Alberto Vega
(Langreo, Asturias, 1956-2006) fue cofundador de la revista literaria Arlequín (1979), además de otras publicaciones, entre ellas Luna de Abajo (1980). En 1985 comienza su labor como director del Área de Cultura y Juventud del Ayuntamiento de Langreo, posición que le permite impulsar y apoyar numerosos proyectos culturales
Como autor de poesía ha sido antologado por Rafael García Domínguez en Trece poetas, 1972-1985, Oviedo, La Ferrería, 1986; por Ricardo Labra en Muestra corregida y aumentada de la poesía en Asturias, Principado de Asturias, 1989 y en La calle de los doradores, Oviedo, Tribuna Ciudadana, 1996; «Las horas contadas», antología incluida en Últimos 20 años de poesía española, Ayuntamiento de Oviedo, 1993; y por Miguel Munárriz en Poesía para los que leen prosa, Madrid, Visor, 2004.
A partir de 1996 colaboró habitualmente como articulista del diario La Nueva España, en la sección «La cuarta pared».
Ha publicado Brisas ligeras, Langreo, edición de autor, 1980; Memoria de la noche, Langreo, Plenilunio, 1981; «Trilogía hermética», en Luna de Abajo, n.º 2, 1984; Cuaderno de la ciudad, Langreo, Luna de Abajo, 1984; Para matar el tiempo, Langreo, Luna de Abajo, 1986; La luz usada, Gijón, Colección Deva, n.º 7, 1988; Historia de un nudo, Gijón, premio Feria del libro, Ateneo Jovellanos, 1992 y Estudio melódico del grito, Madrid, Visor, 2005.
Plenilunio
Roza pues con tus labios el dormido
pubis de la luna,
embriágate de lúbricas mareas,
azul bajo los astros, efímero, insaciable
recobra tus caminos, vuela o calla.
Neblina sigilosa o beso errante
vuélcate sin cuidado, sé tú mismo,
cabalga en el espacio que ambicionas
para tu suerte próxima
a lomos de una estrella incontenible.
Tendrás la llave de todo paraíso.
Cuesta un sueño abrazarse a los orígenes.
De «I. Memoria de la noche»:
Noches: panteras del recuerdo
Pudieran ser
montañas vertebradas o infinitas
arenas de un reloj,
sombras desnudas que a tientas agolparan
gestos y miradas anteriores
a su regreso álgido y confuso.
Innumerablemente me abandono
a sus múltiples huellas:
ciertas noches vividas aún me turban,
como panteras inquietantes del recuerdo
vibran bajo las formas del poema.
Nocturno
Esos días son reptiles que te asaltan.
Y vuelves, tú lo sabes, desgarrado,
con esa llama sutil de interrogantes
bailándote en los ojos.
Y apartas los libros casi a manotazos
—fiebre, ginebra insomne,
música helada y sábanas de olvido—.
Y te hundes en la noche de tu cuarto
atroz y solitario
como un perro que se lame los testículos.
De «II. Signos de amor y muerte»:
III. Rito
No, no hay nada aquí
(o apenas un constante desatino).
Nada en el cuarto:
únicamente el mundo que se agolpa.
(Nosotros, una gota que desborda
la música del vaso.
Auténticos al menos si libres la quimera.
Nosotros, conciencia de los necios
que fingen y envejecen
en tanto apuestan la derrota de su vida
a una carta marcada por la dueña costumbre).
No hay geometrías, ni lazos, ni verdades,
ni paraísos líquidos, ni huellas.
Tan sólo un cuerpo, un ser tan sólo,
despoblado, mar de dos, forjado a tientas.
VI. Fin
Piensa en quien así habla,
sólo un hombre
o soberbio mendigo, voz resuelta
que llama pan al lecho y aborrece
las horas destempladas como flechas,
que se embriaga de sol y de aguacero
tras el paisaje de la hembra luminosa
en esas noches absolutas y confusas,
plenas de libertad y encrucijadas,
decrépitas de estrellas, gritos, almas.
(Y mirabas al techo y te decía:
en amor nos embarcamos ciegamente
para eludir nuestra esclava condición
de hombres atravesados por la urgencia
de lo que no poseemos…)
De «III. Fatalidades»:
Así el hombre
Sueña el árbol en su trono solitario
un capricho de trinos y alamedas.
Las ciudades con un soplo de azahares.
La vieja luna besa
el delicado cuello de los cisnes.
Araña tierra seca el vertebrado rayo.
Brama el toro, se miente
nacido para el asta de su fuerza.
La errante nave ondea su esperanza imbatida.
Así el hombre:
sombra incierta cobijada
bajo sueños,
pasiones pa pasiones
pasiopasiopasiopasioy megalomanías.
Legado del buen suicida
«Su ritmo se quebró, mi voz abriga
ladridos de silencio.
Lo confieso, ya no estoy enamorado
de la canción aquella que os decía,
si en mis labios duelen versos de infortunio
sabed que los leí de vuestros ojos.
Amargo fin de mis híbridas pasiones,
de mis gentiles máscaras,
de todo
lo que fuera tan mío y tan ajeno…
Si en mis labios duelen versos de infortunio
también en vuestros ojos, también en vuestros ojos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario