viernes, 27 de diciembre de 2013

LORETTO RAFANELLI [10.781]


Loretto Rafanelli 

Nació en Porretta Terme, Bolonia, Italia en 1948. Poeta, dramaturgo y ensayista. Publicó “Los límites del rostro”, (I confini del Viso 1987). El libro de ensayo, prosa y aforismos “La sangre de la memoria”, (Il sangue della ricordanza, 1994) con la editorial “I Quaderni del  Battello Ebbro”. La obra de dramaturgia “En las oscuras habitaciones”, (Nelle buie stanze, 1997). Realizó diversos proyectos de arte y poesía, entre estos, lecturas poéticas para la Bienal de Venecia (2001, 2005, 2007, 2011). El libro de poemas “El silencio de los nombres” (Il silenzio dei nomi, escritos durante el periodo 1987-2001, editorial Jaca Book, 2002). En el año 2005 se publicó “Las voces de Filadelfia,” (Le voci del Filadelfia. Il Grande Torino, I quaderni del Battello Ebbro), inspirado en los sucesos contra el equipo de football en Turín (Italia) en 1949, sigue “El tiempo de la espera” (Il tempo dell’attesa, Jaca Book, 2007), Su libro de ensayo Las voces, el coro’ (Le voci, il coro,2008) constituye uno de los más importantes aportes críticos para comprender las características y caminos por los que ha discurrido la poesía italiana y mundial en el siglo XX. ‘Artemisa. El fuego sagrado de la pasión’, (Artemisia. Il fuoco sacro della passione, 2010). En Venezuela se publicó una selección de sus poemas en “Caminos del agua. Antología de poetas italianos del segundo Novecientos” (Traducción y selección de Erika Reginato, año 2008, Monte Ávila Editores latinoamericana). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y ha recorrido diversos países en festivales internacionales de literatura y poeasía en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.



Loretto Rafanelli è nato a Porretta Terme (BO) nel 1948. Ha pubblicato la raccolta di poesie I confini del Viso (Forum, 1987), il libro di saggi, prose e aforismi Il sangue della ricordanza (I Quaderni del Battello Ebbro, 1994), il libro di drammaturgia Nelle buie stanze (I Quaderni del Battello Ebbro, 1997), composto dai drammi "I ciclamini di Bosnia" e "Nelle buie stanze" e i volumi di poesia Il silenzio dei nomi (Jaca Book, 2002) e Le voci del Filadelfia. Il grande Torino (I quaderni del Battello Ebbro, 2005), un testo ispirato alla tragica scomparsa della squadra di calcio del Torino. Dirige la casa editrice I Quaderni del Battello Ebbro, di cui ha curato numerosi volumi, e la rivista omonima di letteratura. Ha realizzato con l’artista Marco N. Rotelli diversi progetti tra arte e poesia, fra cui "Bunker poetico" per la Biennale di Venezia 2001. Ha ideato e dirige eventi culturali nazionali quali "Scrittori nelle scuole" e "Itinerari poetici".





El Hielo

1.

Cruces, cruces extendidas, extendidas
en las calles, en las desembocaduras, sangre
sangre como huella exhausta,
los pájaros que se desvían de las tierras
negras donde el fango sepulta
a los niños, seca tierra como
los labios de las invocaciones
que refractan en las llanuras sin
cosechas, los unos y los otros
divididos en el lumen de la muerte.
El rojo árido de los atardeceres
y de los amaneceres, las viejas
en sus remordimientos de madres,
padres lacerados en las guerras
que corta neto los pinastros, mudos
en los fosos rezan, en el recuerdo
ciego a las ventanas. Hay un frío
espectral en estos blancos
Balcanes, un hielo híspido de nombres.






2.

Un hielo híspido de nombres
y los viejos, y los niños todavía
paralizados en el lento esperar.
Los brazos en el barranco, en la planicie
vacía que llega al mar,
en una tierra amarga sin
pupila con el pan seco
en mis labios, y se sosiega
la mirada en los ojos de los hermanos. No regresa
la nieve, ahora arrasa y derrumba
el gregal los cuerpos. Las mujeres
en el silencio de la maternidad
que destroza, en la mano
que ensangrienta los ríos,
y todo el campo
es una plaga de mármol.






3.

