sábado, 15 de septiembre de 2012

7837.- CARLOS LUIS ORTIZ MOYANO





CARLOS LUIS ORTIZ MOYANO
Carlos Luis Ortiz Moyano (Alausí, ECUADOR - 1979) Poeta, comunicador social, catedrático universitario, con estudios de maestría en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Andina Simón Bolívar con sede en Quito. En el 2005 obtuvo la primera  y única mención de honor en el Concurso Nacional de poesía Jorge Enrique Adoum, en el 2009 obtiene una mención en el concurso internacional de poesía el Verso Digital organizado en Andalucía España con un texto titulado Un lugar sin estaciones, en el mismo año obtiene el primer lugar y premio único en el Concurso Nacional de Poesía Ileana Espinel. Obtuvo un premio en la Bienal de poesía de Tungurahua con el poemario Los duelos de un infante. Primera mención de honor en el Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade 2011 con el poemario Almacén. Ha participado en varios recitales en diferentes ciudades del Ecuador y en proyectos culturales con el colectivo ya desaparecido Machete Rabioso. En la actualidad radica en Guayaquil y se dedica a la docencia  y a la investigación. Ha publicado Zigzag del solitario, Lírica para vagabundos, Los duelos de un infante, así como en revistas y en blogs dentro y fuera del país. Próximamente publicará  Almacén por la Universidad de Cuenca y otros textos en Dadaif Cartonera.



Almacén

De lo que fue ayer,
queda un pedazo de sable que corta la memoria que decrece.
Asisto al lugar donde perduran los sombreros de paño,
a los cartones que simulaban moradas oscuras,
a la conversación con el frío de la tarde encerrada entre las cajas de clavos,
o envuelta en los sobres de anilina.
¿Quién usurpó mi espacio dentro de los escaparates?
¿Quién dejó que las cobijas se arruguen?
¿Que mi escondite debajo de las vitrinas
padezca la soledad de las franelas,
de los manteles, de los suéteres para los escolares?
Aprieto ahora  madejas de cedilla,  tubos de hilo,
trago  botones comprimidos para huir.
Para disfrazarme de seis años y temerle a la máscara de los hombres.
Podía imaginar en la hilera de telas inglesas, casimires, 
piel de ángel, terciopelo, lino
la sucesión de edificios de colores en una ciudad de brea.
Podía prender y apagar las radios envueltas en su estuche de cuero,
y mover el pedal de la maquina Singer
subir la escalera de guayacán, alcanzar la cima y elegir la mochila
para el final del invierno,
para retornar al puerto,
del que solo podía salvarme la hoguera del río.
Ahora construyo castillos
imperfectos, desechables,
no como los que elevaba con  pasadores,
ni con  encajes ni randas,
esas,  mis construcciones, eran saetas.
Los ejércitos encendían sus fusiles de plástico,
yo, en aguaceros sobrevolaba
mientras medían sus augurios junto al sonido de las puertas.
A la sombra de la abuela
levantaba gritos de guerra,
juegos de perpetuo silencio,
lánguido silencio;
Invadido por comparsas,
carnavales temerosos,
por el atavío,
por las cadenas y las pieles transgresoras.
Tiempo de la ausencia,
tiempo del tren
con sus hierros de blando pasado,
color de la ausencia 
en naves de madera
hacia las cuevas imposibles.
La pirotecnia en los antebrazos de la madre,
el resplandor sobre la dermis del último flagelo.
Noches de piedra
de roca estridente.
Fosforescentes los habitantes del cielo,
los que se esparcían entre humos y explosiones.
Sólo la luz sobre las torres de la iglesia
sólo la luz sobre las flores aéreas del parque.
Triste el abuelo depositaba remordimientos en una urna sin albas.
afuera la fiesta…
El almacén perduraba en el cascabel triturado
en la alquimia del espejo,
en la imagen de una santa que escapaba a las bodegas para recuperar su cuerpo.
El pan de la tarde remojado en la cálida espesura de la leche en la trastienda
el papel de precios para calcinar el valor a las cosas
y una campana que entraba con la juventud de la noche encrespada a la montaña.
A la intemperie se elevaba el barrio
entre escondidas, florones, y trompos tallados de inocencia,
no había más astros que las canicas en su nido de tierra,
que los balones con un implante de bleris.

Relicario del yo envejecido
relicario del yo que enmudece.
El orbe en aquel lugar del yo infinito.
Donde convergían las habitaciones del sol,
las anemias del agua.
Almacén del verbo y del escape,
de madres que abrigaron candelabros,
almacén:
cuerpo de todo el espacio,
estibación del recuerdo
¿Quién enciende el televisor a estas horas?
¿Quién le da manivela a la radiola?
“La atmósfera se tuerce ahora que todos han partido. Rodrigo me contó entre las fauces de un sueño que camina después de muerto sobre las alfombras. Que captura los silbatos que Genaro fabricó en domingo de ramos. Que diseña submarinos con la urgencia del polvo”.
La sensibilidad en auge,
sensibilidad que nos fue diluyendo en mudez tan nuestra.
Aspaviento en el pecho ahora,
aspaviento en la baldosa verde ya cuarteada.







