Rafael Arévalo Martínez (Ciudad de Guatemala, 1884 - Ciudad de Guatemala, 1975), fue un escritor guatemalteco, considerado uno de los antecesores del realismo mágico.1
Estudió en los colegios Nia Chon y San José de los Infantes, pero no logró terminar ni siquiera el bachillerato debido a problemas de salud.
Arévalo Martínez cultivó la narrativa y la poesía. Sus primeros pasos públicos en la literatura los dio en 1905: en ese año apareció publicado en un diario su primer poema y en 1908 presentó Mujer y niños al concurso de cuentos de la revista Electra, que obtuvo el primer premio.
Con Francisco Fernández Hall en 1913 fundó y dirigió la revista Juan Chapín, órgano principal de la Generación de 1910, llamada también del Cometa. Escribió en periódicos y revistas tanto nacionales como extranjeros, entre ellos, en La República, El Nuevo Tiempo, Centroamérica.
En 1916 residió un tiempo en Tegucigalpa como jefe de redacción de El Nuevo Tiempo, pero pronto regresó a su patria, donde en 1918 fue nombrado secretario general de la Oficina Centroamericana (Arévalo Martínez colaboraba desde 1915 en la revista que editaba esa institución).
En 1921 fue elegido miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española.
Fue director de la Biblioteca Nacional de Guatemala durante 20 años, hasta que en 1946 fue nombrado delegado de su país en la Unión Panamericana (hoy Organización de Estados Americanos).
Entre los reconocimientos que obtuvo destacan las condecoraciones con la Orden del Quetzal (Guatemala) y la Gran Cruz de la Orden de Rubén Darío (Nicaragua).
Se considera como su obra cumbre a El hombre que parecía un caballo2
Obras
Narrativa
Una vida, 1914
El hombre que parecía un caballo, 1914
El trovador colombiano, 1920
El señor Monitot, 1922
La oficina de paz de Orolandia, 1925
El mundo de los maharachías, 1938
Viaje a Ipanda, 1939
Manuel Aldano, 1914 (teatro)
Ecce Pericles (biografía del dictador Manuel Estrada Cabrera)
Poesía
Maya, 1911
Los Atormentados, 1914
Las rosas de Engaddi, 1927
Por un caminito así, 1947
RETRATO DE MUJER
Ella es una muchacha muy gorda y muy fea;
Pero con un gran contento interior.
Su vida es buena, como la de las vacas de su aldea,
Y de mí posee mi mejor amor.
Es llena de vida como la mañana;
Sus actividades no encuentran reposo
Es gorda, es buena, es alegre y es sana;
Yo la amo por flaco, por malo, por triste y por ocioso.
En mi bohemia, cuando verde copa
Se derramaba, demasiado henchida,
Ella cosió botones a mi ropa
Y solidaridades a mi vida.
Ella es de esas mujeres madres de todos
Los que nacieron tristes o viven beodos;
De todos los que arrastran penosamente,
Pisando sobre abrojos, su vida trunca.
Ella sustituyó a la hermana ausente
Y a la esposa que no he tenido nunca.
Cuando se pone en jarras, parece un asa
De tinaja cada brazo suyo; es tan buena ama de casa
Que cuando mi existencia vio manchada y helada y destruida
La lavó, la planchó, y luego, paciente,
La cosió por dos lados a la vida
Y la ha tendido al sol piadosamente.
Aurretrato
Un árbol luengo, deshojado y seco,
pero que enhiesto, sigue todavía;
una culebra en línea vertical;
un poste de telégrafo en la vía,
eso soy por mi bien o por mi mal.
Soy un hombre de chicle que los dioses
del Popol-Vuh jalaron de los pies
y la cabeza a un tiempo: y que, después
(entre risas y toses,
al mirarlo tan largo y tan delgado)
sin reparar su mísero destino,
dejaron a la vera del camino,
irreal y abandonado.
