jueves, 30 de agosto de 2012

TERESA ITURRIAGA OSA [7.625] Poeta de Baleares







TERESA ITURRIAGA OSA 

Palma de Mallorca, 1961. Doctora en Traducción e Interpretación.

Publicaciones: 

-Mi playa de las Canteras (2005) 
-Traducción al español del libro Modou Modou, del senegalés Seydi Ababacar Mbaye (2005)
-Traductora de textos africanos entre el 2005 y el 2007
-Hurto blanco en Orillas Ajenas (2005) 
-Namoe en Hilvanes (2006) 
-El violín y el oboe en Fricciones (2007) 
-Tu nombre es Véronique en el libro Que suenen las olas. Juego astral, (2009) --Yedra en vuelo en la colección Acordes armoniosos,
-El mandala de Malick (2009),
-Tumulto de trazo y latido (2009).
-En 2010 edita Revuelto de-isleñas, una colección de relatos sobre la escritura y la cocina. Desvelos (2010)
-Poemario Gata en tránsito (2011) 
-Lavirotte al azar (2012),
-Rosas rojas para María Walewska (2013)  
-Leonora, la divina loca (2014) 
-Campos Elíseos (2014) en Aurora Boreal.



POEMAS DEL MISTERIO


I

Sombras de amapola

La maravilla y media que tú ves en mí 
se levantó poco a poco del barro
cuando una luz tenue, apartada del mundo, 
estremeció su tez oscura 
y las manos tantearon el espacio de ceguera 
donde se encontraban solas.
Las sombras se mutaron en amapolas, las sombras 
descendieron al abismo, 
allí se quedaron dormidas sobre el vientre del misterio, tan rojas 
como esa realidad de ternura 
que es y está 
en todo lo que es.


II

Pegada al cristal

Tu cerebro, contenedor de peces,
se agujereó en el momento mismo en que aparecí 
por sorpresa 
ante tus retinas 
acostumbradas al desasosiego marino… 
Al instante, se clavaron en mí, 
fue un paro de silencio,
una huelga de brazos y piernas 
y tú perplejo de todo
hasta de ti mismo… 

Esa mirada fue acercándose 
ciegamente hasta la boca 
del pez más procaz 
para indagar con sus lentes sobre mis raros dibujos
y ya quedarse pegada al cristal 
para siempre, 
derretida en un bloque de agua,
como decían y dicen los viejos manuscritos, 
combatiendo en aras de su senda, 
delirio y eternidad.


III

La Gran Puerta

Leerte es 
zambullirse
en el mar de tus sueños, siguiendo 
la estela plateada de los sargos,
como una hebra de luz, hacia 
el recinto de cristal.

Por tu mirada, he entrado 
en la risa de tu piel,
en el guiño de tus labios, 
en el beso de tus párpados.
Y, ahora, volando voy hacia 
el tacto de tu aroma.

Porque leerte es 
jugar a trastear, descubrir 
el enigma de las fuentes,
viajar en el tren de los abrazos nunca vistos,
es pactar con otros sabios la infinitud de la belleza.
Ésa que te vio nacer.

La alegría de tu infancia 
nunca muerta,
la frescura de tu ser,
cal y arena de la vida de rey que tú llevas, siempre 
te acompañará por la vereda verde. 
La que lleva a la Gran Puerta.

Leerte es 
entrar 
en la morada donde habita tu corazón
entre astillas de azulejos arco iris
y redondas almenas con ecos de caracolas marinas,
en el Castillo de Oz de nuestra playa.

Mírame desde allí, entonces, oh, Neptuno, 
tú que reinas sobre todos los confines del orbe teatral.
Y mándame con un delfín
un abrazo envuelto en tu toalla,
unas sandalias aladas y hiedras dulces. 
Me protegerán del mal viento de este amanecer.





Hiperestesia


La poesía es una suerte de enfermedad,
una suerte de dolor de placer de oración.
Súplica a la palabra que nos rescata del desorden
y atrae sonidos aromatizados
en platos orientales
de canela y azafrán.

La poesía es sabor a muerte y nacimiento...
nacimiento y muerte... 
muerte y nacimiento…

Mientras llegan los sabores entre miles de arco iris encerrados
en laberintos donde los conceptos bajan resbalando 
la pendiente sin ancla ni asidero… 
yo te rezo poesía primigenia 
teñida de velos bailas tu danza de fuego 
al chocar con las papilas de mi lengua
que-se-deleitan-en-el-placer-de-tenerte-por-un-momento,
como los dioses toman a las amantes, 
por sorpresa y sin nombrarse.



Olas, olas, olas...


