanas afiebradas
te surcaban mis dedos de esperanza,
esbozaba tu norte,
ambulaba en el viento sin poder alcanzarte!
Tu tristeza era mía
y eran míos tu aliento y tu palabra!
Ya eras carne en mí fe
mas, no eras todo.
Te buscaba los ojos
en mil ojos distintos:
devoraba tu rastro en mil caminos
y no hallaba, ¡no!
Eras río escondido en otro río!
Sólo' tu corazón era mi arrojo.
Mi ruta,
mi guía,
sólo la sed de hallarte en cada esquina!
¿Dónde estabas? ¿Acaso
temblorosa en mi euforia adolescente?
Pero no. Savia amarga
me empapaba los labios;
y mis ojos...
ob, mis ojos nublados de ironías
y olvidadas sentencias!
Era preciso descarnar el labio,
sacudir el letargo del minuto,
ascender al dolor... descendiendo hasta el surco;
beber del zumo ardido de las tumbas.
Mas, no lo supe,
sino cuando llegaste en mi pregunta.
Pero estabas aquí, donde es tu signo
tierra mortal y carne.
Esperanza y dolor afirmativo.
Y estalló en alaridos mi pregunta;
balbuceando al crujir de los arados
y corrió mi avidez sobre tus piedras
presas del grito y ecos ignorados!
Y tu voz fue sencilla,
viva y honda: solemne en el sendero,
dolorosa y aguda:
nostálgico el incienso del recuerdo.
La voz del ventisquero,
la piedra acurrucada;
secreta la honda del tenaz labriego...
Desde allí... donde canta
fugaz la voz del yermo!
-Canto Segundo -
"Rubia la madurez
de los maizales gráciles, tendidos,
- desmadejados haces del sustento -
“enjugando los torsos sudorosos
amaneció jugando,
jubilosa después del aguacero;
y el verde de los campos
no fue camino gris de la esperanza,
sino canto presente germinado.
"Hombre y pétalo,
arado:
aguacero fecundo,
surco abierto a la mano encallecida
nunca frustrada en su hálito de esfuerzo.
"Era la vida tierra y eran
frutos los besos,
el espasmo, siembra.
"En el sagrario líquido del lago,
incensario inconforme,
la silenciosa huida de las ondas
prometía en su vuelo
ofrenda y canto al hombre.
"Y el templo fue mi brazo,
recortada colina,
para cobijar hombres, mas no espectros.
"El pecado:
el negar a la tierra su exigencia,
la verdad que fermenta entre las venas
o el respeto a la vara
vigilando el mutismo de las puertas... ".
Evocaban las piedras,
huyendo del sarcasmo de los siglos;
de la gris dentellada,
erigidas en pétrea remembranza;
puertas rotas, abiertas al pasado,
ojos ciegos, carmena de los tiempos,
ojos ciegos, segados por la espada!
"Era el hombre la meta y el motivo,
y la tierra era fuerte,
la semilla inviolada.
"Era el río caudal enardecido
y era el brazo del hombre barricada,
lazo fuerte,
palabra derramada:
hacha,
combo
pata amasar en paz el pan de todos!
“Trinidad de la tierra,
el sol
y el hombre:
la siembra esquiva y tierna la parcela.
Descifra más la palabra pensativa!
Ascenderé las gradas de tus templos
para bajar la incólume presencia
que alimenta el latido de mi pueblo!
Y entonces
las murallas tenían en la mirada un himno,
y las grietas el gesto de los dioses;
la montaña era un grito
y el hombre
me miraba muy hondo,
sin latidos;
mudo como la tierra
o acaso como espera:
agazapado y hosco,
el corazón celoso.
Tierra y hombre,
hombre y tierra,
esperanza en maizal sin horizonte,
ojos de la sequía traicionera!
Sangre de vendaval,
Chispa que de la ráfaga pervive..
“Escuchad!
Por qué está ronco el eco de las nieves
y la tierra torciéndose convulsa?
“Escuchad!
Ambos tiemblan de ignota y mortal fiebre.
“Hijos!
Si tenemos pavor en los latidos!
“Ay, paloma...
ya no te arrullarás en mi esperanza
comiendo las espigas de mi corazón!
“Ay, tristeza.
No sé por qué
la hierba en las mañanas sabe amarga,
huele a sangre...
y el hielo nos persigue desde el aire!
“Ay, hermano,
no sientes que a momentos
se nos mueren los brazos espantados?
"Madre, madre!
Tal vez estés hilando
la amarga vena que ha de darnos muerte.
Congoja, congoja!
Por qué estaría tan hoscas las mañanas!
Cruz, aseo.