Balada De Los Últimos Amores
Ya tengo medio siglo y sin embargo
los ojos se me van tras las muchachas.
He seguido a mis hiijas en la calle
si no me dan la cara.
¿Qué hacemos, corazón, porque envejezcas?
¿Cuándo envejeces, alma?
He amado sucesivas floraciones
del mismo tronco o de la misma rama
y dirigí cumplidos a las nietas
de las mujeres en un tiempo amadas.
Pues soy como la tierra: nunca viejo
y muy capaz a todas de guardarlas.
Siento el influjo de la primvavera
como si fuera el suelo de mi patria.
Ya tengo medio siglo y sin embargo
los ojos se me van tras las muchachas.
El Caricaturista Mom Crayón (José C. Morales)
Tiene una vista aviesa; una vista embozada
en un párpado grueso. Parece su mirada
una mano con guante que ha blandido una espada.
Cámara fotográfica es su oscura retina.
Es bajo. Es su cabello negro como la endrina;
tiene un rostro moreno: fue algo de tinta china
que un día de trabajo cayó de su paleta,
porque tuvo la audacia de trazar mi silueta
sin recordar que siemrpe fue inviolable un poeta.
Es hombre que en la mano mantiene el corazón;
pero en el ancho óvalo de su rostro, un burlón
lineamiento, nos miente con su ruda expresión.
Su mirada de acero corta como un cincel.
A pesar de su fuerza me he batido con él:
yo blandía un soneto y él blandía un pincel.
Fueron armas corteses. En la cámara oscura
de sus ojos brulones le quedó mi figura
y sentí el botonazo de una caricatura.
El Derecho De Amar
De sus manos cruzadas sobre el pecho
separó con ternura la más fría,
y la dio a calentar entre la mía.
Y entonces nustro amor insatisfecho,
aquel inmenso amor, tuvo un derecho.
¡Nada puede negarse a la agonía!
Cuando la enferma pálida moría
me dejaron llegar hasta su lecho.
¡Oh mi amada inmortal! Como un esposo
pude entonces velar por tu reposo
y hacer mios tu goce y tus dolores.
Y conquisté el derecho de quererte
cuando al vernos sufrir tomó la muerte
bajo su protección nuestros amores.
El Señor Que Lo Veía
Porque en dura travesía
era un flaco peregrino,
el Señor que lo veía,
hizo llano mi camino.
Porque agonizaba el día
y era cobarde el viajero,
el Señor que lo veía,
hizo corto mi sendero.
Porque la melancolía
sólo marchaba a mi vera,
el Señor que lo veía,
me mandó una compañera.
Y porque era la alma mía
la alma de las mariposas,
el Señor que lo veía,
a mi paso sembró rosas.
Y es que sus manos sedeñas
hacen las cuentas cabales
y no mandan grandes males
para las almas pequeñas.
1915
La Vida Cuelga
La vida cuelga en todas partes:
cuelga en los brazos de una madre
y en las rmas de un árbol
y aun de las manos de una estatua de mármol
hecha nidos de golondrinas.
La vida cuelga por doquier.
Y las columnas de la vida
son el manzano y la mujer.
La vida cuelga en las tetas de las vacas
y en los bolsones de libros de las colegialas.
La vida cuelga
en los festones de las enredaderas
y en las ramas de la noche con
sus frutos de estrellas.
La vida cuelga por doquier
y las columnas de la vida
con el manzano y la mujer.
Ropa Limpia
Le besé la mano y olía a jabón:
yo llevé la mía contra el corazón.
Le besé la mano breve y delicada
y la boca mía quedó perfumada.
muchachita limpia, quien a ti se atreva,
que como tus manos huela a ropa nueva.
¡Besé sus cabellos de crencha ondulada:
si también olían a ropa lavada!
¿A qué linfa llevas tu cuerpo y tu ropa?
¿En qué fuente pura te lavas la cara?
Muchachita limpia, si eres una copa
llena de agua clara.
1914
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