Tadeusz Borowski
(Polonia, 1922-1951)
Escritor y poeta polaco nacido en la localidad de Zhitomir, actualmente en Ucrania. Miembro activo de la resistencia, fue hecho prisionero y enviado a los campos de concentración de Auschwitz y Dachau. Tras la liberación permaneció en un campo de desplazados. Regresó a su patria, Polonia, en 1946, dedicando los siguientes años de su vida a narrar todas sus experiencias sobre el horror del exterminio. Se suicidó en 1951.
Tadeusz Borowski (n. Zhytomyr, 12 de noviembre de 1922 - f. Varsovia, 1 de julio de 1951) fue un escritor y periodista polaco que fuera internado en Auschwitz y cuyo testimonio es hoy un clásico de la literatura polaca.
Nació en la colonia polaca de Zhytomyr, en Ucrania entonces parte de la USSR. En 1926, su padre fue enviado al Gulag y su madre condenada a trabajos forzados en Yenisey, en Siberia, él quedó viviendo con una tia. En 1932 fue repatriado a Polonia por la Cruz Roja y sus padres también en un intercambio de prisioneros en 1934. En 1940 Borowski finalizó la escuela secundaria en un liceo secreto establecido durante la invasión de Polonia en 1939 prosiguiendo sus estudios de literatura en la Universidad de Varsovia. Activo miembro de la resistencia publico sus poemas en el semanario Droga, trabajando como sereno nocturno escribió Gdziekolwiek Ziemia (Wherever the Earth).
Cuando su novia Maria Rundo no regresaba a casa una noche de 1943, Borowski comprobó el arresto y se entregó a si mismo a la Gestapo siendo luego transportado a Auschwitz donde logró contactar a su prometida y mantener relación epistolar1 En el campo de concentración fue obligado a trabajar en las vias de tren y luego en la sección de experimentación medica.
A fines de 1944 Borowski fue transportado a Natzweiler-Struthof, y finalmente a Dachau donde fue liberado por los americanos el 1 de mayo de 1945.
Él pasó algún tiempo en París, y retornó a Polonia el 31 de mayo de 1946. Su prometida, la cual había sobrevivido a los campos y emigrado a Suecia, retornó a Polonia en los últimos meses de 1946, y ellos se casaron en Diciembre de 1946.
De poeta a narrador publicó Pożegnanie z Marią (Adiós a Maria) y luego World of Stone describiendo sus experiencias en Alemania en la posguerra como integrante de los campos de personas desplazadas.
En 1946 supo que Maria había sobrevivido Auschwitz motivandolo a regresar a Varsovia donde se casaron el 18 de diciembre.
Como periodista trabajó con el partido comunista polaco y en 1950 recibió el premio nacional de literatura. En 1949 fue enviado en misión a Berlín. Desilusionado con el régimen se suicidó a los 28 años tres días después de que su mujer había dado a luz a una hija.
La película polaca Landscape After the Battle de Andrzej Wajda está basada en sus escritos, es mencionado en "Der Vorleser" de Bernhard Schlink y en 2002, Imre Kertész, lo mencionó al recibir el Premio Nobel como inspiración a su obra.
La pregunta (dedicado a Witek Piatkowski)
Lo hirieron a lo largo de todo el día, y el siguiente.
Nada que hacer. Lo golpearon durante todo el día, toda la semana.
Habla, habla, vociferaban, ¡lo sabemos todo!
¡Sabemos tus alias! ¡Y tu verdadero nombre!
Se identificaron, golpearon su cabeza contra la mesa.
¡Di una sola frase, una sola palabra!
Les mostró su pasaporte, sus visas extranjeras,
libros y documentos secretos ocultos en el forro de su
maleta, pero cuando ellos le enseñaron sus pistolas,
él dijo, quitad el mantel, voy a vomitar.
Es todo lo que pudo decir. Era negro y azul.
Lo llevaron a Majdanek, lo encerraron tras el alambre.
Por la noche cortó el cable, escapó justo ante los ojos de los centinelas.
¿De qué sirve la gloria si la memoria muere?
NUESTRO HOGAR ES AUSCHWITZ:
LA NUEVA VIDA
Hoy convivo con lo inverosímil y lo inexplicable, junto al crematorio, con miles de sarnosos y enfermos de tuberculosis, sabiendo lo que es la lluvia y el viento, el sol y el pan, y la sopa de nabo y el trabajo para no caer en desgracia, y la esclavitud, y lo que es el poder cuando uno se encuentra, por así decirlo, al alcance de la mano de la bestia. Los miro con una pizca de indulgencia, como un erudito mira al lego, o el veterano al novato.
