sábado, 15 de octubre de 2011

ÓSCAR MÁLAGA [4.929] Poeta de Perú



Óscar Málaga 



(Lima, Perú   1947)
es uno de los pocos grandes poetas de la generación del 70 en el Perú 


Alcanzando lo inalcanzable: la poesía de Óscar Málaga

Por Reinhard Huamán Mori

La poesía de Óscar Málaga ha ido adquiriendo dimensionalidad con el transcurso de los años, aún cuando los temas tratados en ella nos resulten por momentos reiterativos. Sin embargo, el aspecto formal y la pauta rítmica han cobrado densidad producto del constante trabajo con el lenguaje. En suma, su obra poética ha evolucionado hasta encontrar el equilibrio entre la búsqueda interior y las múltiples experiencias del mundo externo.

En los poemarios Arquitectura de un puente y El libro del atolondrado, y en los poemas publicados en revistas, sean de juventud o madurez, apreciamos una línea temática que se sobrepone a las demás: la imperante necesidad del individuo por alcanzar la plenitud.

No obstante, para el éxito de esta empresa advertimos que la voz poética ha emprendido una incesable búsqueda a lo largo de los años, valiéndose de las más diversas formas, prácticas y métodos. El resultado es un cúmulo de vivencias que paulatinamente van en aumento hasta que el sujeto alcanza la serenidad y seguridad propias de la madurez. El punto de partida tiene lugar en el plano exterior del individuo y coincide con los poemas de juventud del autor. Conforme transcurre el tiempo y sus respectivas etapas, la pesquisa se torna introspectiva, acercándose de a pocos a la oscuridad de su yo interno.

Entre los temas secundarios más utilizados por Málaga encontramos el constante deambular por la ciudad moderna (Lima, París, Nueva York, México o Pekín), la escritura y la poesía como métodos de conocimiento de la realidad y autoconocimiento, la imagen del poeta, el amor como motivo principal de realización personal, la incomunicación y la soledad, la insuficiencia del lenguaje y la confusión y aturdimiento que el mundo externo provoca en la psiquis del sujeto1.

Los primeros poemas de O. Málaga y los años 70

En el Perú, la década de 1970 fue una de las más agitadas del siglo pasado, principalmente en los ámbitos político, social, económico y cultural. Muchos de los cambios ocurridos, tanto fuera como dentro de la república2, influyeron de manera directa no solo en la poesía, sino también en la conducta de sus autores. La mayoría de poetas del 70 provenían de diversas ciudades del interior del país, muchos pertenecían a la clase proletaria y obrera y, coincidentemente, compartían el mismo sentimiento parricida por la reciente generación de poetas que los antecedían. Surgen, entonces, movimientos, agrupaciones, revistas y colectivos con un fuerte espíritu regionalista pero de alcance nacional, dispuestos a ganarse un nombre en una Lima cuya clase aristocrática ya empezaba a fenecer.

Tradicionalmente, la cuna de las generaciones culturales y políticas del país se encontraba en las universidades limeñas, en especial la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sin embargo, fue una institución relativamente nueva, la Universidad Nacional Federico Villarreal, la que albergó a los poetas de Hora Zero, sin lugar a dudas el movimiento poético más importante e influyente en el Perú de aquellos años. Sus fundadores, Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz propugnaban la negación casi total de la poesía peruana previa; una «poesía integral», es decir, con la exigencia de una poesía política contextualizada principalmente en la ciudad de Lima; y el rol privilegiado y hasta mesiánico del poeta3. Por primera vez en la historia cultural peruana, San Marcos había cedido su lugar a una universidad que, plagada de inmigrantes provincianos, iba en busca del status negado. En paralelo, surgió la revista Estación reunida, cuyos integrantes, Óscar Málaga, Tulio Mora, Elqui Burgos y José Rosas Ribeyro salían de las aulas de San Marcos, pero lejos de consolidar su unión fueron disolviéndose hasta desaparecer.

