domingo, 18 de diciembre de 2011
5467.- SERGIO OIARZÁBAL
SERGIO OIARZABAL (Bilbao, 1973 - 2010)
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto, fue profesor de Literatura Española en Enseñanzas Medias y colaborador habitual en diversos medios de comunicación.
Su obra poética ha recibido numerosos reconocimientos, como el Iparragirre Saria (1995, 1999 y 2001); Asociación Artística Vizcaína (1996 y 1997); Universidad de Deusto, San Sebastián (1999, 2001); Universidad de Deusto, Bilbao (2000, 2001 y 2002); Premio Nacional Miguel Hernández 2003 por su obra Flammis acribus addictis (Editorial Instituto Alicantino de Cultura "Juan Gil-Albert", Alicante, 2005); Mención extraordinaria en el Concurso Mundial de Poesía Erótica (Perú, 2008); finalista en el concurso La Voz + Joven Obra Social Cajamadrid 2008.
"Traductor de sueños por Babilonia", poemario póstumo de Sergio Oiarzabal, publicado por Masmédula Ediciones.
Acaso Dios seguiría queriendo morir
Guillaume Apollinaire
No te marches esta noche yo soy herido no me dejes en mi purgatorio a solas
todavía no he escrito la mejor oración para rezarte mi amor para rezarte
yo soy dueño de las palabras más oscuras y tú en tu abundancia de ponientes lo sabes
tú me salvas de mi nombre
y tu voz luminaria vuela haciendo eco por mi larga soledad de niño
tú me curas cuando lloras
y mi tristeza entonces se deshoja con el mismo pensamiento de un otoño
tú me besas en mi sombra
y deben dolerte tanto los labios ya sé dolerte mucho
tú me duermes en tu pecho
y en mi sueño no bajan con un alud de sangre a beber los lobos
tú me afliges indefensa
y mi rabia forja con piedras sagradas su espada de guerra
tú me sacias soñadora
y que la luz nos descubra atados a un mismo veneno
tú me amas en silencio
y mi canto perdurará en el tiempo como el fervor de la leyenda
yo soy dueño de las palabras más oscuras ayúdame a cerrar los ojos como si hubiera muerto
amor cielo tierra noche y día agua y viento se escriben contigo
con la aurora derramada de tu nombre.
En el prólogo de Traductor de sueños por Babilonia, Hasier Larretxea afirma: [...] en este libro encontraréis el zarpazo del lobo que aúlla a sus propias vísceras invocando el hondo pesar de la medianoche. La ventisca fina que acariciará el terciopelo azul en ese ejercicio de autor de finalizar ese fresco, esa obra definitiva donde cada palabra se ajusta al mimetismo del brochazo que atraviesa la obra, dejándonos bien claro que la poesía no es sólo la palabra, sino el matiz de la mirada en la que se posa lo perecedero o insignificante para la luz del día, que [...] consigue mojarnos con su poética descarnada, angustiada, de respiración entrecortada y vuelo raso, con la capacidad de girar el encuadre de un mismo poema para llevarnos hasta territorios inhóspitos, inesperados.
Es ésta una obra imprescindible, donde, como afirma finalmente el prologuista, late todo un mundo de vida concentrada en la poesía.
ÁNIMAS
Para quien se alimentó de las raíces que atormentan, para quien sació la sed con sangre y deliraba como un sudor mortuorio, para quien agotado durmió entre zarzales y al despertar su cerebro se había convertido en isla, desierto o grandiosa corona de espinas negra, para quien también al fin, inútilmente olvidaba como un candelabro a través de sombríos corredores, para quien al igual que el tiempo a lametones se limpia las heridas, para quien al callar reza la oración que se levanta desde hogueras lejanas, para quien escribe con veneno páginas que serán prohibidas o arrojadas a las llamas... la sombra de las sombras. Ya la muerte es una vieja amante. La carne que gime bajo la lágrima. Ya la muerte es una vieja amante. El hueso que arde otoñal con el suspiro, y ¡ay de quien no se enamore de estas letras!
No me mires a los ojos, se asoma a mi cara el rostro del tigre. Y sus ojos, mis ojos, son amarillos. Mi piel no puede estar más limpia y mi hambre no puede ser más ávida. Esta noche puedo respirar todos los llantos. Olerlos como claras huellas. Y correr. Avanzar hacia ellos como a un dulce reencuentro. Todos mis huesos crujen, maderas podridas de escalones en el faro, avistan siempre la misma orilla. Ya me desnudo. He de sentir frío. Hasta abrazarme y llorar. Hasta abrazarme y no poder llorar. Y ese alarido de sirenas perenne que ya no podrá crecer más, nunca más, porque llegó a ser igual que su imagen misma. Sin fin. Sin escapatoria alguna como palabra última pospuesta por un punto final.
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