domingo, 18 de diciembre de 2011

5448.- JUVENCIO VALLE

Juvencio Valle, seudónimo de Gilberto Concha Riffo. ( *Villa Almagro (Nueva Imperial) 6 de noviembre de 1900 – †Santiago. 12 de febrero de 1999). Poeta chileno.
Sus estudios primarios los realizó en su pueblo natal , posteriormente a los once años se traslada a Temuco y estudia en el liceo de hombres de esa ciudad del sur de Chile, donde también, a la sazón, asistía Pablo Neruda.
En 1918 viaja por primera vez a Santiago, donde permanece durante dos años; a partir de esa fecha comienza a escribir sus poemas iniciales.
Al año siguiente de la publicación de su segundo libro, en 1933, se radicó en Santiago, lo que significó el comienzo de una etapa bohemia en su vida, que quedó reflejada en su obra inmediata.
En 1938 viajó a España, como corresponsal de guerra de la revista Ercilla. De regreso a Chile, en 1941 ganó el concurso de la Municipalidad de Santiago, con su libro Nimbo de piedra, dedicado a los cuatrocientos años de la ciudad. A partir de esa fecha Juvencio Valle viajó en repetidas oportunidades a Rumanía, a la Unión Soviética, a los países del este de Europa y a Cuba.
En 1966 recibió el Premio Nacional de Literatura
Además, destaca por ser uno de los fundadores de la Comisión Chilena de Derechos Humanos en el año 1978, junto a Jaime Castillo Velasco, Joaquín Luco Valenzuela, Mila Oyarzún, entr otros.


Obras
La flauta del hombre pan. 1929.
El tratado del bosque. 1932.
El libro primero de Margarita. 1937
Nimbo de piedra. 1941.
El hijo del guardabosque. 1951.
Del monte en la ladera.1960.
Daniela mariana ojeda moreira




La Flauta


Esta flauta tan vieja que canta mientras sueño
¿con qué dedos de azúcar la tocan los pastores?


Mi sombra se divierte y se convierte en vuelo
por esta simple flauta que silba en la colina.


Finos alambres de oro se cruzan en el prado
y son como una vela en el lomo del viento.
Antenas, puentes, febles escaleras de seda,
¿hasta dónde no llega este tren de silencio?


Danzando al viento vienen por el lado del bosque
unas sílfides blancas, cándidas como un ala,
mientras las mariposas con sus cuerpos de loto
velan el viejo encanto de la hoja de parra.


La flauta de mis sueños en su círculo de oro
no abandona su siembra de rica pedrería.
Quiebra al viento los vidrios de sus veinte portillos
y ardida y simple sigue tocando en la colina.


Unas arañas verdes andan en una hoja
glosando esa alegría de convertirse en hilo;
una explora su pago, la otra cae al vacío
y así hacen las urdimbres de sus cachemiras.


Es justo el medio día y el sol parece un faro,
mas las estrellas miran la fiesta en la colina.


¿Qué cosa habrá más buena para lavar las sienes
y florecer, huyendo del pilar de cemento,
que abandonar los remos y tender las raíces
escuchando la flauta que silba en la colina?












Manzana


Eres el Sur Florido, la ágil manzana verde,
eres la buena tierra preparada con tiempo;
y eres el gajo blanco y el racimo de oro
y eres también la estampa de los naipes silvestres.


¿Qué centauro ardoroso con sus cascos de plata
holló el musgo ligero donde estabas tendida?
¿Quién se tendió a la orilla de tu río de sueño
para pescar tu luna y morder tus mañanas?


Corre, corre tus lomas, grácil manzana verde,
huye de pampa en pampa la pasión de los toros.
Nadie te eche su lazo de rocío en el cuello,
nadie te engañe nunca debajo de las higueras.


Que los faunos ignoren tu cantarito nuevo
y que ignoren el vaso de tus néctares buenos,
y la fiesta de cuentas de tus veinte arlequines
riendo como unos diablos debajo de tu cielo.












Luz Unitaria


Quieta y firme en su fondo de dulce índice blanco
y vale decir de hueso puro o de metal sonoro,
o vale decir ruiseñor de piedra santa,
sal descubierta a golpes de herramienta
o campana cantando a golpe vivo.
Y vale decir de hermosa piedra congelada
o de dulce corazón y de lámpara.


Cincelada en celeste como una espada fría
y mas verde que el delgado corazón de alambre,
ni el agua limpia que pesa mas que un río
ni el sueño espeso que le sirve de alimento,
ni aun el esfuerzo de los elementos primarios
que establecen su cuerpo ideal en el aire,
ni la raíz, ni el hueso, ni la lámpara:
sólo su pura y dulce luz de adentro.