(BOROWSKI, Tadeusz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag.34)
LA CAJA DEL SCHREIBER
Nuestro Schreiber –es decir, el oficinista de nuestro bloque- era un judío de la ciudad de Lublin, que cuando llegó a Auschwitz había estado bastante tiempo prisionero en el Lager de Majdanek. Nada más llegar se encontró a un amigo suyo, que se había hecho muy rico trabajando en los crematorios con el Sonderkommando. Como disponía de un excelente contacto en el Lager, nuestro Schreiber empezó a fingir en seguida que estaba enfermo y lo ingresaron sin muchas gestiones en el KBII (el Krankenbau II); así se llamaba a un sector de Birkenau destinado a hospital, que estaba separado del resto del campo. Una vez en el hospital consiguió el estupendo cargo de Schreiber en nuestro bloque. No tenía, por tanto, que remover tierra con una pala durante un día entero o cargar, hambriento, sacos de cemento. El Schreiber se dedicaba al papeleo, por eso era un trabajo sujeto a continuas intrigas y envidias por parte de otros prominentes, que también protegían a sus amigos consiguiéndoles buenos puestos. Entre las obligaciones de un Schreiber figuraban las de acompañar a los enfermos, organizar los recuentos en el bloque, preparar los historiales médicos. También participaba, aunque de forma indirecta, en las selecciones de judíos, que en el otoño de 1943 se llevaban a cabo más o menos, cada dos semanas, en todos los sectores de nuestro campo. La función del Schreiber en las selecciones era escoltar a los enfermos al Waschraum, los lavabos, con la ayuda de los Pflegern. Por las tardes se los llevaban a todos de allí en camiones a uno de los cuatro crematorios que por aquel entonces se turnaban para hacer su trabajo. Finalmente, creo que en noviembre, el Schreiber tuvo fiebre alta debido, si no recuerdo mal, a un resfriado, y puesto que era el único judío enfermo de nuestro bloque, fue seleccionado “zur besonderen Behandlung”, es decir, para tratamiento especial: la cámara de gas.
(BOROSWKI, Tadeuz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag.175-176)
Nota: Se llamaba “Prominenten” a los prisioneros que ostentaban algún cargo o posición destacada y podían ejercer por lo tanto su influencia (consiguiendo raciones extras de alimento, utensilios de aseo, colocando a sus favoritos en otros puestos…)
¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?
Schillinger, sargento primero de las SS, fue hasta el año 1943 el Lagerführer del sector BIId de Birkenau, que a su vez formaba parte de la enorme constelación de pequeños y grandes Lager, que, dispersos por toda la Alta Silesia, dependían administrativamente de Auschwitz. (…)
Schillinger regía los destinos del sector BIId con mano de hierro. (…) Su apellido quedará unido siempre a los de Palitsch, Krankenmann y muchos otros asesinos de Auschwitz, que se jactaban de haber matado con sus propias manos, a puñetazos, a palos o por cualquier otro método, a decenas de miles de personas.
En agosto de 1943 se corrió la voz en el campo de que Schillinger había muerto. Se oyeron muchas versiones contradictorias sobre su muerte, todas ellas supuestamente auténticas. A mí, la que me resultaba más creíble era la de un conocido capataz del Sonderkommando. (…)
- El cargamento era difícil, ya me entiendes, no eran comerciantes de Holanda o Francia, que pensaban que podrían poner un negocio en el campo para los prisioneros de Auschwitz. Eran judíos polacos, que conocían la verdad. Por eso había un montón de SS, y Schillinger, al ver que el cargamento estaba inquieto, sacó el revólver. Todo habría salido bien si no fuera porque Schillinger se encaprichó de un cuerpo de mujer, una auténtica belleza clásica. Supongo que ése fue el motivo por el que visitó a mi jefe. Se acercó a la mujer y la cogió de la mano. Ella, que estaba desnuda, se agachó de repente, cogió un puñado de arena y se lo tiró a los ojos. Schillinger, dolorido, soltó el revólver y la mujer cogió rápidamente el arma y le disparó varias veces en el estómago. En el patio cundió el pánico. La gente desnuda se nos echó encima gritando. La mujer disparó todavía una vez más a nuestro jefe y lo hirió en la cara. Nuestro jefe y los SS echaron a correr y nos dejaron solos. Pero, gracias a Dios, nos las pudimos arreglar. Les metimos a palos en la cámara, apretamos las tuercas de las puertas y llamamos a los SS para que echasen el Zyclon. Menos mal que tenemos experiencia.
