miércoles, 21 de diciembre de 2011
5499.- RAÚL CONTRERAS
Raúl Contreras (Cojutepeque, 3 de mayo de 1896 – Madrid, 2 de diciembre de 1973) fue un poeta, dramaturgo y diplomático salvadoreño. Desde la segunda década del siglo XX, obtuvo cargos diplomáticos en los que fungió como enviado extraordinario y ministro en Madrid y París. Debido a la Segunda Guerra Mundial pasó a radicar con su familia en el sur de Francia.
Entre 1947 y 1950 escribió bajo el seudónimo de Lydia Nogales, y sus primeros poemas aparecieron en La patria de las artes y Tribuna Libre en San Salvador.
Junto a Alberto Guerra Trigueros y Ricardo Trigueros de León, fundó la Casa de Cultura de San Salvador. Logró, además, el ingreso como miembro a la Academia Salvadoreña de la Lengua. En los años 1950 fue presidente de la Junta Nacional de Turismo, la cual tuvo significativos resultados al construir muchos turicentros y parques populares que continúan funcionando en la actualidad, entre ellos el Parque Balboa, Los Chorros, Apulo, Hotel de montaña en el Cerro Verde, etc.
Después de su muerte, sus restos reposan en el rincón de los poetas, en el turicentro los Chorros. David Escobar Galindo describe a Contreras como:
Poeta de fibra romántica que deviene en post-modernista. Cultor excelente del soneto, forma clásica en la que está vertida casi toda su producción poética.
Juan Guzmán Cruchaga, por su parte, expresa:
Gran Poeta, creador de creadores y fabuloso Mago de los jardines…
Obra
Armonías íntimas, poesía, San Salvador, 1919.
La Princesa Está Triste…, pieza teatral en verso, Madrid, 1925.
Poesías Escogidas, poesía, Madrid, 1926.
Presencia de Humo, poesía, San Salvador, 1959.
Etc.
UN VISITANTE
Alguien abrió con el mayor sigilo
mi puerta, de seguro mal cerrada,
Le vio, sin forma apenas, mi almohada,
el paso muelle y la palabra en vilo.
No, no era nadie que buscara asilo
ni que quisiera demandarme nada.
Con la primera luz de la alborada,
salió en silencio y me dejó tranquilo.
De EN LA OTRA ORILLA, Edición póstuma, San Salvador, 1974.
Ángel En Mí
Te estoy hablando bajo, muy bajito,
Sin voz, como se le habla a los querubes.
Pero sé que me entiendes y que subes
Del fondo de mi sangre hasta mi grito.
¿Grito? ¿Por qué? Si mi dolor contrito
Se percibe sonriendo entre las nubes.
¡Si estoy aguardando a que te incubes
En la sed de mi hondón, ángel proscrito!
Ángel en mí, lejos de mí. Tan leve
Que ni a nombrarte la ilusión se atreve,
Y, sin embargo, la ilusión te nombra…
Ángel en mí, lejos de mí… Que existe
Sin existir. Porque mi carne triste
Bebió tu luz para alumbrar su sombra.
Divino Amor (I)
Si el Amor está en mí, ¿por qué la ausencia
Ronda mi corazón y lo alucina?
Y si lejos está, ¿por qué se obstina
En cegarme de luz con su presencia?
Igual que el vaso que perdió la esencia
Una angustia de sed me desatina.
¿Cómo beber la sangre de la espina
Y mi barro colmar de transparencia?
Amor, que me persigues y me huyes,
Buscándote y buscándome: ¿no intuyes
La senda clara y el seguro abrigo?
Tras del párpado leve que te esconde,
Sé que es tu voz la que a mi voz responde
Y que, no estando en mí, tú estás conmigo.
Divino Amor (II)
Aquella tentación, aquel sendero
Abierto en cruz a la visión dorada,
Aquel trino de alondra en la alborada
Y aquel embrujo del primer lucero…
Hollar de rosas con el pie ligero,
Temblor lunar entre la fronda… En cada
Repliegue del enigma, tu mirada
Alumbrando los ojos del viajero.
Negra la veste y la mirada huida,
Te busco, Amor, como la luz vencida.
Alba de ayer. Silencio del ocaso…
Y en mí se enciende tu caricia muda.
…Iba en mis ojos la visión desnuda
Y tu presencia la envolvió a su paso.
Divino Amor (III)
Amor, no volverás… Sé que mañana,
Cuando torne otra vez la primavera,
Perdido el rumbo, la ilusión viajera
No atisbará tu signo en mi ventana.
Ni codicia del sol. Ni luz cercana…
Sordo el oído a la canción de afuera,
Mi alucinado corazón no espera
Tu beso amigo ni tu voz hermana.
Amor, no volverás… Pero si vuelves
Al filo del crepúsculo y me envuelves
En tu clámide gris, ya sin preguntas
Iré contigo. Y me verás entonces,
Bajo un oscuro resonar de bronces,
El paso inmóvil y las manos juntas.