Una plaga de mármol en los silencios
de los hombres ciegos del frente.
Bizancio adolece de barro
en las ciudades donde la peste asedia
las lágrimas. Las llanuras
están colmadas de ojos de lama.
Las montañas no tienen
más árboles para escavar la tierra
de los muertos en la borde de rojos espinablos.
El invierno llega a nuestras manos
con el blanco de hombres lejanos,
días que congelan las rodillas
de los hijos y en las calles
los disparos se pierden en las voces.







El silencio blanco de los nombres

El canto de madres alcanza
la cima del tiempo y las trenzas
de las muchachas se hacen velo desgastado.
En las envueltas sábanas, en una luz
de vidrio, los jóvenes están en orden
e inmóviles en el viaje que desde el malecón
alcanza al sueño perenne.
En el recuerdo extremo de las voces.








En las noches los hijos vestidos
de blanco peinados por los muertos,
nosotros temblorosos al buscar un amor
en un silencio que  amuralla
las apariencias de los nombres. Tu rostro
pesado de frente al malecón
alto que el agua
cancela en cada estación.
Y vives mudo como un exiliado
en la ciudad desierta, en el surco
de las carnes, y me dices de ti,
de tu final y me miras.







La sonrisa de los padres

Las voces, padre, las sientes en la noche,
o en esta hora de la vigilia,
cuando miras es más allá del mar
las mujeres esperan tu
amor. Es una noche en la cual las madres
desatan los cabellos y en las camas
abrazan los blancos vestidos
de los matrimonios, solas en las orillas largas
donde los hijos han pasado
y van ahora con sus hijos a buscar
sobre las riberas de los ríos la sangre
de los padres, pobres, siempre,
más pobres, con  estos panes negros,
insaciables, en aquel olor fuerte
de aquel verano. Tú la recuerdas,
padre, era temprano en la mañana
y la mano estaba cerca.







Luces segadas

Existe un  silencio mudo de ojos
y una voz asignada al hijo,
es difícil pensar en el tiempo
que arrasa la luz pesante
de una nieve que después desaparece.
Y el salmo nocturno consterna
y hace temblar las bocas perdidas.
Pero el padre que más puede decir
si no inducir a la oscuridad de una noche.
“¿Dónde estás?”, me dice el pequeño,
y el mutismo se hace precioso como
el aceite santo para el moribundo.






Huellas

Sombra se hace el tiempo y huella
tras huella como piedra
los cuerpos devasta.
Y las trenzas extendidas sobre las noches
son diminutas llamas
que vagan en el viento,
esperas infinitas, lugares sin paz.
Los niños corren en los campos
y las mañanas fluyen
en una desnudez sin palabras.





Un horizonte de nieve

Se apagan en un horizonte de nieve
los cantos de las mujeres que invocan
con ojos de sal.
Y el pan de la noche, de los hombres,
de las voces cercanas, vigilar
en una carne abandonada,
entre los campos sagrados y solitarios,
en el viento que lleva los nombres
de un tiempo en una oscuridad amiga.
En el silencio que se encubre entre las curvas
rosadas de finales de verano, en los ríos
lejanos que los seres vierten
en las amplias llanuras. En el canto de mujeres
blancas de la vida. En los recuerdos
que deja el umbral carente de luces.






Guerra

El Occidente se extiende en la urna
de su tiempo y borra el canto
que la Navidad trae
en los ojos. Y atraviesa
sus heridas sin nombres,
en calles cerradas
y en las iglesias apagadas de sus
llamas antiguas.
En las manos de los hijos los miembros
desnudos de tierras lejanas,
un coro de agonía desolada
y en nosotros la vil pena de un desasosiego.


Poemas de Loretto Rafanelli de El silencio de los nombres (ed. Jaca Book, 2002)
Traducciones de Erika Reginato publicadas en la antología Caminos del Agua.
(ed. Monte Ávila, Venezuela, 2008) .






POESIE

Il gelo


1.

Croci, croci distese, distese
nelle strade, nelle foci, sangue
sangue come orma esausta,
gli uccelli che deviano dalle terre
nere dove il fango sepolcra
i bimbi, secca terra come
le labbra delle invocazioni
che rifrangono nelle pianure senza
raccolti, gli uni agli altri
divisi al lume della morte.
Il rosso arido dei tramonti
e delle albe, le vecchie
nel loro rimorso di madri,
padri laceri nella guerra
che taglia netto i pinastri, muti
nei fossi a pregare, nel ricordo
cieco alle finestre. C’è un freddo
spettrale in questi bianchi
Balcani, un gelo irto di nomi.