Por otro lado, se erigían también voces poéticas disímiles e independientes, como José Watanabe, Abelardo Sánchez León, Antonio Cillóniz, o los integrantes del grupo La Sagrada Familia, de finales del 70 en donde destacan Edgar O’Hara y Luis Alberto Castillo. A pesar de presentarse múltiples agrupaciones, podemos dar cuenta de que todas ellas comparten —en mayor y menor grado, por supuesto— los mismos rasgos escriturales y temáticos, como poseer un trasfondo eminentemente urbano, tono coloquial, escepticismo e ironía, fascinación por la política y la problemática social, deslumbramiento por las incursiones nocturnas en la ciudad, elogio de los estratos sociales bajos y la decadencia de sus seres, preocupación por recrear el lenguaje propio de las calles, ya sean los diversos registros de habla o los sonidos propios de la metrópoli4.

Toda esta aura cultural condicionó también la poesía de Óscar Málaga, quien lejos de animarse a editar un primer libro, publicaba poemas en diversas revistas como Estación reunida o Textual. Sin embargo, los poemas más conocidos de esta etapa aparecen en Estos 13, la más importante antología de la poesía del 70. La búsqueda en la obra de Málaga empieza a partir de la configuración de su yo poético, el cual está determinado a marcar una diferencia frente a los otros, pero que, paradójicamente, no es muy disímil al de sus contemporáneos5:


Gloria a mí nacido para cafichar, reír, joder
morirme de miedo, colocar bombas,
tener mujeres, hijos, padres, enemigos,
saludar amigos, ir a bares, drogarme,
llorar, amar a mi abuela, gritar en mi casa,
[...] intentar trabajar para vivir con mi mujer
[Salmo de gloria]


Pero lo que más llama la atención en estos poemas es el uso del lenguaje. En él notamos un coloquialismo en estado natural, muchas veces sin la depuración característica de sus poemas de madurez. Son versos «inconscientes y exhibicionistas», como los califica José Miguel Oviedo, debido al apresuramiento y al vertiginoso ritmo de vida propio de la época. En estos primeros poemas advertimos la «vida diaria y rutinaria», los paseos y las impresiones juveniles por la ciudad. Por ello, el lenguaje en Málaga, y el de muchos de sus contemporáneos, se presenta intencionalmente en su materia bruta, sin la elegancia de sus pares del 50, es un habla criolla, vivencial y por ende directa, callejera y violenta por momentos. En suma, un lenguaje reproducido con la ira y la satisfacción «de quien estampa un obsceno graffiti en el baño»:


Nuestro amor no es un edificio de nueve pisos
con toda esa compleja estructura de fierros y cemento
y cuartos repartidos y vecinos y niños que juegan
y administrador que jode y jode cobrando
[...] y prometo ya no reírme de los tangos
pues verdaderamente aquí ya no hay salvación posible
a toda esta cojudez que detesto
que me hace por momentos detestar nuestro amor
[Canción a nuestro amor]


No obstante, en estos textos verificamos ese deseo y necesidad de búsqueda, de obtención de la ansiada plenitud que le es esquiva al poeta. Quizás «Poema para Jack Kerouac» contenga cada uno de estos temas secundarios que han sido precisados anteriormente, pero con un lenguaje plano, impresionista, más personal y cotidiano que introspectivo, en donde la búsqueda tiene lugar entre las calles y el tumulto de la capital:


Ahora camino por la Colmena con las manos en los bolsillos
sin saber qué hacer, ni a quién buscar; Alfredo se ha ido
(miro la foto de ella y siento mi cuerpo crujir
sé que los señores serán vencidos y sin embargo no veo luces en esta soledad)
[...] Tengo las piernas cansadas, esta noche he caminado mucho y
nadie ha aparecido


Este deambular acentúa la soledad y el vacío en que se encuentra el sujeto, intensificando el deseo y la necesidad primaria de comunicarse con alguien: «no hay nadie a quien gritar / nadie a quien pegar / nadie a quien echarle la culpa». Esta incomunicación será el tema sobre el cuál girará su primer libro, Arquitectura de un puente, pero siempre intentando alcanzar la plenitud del hablante. En los posteriores versos de este poema la situación se agrava, ya que de la inicial soledad se pasa a la confusión general, al desconocimiento absoluto:

La ciudad se habita de seres extraños que desconozco
que se arañan sobre grandes paredes.
¿Ahora qué hacer sin ella que amo?
¿Ahora qué hacer sin el amigo que se fue?
¿Ahora qué hacer con esta soledad inmensa que no resisto?
[...] al caminar por las calles, es horrible, no reconozco a nadie.


