Braulio Ortiz Poole
(Sevilla, 1974) es periodista y trabaja en la sección de Cultura del Diario de Sevilla. Ha publicado la novela Francis Bacon se hace un río salvaje —con la que obtuvo el Premio Andalucía Joven de Narrativa—, el libro de relatos Biografías bastardas y los poemarios Defensa del pirómano y Hombre sin descendencia. Sus historias han sido seleccionadas para las antologías Mutantes. Narrativa española de última generación y Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (2001-2010).
Ha publicado en La Bella Varsovia su nuevo poemario ‘Cuarentena’.
ANDAR SOBRE LAS AGUAS
Un hombre es siempre un niño empantanado,
el achicar la lluvia de unas botas de agua,
la vela que repuebla los fulgores de iglesia,
el asombro virgen ante un equilibrista.
Si un hombre se desconcha, sólo es papel pintado:
la ornamentación nubosa del primer dormitorio.
O al menos eso afirman los psicólogos:
nuestro hierro candente
proviene de la infancia.
De nada serviría
cubrir los toboganes con mortajas,
cuando el fuego sucumbe ante cualquier orilla
y sigues habitando un castillo de arena.
Igual que un fruto maduro se hace arrojadizo
para la verticalidad conservas aquel álbum de cromos,
y buscas el rayo verde
de cada despedida.
No reniegues del tacto de la hierba
como si pidieras turno
en una funeraria.
Asúmelo:
ese impúber
será tu ángel hereje,
emergido en la pleamar de la morriña,
ligado en el vendaje del recuerdo.
Es el mismo espinazo
-idéntico delirio-
el que se yergue en ambos.
Abraza, pues, esta epifanía,
esta pureza vítrea preservada del óxido.
Donde han muerto los peces, es precisa la fe.
Andar sobre los mares
donde sólo hay zozobra.
(del libro Defensa del pirómano)
Fuiste un hombre
Y si puedes llenar el preciso minuto
con sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.
Rudyard Kipling.
A mi padre, que murió hace once años,
le debo todavía encontrar la palabra
que retrate su ausencia y todo lo que deja
a su entorno más próximo.
(A mi padre, que murió hace once años,
le gustaban los ripios que yo escribía
en la infancia. Por eso este poema
tenía que ser sencillo, diáfano y preciso,
y abrirse a la solana como esos girasoles
entre los que él posaba).
A mi padre, huérfano en la guerra
que nunca acusó a nadie delante de nosotros,
le debo esta mirada ausente de rencores.
No quiso que sus hijos heredaran el odio:
sabía que de retales no se hace el futuro.
Nos legó una actitud distinta,
basada en el respeto. Una vivienda digna
alumbrada en lo humano
para morar en ella el resto de los días.
Mi padre, que murió hace ya tanto
y que sigue tan vivo, no perseguía el laurel
ni tampoco el dinero. Lo legítimo estaba
en no traicionarse, no manchar de codicias
un corazón puro: la cabeza tranquila
de la que hablaba Kipling.
Mi padre, que era un hombre prudente,
medía sus palabras. Por eso aún no he podido
encontrar la sentencia que describa su falta
ni este hondo recuerdo una vez que se ha ido.
Puedo hablar de una tarde, a principios de marzo
o al final de febrero. La enfermedad avanzaba:
yo estaba junto a él, a un lado de la cama.
Se volvió entonces a ofrecerme su mano.
Y en su tacto guardaba el secreto del mundo:
nadie muere del todo si el amor le sucede.
Hombre sin descendencia
Fundación José Manuel Lara, Colección Vandalia.
en La Bella Varsovia su nuevo poemario ‘Cuarentena’
UNA JOVEN PROMESA SE ENFRENTA A SU FRACASO
A ti, como a todos, te enseñaron
a arrancarles las alas a las moscas,
la destreza y la falta de piedad
que un hombre necesita como armas.
Te indicaron, amigo,
cómo saltar obstáculos y celebrar la meta:
no habría así diferencias entre un caballo y tú,
serías un jamelgo de agrio resoplido,
caballo de ajedrez o de cartón, caballo de mentira.
