JORGE CALVETTI (San Salvador deJujuy, 1916- Buenos Aires 2002) Poeta, ensayista y periodista.
Jorge Calvetti nació en San Salvador de Jujuy en 1916 y pasó sus primeros años en la localidad quebradeña de Maimará. Realizó estudios primarios y secundarios en el Colegio San José de Buenos Aires y Universitarios en las ciudades de Buenos Aires y La Plata.
En 1944, la Comisión Nacional de Cultura editó su libro de poemas Fundación en el cielo, tras haberlo galardonado con el premio Iniciación, para escritores inéditos menores de treinta años.
Luego publicó: Memoria Terrestre, poemas, 1948; Alabanza del Norte, cuentos, 1949; Libro de Homenaje, poemas, 1957; Juan Carlos Dávalos, ensayo crítico-biográfico, 1961; Imágenes y Conversaciones, poemas, 1966; El miedo inmortal, cuentos, 1968; La Juana Figueroa, poemas, 1968; Genio y Figura de José Hernández (en colaboración con Roque Aragón), ensayo crítico-biográfico, 1973; Sólo de muerte, poemas, 1976; Poemas conjeturales, 1992 y Escrito en la tierra, cuentos, 1993, este último obtuvo en 1994 el premio al mejor libro otorgado por los críticos de la Feria Internacional del Libro. En 1977, el Fondo Nacional de las Artes editó su Antología poética, de 112 páginas y en 1983 la editorial Torres Agüero publicó una antología de sus poemas titulada Memoria Terrestre.
Con varias de estas obras obtuvo premios nacionales, municipales e institucionales. Debe destacarse que Genio y Figura de José Hernández obtuvo el Premio Internacional EUDEBA, de la Universidad Nacional de Buenos Aires para conmemorar el Centenario de la aparición de El Gaucho Martín Fierrro, obra de la cual la U.B.A. hizo un edición de 10.000 diez mil ejemplares, hoy agotada. Sus trabajos además fueron traducidos al inglés, francés, alemán, italiano y griego.
Fundó con Néstor Groppa, Mario Busignani, Medardo Pantoja y Andrés Fidalgo la famosa revista literaria Tarja.
Su producción literaria fue consagrada con el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía; la Pluma de Plata del Centro Argentino del PEN Club Internacional; el premio Esteban Echeverría de la institución Gente de Letras; el premio Konex y otros. También fue jurado de concursos nacionales, municipales e institucionales en las categorías poesía, narrativa y ensayo. En 1984 fue elegido miembro de número de la Academia Argentina de Letras y en 1986 se lo eligió vicepresidente de esa institución, cargo que desempeñó durante nueve años. En 1993 fue designado por Melina Mercuri, ministra de Cultura de Grecia, para firmar la Declaración del Mar Egeo, en conmemoración de la primera instalación humana en Europa, documento que fue suscripto en la isla de Lemnos por figuras representativas de treinta y dos países.
Además de las obras mencionadas más arriba, publicó, prologó y anotó, La muerte y su traje, cuentos de Santiago Dabove, prólogo de Jorge Luis Borges, selección y retrato del autor por Jorge Calvetti, ediciones Alcándara, Buenos Aires, 1964. Poemas de Carlos Mastronardi, selección, prólogo y notas por Jorge Calvetti. Editorial EUDEBA. Buenos Aires. El terruño, cuentos de Daniel Ovejero; selección, prólogo y notas por Jorge Calvetti; Editorial EUDEBA, Buenos Aires, 1966. Además escribió los opúsculos El idioma Español en el Norte Argentino, El humor de los tristes argentinos y Tonada del Norte, lejos; Ediciones Roche, Buenos Aires entre los años 1960 y 1970.
En 1999 fue designado miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Murió en la ciudad de Buenos Aires el 4 de noviembre del año 2002. Sus restos descansan en la provincia de Jujuy.
MAIMARÁ
Este es mi pueblo.
Su nombre quiere decir: “Estrella que cae”.
Hasta aquí llegan pocas noticias del mundo.
Recibo cartas de mis amigos; me dicen que todo marcha bien,
que en algunos países se vive una vida verdadera
Y que en otros, la esperanza crece.
Yo no sé nada. Me alegro por momentos
Y me encierro otra vez en mi pueblo.
Todo se habla de soledad.
El viento sacude las noches como árboles.
Los mismos pájaros despiertan las mismas mañanas.
El tiempo golpea las casas
Y las casas golpean contra el tiempo.
Aquí he vivido mi infancia.
Era feliz. Ignoraba hermosamente la vida.
La infancia...
Los recuerdos más viejos vagan por la memoria, como doña Melchora
por el pueblo.
Tiene ciento cuatro años. Habla sola, como los recuerdos.
Cuando me ve, me dice: buenas tardes maestro...
Aquí estoy,
Buscado y dejado y encontrado por el amor.
Pero no crea que puede hablar de soledad.
Todos tenemos mucho que hacer en el mundo y no hay tiempo
para estar solos.
Es que el futuro está subiendo desde el fondo de la tierra,
Lo veo crecer en mi hijo. Mira con los ojos de mi hijo.
Sí, ya lo sé. Son hermosos, los carnavales y los pájaros
y la fastuosa inocencia de los pájaros...