Estas sensaciones, que lindan con la desesperación, pueden advertirse de manera mucho más sugerente en «Poema desentonado acerca de una vibración exacta», gracias al ramillete de imágenes que presenta: «Soy exacto en esta confusión / (...) Arropo flores que languidecen como Buda / y dentro de mí, / solitariamente, / miles de carros toman direcciones distintas».

Otoño de 1989, Arquitectura de un puente6

Una vez que pasaron los 70 con ese ímpetu y verborrea iniciales de juventud, Óscar Málaga realizó una serie de viajes que lo condujeron por Chile, Francia y México, en donde tuvo los más diversos oficios7. Producto de dichas experiencias y sensaciones nació en 1989 Arquitectura de un puente, su primer libro, casi dos décadas después de su prometedora aparición8. En una entrevista al autor en enero de 2003, comenta al respecto:

«Cuando empezamos a trabajar los de Estos 13, descubrimos que escribíamos relativamente parecido; había una especie de formato común de poesía. No solo escribíamos lo mismo, sino que andábamos juntos, vivíamos las mismas historias, y yo he aspirado siempre a publicar un libro que no fuera un trabajo llevado solamente por la ingenuidad y frescura poéticas, sino un trabajo en el cual pudiera utilizar algunos elementos que me correspondieran solamente a mí»9.

El tema principal de este poemario es la incomunicación y la insuficiencia del lenguaje (y la escritura misma del poema), presentándose como los dos principales impedimentos que deben ser superados para alcanzar a la amada, es decir, la plenitud. Por otro lado, el tono en los poemas del libro se despoja de aquella amargura imberbe, de esa rebeldía que hacía de su poesía, por momentos, una constante reflexión en voz alta, maldiciendo, quejándose, sintiéndose desconforme con la situación. Por el contrario, en Arquitectura de un puente el tono es introspectivo, oscilante muchas veces entre la resignación y la duda, en donde el amor y su ausencia física son el centro de la reflexión poética, los motores que generan en el poeta la necesidad de escribir:


Puedo hablar de ti
Nada más que abrir mi puerta
Y el vacío pegado a mi cuerpo
No hablaré más de ti.
Estoy solo mirando la ciudad.
Te construiré un libro.
[Paisaje]


Por otro lado, el manejo del lenguaje en el poemario dista mucho de sus poemas iniciales. En Arquitectura de un puente el verso se presenta entrecortado no solo por los encabalgamientos, sino también por una imagen inicial que se ve interrumpida por una segunda diferente. Sin embargo, versos más adelante la imagen inicial se completa, y así sucesivamente en cada una de las estrofas de todos los poemas, acentuando el fragmentarismo en el libro y su relación con el espacio en blanco de la página. Este ludismo técnico no hace más que desaparecer el tono narrativo tan característico de sus primeros poemas, acercándolo cada vez más al clásico lenguaje metafórico. Además, el ritmo es mucho más melódico sin ser retórico, el coloquialismo se condensa aunque no se diluye del todo y el deambular ya no se circunscribe solo a las calles, sino que se extiende tímidamente hacia el interior del hablante poético.

El título del poemario alude a la concepción y escritura de un poema10, ya que la poesía le permite al sujeto reconstruir una realidad en la cual el vacío y la soledad no tienen cabida: «La dificultad para construir un puente / es lo que explica la poesía»11 o «Es / también una manera de escribir / Construir una pirámide»12. Empero, esta construcción se trunca debido a que el lenguaje es insuficiente para suplir la carencia. Por esta razón, la poesía es usada también como el medio que prolonga la sensación de compañía en el hablante: «El texto / Acumulación de metáforas para designar / esta euforia. También tu abandono»13.