Pero en vez de sangre, la sangre de los héroes,
la sangre de un caballo en la carrera,
corría en ti una espuma jabonosa,
el flujo de un poeta o un cobarde.
A ti, como a todos, te quisieron marcial,
un volcán que exhibiera su arrogancia,
pero en tus pasos en vez de hacerte piedra
te mostrabas esponja. Tú llevabas el alma
demasiado a la vista
para matar dragones y ser un estratega.
Debías portar una palabra categórica,
no tu voz vacilante.
Por eso, porque aun en tu mansedumbre
fuiste educado igual que un purasangre
y te señalaron del mundo su comercio,
ha crecido en tus labios la mueca de un fenicio,
y compartes el ansia con un tigre.
Y por eso has viajado hasta este templo,
para orar a la diosa de la guerra.
Querrías preguntarle
no cómo se toma el camino a la gloria,
sino cómo se asume haber perdido.
Pero Atenea, esculpida por Fidias,
es apenas la bruma del sueño insatisfecho:
su piedra fastuosa pertenece al escombro,
su tiempo es también el del fracaso.
Aunque quizás Atenea te confiara,
al modo de un oráculo,
algo que ya barruntas:
Llevas el corazón tan a la vista.
Sólo puede ganar quien se protege.
Y AHORA AMAS AQUELLO QUE HAS PERDIDO
Tú has sido amor, y lo dices orgulloso:
no imaginas un paso por el mundo
más afín a los trenes y a la noche,
más próximo a la vida.
Y ahora amas, no sin desconcierto
–bienvenido al país de la nostalgia–,
aquello que has perdido.
De improviso confirmas
que te han quitado un bosque de las manos,
que ese azul de la tarde ya no es tuyo.
De repente
eres como una cuerda que se ha roto
y solo emite una voz amordazada.
Has perdido el escudo del guerrero
y hoy te cubre un harapo.
¿Dónde han ido los vientos favorables?
Entre los jóvenes, ¿los ves?,
se deshace la niebla y entra un sol altivo,
y todo tiene en ellos su voluntad de seguir amaneciendo,
como si la arena, la sal, el horizonte
fueran sus pertenencias.
De repente comprendes
que es esa levedad de no tener memoria,
la virtud de ser ángel,
la que hace de las aguas un río navegable.
No quedes atrapado en ese limo
de estar al otro lado de la gracia.
Eres mediterráneo,
hijo de los hombres que amaron la belleza.
Tú vienes
del alquitrán y el liquen,
de todo lo que enturbia,
y como un rey que ha encontrado su grial
sabes que en ellos reside la pureza.
Que al final la carne era el espíritu,
que los cuerpos portaban el misterio,
el doloroso enigma, quizá,
de lo que ya no eres.
NO IMPORTA SI OLVIDASTE LA MALETA
No importa si perdiste el equipaje.
Si tu pecho ha renunciado al frío,
si sabes
que un árbol derribado será leña,
que un hombre que ha caído puede erguirse,
si has aprendido eso, que hay vida
más allá de la vida,
más allá incluso del árbol y del hombre,
no importa
el rostro hostil que tenga cada tarde.
No importan los rastrojos o la espina
que hacen de un espejo una amenaza.
Rebelde e imprevisto,
como una flor que brota en una celda
o un agua que circula bajo tierra,
así te incorporas tú frente a las cosas.
No importan los rechazos.
Tantas veces
entregaron tu nombre a la deshonra
o te arrojaron un verbo que era azote
que aprendiste a esquivar
la piedra de la adúltera.
No estás solo.
Toda ciudad no es sino un enjambre
de gente que ha agachado la cabeza.
Este horizonte más que tierra sólida
será tierra caliza,
pero no importa
si sabes
que tú mismo has cruzado los puentes que temblaban
y has logrado avanzar en lo precario.
No permitas que el ruido te confunda,
aunque persistan los cantos de sirena.
Tú hallaste en el silencio
aquello que era hermoso.