Su brasa inmóvil de duro y seco hielo
mas que una imperial estrella de hierro azul,
mas que un agua mineral de agrios filos;
toda encendida debajo de su pollera fría,
hecha hoguera y pan blanco, vuelta unísona leña,
toda retoñando por sus natales substancias,
labrando una sortija antigua con los dientes,
haciéndose una cavidad obscura con las unas,
o un aire propicio para su naturaleza.


Crece su nuez adentro como un órgano nuevo,
crece como un sol solitario en un vientre,
como el diente del niño en la leche blanda;
crece el lento gusano transformándose en hueso,
crece el blanco carbón, crece hacia adentro.


Luminosa materia, en su gran consistencia
hay un gusto a pecado, existe un ciego beso,
una apretada lágrima de sal viva que quema;
hay un crimen violeta en este anillo espeso,
en este unido corazón que suena fuerte.












Canto al Agua


El agua azul y limpia y cristalina
nace desde las lindes de tu pelo
y baja, libre, hasta tus uñas finas.


Al agua canto y sobrellevo en vilo,
al agua azul que desvelada crece
desde tus plantas en delgado hilo.


Al agua, al agua limpia canto y digo:
desde mi oscuro abismo te presiento,
aguacopa, aguacielo y agualirio.


Bebe, María, bebe al agua fría,
pon tu boca en su boca, pon tu vida
sobre el deleite de esa resalía.


Desde tu pie dormido hasta tu pelo
súmate al agua en flor -lágrimas viva-
dilúyete en cristalino terciopelo.


Baja tu frente hasta tocar la piedra,
busca llorando la raíz del agua,
búscala de rodillas en la tierra.












El Grito


Me dicen
que respete las leyes,
la Constitución del Estado,
los reglamentos,
las costumbres establecidas.


No puedo acatar nada,
soy una hoja,
nada tengo que hacer con esas flores,
por ese anchuroso lado
sobro de pie a cabeza.


Me cuentan al oído
historias edificantes
de oficiales pundonorosos
y funcionarios de carrera;
pero yo soy un pájaro perdido
no tengo medallas,
no estoy obligado a nada.


Me crié en la espesura,
vengo de la hojarasca
y, ay Dios, si yo pudiera,
al retornar a tierra
recobrar mis instintos:
comerme al hombre quiero,
al hombre con corbata,
con bisagra,
con plancha,
comerme al hombre quiero.


Me miro en lo que soy,
entre real, a veces, o hipotético;
me palpo con los ojos
y me descubro sobrevivido,
me pesa sobre los hombros
el traje de diablofuerte.


Con ojos inmisericordes
me contemplo:
me condeno a mí mismo
por mi carencia de afirmación y desafío,
por mi impasible cara de palo.
Difícilmente encuentro
razones que me justifiquen.


Apretando los dientes me pregunto
¿quién te da el pan, poeta,
si tú no lo sustraes
destripándote a tí mismo
—asesino evidente—,
rasguñando día y noche
empecinado y mañoso
sobre una costra dura?


Me vienen ganas incontenibles
de incendiar la oficina,
echar al diablo tanta papelería inútil,
números, oficios, fichas
horarios y estadísticas
sin pasión ni rocío.


Tanto fórmula estricta
y tanto timbre,
y para arriba y para abajo
tanto usía,
y por las orillas
ningún arranque de la sangre,
ningún beso salvaje,
ningún trino.


Entre tanto
la Secretaria al frente,
perfumada y alada:
boca, nariz, garganta,
pestañas como alamedas.
Qué hace tu sangre antártica, entonces,
bestia domesticada,
qué hace tu diente carnicero,
perro de presa.


Tránsito suspendido,
subió la leche,
no hay carne en ninguna parte,
escondieron el té;
debes pagar impuestos,
te queda un saldo en contra,
debes siete botellas,
viene la policía.


Irme saltando muros
como escapado de la cárcel,
correr con el corazón fuera del pecho
hasta los propios límites del mundo,
hundirme en la soledad,
perderme en el vacío.


Háblenme de la ley escrita,
del estatuto orgánico,
de la educación, señores;
El buen comportamiento
y las buenas maneras.


Qué tiene que ver con esas plumas
un buscador de miel como yo,
un picaflor, a penas,
que con el aire puro se emborracha.


Un día nací, es cierto,
pero nací llorando
y tan evidente disconformidad
afirma mi derecho
a contrariar los códigos impuestos,
a defender como una fiera
mis deleitosos defectos:
únicas conexiones
que tienen sabor a vida.












De los buenos oficios


De repente suelen llamarme aparte para decirme
muy en privado
y muy a lo amigo:
"Tú eres un poeta bucólico
cantor incomparable de la naturaleza,
no vale la pena que te desazones
no hay iracundia que valga lo que tu poesía,
ningún desborde te saque de quicio,
cuida de no manchar tu inmaculada flor de lis".