En tanto el poeta se presenta como un intermediario incapaz de efectuar lo que se ha propuesto («El poeta / el paisaje húmedo de su propia gramática»14), esto es, la representación de un sentimiento o una sensación provocada por la ausencia de la amada y la imposibilidad de comunicación:


Pero
hemos vivido en una casa real
rodeados de gentes reales
que hicieron real nuestro amor
(como nosotros somos reales)
Terminándolo. De eso quiero hablarte
de la palabra del poeta inútil en la tormenta.
[Texto inútil]


En muchos versos, sobre todo en los poemas iniciales de Arquitectura de un puente, el poeta se muestra desorientado y desconfiado de sus propias percepciones y sentimientos15, debido a que los recuerdos evocados son muy débiles y borrosos, lo cual le lleva a dudar de sus propias facultades y capacidades: «El ojo o la mano / perspectivas falsas. / Ningún sentido / de lo humano»16. Por tal motivo, el hablante poético recurre a la escritura como soporte físico para que llene o intente paliar esta soledad física y sentimental, pero a su vez la palabra se muestra disminuida e inexacta: «Tampoco yo sé bien de qué quiero hablarte. / Toda metáfora construye mi memoria / Por eso un poema»17.



El libro del atolondrado

En 2003 Óscar Málaga publica su segundo poemario, El libro del atolondrado, luego de casi 14 años de silencio editorial. El libro, tal como el anterior, fue escrito fuera de Lima, pero esta vez Pekín y Nueva York serían las ciudades donde se gestarían las experiencias y vivencias que le dieron su forma definitiva, aun cuando los bocetos iniciales tuvieron lugar en Lima, mientras el autor trabajaba en la revista Caretas. Además, este poemario fue ganador en 2002 del premio Juan Rulfo de poesía Radio Francia Internacional.

En El libro del atolondrado percibimos el anhelo por la plenitud, pero la búsqueda presenta matices diferentes, tanto a nivel formal del lenguaje y la versificación, como en el aspecto del contenido y la significación. La fuerza que genera toda esta escritura continúa siendo el amor, pero esta vez el caos exterior, el caos de la ciudad y de la sociedad conforman la escenografía de fondo de una búsqueda que se desarrolla en el interior del hablante lírico. La gran paradoja del libro es que mientras más entrado en años se encuentra el individuo, se vuelve más escéptico y crítico de su realidad, y a la par el sentimiento de esperanza va en aumento:

«El signo de que la gente se interese tanto por la poesía es increíblemente esperanzador. Eso significa que hay una reserva moral de este país de la puta madre. La poesía cada vez te ofrece menos: en los 50s te ofrecía viajes a los países socialistas, en los 70s un trabajito, en los 80s ya no te ofrece nada, y en los 90s ni siquiera tienes status. Ahora el poeta es un vago, un ocioso, un cholo de mierda»18.

En lo que respecta al plano formal, los versos abandonan la economía del lenguaje de Arquitectura de un puente para tornarse más largos y caudalosos en imágenes y metáforas, similares a sus poemas de juventud, pero sin llegar a ser narrativos. Empero, la versificación se ve entrecortada por momentos, aunque ya no tan bruscamente como en el poemario antecesor. Lo que conserva y delata su mejor manejo es la aglomeración de imágenes, cada una distinta a la anterior, creando una avalancha de connotaciones que dan mayor precisión a un sentimiento, a una sensación particular que el hablante poético intenta definir. Ello denota un obsesivo y minucioso control por el ritmo interno del poema, sin caer en retoricismos19:


Estamos viviéndola como un escriba
que desconoce el significado de las palabras
pero en su música descubre la plenitud del acorde
la sonoridad del bosque, la enfiebrada soledad del camino20
[La perfección del atolondrado]


Esta particular estructuración no «atolondra» únicamente a la voz del poema, sino también al lector, creando un mosaico de imágenes que en apariencia no tiene ninguna lógica, ya que no presenta ilación alguna. No obstante, sí la tiene. Un aspecto nuevo en esta poesía es el tono maduro y reflexivo que entraña, producto de la absorción e influencia de la idiosincrasia y literatura chinas durante su estadía en Pekín. Además, hay un perfecto equilibrio entre el paisaje externo y el paisaje interno en el hablante. Sin lugar a dudas, este efecto es el más usado en el libro, y no debe impresionarnos que el paisaje interior sea tan o casi más oscuro que la realidad representada:

