Shoichiro Aizawa
[Tokio, Japón 1950], escribe poemas sobre la vida cotidiana a partir de los ritos culinarios, que ha publicado en libros como Si un ángel se sentara a tu mesa de súbito, (1993) o El planeta de las abejas, (2000). Otros de sus libros son Richard Brautigan no daidokoro (1990) y Parnassus eno tabi (2006), que ganó el Premio H-shi.
Traducciones de Akiko Misumi.
Yo me acuerdo
Yo me acuerdo
de donde estaba antes
el cielo azul del otro día
árboles mojados
telas de araña debajo del alero
olor a pan quemado
olor del agua al atardecer
lo abultado de la arena debajo de los pies
lo terso de la baldosa del baño
la piel erizada después de una lluvia torrencial
el aliento de la vegetación
el silbido del tren
Me acuerdo
de donde estás ahora
donde prendías fuego donde mamabas
jugabas pisando sombras comías queso frío de soja
cortabas cebollas y te salían lágrimas
donde volcaste una olla y diste gritos
¿Sigue sonando la campana en la colina?
¿Sigue fluyendo ese río en que flotaban como una tristeza las
costillas de un perro blanco?¿Este año también la higuera en
el jardín de atrás ha dado frutos?
¿No se ha secado todavía el pozo cuya polea está oxidada?
Llegaron el recibo de agua, un catálogo...
Llegaron el recibo de agua, un catálogo de utensilios domésticos, un aviso del cambio de domicilio, y una carta con noticia de muerte. La leí. Comí arroz con algas marinas y bonito seco. Comí la carne de anoche cocida en jengibre y unas chalotas que me regaló mi tía. La llamé por teléfono para darle gracias por las chalotas. Embalé diarios viejos. Arreglé las bisagras.
Regué las macetas de las plantas. Leí una novela de cienciaficción; una historia de un hombre que viajaba remontando un río grande que había aparecido en el desierto. Me duché, abrí la heladera secándome el pelo con una toalla, y cogí una cerveza en lata. Y sin querer vi fuera de la ventana. El pijama que ondeaba al viento como si el viento le soplara la vida se hizo cada vez más ligera.
En esa noche, de más allá de la ventana brotó un río. Yo escuché el chorro de agua desde la cama. A la mañana siguiente el río ya se había retirado y en el campo libre brillaban las escamas de los peces desbordados. Y me di cuenta, entre otras cosas, de que las escamas se habían convertido en pedazos de botella.
A Rimbaud
Me despierto a medianoche y la pantalla del televisor está asaltada por una tormenta de arena –sin darme cuenta debí caerme en una brecha del tiempo-. Mis uñas están rascando el mundo y producen ruido. Rimbaud, tú desde el desierto –“el lugar más aburrido”- mandaste a tu familia un autorretrato vestido como si fuera un convicto, escribiendo “todo se ha emblanquecido”.
En tu libro de poemas he encontrado un recibo de panadería —era del invierno a los 16 años— “¡La hemos vuelto a hallar! — ¿Qué? —La Eternidad” *. Esta parte está subrayada con un lápiz fuerte; son mis pasos. Ese día salí de la cama sin hacer ruido antes de que la luz solar empezara a colorear las cortinas; era un día enteramente nuevo, antes de que la tinta lo ensuciara.
Sin sacar del buzón la edición matinal del periódico, salí con tu antología poética en la mano. El ambiente pálido y la frescura de la mañana se mezclaron con mi somnolencia y arrojaron nubes cada vez que yo suspiré. Derramando tus frases como miga, “Me iba, con los puños metidos en mis bolsillos rotos”... “ay ay ay”! **
A ratos me balanceé entre la calzada y la línea blanca al margen del pavimento un poco elevado, a ratos salté en un pie sobre el tablero de ajedrez formado en el pavimento, intentando no pisar las baldosas azules. La galería de tiendas estaba muda, con el postigo cerrado. ...Unos cuervos desgarraban bolsas plásticas y tiraban la basura a la calle. ...Rimbaud, ese día yo pasé por delante de una tienda de queso de soja, y atraído por el olor a pan entré en la luz del cristal.