2.

Un gelo irto di nomi
e i bimbi, e i vecchi ancora
fermi nel lento aspettare.
Le braccia nelle forre, nel pianoro
vuoto che giunge al mare,
in una terra amara senza
pupilla col pane secco
nelle mie labbra, e si placa
lo sguardo negli occhi
dei fratelli. Non torna
più la neve, ora rade e urta
il grecale i corpi. Le donne
nel silenzio della maternità
che uccide, nella mano
che insanguina i fiumi,
e tutto il campo
è una piaga di marmo.

3.

Una piaga di marmo nei silenzi
degli uomini ciechi sul fronte.
Bisanzio malata di fango
nelle città dove la peste assedia
le lacrime. Le pianure
sono colme di occhi di limo.
Le montagne non hanno
più alberi per scavare la terra
dei morti ai piedi dei rossi prunalbi.
L’inverno arriva alle nostre mani
col bianco di uomini lontani,
giorni che gelano le ginocchia
ai figli, e gli spari
nelle vie si perdon nelle voci.

4.

Nelle vie si perdon nelle voci
i corpi, le bandierine
che indicano le stagioni, issate
nelle braccia dei bimbi. Giunge
il giorno e la luce è dipartita,
perduta, nella notte più scura.
I mendicanti si avviano
alle madri con sospetto,
e nelle piazze l’orizzonte è perso
tra le mani alzate degli uomini
in fila, mentre tutto si scolora.

5.

In fila mentre tutto si scolora
i figli piangon le madri
fissi gli occhi nel rosso cielo.
Perduti nella muta complicità
paterna, questo padre privo
del nome, assassino sulla carne
morta, cieco nelle strade
che da Cracovia a Dubrovnik
segnano il tempo di una ferita
vissuta nel gelo degli antichi
sguardi. Tremando
per questo giorno che sfibra
le pupille, andiamo avvolti
tra le macerie di un panno
povero e freddo, con le preghiere
della amarezza spoglia
della sera nel nostro bivacco.





*

Il canto di madri giunge
al crinale del tempo e le trecce
delle ragazze si fanno velo consunto.
Negli avvolti lenzuoli, in una luce
di vetro, i giovani sono ordinati
e immobili nel viaggio che dall’argine
giunge al sonno perenne.
Nel ricordo estremo delle voci.





*

Nelle notti i figli vestiti
di bianco pettinati dai morti,
noi tremanti a cercare un amore
in un silenzio che mura
le vesti di nomi. Il tuo viso
pesante di fronte all’argine
alto che l’acqua
cancella ad ogni stagione.
E vivi muto come l’esiliato
nella città deserta, tra le croci
di carni, e mi dici di te,
della tua fine e mi guardi.





*

Colmi di grano nelle vie i carri
in un sorriso di neve,
con l’esile straniera che occhieggia
i campi deserti e il volo cieco
di una rondine nella bruma notturna
come le donne giù alla marina
che hanno le mani giunte
e le navi vergate nei sogni
mentre attendono curve
nella nera veste.





*

Saremo in un gelo pieno di braccia,
nel lutto estremo come la pena
della donna che lenta ripone gli abiti
smessi da una morte.
E la distanza lacera ancor prima
che il dire piombi ogni cosa
e trascini i corpi oltre il fiume,
oltre le città, nella terra senza nome.





*

Le vesti nere erano per gli occhi
dei viandanti un grano
amaro. Odori forti
in quella estate sulle aie
quando i carri passavano lentamente
e solcavano la proda.
Vicino si attendeva
una luna marina,
le case sfumavano in una foschia
che non lasciava tracce sui nostri volti,
e il freddo giungeva e portava
sulle notti il suo silenzio.







Torino

Era un inverno freddo
quando Meroni morì con la benda
granata che gli fasciava la fronte,
mentre Ferrini era l’eroe coraggioso
dei ragazzi nel campetto vicino al fiume.
Bandiere, bandiere che scavano
le labbra, segnano la carne
e ci parlano dell’audacia
di guerrieri misteriosi.
Io lo ricordo quando gli uomini sulle gradinate,
depo i suoi slanci di fuoco verso
la rete, guardava senza un sorriso:
Pulici era la forza disperata
di genti che la terra nera del Filadelfia oppone.
Volti segnati da una disgrazia
antica, con le croci
nel verde campo come sentinelle
abbagliate dalle grida
della domenica.
Il colore che le maglie rendono
intenso, il colore granata
che nelle pupille scava
e strugge fino al cuore.