Los peces están muertos. Mi red no persigue sus almas.
Protejo mis remos con grasa de animales vivos.
En medio del mar soy todo el horizonte
[...] No escucho ninguna celebración. Desaparecimos
en el mar como una corriente. Solo el ruido atroz
de los murciélagos, sin tregua, construyendo
su paraíso en la pupila sumisa de mis ojos. El tiempo
se agota. La vida no tiene descanso21.
[La noche tiene el olor del cuero negro]


El atolondramiento en el sujeto es producto de la ausencia del amor: «El amor es un forastero que construye / su cabaña al borde de un precipicio»22. Esta soledad se extiende hasta el plano interno, provocando caos y confusión en la percepción de la realidad y de sus propias sensaciones y sentimientos, en donde el panorama general es el de la duda: «Agradezco / Porque nada sé y poco he comprendido»23. Todos los poemas están plagados de imágenes y juicios, reflexiones y opiniones, que más allá de entorpecer el lirismo del poema consolidan el extremo desarraigo y la soledad absoluta en la que se encuentra el sujeto:


No hay nada que comprender.
Nunca encontraremos la calma. Este es el único otoño
El de tus cabellos sobre mi rostro para que yo no tenga frío
Después de la lluvia las calles se llenan de colores
y las flores crecen a pesar de la nieve húmeda.
Te veo desaparecer y te hago un gesto de adiós sabiendo que es tan inútil
como todos los sueños que inventé por ti al encontrarte
Solo nos queda este planeta frío
Nuestra sombra amarrada a la eternidad. La hierba
que se balancea con el silbar del viento.
[Tres]


Ante semejante abatimiento, el sujeto emprende un viaje a través de la noche24. A medida que el hablante se interna cada vez más en esta búsqueda nocturna se da cuenta de que su percepción se agudiza, sus conocimientos se expanden hasta llegar al absoluto desconocimiento de causas y situaciones. En el poema «La noche tiene el olor del cuero negro» verificamos esta búsqueda interior, en donde el mar es el símbolo del inconsciente y la barca el proceso de exploración personal25 y, paulatinamente en su recorrido, el hablante se encuentra cara a cara con su propia voz, su voz más interior confesándole el desconocimiento de sus sentimientos, a manera de estribillo que se repite según la profundidad de su interiorización:


Ni yo mismo sé que te amo
Ni yo mismo sé que te escucho

Empujo mi barca hacia las aguas. Un destino
anudo con el desconcierto de mis brazos. Y tropiezo
con otros pescadores. Iluminan sus remos
para atrapar el ruido de los peces. Y la noche
se desnuda.
[...] Enamorados
seguimos fugando hacia las aguas. Y la noche
se desnudaba
[...]
Ni yo mismo sé que te amo


Una de las imágenes que se reitera en este poemario es la figura del albatros como símbolo del poeta moderno26. A partir de Baudelaire, el poeta es visto como un ser torpe, cuyas «alas», que representaban su linaje celestial, le hacen tropezar en un mundo moderno, caótico, en donde la multitud se presenta hostil y que lejos de comprenderlo, lo maltrata27. El poeta de Málaga muestra rasgos semejantes al de su par francés. Sin embargo, el albatros de El libro del atolondrado simboliza a un poeta desconcertado, violento, cruel y hasta sangriento, no solo por el gentío y una sociedad y realidad amenazante, sino porque el desconocimiento parte de sí mismo y necesita una respuesta. Por tal razón su poesía nada dice porque nada sabe28, como lo atestiguan los poemas «Las palabras del albatros atrapado en las corrientes vertiginosas que remecen la ciudad de Lima» y «La confesión del albatros (2)», respectivamente:

Palabra de albatros, las volveré salvajes.
El amor es un tridente clavándose en el iris de tu mirada.
Palabra de albatros, las llenará de sangre.

El albatros vuela pesado y cae. [...] Me he quedado ciego. No estoy seguro de nada. Siento el torpe batir de alas del albatros. En la oscuridad escribo esta confesión. Amarro a ella el cuerpo sin reflejos del albatros.




POEMA DE AMOR

Un lirio blanco
se abre
las venas en mi cama.
Siempre
vivo atento
a la poesía.
Las palabras
no tienen escrúpulos.