Una abadía
que rinde culto a un dios sin ornamento,
que sabe que vendrá el amanecer.
Si está la vida,
no importan los fracasos.
Algunas noches,
en el calor feliz de la amistad,
o cuando duermes al lado del cuerpo de quien amas,
una rara alegría te asalta como un rayo
y te dices: No importa.
Un repaso a la trayectoria de Braulio Ortiz Poole
MNINHA
Hace unos días hablamos en el nuevo Libros de Babel de la publicación de Cuarentena, el último poemario del autor sevillano Braulio Ortiz Poole. Además de poeta, narrador y periodista, Braulio es compañero de trabajo desde hace unos cuantos años. Y también una buena persona, de esas que siempre tienen una palabra amable, muy raramente se enfadan y, en definitiva, me hacen pensar que a lo mejor no nos merecemos la extinción como especie. Sólo a lo mejor.
El caso es que la llegada a las librerías de su nueva obra me sirvió de excusa para echarle un vistazo a los libros que había publicado antes, así que fui a la biblioteca y saqué los cuatro títulos de la foto de arriba: los poemarios Defensa del pirómano y Hombre sin descendencia, el libro de relatos Biografías bastardas y la novela Francis Bacon se hace un río salvaje. Ha sido un viaje interesante. Ahí va un breve comentario, siguiendo el orden en el que los he leído.
‘Biografías salvajes’ (2005)
“A veces creo que la naturaleza humana resulta más vulnerable a la incertidumbre que a la tragedia. El alma sabe encajar golpes, pero sufre en exceso con las preguntas”.
Los relatos incluidos en este volumen se articulan en cuatro bloques: “Biografías bastardas” (cuatro historias escritas como si fuesen, con salvedades, reportajes periodísticos; falsas biografías de criaturas ficticias: una actriz, un artista, un chef y un escritor), “El matrimonio y otros inventos” (tres relatos sobre el amor juvenil, los prejuicios y el destino que otros nos imponen), “Máxima audiencia” (tres historias con los medios de comunicación como telón de fondo) y “Cine freak”, el relato final y más largo, una tragicomedia de tintes almodovarianos que no pertenece a ninguna de las secciones anteriores.
“Es curioso cómo puedes dejar de ver a una persona y no olvidas la cadencia de su risa”.
Como suele ocurrir con las colecciones, sean de cuentos, de poemas o de ensayos, también estas Biografías bastardas son un poco irregulares, con algunas historias más flojas (por comparación con el resto del libro) entre otras muy buenas. Pero incluso las más flojas merecen una lectura, y desde luego no empañan la calidad de las mejores, teñidas de un humor delicioso. Mi favorita es “El demonio viaja en ferrocarril”.
‘Francis Bacon se hace un río salvaje’ (2004)
La hasta ahora única novela de Ortiz Poole, editada por DVD y ganadora del Premio Andalucía Joven de Narrativa 2003, es el libro que menos he disfrutado de los cuatro, aunque eso no quiere decir que no me haya gustado.
Su propio autor la define como “una novela sobre la incomodidad”, y esa incomodidad se traslada físicamente al lector, no sólo porque deba leerse en horizontal, sino porque algunas de las tipografías que emplea (van cambiando a lo largo del libro) son ciertamente difíciles de leer, al menos para mí. Además, el modo narrativo empleado, un vertiginoso monólogo interior (unos cuantos, en realidad, los de los distintos protagonistas del libro) que en ocasiones se combina con el flujo de conciencia (el stream of consciousness de James Joyce o Virginia Woolf), no da tampoco respiro al lector. Si me costó trabajo leerla, no quiero ni saber lo que le costó a él escribirla.
‘Defensa del pirómano’ (2007)
“Porque te quiero he de decirte que te odio:
no sé hablar del amor sin expresar violencia.
No sé sentir
sin esta propensión a las catástrofes”.