*

Si spengono in un orizzonte di neve
i canti delle madri che invocano
con occhi di sale.
E il pane delle notti, degli uomini,
delle voci vicine, a vigilare
in una carne abbandonata,
tra le campagne sacre e solitarie,
nel vento che porta i nomi
di un tempo in un buio amico.
Nel silenzio che s’incela tra le curve
rosate di fine estate, nei fiumi
lontani che le sere riversano
nelle ampie pianure. Nel canto di donne
bianche della vita. Nei ricordi
che lasciano la soglia priva di luci.






*

Luce che scendi sul muro
alto della radura, luce che scendi
diafana sui letti, luce
pallida come croci
nella notte avvolta nel mistero
degli elmetti che riempivano i campi.
La notte dei giocattoli, quella che porti
nel limitare dei tuoi occhi. Sul marmo
da un eterno andare segnati,
è stretto tra i visi il mare che fa
sangue da luogo a luogo senza franare.





*

Ci venne incontro e portò
le mani giunte all’invocazione,
noi muti, tesi nella direzione
di un lume che si sfuoca alle pareti.
La preghiera sentimmo giungere
alle labbra. Chinammo
il viso verso la terra nera,
senza più croci,
senza più afflitti, soltanto
la fine neve vergava il volto.
Le mani strette ai giocattoli,
rimanemmo a lungo nel greto
del fiume che portava il respiro,
mentre l’inverno era finito.





*

Le voci, padre, le senti nella notte,
o in questa ora della veglia,
quando guardi e là oltre il mare
le donne attendono il tuo
amore. È una sera in cui le madri
sciolgono i capelli e nei letti
stringono i bianchi vestiti
delle nozze, sole nelle sponde larghe
dove i figli sono passati
e vanno ora coi loro figli a cercare
sulle rive dei fiumi il sangue
dei padri, poveri, sempre
più poveri, con questi pani neri,
insaziabili, in quell’odore forte
di quell’estate. Tu la ricordi,
padre, era mattina presto
e la mano era vicina.







*

Canto di una pena muta
nel poco di una luce,
in una croce, in un evento
che rade il tempo dell’antico
volto. Gli occhi che fissano lontano
le stanze bianche, e invocano:
"stringimi la mano, sorridi".
Il canto di Dio dilungava
nelle labbra la gioia e sfiorava
i capelli nel gelo pungente,
accanto alla stufa rossa
di mattone che cuoceva
il volto, e avvicinava a noi
lo scarso pane.
Abbracciamoci ancora, padre,
senza fissare il silenzio più grave,
in quest’ora santa e segreta.







*

Li senti battere al portone
e li scorgi uno a uno,
mentre si perdono
come piccoli fuochi nelle terre
scure e nei poveri campi
vedi le mani che sono morti
segnali, pupille algide.
Il cielo non sporge
la sua volta di luci, e appare
come folla adagiata sui marmi,
adagiato nel silenzio tremante
a seguire un’esile ombra.







*

Ascolta il silenzio dei giorni,
il colore bianco del vento,
come un mare che mura le notti,
e la dolce parola giunge
dalla pianura agli sguardi
dei vecchi, in questa fredda
urna dove il bimbo felice
alla torre rivolge
la tenera occhiata del tempo, quando
i carri solcavano le pietre
di sangue e il grano
nel suo odore di polvere
invadeva i portici,
oggi l’occhio di marmo
entra nel volto della giovane donna
che la piazza specchia
su un lastricato di lumi.



*

Batte nella notte il suono metallico,
il gelido tocco che rende le pupille
deserte. Batte nel tempo il mattino,
ed erge fisso nella pianura il volto
dell’uomo mangiato dal sole,
che accompagna il transito
segreto dei figli. Perse le tracce
nel letto rifatto, rimane
una croce, un ricordo di terra.
Ai legni la rugiada
marina punge e arrossa
gli occhi silenziosi dei vecchi.










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