El Huésped
El pan servido. ¿Y para quién adorno
la mesa dulce en el convite huraño?
Porfía de aguardar, año tras año,
el pan servido y la ceniza en torno.
Quemaronse las brasas en el horno
y el huésped sin venir: huésped extraño
presente y sin presencia. Como antaño
mi mesa está esperando su retorno.
Acaso, sin saberlo, en el postigo
arde la vela que encendí. Quién sabe
si el pan que no comí coma conmigo
en esta noche. Y su silencio grave
sea el convite que esperando sigo
en esta noche. Y el portón con llave…
El Viaje Inútil
Todo era azul en la primer salida
Azul la embarcación, azul el puerto.
El corazón, hacia la luz abierto,
Soñaba con la tierra prometida.
Y en el retorno, con pavor de huida,
Anclo en mi propia soledad y advierto
Que, tras de mí, se iluminó el desierto
Y que en la luz se me quemó la vida.
Aquel azul… ¿era un azul de aurora?
Bajo la niebla, el corazón ahora
No atisba las señales para el viaje
sin término, sin rumbo, sin destino.
¡Aquel azul me alucinó el camino…
y fui… y estuve… pero nada traje.
Holocausto
Luz que en la soledad madura el hielo.
Cauce de sed y curva que se inicia.
Imán de perfección, que alza y propicia
El faro inaccesible de mi anhelo.
No sé si, en mi holocausto, el goce es duelo,
Dardo que hiere o ala que acaricia…
¿Vértice de la luz? ¿Alba novicia
Tatuada de horizontes para el vuelo?
Ardiente en la raíz, mi son intacto
Filtra un claror de lámpara futura
En cada espina del rosal abstracto.
Y en vértigo de abismos y de altura,
Se me quema el dolor, sellando el pacto
de la ceniza con la brasa pura…
Sobre La Misma Piedra
Sobre la misma piedra,
cuanto tú pases, Tiempo,
sin fin y sin principio,
sin forma ni color:
tiempo de mar y selva,
tiempo de espacio y nube,
tiempo de donde vine,
tiempo hacia donde voy…
sobre la misma piedra
donde tú me dejaste,
bajo un silencio claro
te aguardará mi voz.
Será mi cuerpo,
entonces como un árbol al viento
redundado de nidos
y con la cima en flor.
Mis pies, hechos raíces,
escarbarán la tierra.
Mis brazos, hechos ramas,
se tenderán al sol.
¿Cuál será mi saludo?
¿Me doblaré a tu paso
con el curvado signo
de la interrogación?
¿Se agitarán mis hojas
en señal de aleluya?
¿Haré sonar mi copa
como un gran caracol?
Sobre la misma piedra
donde tú me dejaste
porque opuso a tu brío
mi mansa rebelión,
me encontrarás humilde
sin pedirte que seas
para mi tronco, savia;
para mis hierbas, hoz.
¿Y si tardas? No importa
te esperaré lo mismo,
con la marea de antes,
con el remanso de hoy.
¿Avizoré tu límite
y he visto en el espacio
las agujas inmóviles
del eterno reloj?
Ah, cuando pases,
Tiempo, desorbitado y mínimo,
cómo he de agradecerte
la incomunicación.
Porque en este abandono
de mi sabio desierto
he sentido acendrarse
mi armonía interior.
Todos mis pensamientos
se han deshumanizado
como la luz del día,
limpios de imperfección.
En mí, como en la arena
que guarda los sonidos,
ha penetrado un poco
del silencio de Dios…
Soy Lo Que Soy
Mi mundo es irreal. Cumplo mi suerte.
Y soy uno de tantos tejedores
Que, por ir separando los colores,
La tela dura del dolor no advierte.
Débil acaso, pero acaso fuerte,
Le pido hilos de plata a los albores.
La luna vio mis claros bastidores
Bordar un traje azul para la muerte.
Porque me aparto del telar ajeno
Algunos dicen que soy loco. Bueno.
¿Tejer o destejer? Todo es lo mismo.
Soy lo que soy. Mas lo que nadie sabe
Es que en la luna mi telar no cabe
Y que mi lienzo lo tejió el abismo.
Vértigo
Al caer de la luz, mínima y quieta,
Repaso mi dolor. Y alzo mi vida
Lo mismo que una página leída
Cuya frase final no se concreta.
El ritmo en fuga, la canción inquieta
?voces de ayer y hoy niebla desvaída?
rezuman en los bordes de mi herida
como el agua se filtra por la grieta.
¡Alas de la ilusión llenas de herrumbre!
Un día azul casi toqué la cumbre…
Y, enferma de horizontes y espejismo,
Resbala en mis silencios la congoja
Del día alucinado que se arroja
Por vértigo de altura, en el abismo.
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