Hernán F. Pas nació en La Plata en 1974. Es profesor y licenciado en Letras de la Universidad Nacional de La Plata, donde trabaja como docente de Literatura Argentina.
Publicó el libro de poesías Hojas de invierno, Ediciones Al Margen, 1998, y varios poemas en distintas revistas. Algunos de sus poemas y cuentos formaron parte de Antologías.
La estupidez del tango y otros poemas
El aire se espesa en el socavón
quedo, y a los pulmones llega
con un resto de incertidumbre
que traduce las miradas apenas
entrevistas por la luz de los cascos
que visitan la mina. Se reinicia allí
la historia de la viuda que custodia
día a día el porvenir de los obreros.
(No hay blanco ni verde, rojo ni azul
en el trabajo elemental del carbón
en las células). El derrumbe es acto
puro en la memoria familiar, fábula
en la demótica sintaxis de los credos:
mujeres ya no entran desde entonces
a ese vientre horadado de la piedra.
El relato no alcanza, sin embargo,
a cautivar las almas que allí miden,
incrédulas, capacidades netamente
humanas.
Aspecto físico de la república Argentina
y caracteres, hábitos e ideas que engendra
La velocidad no permite reparar que las chapas
de zinc, bajo el sol del mediodía, hierven
el hedor del verano, y recorta en pocos
minutos las hectáreas que al costado de la ruta
cultivan ácaros en forma de desechos:
latas oxidadas, botellas partidas, montañas
de neumáticos que en un humo denso
esparcirán su condición de abandono.
La velocidad escalda los ojos, sólo
contornos avanzando hacia atrás
como una película en retroceso.
Niños sucios y cubiertos de harapos
con una jauría de perros pueden
verse, sin embargo, cada tanto,
entre la desalineada arquitectura
de las precarias casillas y los postes
que ceñirán de luz la noche
por venir. Allí la toponimia fragua
matemática pura.
Muchos intuyen
el todo homogéneo telúrico que se distingue
por su amor a la ociosidad e incapacidad
industrial. Se tiene en cuenta para esto
el incremento en el índice de exportación
de cereales y hortalizas ya embutidas y listas
para su inmediata exposición en las góndolas
de cualquier supermercado del mundo.
El sentido de lo apócrifo
(sobre Antonio Mamerto Gil y sus detractores)
No todos discurren por igual en esas horas
que entre tacuaras embadurnadas de rojo
y cientos de improvisados ofertorios
al santo apócrifo asiste la verbena; hay
quien saca fotos de la estatua y nada
deja, quien se arrodilla y prende velas,
quien compra estampitas y quien vende,
quien danza descalzo y quien se entrega
por espacio de una hora a la oración,
y quien tumbado queda por la nefasta
combinación de sol, vino y cansancio
acumulado en las faenas de la siega.
Por eso el acólito cristiano
que en el periódico hizo públicas sus quejas
no estimó que al condenar de un plumazo
por pagano ese festín y por ocioso
la inapelable adjetivación de sus frases
condenaba también sus ideas
al triste reservorio de la guerra
que en esa y otras zonas y otro
tiempo, menos simbólica y a caballo,
en nombre de Minerva ejecutaba
el sonante sostén de la sotana.
Te preguntás
A la noche, cuando apretás el botón
rojo del control remoto y pensás
en todo lo que no hiciste en el día
(hay que podar esas ramas que tocan la ventana,
hay que curar los ajíes, remover
la tierra, fumigar), condescendés
cómplice a la esquila inapelable del tiempo
(su continua apariencia de agua estancada
el lento rubor del eucalipto
que sólo los años
sabrán acontecer).
Jeroglíficos de una época.
Ponés ese disco de los Chalcha:
dueeerme, dueeerme, negriíito...
te preguntás cómo
todavía escuchás
semejante canción y
te dormís
Fast Food
Los cristales estallan en la vía pública.
Crujen, vuelan, multiplicando el estampido
de los muñones arrojados por manos
dedicadas en otro tiempo al común
trabajo de la república. No tan común,
porque en la forma de arrojar y de increpar
se observan indicios que permiten
imaginar en la diversidad la lógica
particular de ese intercambio.
En los pedazos de vidrio quedó
como muestra amenazante de la furia
una mancha de sangre. Se irá
con el camión de la basura. El mismo
cristal que a la mañana siguiente
estará nuevamente lustrando
el empleado de limpieza.
Ese verde
No irse es un modo de la semilla.
Un modo de la semilla o del amor.
Pero entre cajas de cartón y papeles
arrumbados después de la tormenta,
el único lenguaje que nos une
se parece a una promesa de los dioses
que no nos asistieron: ese verde
de la planta que resiste
en el centro de la casa
que dejamos.
La estupidez del tango
A menos de medio metro,
cuatro ojos mirando el cielorraso.
Lo único común el cigarrillo.
La paulatina desaceleración de las pulsaciones
que apenas retienen lo que hace minutos
los hurtó de la realidad brevemente.
La farsa inevitable de cualquier comentario
en la punta de la puta lengua
mientras en uno de los vientres
empieza a secarse el esperma.
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