- Ja, claro que sí.
-Schillinger estaba boca a bajo y arañaba la tierra de dolor. Lo levantamos y, sin poner demasiado cuidado, lo llevamos al coche. Durante todo el camino gemía con los dientes apretados: “O, Gott, mein Gott, was hab’ich getan dass ich so leiden muss?”; lo que significa: “Oh Dios, mi Dios, ¿qué he hecho yo para merecer tanto sufrimiento?”
- O sea, que ni al final de su vida este hombre se dio cuenta de lo que había hecho –dije moviendo la cabeza-. ¡Qué extraña ironía del destino!
- ¡Qué extraña ironía del destino! –repitió pensativo el capataz.
Cuando estaban a punto de liberar el campo, los judíos del Sonderkommando pensaron que los alemanes acabarían con ellos, así que se amotinaron en los crematorios. Después prendieron fuego a los edificios de los crematorios, cortaron la alambrada y echaron a correr a campo traviesa. Los SS les dispararon con sus ametralladoras. No se salvó ninguno. ¡Qué extraña ironía del destino!
(BOROWSKI, Tadeusz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag. 166-169)
MEJORA DE LAS CONDICIONES
Es sabido que tanto en Auschwitz como en Birkenau las condiciones habían mejorado. Al principio golpeaban y mataban a la gente de los pelotones de manera indiscriminada, luego sólo esporádicamente. En los primeros tiempos la gente dormía en el suelo y de lado, por falta de espacio, y tenían que ponerse de acuerdo para darse la vuelta; después dormían en camastros, cada uno a su aire, incluso sin compartir las camas. Antes, tras el toque de diana, podían dejar a la gente dos días enteros en la formación; después sólo debían permanecer hasta el segundo gong, hasta las nueve. Durante los primeros años no se podían recibir paquetes, después permitieron quinientos gramos; al final, no había límite. No se podían tener bolsillos, después permitieron incluso ropa civil en Birkenau. En el campo las cosas estaban “cada vez mejor”. Al cabo de tres o cuatro años nadie creía que las cosas pudieran ser como antes y estaban orgullosos de haber sobrevivido. Cuanto peor estaba Alemania en el frente, tanto mejor se vivía en el campo. Así que, ¿quién se iba a creer que las cosas empeorarían?
( BOROSWKI, Tadeusz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag. 157)
EL TRANSPORTE DE SOSNOWIEC Y EL ORO DE BERLÍN
No deja de pasar gente, los camiones braman como animales enfurecidos. Veo cómo sacan de los vagones cadáveres, cuerpos de niños pisoteados, inválidos, a los que amontonan en las pilas de los muertos. Y, sobre todo, veo muchedumbre, muchedumbre, muchedumbre… Los vagones se acercan despacio, crecen los montones de ropa, las maletas y mochilas, la gente sale del tren, miran el sol, respiran, piden agua, se suben a los camiones y se van. Se acercan nuevos vagones y sale más gente… Noto que las imágenes se mezclan, ya no sé si lo que estoy viendo está ocurriendo de verdad o si estoy soñando. De repente, a lo lejos, veo el verdor de los árboles que comienza a balancearse con la calle entera, con la muchedumbre multicolor… Siento un zumbido en la cabeza, creo que voy a vomitar.
(…)
En fin, ya estamos cargando los bultos. Llevamos unas maletas enormes que pesan un montón y están repletas de riquezas; nos cuesta mucho cargarlas en los camiones. Las colocan formando pilas; quienes se encargan de colocarlas aprovechan para abrirlas , para pincharlas con sus navajas en busca de vodka y perfumes que se echan directamente encima. Una de las maletas se abre y de su interior sale ropa, camisas, libros… Cojo uno de los hatillos: pesa mucho. Lo desenvuelvo: dos puñados grandes de oro, cajas de reloj, brazaletes, anillos, collares, brillantes…
- Gib hier, ponlo aquí –dice tranquilamente un SS acercándome un maletín abierto, que está repleto de oro y de moneda extranjera de colores diversos. Lo cierra, se lo entrega a un oficial, coge otro maletín vacío y se va al lado del otro camión a por más. Este oro irá a Berlín.