(Inédito)



Los héroes se alimentan de anfetaminas

Los héroes se alimentan de anfetaminas
No hay otra manera de besar a la mujer que amas,
Nadie cree que la poesía te cuesta la vida.
Alguna vez fui un cisne borracho. La dificultad
es que no puedo recordar ninguna canción.
Ahora busco un parking solitario
para establecerme por toda la eternidad.
Los héroes viven disfrazados de travestís
No hay otra manera de soñar.
Nadie comprende que la poesía te cuesta la vida.
Alguna vez estuve a punto de poner los pies sobre la tierra
La dificultad es que sigo cayendo en el vacío.
Los árboles no son necesarios para poder entonar tu canto.
Siempre canté encerrado en una jaula.
Los héroes no recuerdan ninguna canción
No hay otra manera de escribir poesía.
No hay otra manera.

(Inédito)



Poema a mi padre

He visitado el cuarto de mi padre:
El cancer huele a bosque de limoneros.
No miraba al cielo, leía los periódicos.
Todos buscamos buenas noticias.
El amor me da miedo. Es sensato tener miedo.
Mi hermano, el fuerte, dijo, sabe que se va a morir.
Muchas palabras aniquilan la poesía.
Afuera era un día iluminado.
Cada flor crece en su lugar. La confusión
es la sospecha. Y he buscado una cantina.


Ars poetique

Si tu voz canta, que avizore el secreto
de la garganta del murciélago:
en su oscuridad se esconde el trino.
Jamás en la tapia de una alta iglesia,
en la melodía que empuja y ciega
el albo bozal de un perro. No en la navaja
que en su destino está tu cuello.
Si tu voz canta, que cante
sin despertar a tus vecinos, que rasante se dirija
al secreto de tu garganta y decapite la ternura de las palabras,
sea guillotina helada sobre la furia
púrpura que es la llave de tu reino,
Si tu voz canta, que se olvide del rigor de tu soberbia.
Solo el filo de tu miedo será carnada
en mar abierto, alimento de peces a la deriva,
arena seca flameando en el desierto, lámpara roja flotando
en la borrasca de tus venas. Si tu voz canta, si tus manos aprietan,
si tus alas pesan sobre el aire albino de la madrugada,
salta jubiloso sobre el barro apoyándote en tus pies delgados
y esconde por inútil la gracia que te ha sido concedida.