Desde las playas de la memoria
golpean incesantes los guijarros.
Blancos, verdes, rojos, oscuros.
Como espectros alados
excavan los surcos
que mi alma va dejando
entre poro y poro, cabellos, huesos.
¿De qué quieres que me componga?
Te gritaré tan alto que 
todo el mundo podrá oírme
porque la voz se me escapa, 
delatora de verdad.
Los poemas van y vienen.
Yo no ceso de escuchar los tientos.
El perfume es una sirena que va a estallarme la piel.
Mudo como un animal devorador de desiertos,
con una simple hoja sobrevivo en espacios infinitos.
Hojas de un árbol ígneo cubren 
mi patio de los Campos Elíseos.
Y allí, en el césped rojo de lágrimas bañado,
reposan las cartas que escribí a la belleza,
hermana, virgen y esposa 
de la vida desnuda,
sin tu disfraz de poeta.




ODISEO A ESCENA


        Quieta y soberana como una alhambra cansada,
veo pasar las horas frente a una loza de letras, 
tras el cristal una copa me sirve un mar estéril de dichas,
        espías en corimbos apretados 
traspasan los límites del azar.
        Fuera del agua, el cielo reluce 
un alarde de erotismo 
que no sobrevivirá ni a la risa de su esqueleto.

        Por eso, me paseo entre pupilas chinas.
Por eso, camino por el puente de bambú... y ahí me detengo.
        Veo que la erosión se ha comido las cuerdas.
Sin cintas bajo mis pies, solo el abismo.

        Voy buscando el sonido del Omphalos,
ritual y tatuaje sumergido 
        en una cruz de palabras 
a un paso del albero, quiero, sueño,
me bebo a sorbos los recuerdos, 
deposito cicatrices en cascada con mi flaqueza hecha ceniza,
        se levantan remolinos, una química
que casi me estalla los órganos del ser.

        Pero he de esperar la hora vibrante
cuando se apagan las luces del teatro y,
        muy lentamente,
desciende la hora bruja a la arena del mundo.

        Entonces, la voz de la sibila toca al viejo Odiseo
y desvela milenramas ocultas en su tierra de párrafos.
        La música sagrada de una nube de silencio cubre el lugar.
Aparece la faz de un hombre vestido de selva, 
cuerpo, voz y pies, herida puesta en escena, 
dama, corona que pronuncia en voz alta.

Y yo me inclino ante él desde mi ventana ajimezada,
        distancia de la fiera que conoce su celo.



El mapache y el hada


Tú no estabas en la frontera cuando sonó la campana.
Sólo un triste mapache me miraba bajo el árbol.
Intenté reanimarlo con un beso, pero ya era tarde, habías huido con ella.
El hada de la lluvia era nuestra única esperanza y tú te la llevaste 
amordazada.
Devuélvemela.
Hicimos un pacto, recuerda.
Sí, ya sé que estás ausente, y que aún necesitas ver el color 
de mi collar para comprenderme.
Pasarán dos lunas, tres lunas, cien lunas.
Vestiré con las ropas de mi pueblo, danzaré y danzaré…
Entonces, atraeré el alma del mapache y del hada, y no me quedará 
más remedio que irme o quedarme.






Campos Elíseos 
en Aurora Boreal® Poesía: Octubre 2014




1

El girasol

Es una red verde
y a la vez es hoja
y, sin embargo, inmóvil.

Sólo el viento abre su volumen
de serenidad.
Yo la oigo.

Apenas un murmullo
de seres urbanos,
giran la cabeza
por el Boulevard, excitan sus tacones,
ellas,
aplastan sus deseos,
ellos.

Y, mientras, el anochecer
se engalana
pausado,
presume de novia
con su flor
en el ojal
de la chaqueta.

Estallan las nubes en sus franjas,
y hay un brillo descortés
en el cofre oscuro del horizonte.

Flota la bruma del día,
celosa de las olas, espuma
que no ceja
en su empeño
por simular
el vuelo de las aves.
Sin éxito.

Nada puede la prisa del estío.
Nada.
Deben llegar las horas
al sonar de las campanas
arrebatadamente fértiles de ocaso
y libres de nostalgia,
de rencor.

A espaldas de la playa,
yo me abrazo al ruido
de un tambor.
Llega despojándose de arena.

Llega a mis pies,
chirría la infancia de una joven
que pasa.

Susurra...

Somos...

Somos la red verde
y a la vez hoja
y, sin embargo, inmóvil.




2

Mañana de achicoria azul

Ellas se erigen y se abren, puntuales
a su cita como espigas de sol azul.
Rememoran la alegría de la luz,
vestales del jardín de las delicias.
Ese brillo de las achicorias salvajes
se desliza por entre mis ojos niños,
edificio de belleza, transparencia del índigo.
Respiro el abismo proceloso de las ondas.
Un lago de mil manos abiertas
hacia el astro que nos nace ahora.
Veroles, fucsias, salvia y romero.
Zumbido de seres latentes.
La humedad difumina la roca.

¿Quién golpea las hojas de la higuera?
¿Quién eres tú, gaviota que caminas sobre las aguas?
¿Por qué me acaricias las uñas?

Presiento las luces del día
en el aroma del café
mientras ladran a lo lejos.