Pero sé también que el canto y la alegría y el coraje de muchos amigos
del pueblo están durmiendo en una botella de vino
¡y nosotros tenemos mucho que hacer!
Yo por lo menos,
Trataré de luchar con mis palabras.
Tengo que decir a mis amigos que no estamos solos y que debemos trabajar
para que el mundo sea mejor.
Este pueblo es muy chico.
Un carnavalito puede envolverlo.
El golpe de un caballo es demasiado para él.
¡Qué hermoso sería levantar su estrella y llamarnos, con verdad,
hermanos en un mundo sin justicia!
Mi pueblito es muy chico.
Así deben ser todos los pueblos chicos del mundo.
Por la calle de mi casa veo pasar la vida;
La desgracia, el amor, la humildad, los borrachos...
Pero creo que nadie piensa en nadie.
Nadie sale de sí mismo.
Todos casi todos, están ahogados en ellos mismos y es necesario cambiar.
Aquí sigue todo igual...
Si subiera a las cumbres, estoy seguro, vería pasar los años como
esos perros que acezando y husmeando el miedo pasan interminablemente
ocupados en sus sensaciones y eso no puede ser, ¡no puede ser!
HABLA UN SOLDADO DE LA CONQUISTA
Vine porque me pagaban
y yo quería comprar espadas y mujeres.
Vine porque me hablaron de montañas resplandecientes
como un atardecer en el mar
y con el oro con que me iba a vestir cuando volviera.
Pero sólo encontré flechas envenenadas,
humedad y mosquitos.
Conocí el terror, noches sigilosas,
indios vestidos con su belleza siniestra,
la fuerza de una tierra que nos doblegó
como la sed a los animales,
y la móvil mortaja de la selva.
A bordo alguien habló de "honor".
A bordo
hablaban y rezaban con lentas manos sobre libros de oro.
Con esas manos se ayudaron el grito y la desesperación;
con esas manos escarbaron la tierra que nos iba a cubrir.
Alguien habló de "historia" y de "futuro";
yo sólo pienso en lo que perdí.
Creo que todo es igual,
las mentiras que nos dijeron y las verdades que encontramos.
Siempre habrá tontos que vivirán de palabras,
y siempre el mundo mezclará en la misma indiferencia
la vida, que en el olvido crece,
la gloria, que se arrastra,
y la codicia laboriosa de la muerte.
La basura
Yo saco la basura a la calle
envuelta con papel y cuidado.
Quedan allí mezcladas, las sobras de la vida,
cáscaras del tiempo y recortes del alma.
Las dejo en la vereda con tristeza
porque son restos de fruta, de comida,
y de literatura
con las cuales
uno jugó a vivir, o se creyó existente.
Y también porque, acaso sin nosotros saberlo,
alguien nos haya envuelto
con papeles de cielo, con nubes de cuidado
y estamos a la orilla del universo
y nadie nos despide.
Yo saco la basura, la dejo en la vereda,
y le digo: Adiós.
Preguntas
¿Fue en una calle de Córdoba del Tucumán
o cerca del Café Royal, en la Regent Street,
donde alguien me hizo ver un fantasma?
En la vereda un enano ciego,
rasgueando una guitarra con muñones,
cantaba
arrinconado,
solo.
¿Lo vi? ¿escuché el canto?
¿O Dios lo imaginó y lo mostró un instante,
para que en él yo me viera espejado
y dejara de balbucear,
contra la pared del mundo
palabras que nadie oye?
W.H. Auden
Ayer, en su retrato, miraba las huellas de la palabra vida
y me decía: El tiempo ya no puede verlo,
nunca más encontrará lugar en Auden donde dejar
/sus ominosos rastros.
Se ha cumplido también en ti, querido poeta, lo que está dispuesto.
También en ti, que querías perturbar a los muertos.
Ahora,
(aunque muchos piensen que más allá de la muerte
no hay ni siquiera muerte)
tu alma resplandece
abrazada a la verdad y el misterio.
Yo, que vivía en tu corazón cuando pensabas en el pueblo,
en esta noche que te fue negada,
digo palabras que no permitirán que mueras:
“Recibe, ¡Oh! Tierra, a un huésped honorable…”
Habla el desconocido de la columna de Trajano
No preguntes quien soy.
Hijo de un trueno o del instinto, eso qué importa.
Sería lo mismo si dijeras:
lo ha creado un dios cuya memoria se ha desvanecido
o la noche
y los devastadores sueños de la eternidad de los
mortales.
Lo cierto es que fui un hombre,
respiré el aire libre, hollé la tierra,
me resistí a los siglos
que lamen y que gastan como el mar y los perros,
y ahora estoy aquí, mirando
un vano discurrir de tardes y generaciones.
Pero he vivido.
Fui valiente y soez y miserable y generoso y bueno.
Conocí, esclavo, la invasión del miedo
que cunde como una tempestad;
conocí la pasión que es adorable
y golpea el alma como una piedra, y pasa.
He muerto muchas veces
en las batallas y los terremotos,
en los vastos pantanos donde Ovidio lloró
y los dioses lo olvidaron,
en las legiones, en las catacumbas.
No preguntes quien soy. Yo he de decírtelo:
soy el que hace la vida y la conquista.
Yo soy el numeroso, el simple, el olvidado y el
humilde.
El que sabe que un día
llegará a ser el dueño de los días.
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