Pero yo soy un pájaro porfiado,
cerril como un peñasco,
y como mejor puedo
contesto disculpándome:
no mi sabio rey Salomón,
no mi amigo letrado,
no mi señora de moño y copete.
Seguro de mi causa
-en un rictus largo de oreja a oreja-
yo debo todavía dar las gracias:
esa maleza no me perturba el seso,
no me enreda los pasos
ni ensucia mi flor de lis.


Yo no le canto a esas malas hierbas
-qué cosas me suponen-,
procedo por higiene solamente,
señalo el tumor maligno para que lo extirpen;
con acento patético
expreso el hecho absurdo
que inquisidores retrasados
-enquistados sin saber como entre los libros-
estén dictaminando a gritos sobre la poesía.


La poesía es libre como el rayo,
incorruptible como el oro;
hace llorar a veces como una cebolla abierta
o es difícil de mascar como el pan duro;
ningún extraño le entierra el diente,
no admite lazos ajenos en su cintura,
anillos frívolos en sus dedos.


No traten de domesticarla con elementos de
tortura,
coronándola de espinas
o haciéndola sudar sangre;
la poesía es como el diamante,
no la pulverizan con palabras gruesas;
cuidadosa de su persona y su tocado
no admite engaños,
orgullosa de sus orígenes
no podría aceptar ásperas carrasperas,
arranques trasnochados.


Santa Teresa se sentiría enclaustrada,
Quevedo se desangraría por sus viejas heridas,
a Baudelaire le saldrían canas verdes,
Rimbaud retornaría al Africa,
Mayakovsky volvería a suicidarse.


De eso solamente se trata:
dejar tranquila a la reina en su estrado
o, lo que es lo mismo,
no enturbiar el agua limpia.


De todos modos, muchas gracias.














Me Muero Irremediablemente


Me estoy muriendo en una Biblioteca
entre libros en fila,
testigos filósofos del hecho;
libros que desde lejos me contemplan,
mudos por fuera,
pero por dentro llenos de elocuencia,
y a quienes digo:
un momento Jorge Manríque,
San Juan de la Cruz, espérame,
Perdóname, Quevedo.


Pidió mi muerte a plazos
el director del establecimiento,
la decretó el Ministro a ciegas,
y las paredes frías
quedaron silenciosas;
el techo de cemento
todavía no se viene abajo,
los mármoles del piso
parecen lápidas.


Oídlo por mi boca:
me muero día a día.
Que lo digan simultáneamente
mi compañero Alfonso Montenegro,
mi amigo Juan Cavada,
la señora Emma,
las tres Marías de la Biblioteca
las dos Zulemas.
Y también los más jóvenes,
desde hoy sentenciados
a morir con el libro en la mano.


El alma se me cae en los tinteros,
nado en un mar de fichas y papeles,
archivadores, cartas,
máquinas de escribir, feroces máquinas
de sumar y multiplicar congojas,
timbres eléctricos,
gritos del emperador doméstico,
números, oficios:
me falta el aire azul,
me ahogo irremediablemente.


Soliciten una junta de médicos,
traigan sus instrumentales los doctores,
alargadme una rama,
llamad a los bomberos.
Aquí se necesitan
brujas en una escoba,
exorcismos violentos,
uñas de la gran bestia,
amuletos o cruces
para espantar el diablo en esta casa.


Píldoras para la libertad perdida,
cuerdas de salvataje,
una ventana abierta al sur,
un caballo ensillado,
una ráfaga.


Venid con yerbas frescas
para mi mal de adentro;
necesito con urgencia una botica,
yo todo me lo tragaré de golpe:
mis días están contados
pero aún pudiera ser tiempo.


Poned un radiograma a los poetas,
que los colegas sepan la noticia,
que nadie ignore cómo me encarnecen,
un cable que escuetamente diga:
"por disposición del jefe de Servicio
—un malo de la cabeza—
a esta hora se está muriendo,
irremediablemente,
Juvencio Valle
en la Biblioteca Nacional de Chile".












En donde se aconseja
no volar más alto
que los pájaros


Mas no volaremos tanto. Todavía nos quedan
verdades de ver y de tocar en tierra firme.
Al tenor de tanto himno celeste desbordado
cantan también las aves.
Los pájaros del cielo
y de la tierra juntos. Exaltado conciertos
en este anfiteatro que va de rama en rama;
al compás de una misma e invisible batuta
cantan todas las aves del bosque reunidas.


Así, la diuca araucana, de albo delantal;
el chincol repentino, de militares bríos;
el jilguero romántico; la enamorada torcaza;
el tordo todo de luto; el zorzal silbador
la loica damnificada, de ensangrentado pecho,
el pájaro carpintero, empecinado artesano
que hace retemblar con su pico todopoderoso
las enormes columnas de este lírico Olimpo.