Noche Antigua

Esta noche que es ya antigua en el poema
traza calles en el vientre de la telaraña,
 en la escultura de porcelana que ideó
una cartografía del silencio.

Esta noche carga
todas las comidas vacías,
la disecación de cien bocas,
o el vapor que no se levanta de su tumba de arena.                                            





Colt 44

Venía hacia mí
traía el reflejo de los cauces
el espesor con que los árboles mantienen su presencia.

Entraba en la cuadrícula donde el vacío era hacienda y habitación.

Coágulo de agua es la tarde que no transfiere sus avenidas,
paciencia que se prostituye cuando ya nada retorna.

Venía hacia mí
entonces mi cuerpo dejaba abiertos sus picaportes,
los incendios resplandecían,
la palidez vertía su rostro en las ansias de una ninfa.

Nunca supe por qué los hombres no mueren frente a las piletas,
tampoco sé de la gélida escama que recubre los revólveres.

Es momento de partir.





Invisibles

Por aquel entonces se difuminaba la ciudad que hoy me aguarda,
en la túnica de sus parques implantábamos las semillas de luchas inalcanzables.

Poco tiempo ha pasado
desde que vi morir a los invisibles en sus laderas.

Siempre tuvimos la sensación de que alguien nos habitaba.

¿Cuántos escudos y armas se moldearon con nuestra piel?
  Una sola ella
              inaudita ella.

Por aquel entonces se difuminaba la ciudad que hoy me aguarda.

Preciso es el columpio con cadenas de arena
para intentar un ataúd en sus confines.






Leyenda

Que se haga leyenda cuando la nieve envejezca sobre las lápidas.

Abierto el mar
caeremosa ese fondo que es la casa verdadera.







Cielo sobre…

Las calles que inventamos tienen un lugar en nuestras grutas.
en  filmes que se tejieron solos,
las calles reales son aposentos de hielo,
donde caer extenuados como cuerpos invisibles






Todo lo que ata es asesino

Dejaré que mienta la libertad sobre mi techo,
y con tropeles derrotados levantaré un  imperio.






Al consuelo de la tarde

Me elevo hacia la tarde
entro en ella como un hijo desterrado de todos los vientres y de todas las aguas.

Me elevo hacia ella,
me contrae en su ombligo naranja,
me hace guardián de su costilla,
de sus aludes, que a veces confunde con hijos.

Me dice que no tiene padre ni madre
que suele inventarlos cuando pasea por las playas,
por los desiertos, por los cañaverales en los que alguna vez
dejó abierta una boca para que entren los cimarrones.

La tarde no posee balanzas ni brújulas ni medidores de tiempo,
le basta con terminarse.





Neorrealismo

Buscar una señal
para entrar perdidos al cielo,
ir hacia él con amnesia para olvidar la vida,
para crear nuevas máscaras y nuevos sombreros
para que el sol sea la única película,
el más bello neorrealismo.





VIII

A Carola Caiozzi, en el Sagrado

Caminaba, se enredaba en el augurio de la hierba, se vivificaba en las grietas, que deformes desplazaba la lluvia sobre las canchas. Los árboles recién plantados se devoraban hacían afuera, y era una bocanada de humo el teatro vacío. Antes, detrás de una ventana, unos ojos claros me enseñaron a reconocerme en la estancia de las rejas, porque era allí donde empezaría nuevamente el martirio del poema. Es la vida, me decían otros, para encontrar una respuesta que sólo podía ser disgregada en el mar.



XI

Reviso mis pertenencias,
son pocas,
comparadas con las pertenencias de un muerto.

XIV

Toco mi cuerpo y siento la tersura de quienes partieron.
El olvido se vuelve una sola masa corpórea,
líneas de fuego se desmoronan en mis dientes
que de a poco se convierten en la carencia del polvo.
Muerdo todas las manos que tapan mi espejo,
entonces muerdo el vacío.
Estoy en deuda con la estación donde los primeros versos
fueron también los primeros grilletes.
Llevo una legión de gusanos,
que a coro cantan la última andanza de mis muertos.
Me arrullo en los anaqueles cercados por la lluvia,
que es siempre la misma en cualquier lugar, en cualquier pensamiento
y en cualquier invierno.

Crece el poema como un niño encerrado.

XVIII

El patio se endureció cuando el niño se empapó de arrugas,
los retratos se deslizaban sobre la fauna de una herida,
porque también las heridas están compuestas de animales, 
de regiones donde el clima es tan descalzo como el pensamiento.

Escuchaba el ladrón de limones
una canción en la misma cantina donde murió su padre.

Esa manía de treparse a los árboles
de confundir los frutos con estrellas delgadas.

El niño hundía sus dedos en una lavacara
y un barco de periódico intentaba salvar su proa.

Oh capitán my capitán,
Oh marinero en tierra.

El ladrón de limones y el niño
son los mismos cuando me enlazo a la bruma.

XXI

Una franja de arena tapa la casa que habito
no sé qué lugares me esperan
ni en cuantos he vivido.

La ciudad crece con sus bailes de medio día,
con su esfera dorada quemando los parques.

¿ A quién se le ocurrió hacer crecer a los hombres?

La única patria que salvo es la infancia
con sus adoquines quebrados de humedad,
con un gato tuerto, 
con una revista alquilada.





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