El calor es insoportable. No sopla ni una pizca de viento. Las gargantas están secas y duele sólo pronunciar una palabra. Queremos beber. Nos movemos febrilmente, con prisa, queremos resguardarnos los antes posible en las sombra y descansar. Estamos terminando de cargarlo todo en los últimos camiones. (…) Despacio, muy despacio, entran nuevos vagones en la rampa (…); ya salen de la cantina los SS con los maletines preparados para recoger el oro y el dinero. Abrimos los vagones.
Ahora no puedo controlarme. Les arranco las maletas y los abrigos de las manos sin miramientos. Vamos, vamos, avanzad con rapidez. Ellos avanzan, desaparecen. Hombres, mujeres y niños. Algunos saben lo que les espera.
(…)
Entro en los vagones, saco a los bebes y arrojo fuera los equipajes. Toco los cadáveres sin ahuyentar el miedo cerval que se está apoderando de mí. Intento no mirarlos, pero los cadáveres están por todas partes, yacen en la grava uno junto a otro, en el bordillo del andén, en los vagones: bebés, mujeres desnudas y repugnantes, hombres retorcidos por los estertores de la muerte. Huyo de ellos lo más lejos posible. Alguien me golpea con una vara en la espalda, de reojo veo a un SS que me maldice; me escabullo y me mezclo con los canadienses (…)
Sólo desde este punto, desde la montaña de vías, se divisa todo el infierno de la rampa, la actividad frenética que en él se desarrolla. (…) Recogen cadáveres enormes, hinchados y abultados, por toda la rampa. En el camión de los cadáveres echan también a los lisiados, a los paralíticos, a los agonizantes y a los que se han desmayado. La montaña de cadáveres se mueve, aúlla y grita. El chófer enciende el motor, el camión se va.
(…)
Otros llevan a una chica que tiene una sola pierna; la sujetan de los brazos y de la única pierna que le queda. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas, la chica susurra con voz lastimera: “Señores, señores, me hacen daño, me hacen daño…” La arrojan al camión de los muertos. La quemarán viva con los cadáveres.
(…)
Las luces parpadean misteriosamente, una marea humana avanza sin cesar, turbia, febril, atontada. Esta gente piensa que va a iniciar una vida nueva en el campo y psicológicamente se prepara para la lucha por la supervivencia. Ignoran que su muerte está próxima, que el dinero y los diamantes que guardan con cautela en los pliegues y costuras de su ropa, en los tacones de los zapatos, en los rincones más recónditos de su cuerpo, no les servirán de nada. Uno profesionales experimentados removerán sus vísceras, les sacarán el oro que esconden debajo de la lengua, los diamantes del útero y del intestino. Les arrancarán los dientes de oro. Enviarán todo eso a Berlín en unas cajas cerradas herméticamente.
Las figuras negras de los SS transmiten tranquilidad y profesionalidad. El señor del bloc en la mano hace las últimas rayas y cuadra los números: quince mil.
Muchos camiones han ido al crematorio.
Queda poco para acabar. Los cadáveres de la rampa se cargan en el último camión. Los canadienses, cargados de pan, mermelada, azúcar, oliendo a perfume y a ropa interior limpia, están listos para regresar al campo. El kapo termina de llenar de oro, té, seda y café un enorme perol. Es para los Wachmänner, los guardianes, para que no nos registren. Durante uno cuantos días el campo va a vivir gracias a este transporte: va a comer sus jamones y chorizos, sus confituras y su fruta, va a beber su vodka y sus licores, va a llevar su ropa y comerciar con su oro y demás pertenencias. Los civiles se llevarán muchas de estas cosas lejos del campo: a Silesia, a Cracovia, y más lejos. A cambio traerán cigarrillos, huevos, vodka y cartas de casa.
Durante unos cuantos días en el campo sólo se hablará del transporte “Sosnowiec-Bedzin”. Ha sido un cargamento bueno, rico.
(…)
De los crematorios se alzan unas columnas enormes de humo que confluyen en lo alto, en un río grande y oscuro que transcurre lentamente por el cielo de Birkenau y desaparece detrás de los bosques, en dirección a Trzebinia. El transporte de Sosnowiec es sólo humo.
(BOROSWKI, Tadeusz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag. 132-143)
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