Esta rápida enumeración es incompleta,
que aún quedan allí cantando en el olvido
celebérrimos maestros del madrigal más dulce,
todos de sobresaliente cartel en esta plaza.


Y, además, el concierto de los sapos.
La ilustre sapería cantando a voz en cuello
debajo de la noche, en su proscenio líquido;
a toda orquesta, ateridas batuta y levita;
sus largas y enfermizas querellas con la luna,
sus castañuelas secas y sus tenaces crótalos,
sus contrapuntos sin fin con las estrellas.








Margarita Petunia


Margarita Petunia,
miel y leche en la cáscara,
alfiler en la lengua,
sol en la piel sin mancha.
Margarita, qué fuego
y qué sol en las uñas,
blanco carbón del cielo,
Margarita Petunia.


Dame a beber tus jugos,
Margarita lunaria,
sorbo a sorbo tus mentas,
tus encendidas aguas,
tus cervezas violentas,
Margarita lunaria.


Árbol del agua verde,
lámpara de agua pura,
boca de cardo en llamas
que muerde si saluda.
Esa saliva dulce,
esa salmuera ardiente,
ese alcohol con guindas
derramado y alegre.


¡Sobre la llama virgen
esa siembra de aceite!
Arde, sábana blanca,
muerte, mistela rubia,
lluvia de aguas borrachas,
Margarita Petunia.








AMOR TERRITORIAL




Chileno de Chile en Chile,
gentes de cara a cara y pecho al frente,
a gritar otra vez "mi hermosa patria";
rotos alzados,
corvo en mano,
a tomarse nuevamente el morro.


A sacudir las pintorescas plumas,
que vuelen aventadas las cenizas,
que el huracán se lleve los harapos;
a multiplicar las lámparas,
a provocar salvadores incendios,
a desenrollar las vendas
-de los ojos y de las heridas-
que la verdad florezca
y tu dolor se vea.


Hay exceso de lágrimas en Chile,
mucho llanto contínuo
y demasiado olvido;
sombras,
la noche ha echado en tí sus raìces,
se ha quedado a dormir contigo.


Aquí faltan clarines,
relámpagos,
pulmones,
hombros todopoderosos que sostengan el
edificio,
manos que empujen el carro.


Y sobran los mercaderes,
gentes que venden religión y bandera
y a todo le asignan precio,
minas, puertos, bahías,
ciudades enteras con pueblos
autóctonos adentro;
todo, todo lo venden,
todo lo echan al saco
y a todo le ponen etiquetas:
número de salida,
rol de despacho,
ruedas.


Pero, por la Virgen Santísima,
esta tierra exaltada no tiene precio
y hasta los pájaros lo juran,
no es tela para el mercado,
queso de rebanar a cuchilladas;
no podemos venderla por mensualidades.


Chile es un don de Chile,
con ramos de toronjil y yerbabuena,
con niñas que enamoran y besan,
y por encima de las pircas suspiran
y echan a volar sus ojos negros.












Destino


Emoción sin raíz y sin espiga
que hincha el corazón de los botones
y desangra en aromas.


Pestañita de lumbre de mis antros
por donde va mi tosca melodía
y revienta en estrellas mi palabra.


Pecado que desgrana su lujuria...
¡con mis manos de barro lo recojo
y me parecen rosas sus espinas!


Polen de luz dormido sobre el alma,
¡Viene ebria la abeja de la vida
y aparecen los besos como estambres!














Marina


Cuán triste te espera mi playa de arena.
Tu mar de belleza se acerca cantando,
me muerde y me deja su sabor de pena.


Cuando ya rendida te tengo a mi vera,
te yergues de nuevo, dejándome sólo
tu beso mordiente de angustia y salmuera.


Mi playa te espera doliente y serena,
pero en esa danza que cimbra tu vida
tú rompes mi pobre corazón de arena.


Mi playa te sigue tendida al ocaso...
Tu cuerpo de fruta, lejano y esquivo,
¡cómo lo tuviera ceñido a mis brazos!














Roble


Cómo le nacen hojas a mi roble.
cómo revientan flores en mis ganchos!


He sido, apenas, la raíz oscura
y hoy el amor me da su linfa grande.


Cómo me abrasa un hálito de surco,
y cómo tremolan mis anillos verdes!


La primavera me besó las manos
y entre los dedos me cuajó esmeraldas.


Gloria de un pobre gajo carcomido:
¡hoy también puedo perfumar el aire!


Decir que tengo suavidad de nido
y lengua de seda que se apaga y arde!


Aves del cielo cobijó mi copa
y se han vuelto cantos todas mis palabras.


Germinal de ensueños me besó la boca
y en hojas y flores reventó el milagro!



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