Escrito al borde de las Cataratas de Bei-Lung
A 30 mil millas de mi país piso la misma tierra mojada.
Y recibo cartas que explosionan en mi corazón.
El taxista no comprende cuando le ofrezco mi botella de vino de arroz.
Él trabaja. Yo canto un bolero. Siempre me equivoco.
Sobre todo cuando pienso en el porvenir. Déjame vivir
bajo estas aguas un instante. Me recuerdan tu voz
las noches de invierno. El canto de las cigarras es inútil
bajo el ruido de las cataratas. Pero cantan
hasta morir en el universo de una hoja de acacia.
No he descubierto lo claro. No soy contemporáneo de nadie.
Solo tu tienes mis números de teléfono. No me dejes morir.
Los turistas fotografiamos el agua para recordar el agua.
Su música desaparece en la emboscada de la película.
Sólo poseemos el deseo de nuestra mano. Un puñado
de cenizas de los astros para avivar las noches del invierno.
Todo lo que hago me parece triste. Vino de arroz no me abandones.
Una carta es una frontera. Hierba seca crujiendo bajo mis pies.
Mi corazón siempre se repite. Tú, la que escribiste una vida,
( no me abandones.
Desde lo alto de la colina las nubes esconden el paisaje.
Caminamos como si el mundo fuera opaco bajo nuestros pies y azul
(esplendoroso en lo alto.
Sería bueno acostarnos sobre la tierra muerta y dejar que de nuestro cuerpo
(germinen flores.
Que Arda sin despertarnos asustados en medio de la noche.
Tu carta en mi bolsillo me recuerda el olor de las flores, el brillo
(del agua, el espesor de los bosques.
El taxista se ríe de mi cámara fotográfica. Él duerme bajo este esplendor.
Yo ignoro si soy el invitado o los alimentos. Ofrezco mis manos vacías.
Quiero dormir. Estoy harto de la poesía. Sucede que hiela los huesos.
Que nace de las cenizas del universo. Destroza las ventanas de mi cuarto.
Todo sigue igual. Me saturo de anfetaminas.
Es una herencia que pasará de generación en generación.
Siempre confundo las costumbres de los pájaros. Cuando pienso en ti soy
( infinito.
De nada sirve mirar de frente todos los ruidos del bosque
La poesía se adelgaza hasta ser una bolsa oscura debajo de mis ojos.
Un bote sin remero en un muelle desierto. Tu voz llega de una región
(que no existe.
Comienza a crecer la eternidad. Escribo este poema porque pienso en ti.
Una triste lluvia. No sé vivir. ¿Cuándo me despertaré despierto?
Dejaré de volar como los murciélagos en la noche.
No hay constancia del canto de la cigarra. ¿O tú puedes recordarlo?
El suelo esta cubierto de hojas de acacia.
Trataré de no pensar en nada.
Tengo las manos vacías.
Me gustaría amarte, no escribir estos cantos a mí mismo.
Así es mi amor. Tu sangre no me alcanza para sobrevivir.
El cielo es un muro azul. Camino sobre un muro gris.
Te escribo en un muro blanco. Mi mano tiene las rajaduras del concreto seco.
Algo se ha perdido. Tu carta tiene la claridad de las cataratas de Bai-Lung.
Pronto los árboles serán estandartes vacíos y el universo vasto y oscuro.
Carta y poema desaparecerán en el bolsillo de mi pantalón
En la voracidad de la lavadora. Todo lo olvido.
Por eso intento que me escuches.
Sé que este intenso vacío no lo solucionará la muerte. Somos abismo y sombra.
Voy no importa dónde así me guíe por un mapa clavado a la pared
(señalando la ruta.
Tu sonrisa es para mí la vida entera. Ese arte lo conozco.
Enciendo fuego en todas las orillas y te invoco. Nada separa pasado y
( futuro.
Estamos un breve instante. En el fulgor de la flor de higo te amo.
No tengo otro talento y este no se puede enseñar.
Tan absurda esta botella de vino de arroz. Estas miles de
( hojas de acacia que crujen bajo mis pies.
Nunca se sabe. Trataré de morir bajo la sombra de los árboles.
Evitaré el aburrimiento de que me comprendan.
Aspiro a vivir todos los momentos que no tengan ninguna
( importancia.
Las calles de mi infancia me perseguirán eternamente.
( Cuando cae la lluvia te amo.
¿Sabías que te amo cuando no cae la lluvia? Detesto la
( banalidad de los rostros de la multitud.
He cometido todos los crímenes. Deseo mil cosas a la vez. No
( comprendo este paisaje.
Pero siempre estamos frente a frente ofreciéndonos un instante de paz.
Tengo mil dioses: uno para cada parte de mi alma. Soy yo
( quien quema incienso a la Gran Madre
Y desde el fondo de mi alma me postro delante de ella.
Mil lágrimas me pide y mil lágrimas abandono.
Este verano se aleja. Entregaría más a cambio de tu sonrisa.
Navegando en este planeta lo único que hago es correr hacia
( la muerte.
Tu carta ha abierto un dique. Navego a mayor velocidad
Más bríos. No hay ciudades en sus orillas adonde
( pueda gozar de una sopa caliente,
un tazón de vino de arroz , una cama tierna y húmeda.