“Se apiñan frente al tragaluz rojo, / quietos, para recibir su soplo / cálido cual seno”. *** En aquel lugar iluminado y limpio a lo largo y a lo ancho había cruasanes, panecillos, panes de campaña con queso, panes con manzana, bísquets, barras, panettones, baguettes, panecillos ingleses... Secándose las manos el panadero se asomó del interior de la tienda, dejando atrás la masa de pan sobre la tela. Estaba sudado y cubierto de harina. El panadero, con las manos que amasaban, hacía el pan más delicioso que cualquier palabra hecha en el horno de la boca.
Saqué un bollo de la bolsa y lo comí en la calle. Al morderlo su aroma se extendió en toda la boca. ...Luego, girando muchas esquinas, no me acuerdo cómo y por dónde anduvieron mis “suelas del viento”.
Rimbaud, ahora te escribo desde la cocina. Pronto llega la mañana y sobre esta mesa, un rato aromático.
Adiós.
POR FAVOR RIEGUE LAS MACETAS DE LAS
PLANTAS
Por favor riegue las macetas de las plantas. Apalee bien los futones tendidos en el balcón y guárdelos antes del atardecer. Guarde el cuchillo de cocina después de lavarlo bien. Saque la basura infl amable los martes, jueves y sábados, y no infl amable los lunes y jueves. Si hay una abeja perdida, que choca muchas veces contra el cristal queriendo
salir, abra la ventana para que escape. Y limpie los cristales. Hay una torta de arroz con judías en el aparador, tómela antes de que se endurezca. No tire los recibos de la luz y el gas, guárdelos. Si llueve, recoja la ropa lavada. El cuadro de Pizarro en el vestíbulo suele ladearse sin que lo notemos, si lo advierte ponga el cuadro en su posición. Cuando se bañe cuide que no se atasque el tubo con su pelo. La lámpara
fl uorescente de la cocina parpadea, por favor cambie la bombilla. Cambie también el embalaje del grifo. Antes de acostarse asegúrese de haber cerrado bien la puerta y apagado el fuego. Cuando cierre otra vez las cortinas, sería buena idea abrir un poco la puerta y respirar hondo. -¿Te acordarás de mí entonces...? –Y después te acuestas con un libro a medio leer. “Cuando volvamos a la Tierra vamos a vivir en el suburbio de alguna ciudad grande, y nunca más dejaremos de vivir rodeados del cielo azul y de árboles verdes, así prometimos”*. Pronto te duermes con el libro caído debajo de la cama, y a la mañana siguiente, te darás cuenta de que olvidaste apagar la luz de la cama como siempre. Mañana recaliente lo que quede de la cena de hoy. No beba leche añeja. Por favor riegue las macetas de las plantas. Apalee bien los futones tendidos en el balcón y guárdelos antes de atardecer. Guarde el cuchillo de cocina después de lavarlo bien. Saque la basura infl amable los
martes, jueves y sábados, y no infl amable los lunes y jueves.
VOZ DE LA ARENA
Este año también he podido encontrarme con la fl or de magnolia kobushi. ...Volviendo las espaldas yo arrojé contra el techo un diente caído. ...No te muevas, para que el polvo que por fi n se ha dormido no empiece a susurrar. ...Muy bien, las prendas de verano también necesitan aire a veces. Quería ver la puesta del sol más allá del mar; es lo que pensaba al mudarme, y me equivoqué. La marea huele a frutas maduras a medio podrir, el sonido de oleada es el ruido de arena de luz que se derrama del televisor al suelo. La arena cae del techo y va pudriéndolo todo: tatami, entarimado y futones.
Cojo uno a uno los pelos enredados en el peine... Esta batata cocida está podrida y el olor me hace picar la nariz.
El perro se ha desaparecido, no te lo di anoche. ... Quería comer salmón adobado en malta de arroz, pero en fi n...
La puerta chirría cada vez que la abro y cierro. Los pilares se han corrompido y ladeado. Las fl ores de maceta se han marchitado. Probablemente por beber agua con sabor a herrumbre y tomar arroz arenoso, veo que hasta las articulaciones se me han llenado de arena. ¡Puf!, no sé por qué pero tengo sueño, mucho sueño todo el tiempo...
(Del grabador de cinta que está sobre la mesa recojo la voz como si fuera una luz diminuta de mi madre. Los polvos 8que revolotean en la luz ya no le hacen toser. Mientras toco la voz algo mezclada con arena, las uñas como lluvia han empezado a rasgar la mesa; la arena que penetra en la casa me ha enterrado también).
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