ÁNGEL CUADRA
Nació en La Habana, Cuba (1931). Es poeta, ensayista, periodista, abogado y profesor de Literatura Española. Reside en los Estados Unidos desde 1985. Fue uno de los fundadores del Grupo Literario Renuevo en Cuba (1957). Miembro del Comité Coordinador de la Feria Internacional del Libro de Miami. Entre sus numerosas publicaciones se encuentran “Peldaño” (1959), “Impromptus” (1977), “Tiempo del hombre” (1977), “Poemas en correspondencia” (1979), “Esa tristeza que nos inunda” (1985), “Fantasía para el viernes” (1985), “Las señales y los sueños” (1988), “La voz inevitable” (1994), “Diez sonetos ocultos” (2000), entre otros. Ha recibido varios premios, tales como el Premio Rubén Martínez Villena (Cuba, 1954), el Premio Presidencial (Los Ángeles, 1986) y el Premio Amantes de Teruel (España, 1988), entre otros. Preside el PEN Club de escritores cubanos en el exilio, Miami, Florida, E.U.A.
Reencuentro con mi primer libro de poemas
Como un antiguo amigo
estás ahí callado en el estante.
Otros libros alzan sus voces altas;
eclipsan tu sonido.
Yo paso, sin notarte, de largo
en un olvido cotidiano.
En importantes otras páginas te ignoro.
Te diluyes hacia atrás,
entre las nubes diarias de tiempo y polvo
que van cayendo y siguen
sepultando caminos, piedras, huellas, asuntos...
La vida desciende sus abismos.
Escribo cosas – otras – como anhelos y hastíos.
Y, ya cansado de afanes, de preferencias yertas,
vuelvo...
Torno de pronto a tu rincón;
te miro con tu sonrisa de antes.
Regreso a ti,
converso página a página contigo,
conmigo en ti: me dices lo que he sido.
Y, en una intacta conciliación sin tiempo,
te abrazo nuevamente,
como a un antiguo amigo.
Versión de Romeo y Julieta
-¡Amor!- gritó Romeo en la noche:
era en la soledad como el destino,
un peso de belleza sobre los hombros.
¿Dónde abrazar al nombre?... -¡Rosalina!-:
dibujaba con letras de humo
sus sílabas en el viento.
Eran sobre Verona las señales,
el dedo del designio.
No podía ser en él, y escapaba hacia el nombre;
puro fuego de amianto para ser plenamente en otro ser.
Habitado del ángel,
del diáfano demonio de hermosura,
iba en la noche: -¡Rosalina!-.
Su voz, ajena, no venía desde él;
un hálito de siglos la arrastraba.
En el baile murmuraba aún su nombre.
No entendía el peligro:
él poseído, él hechizado, él sonámbulo puente del designio.
-¡Rosalina!-..., siempre en su búsqueda,
siempre fiel a sí mismo, a ella, al mito.
La música lo empujó frente a ella:
estaba allí situada, como la espera, en la cita:
-¡Julieta!-, dijo su voz como costumbre.
No distinguió que el nombre era distinto.
Soneto I
De tanto convencerme que un camino
nos unió sobre un mapa prefijado,
y un obstensible signo anticipado
sobre nosotros a marcarnos vino;
o que alguna misión, un don divino,
un privilegio de dolor ornado
o un adeudo anterior, aún no pagado,
nos fijara un encargo del destino;
como el eco de un canto de hermosura
que, en la oquedad del caracol, perdura
de playas de remota certidumbre,
en cada nuevo amor se hace presente,
otro y el mismo, el gesto persistente
que aquel amar tu amor hizo costumbre.
Soneto II
De tanto amar tu amor se hizo costumbre
ese andar inclinado entre partida
y regreso, entre júbilo y herida,
y el desarraigo de la incertidumbre.
De tanto transitar desde la cumbre
hasta el abismo, y sostener la vida
entre rabia y perdón que el hierro olvida
en una consecuente flor de herrumbe...
se me quedó el espectro de tu ausencia,
que es tuyo y no eres tú, y en otro asunto
de amor desliza su inactual presencia.
Y, en continuado ayer, hoy sin nombrarte,
ayer y hoy sin diferencia junto
de tanto amar tu amor, de tanto amarte.
Hoy te siento venir
Hoy te siento venir desde la imagen inmediata.
Es que me pertenece la blancura que triunfa en tus hombros
y la esencial virtud de tu mano en el sueño.
Si por tu rostro cruzan definibles distancias,
es esa tierra tuya la que me está más cerca,
en el plano por donde vienen tus piernas
verazmente tendidas, ingenuamente puestas a encontrarme.
Todo es como de gasas azules el vestigio de verte:
humo abismal, virtual presencia,
puro designio que, momentáneamente, no acontece
y está, tal vez, para ser eso siempre.