Ya he dicho alguna vez que no suelo leer poesía. De hecho, soy incapaz de recordar cuál fue el último poemario completo que leí. Supongo que eso me invalida como crítica, así que digamos sólo que, como lectora, esta Defensa del pirómano me ha gustado mucho (y el otro poemario aún más, como veréis más abajo). Tampoco me apetece adentrarme en disquisiciones sobre las imágenes, temas, métrica, metáforas, tono o la persona poética del libro, porque no sería con ello capaz de expresar lo que he sentido leyéndolo.
“Apostemos por la alegoría.
Un poema debe alzar el vuelo
más allá de los criterios terrenales.
No hay lógica en un verso:
sólo este desabrigo”.
He disfrutado (y padecido, que hay mucho dolor en estos poemas) el viaje que propone Ortiz Poole, desde el violento, desencantado y destructivo personaje inicial hasta el más conciliador que cierra la obra, que ha amado, ha perdido y ha sufrido, pero a pesar de ello, o precisamente por ello, tiene una inmensa sed de vida.
‘Hombre sin descendencia’ (2011)
“Decidí abordar esa deuda pendiente desde este punto de partida: la imposibilidad de hablar de los seres queridos, las limitaciones humanas para expresar las hondas contradicciones de la muerte -cómo puede seguir tan presente alguien que ya se fue- y la perdurabilidad del recuerdo.
[…]
Un libro que reflexiona sobre la muerte, es obvio, tiene que recoger también la vida. […] Porque está el amor, y hay un mundo colosal aguardando. […] la vida, siempre, es digna de celebración, única en su grandeza”.
Ortiz Poole explica en el post-epílogo el origen de este poemario, que nació de la extrañeza que le provocó que los asistentes al funeral de su tío Braulio rezasen por el alma de un hombre que se llamaba como él. A su vez, sirvió también de homenaje a su padre, fallecido unos años antes. A él le dedica el precioso poema “Fuiste un hombre”, que copiaría entero aquí pero sólo dejaré un extracto. Suscribo mucho de lo que dice, aunque en mi caso no piense en mi padre, sino en mi madre y en mi abuelo:
“A mi padre, que murió hace once años,
le debo todavía encontrar la palabra
que retrate su ausencia y todo lo que deja
a su entorno más próximo.
[…]
Mi padre, que era un hombre prudente,
medía sus palabras. Por eso aún no he podido
encontrar la sentencia que describa su falta
ni este hondo recuerdo una vez que se ha ido.
[…]
Y en su tacto guardaba el secreto del mundo:
nadie muere del todo si el amor le sucede”.
Como dice el propio autor, no es una obra dedicada solamente a la muerte. También hay una parte dedicada al amor:
“Porque un hombre enamorado
está siempre desnudo
y toda desnudez exhibe sus estigmas”.
A la sección sobre el amor le sigue otra dedicada a la noche, la más oscura de la obra, de la que el protagonista emerge, en el segmento del libro titulado “El mundo”, a la luz y a la esperanza:
“Vuelve al pasado sabiendo que el perdón
ha cerrado todas las heridas.
Estar aquí ya es mucho.
Siempre, en realidad, fue suficiente”.
El último poema del libro, que sirve de epílogo (las palabras del autor que mencionaba más arriba figuran en el volumen después de este poema), es, junto a “Fuiste un hombre”, mi favorito:
“También tú fuiste luz que resplandece
y bailará en los seres que has amado.
Hoy lo sabes.
Un hombre siempre deja descendencia.
Más allá de cualquier alumbramiento,
más allá de su marcha, sobre el cosmos,
quedará su energía.
Un hombre no se acaba en su materia.
Un hombre siempre deja descendencia.
Si ha sido querido,
un hombre nunca muere”.
Escribí un poco más arriba que no suelo leer poesía. Quizás porque me cansé de versos que no me decían nada y poetas embriagados de marfil, humo y vacío. Los dos poemarios de Ortiz Poole, sobre todo Hombre sin descendencia, sí que me han dicho algo. Mucho, de hecho.
http://cosasdebabel.com/2015/02/26/un-repaso-a-la-trayectoria-de-braulio-ortiz-poole/
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