Casco hiriente.
Viene otro sol helado; brilla en las armaduras
Se sacude afiebrado
el belfo tembloroso que a ratos las empaña;
los ijares grasientos
que apretujan el ansia y la soberbia,
se contraen altivos
para echar bocanadas de potencia!
Por les manos nerviosas
cruzan las contracciones de la garra.
Han pisado ya el atrio de la aurora
y avanzan!
«
Ay, paloma.
Cómo nos duele la ansiedad del surco!
Desde ahora
la flor no brotará pare nosotros!
La tropa adelante.
Los ojos se vierten en la sementera
y el fruto amarillo se esconde con miedo.
Galope tendido.
La espada que esgrime sangre y alarido
desgarra los vientos
con trágico esfuerzo!
Mancha la pezuña
rauda,
los surcos tranquilos.
Cruje la enramada
y otra risa extraña curva la mañana!
"Dejadle a mi mano!
La mía os lo digo!
Hincad en la espada la garra del Cid!
“Más y más. Escuchen...
La tierra se agranda!
Ya somos!
La Biblia ha vencido!
"Qué largo es
el brazo del Rey!
Y luego,
para encontrarte ahora
debo invocar la trinidad en una:
dolor, dolor, dolor...
Tierra avara sin sal ni derrotero,
páramo agónico,
llaga viajando a pie por el sendero.
Oh, hierba pisoteada sobre el tedio más sordo!
Decidme!
Qué lágrima solada desmenuzan mis labios!
En dónde ha madurado!
No sabéis que las piedras verticales
también sollozan dentro!
- Canto Tercero -
Y hoy!
De dónde viene tu alba!
De dónde tu simiente florecida!
De dónde tu palabra,
de dónde tu sollozo y tu alegría!
Has incubado amor entre el bramido
o aún tu viejo silencio te fatiga?
Es que no sacrificas?
Dime cómo! Dime dónde!
El mutismo te ha ahogado en cuatro siglos...
o fermenta tu voz en el cascote!
Has esperado la explosión del mundo
para nombrarte viva?
Por qué callas?
Yo quisiera inclinarme
como Cristo guerrero
y suplicarte: ¡anda!
Mas, debo preguntar
por qué todo pregunta!
Y entre el escombro, la deidad y el sueño,
la choza inerme, la sangrienta plaza,
espigo tu verdad y tu secreto!
Y tengo tu respuesta,
madre gris del metal y de la espera,
devoradora mística del hijo!
Para encontrarte
tuve que hallar la senda de la sangre,
la escuálida mirada del hermano,
los surcos afiebrados de la tarde,
la enfermiza alborada,
la comunión del árbol con el hambre,
la espiga entre la paja machacada!
Tuve que hallar tu rastro
en la tortuosa nube,
la desazón del aire,
el grito que en el hombre se consume.
Tu fibra corre potente
a través del farol y la enramada;
escarmena el cemento,
se arrastra por la cuesta,
canta,
llama,
y es tendón de muralla y de calzada.
En la pompa más grande y satisfecha
brotar fiera e intacta!
En todas partes te encuentro;
tienes las entrañas rojas
por la anemia del minero.
Te he visto enloquecida por las calles,
te supe sofocada en la maraña...
y en las noches,
y en los días,
y en las fiestas de mi pueblo
¡cómo gritas!
Tierra quebrada en los cuartos,
arrodillada en la trenza,
trémula y rota en el huayño
y acurrucada en la cueca...
Atraviesas la reja y el cerrojo,
te fusilas detrás de la visera,
te traicionas detrás del escritorio;
sufres en la mazmorra,
estás presente en todos!
Yo te he visto en las fauces de la sombra,
sumergida en el lago y en el río;
brutal y vengativa bufando por las plazas,
desolada en la playa,
dormida y acechante...
Te he visto zarpa y olivo,
puerto final de tus hijos,
labriego, de tu propia alma:
luz y sepulcro,
lábaro y mancha.
Desnuda en los panteones,
bandera de los nichos, fuente de los rencores,
yo te he visto brillando
flor de sangre en el dorso de la mano!
Y eres tú,
carne viva de mi carne,
quien escribe estas líneas!
Eres tú los latidos apagados
y el latido motor!
Tu noche viene limpia!
Tu día viene limpio!
Alma montaña, corazón del hombre,
trágica magnitud la de tu nombre:
igual a ti y al fruto,
de ti raíz, de ti la voz y el canto!
Quién palpará tu gloria,
quién tu razón que es nuestra...
Y quién podrá negarnos
que en el largo mutismo de los yermos
no ha enrojecido hoy día
la substancia de un nuevo derrotero?
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