Cuando tomo universos,
cuando en la hegemonía del bien arde mi reino
y el hálito más alto es ése de tu cruz en mi mano,
de la oración en paz
con que se anuncia el ser, la estrella, el fruto...
todo es tú inmediata:
trigo para el sustento,
aire verde en las lomas cercanas,
la concisión del pájaro en la orquesta...
toda esa armonía palpable
bajo un cielo que siempre se apresta a definirse,
que ahora cruzas sin irte,
detenida en la pura crisálida
de mi muerte en tu amor.
SIN OBJETO
He aquí que el punto donde empieza la sombra
es mi espacio cerrado:
se va viendo a lo lejos cómo asciende el silencio.
Bien podría decir,
mirando los trenes que pasan,
que he perdido otro turno:
parece que mi viaje
se me hace un esqueleto de proyecto que pudo ser,
y se caen pedazos de su historia.
Y si no fuera que la vida no puede repetirse,
y si no fuera que el poema tiene su hora,
y si no fuera que evito la tristeza
para que no moleste a los astros
con mi nombre caído al sur, inútil...
no tendría esta angustia de mensaje
que no llegará nunca.
No es posible esperar
si ya pasó el momento.
Porque, entonces, ¿qué hacer con el encargo?,
¿cómo poder encontrarme sentido
si ya no tengo viaje?
EN ALCALÁ DE HENARES
(Después de visitar la casa
donde nació Cervantes)
En aquella taberna
había toneles acostados,
la cabeza de un toro en la pared,
viejas sillas en la barra
y mucho tiempo detenido en su vetusto encanto.
Contemplando mi copa de vino,
se me ocurrió de pronto
si en alguna taberna como aquélla
habría estado Cervantes
brindando con Quijotes y con Sanchos.
AUTOANÁLISIS
Al final va llegándome el sosiego
de resignarme a lo que sólo he sido;
aceptar que morí en lo no vivido
y perdí lo dejado para luego.
A la premura de vivir me entrego
y, a veces, por vivir, de mí me olvido;
que a otro doble de mí, que a mí va uncido,
siento que le robé su tiempo, y brego
por no volver el rostro al repetido
llamado de su voz, pues que le niego
su espacio en el espacio en que he existido.
Y así, al final, a definir no llego
si es relegando al otro que he vivido
o es a mí al que he dejado para luego.
ÁRBOL DENTRO DEL ALMA
A Eugenio Florit
Abonado de silencio
–copa hacia adentro tendida–,
alto de sombra,
cauteloso mi árbol crece.
Se empina desde un surco casi virtual.
Como a volar sus ramas se despliegan,
y como rosa de los vientos
asume las direcciones todas;
bebe en el horizonte el infinito,
se marchita en algunas horas del tiempo
y renace con el rocío su verdor detenido.
¡Qué tránsito de grises y verdes lo acometen!
También le acuden las tormentas:
lo combaten rachas del mal
como pecado antigua y kármico,
y otoños que le imponen,
como en una sentencia,
vengativos areópagos.
Pero está ahí, en su sitio,
aún fruteciendo,
aún con cantos de flor,
aún persistiendo...
¡Oh!, árbol de mi alma,
a pura tierra, a puro aire,
asumiéndose a sí mismo,
frente a la gran pregunta,
en el silencio.
I
Y trazará tu mano en el abismo
los signos del amor con letras de humo;
vivo silencio que habla, y que resumo
en diálogo interior conmigo mismo.
Asomará en tu rostro el espejismo
de un beso de ternura que presumo
en demorada oferta, y que consumo
en la pura estación del idealismo.
Será tu encuentro siempre el que consiga
el testimonio de tu mano amiga
con un gesto exterior breve y risueño.
Así tu amor se va quedando intacto
y, en la imposible realidad del acto
se hace posible realidad el sueño.
III
Reflejada en el agua tu hermosura,
quedó la tarde aquella detenida
en un claro recodo de la vida
desasido del tiempo y su premura.
Obligada a seguir, la vida apura
Su trago diario en la fatal huida.
Caen hoja de otoño, y repetida
tu imagen sobre el agua se inaugura.
Muero como se muere diariamente.
Olvido llueve sobre lo olvidado
y todo deja ya de estar presente.
Pero en un tiempo inmóvil, que perdure
en un lago interior, se me ha quedado
reflejada en el agua tu hermosura.
VIII
En escala inaudible acompasado
va el leve cuento de este amor secreto.
Cuento sin voz que su cantar secreto
es solo por nosotros escuchado.
Va aquí conmigo, anda a tu lado:
ser insensible y, a la vez, concreto.
Sin tiempo ni lugar se alza, incompleto,
árbol sin tierra donde estar plantado.
Desasido del mundo en dos abismos
-tú y yo, cómplices mudos de su historia
callada, oculta hasta en nosotros mismo-,
Este cuento de amor irá en secreto,
a resguardo de tiempo y de memoria,
en el cofre sellado del soneto.
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