miércoles, 29 de agosto de 2012

7619.- EZEQUIEL D' LEÓN MASÍS




Ezequiel D’León Masís
Abogado y escritor nicaragüense (Nicaragua, 1983). Ha publicado una plaquette de poemas titulada Trasgo (2000) y, con otros autores, el volumen El sinónimo antónimo (2002). Su poesía está incluida en la muestra Poesía de fin de siglo: Nicaragua-Costa Rica (Perro Azul, 2001) y en la antología El decir y el vértigo (México: Filodecaballos, 2005). También escribe artículos literarios, relatos y teatro breve. Es miembro del consejo editorial de la revista nicaragüense 400 Elefantes. 




CONJETURA DE UBÚ

Severa en lo que observa,
Dora Maar disfruta el vértigo de la idea
mucho antes que la imagen.
(Maldice el auge de la técnica
y el ruido de los motores
al paso de los carros).
No quiere lograr mendigos quejumbrosos
sino instantes de tormento, fijos.
Y va donde los haya.
Busca, inventa nichos de humanidad vacíos
en los que algún gato esté siendo comprimido
por la dureza de una torsión de brazos
o donde algún peón de almacén esté cargando
un maniquí en hombros.

Más todavía, ella se detiene.
Piensa que donde hay ciudad,
por ley, hay también caudillos,
reyes, señores de horca, lo que sea.
¡Hay, pues, el canon del déspota
que gusta de dictar!

Ella se abstrae del ritmo
de sus pasos sobre la acera,
vislumbra al Rey Ubú, sin ropas,
haciendo las veces
de gran polichinela desollado.

(La conjetura ha pasado a ser un diseño.
El diseño, a su vez, un arquetipo).

Rey o mascota de su propia manía,
Ubú es padre de los ciudadanos.
Todo él es el Estado mismo
en un solo bloque ya encarnado:
condena,
decapita,
cobra impuestos;
cree ser un esqueleto sucesivo,
mineral y a un tiempo vivo:
—Me mantendré en el medio
como una ciudadela viviente
y vosotros gravitaréis
a mi alrededor— grita Ubú a los esbirros.

Sí. Toca decir ahora que anochece.
Pero toca a todos repetirlo:
el día, fuego muerto, se deshace en trizas...
Yo prefiero cometer otra metáfora.
Entonces, escribo:
las palabras y las cosas
postulan el ocaso,
mientras el candil de la tarde se desploma.

Dora Maar, recluida en el laboratorio,
funda la claridad del gris contra lo blanco;
enjuaga, escurre dos,
tres láminas aún deshabitadas.
Pronto, algo empezará a asomar
sus coágulos inaugurales.
Brotará, allí, como gota de carne,
un feto de armadillo,
encendido a fuerza de sol y tumefacto.
Éste yacerá —larva ciega—
en el ancho centro de la vida,
asediado acaso por suburbios,
capitales, enteras periferias...




Nopal 

Sobre el páramo,
en ayuno perpetuo:
las verdes púas.




La escritura vigilante

Bien vine ahora a lo que nunca quise:
dictar lenguajes por nombrar ausencias.
El día es verbal y, aunque se desdice,
en su caer nocturno hay persistencias.

Tumulto de vigilias, el insomnio
prodiga eternos signos que enumero:
un friso imaginario, algún demonio,
la pugna de las formas, el esmero.


Quizá fue un sueño agudo mi desvelo;
por eso, al que yo soy, dio la escritura
para callar con letras la ruptura

de la razón estética en su duelo:
la nada acecha sin piedad ni prisa
al que esto anota y, crédulo, agoniza.





Escritura y tesitura mudas

Reviso un pentagrama de Eric Satie. Todo fluye en flujos de fluidez. Es premonición de trances que no eclosionarán jamás entre esas corcheas que anuncian su terquedad amarilla en plena quedidad silvestre: huellas de ávida saltapiñuela decacorde en medio de un enorme maizal en llamas, huyendo del huracán faloforme: los tonos que alteran la absurda improvisación simulada en sinuosa ondulación de eco de ánfora como antesala astral para el viaje hacia un jardín que es una morgue que es un convento que es un burdel... Locus inubicabilum, hic et nunc cerebrales, palpables a la manera en que nos dejamos raptar por los ambientes cándidamente terribles de Delvaux: pasteles y empastes atroces sobre el canvas. Del eco más incomposible de las urnas órficas se puede rescatar un ínfimo segundo en el que intuimos el juego de las correlaciones, esas que presuponen en delato el concepto mismo de pentagrama. Ocultamente, todo pentagrama asienta su aparente perpetuidad semiótica en la caracoleidad que genera imaginariamente el placer sonoro en su estado puro, en su silencio muerto de fosa escandalosa que, sugerida en escritura y tesitura mudas, sólo desde la trigonometría puede proyectarse. Invento no superado por el vinilo surcado en canal diamantino, ni las cintas magnetofónicas ni los tantos posteriores fracasos, el pentagrama es un nautilo que se cierra en sí mismo como una estilizada langosta inconcebiblemente minimalista.





Estudio sobre tu piel

Es probable que un solo cuerpo seamos, efímero e intenso, con interrupciones que se pausarán desde ahora antes de la siempre próxima caída, sin que haya vísceras en división de lo que este amor sin importancia nunca podrá y ya tu piel con su dulcete hedor a muerte me asfixie a gusto sin demoras y reconozca con mi boca un cierto rito, una iniciación reinventada, porque desde el goce voluptuoso pudimos decirnos a tiempo un día de tantos que cada uno padece algo por aparte, pero un algo indecible: esta intranquilidad que vidriosa cruje desde dentro nuestro y es mutua sed de incontrolable Nada compartida.





Adobe

Así como el adobe precario y su dulce deterioro
conjugan juntos su mutua lenta eterna muerte,
vos de mí te vas borrando a puro diario derrumbe.





What I saw in the water, 1938

Con todo,
Se gustar de este vomito
Profuso de inmundicias
En tu bañera,
Frida Khalo,
Al borde del aquelarre cerebral
De la media noche.

Indeleble la fertilidad
De la hembra ahorcada
Y su cuerpo renegrido de asfixia.
El pie agrietado
Por la tortura y el drenaje.
El animal de pluma
Tendido por encima del árbol-ruina.
La acrobacia de la niña
Y su fauna simulada…

Esta es nuestra exacta residencia
Dentro de la boñiga excreta
Del No-cosa.

   





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