Ahora una mariposa se peina en mi estanque
con su fulgor verde de hinojos.
Cuánto amor en su vuelo de azúcar.
Hay señales por todas partes.
Escribe su magia de colores
en una ciudad sin lluvia,
el cenit casi táctil de la seda.
Una boca abierta grita su alegría
en silencio.
Y yo, sentada en este auditorio
de piedra en forma de piano,
preparo a fuego lento
mi mejor claro de luna.





3

Noches de absurdo y duda

Verbo a verbo,
intentamos palpar la fuente,
el cilindro de la pasión invisible, desigual,
huidizo.

Poemas y prosas se curan la ceguera
en tierra de nadie, de paso
hacia el oasis del espejismo.
Insomnio, absurdo, duda.

Al galope, sobre un caballo blanco,
se nos acerca el himno de un afán,
quizá un engaño...
¿Cómo no responderle con un guiño?





4

Desasosiego

Esta ciudad con orgullo
se ha levantado con los tirantes
tan descolocados
que me colma de mimos, desnuda
su bandera pirata, botín,
veneno y velas
abiertas al mar.

Lo infranqueable se escabulle entre ladrillos,
azulejos rotos, ahumados,
fritos y refritos.

Las fachadas enrojecen de placer,
evocando un desasosiego
de dioses y medusas.

Es denso el olor del odre
viejo, portuario, capaz
de fundirse con el mosto de aceite y red
siempre oculto bajo la sal del suelo.
La vida marea el vientre añejo
de los hombres-pez,
ablanda el vuelo de las gaviotas.         (en Portoferraio)




5

Vivamente 

                     (a Cristina)

Me inclino ante ti
cada noche que llegas,
sinergia de ojos,
simpatía natural,
deslumbrante magenta.
Anida en ti la voz de un hada
de estrellas, esgrimes
tu paleta de colores pastel,
cálida, virtud y mirada
del Ave Aquiana,
solidez de tu padre.

Tierna esposa de las flores,
luces tu palmito de niña roca,
desfilas tus facciones agradables
y sonríes tus adioses más bellos
con donaire.
Miro en el fondo del vaso:
el agua habla...

¿La escuchas?
Es la vida de sus sueños
la que palpita
en la palma de tus manos.





6

Caídas

No hay dos sin tres.
Y tres veces me caí.
Pero me levanté riéndome
de mí misma.
Dos días de rasguños
y alguna sombra púrpura
del golpe.
Nada más.
Y vuelta a empezar.




7

Salto mortal

La concha nos rescata
de una muerte segura,
vive ardiendo,
nos amansa la frente angosta,
la libera de espasmos.

Seguro que en la noche
duerme profunda su milagro...
negra arena de hierro
resiste extraordinaria,
bello animal en confidencia.

Acércate. Cierra los ojos.
¿Y tus lágrimas?
¿Dónde?
¿Dónde escondes las perlas?
¿Eres tú la loca que me llora por dentro de alegría?

Busco tu lastre ahora
en manos del caracol marino.
Salto y caigo fuera de la sangre,
me aferro al algodón
de las estelas.

Bajo el pulso binario
de la lava, suena
el oficio numinoso del nácar,
testigo y guarda
de las puertas de mi edén.

Complicada al tacto, una llave
con un golpe de fortuna
y una cerradura en roseta
sumergen mi cintura
en un genial trance botánico.





8

Piazza dei Duomo

Perdida, sin más brújula que el alma, caminé la
ciudad abrasada, solapando unas imágenes a otras,
pupilas, frescos de varias lecturas, miguitas de pan de
azar, cuentas para volver sobre mis pasos.

Una idea de belleza en cada esquina, un parto
múltiple de afanes y sueños, jugos y fluidos pétreos, el
milagro blanco, la más dulce primavera de esculturas,
espejos, cuadros, libros, huellas de seres humanos... y el
verde, ese verde musgo confuso que se desliza entre los
dedos del pasado.

Al pasar de puntillas a su lado, un pintor me sonrió
cuando en italiano le pedí palabras y dibujos de
esperanza. ¿Por qué no? Brilló el girasol.

La Catedral se proponía majestuosa, con orgullo de
experta en equilibrio, como un cuerpo de mujer. A sus
pies, un carruaje vacilaba al son de un relincho en
abanico.

En esa génesis de seducción universal paré el tic-tac
del tiempo. Me catapulté al instante y un sarcófago de
mármol le sirvió de nevera a mi anatomía más secreta.
Entonces, me dormí. Extraña siesta de ausencia en el
gran mausoleo simbólico de Michelangelo, lleno de
nada.

Eran las tres de la tarde. El ansia de las dos conchas
de la Cúpula me destapó. Sus costillas se acoplaron a mi
voz como antenas de pasión, agitaron sus pestañas en
horizontal y sentí entre mis dientes al ángel negro que
me acariciaba el pelo.




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