Sólo eso eras tú.
Una pequeña aldea llena de leña a la mitad del viaje
Un lugar para compartir todas estas verdades inservibles
( que he acumulado a lo largo del camino;
quedar desnudo y cantar como una cigarra en una hoja
( de acacia.
De eso se trata. No interpretaré al mundo.
Estoy a tu lado y toco el lugar más dulce de la tierra.
Así son las cosas.
Veo lo que veo y no hay nada oculto en el poder de las cosas.
Soy sin interpretaciones como esta lluvia pesada que
( comienza a desfigurar mi rostro.
Húmedo hasta los tuétanos. Paso y quedo como el universo.
Ningún deseo de ordenar la vida. Trazar una línea para
( separar lo útil de lo inútil.
Cuando escribo soy un ciego narrando el paso del agua. Quiero
( arrojar al vacío todo lo que he aprendido.
Quedarme aferrado a tu sonrisa. Como si yo fuera la
( sonrisa misma.
Una sonrisa resplandeciente en la inmensa noche eterna.
Llevo en mí todas las sonrisas que he amado.
Soy un planeta lleno de lágrimas.
Me dejo llevar por el poder del viento.
Como dividir con justicia una manzana en dos partes iguales .
¿Por qué elegir si ambas me alimentan?.
Mi única certeza es la duda.
He hablado tan poco cuando estaba a tu lado.
He sonreído tan poco cuando estaba a tu lado.
Y la lluvia no cesa y las cataratas Bai Lung son un brillo plateado en la
( lejanía.
Y en mi mano otra botella de vino de arroz como un faro
( desprovisto de mensajes.
Que la paz perdure. Que todo el mundo reciba tu carta.
Que las viejas redes tendidas en el mar capturen peces resplandecientes.
El viaje es más largo que nuestros sueños. Bebo sin escuchar
( el ruido de mi garganta
Tu belleza esta fuera de mí. Los árboles son árboles. Mi poema no los toca.
Por eso te escribo este poema. De la poesía se dice de todo.
De nada sirve para mirar complacido este paisaje.
Para dormir a tu lado cubriéndote con mis cabellos.
Seré siempre aquel que espera atravesar un muro sabiendo
( que no existe la puerta.
Saltando de caballo en caballo descubriendo la vastedad de la pradera.
Plantará este poema en el centro de un bosque.
Ningún leñador lo podrá cambiar por un gorro de visón,
( aceite de oso o leña seca.
Sólo será un poema plantado en el centro de un bosque.
No tengo esperanzas. Mi alma esta vacía de paisajes. Tú eres
(un ejército de dioses.
Tan natural como el agua cayendo por una pendiente.
La furia del océano al roce de tu piel es una casa llena de amigos
Pensar es poca cosa. Poco me importa la poesía.
Nunca podremos repetir la belleza del canto de una cigarra
Fijar en una foto su inmortalidad
Acabar con el amor escribiendo una carta.
Una carta es una cámara fotográfica. Deja constancia.
Nada añade. Todo reduce. Con precisión aterriza adonde no hay nada 
( preciso.
En qué instante la persona que está a mi lado es la misma
(que me escribe desde el otro lado del planeta.
Y en qué instante vuelve a ser la que se baña desnuda
( bajo las cataratas de Bai Lung.
No hay milagros del vino de arroz. Estamos atados a la misma deriva.
Invocamos al mismo dios en medio del furor de la tormenta.
Somos la sombra de nuestros sueños. No te inquietes por mí.
( Yo escribí esa carta.
Siempre llevo una luz invisible y triste en mi corazón.
Siempre me pierdo en la ruta clara y calma. Comienzo a aullar
(en la oscuridad.
Un tiempo se acaba con mi botella de vino de arroz
Compraré otra y la eternidad renacerá luminosa.
Seguiré buscando tu sonrisa entre los dorados campos de trigo.
Continuaré disputándome conmigo mismo. No hay regreso.
( No quiero regresar.
Tu corazón, del que nunca nada se sabe, tampoco puede escapar.
Esta enfermedad no se cura eligiendo el día de la muerte.
Cada cosa es lo que ella es. No hay más explicaciones.
Yo, que más tiempo he estado solo que acompañado de la manada de lobos
Que he matado, violado, fracasado, siempre lleno de bondad y sin
( remordimientos
Te ofrezco este ramo de palabras húmedas. Sé bienvenida.
Ordena que el viento se enfurezca. Que imperen las tinieblas.
Que la lluvia continúe. Que sin calma el mismo ardor nos invada.
Que en su oscuridad la noche nos proteja
Que se destruya toda la poesía para recuperar tu sonrisa.
¿Acaso no eres la noche que no cesa?. ¿El día que no cesa?
¿El resplandor que se refleja en el resplandor para calentar la tierra?
Extenuado no exterminado sigo bebiendo bajo la noche azul
( de las cataratas de Bei-Lung.
Y con mi propia oscuridad oscurezco el universo. La madera
( viva de los bosques late bajo un color plateado.
Eso no significa nada. Pero en esta noche hay cierta belleza
( que vuelve a traer tu olor a mis manos.
El tiempo o una lavadora destruyen todas las cartas
¿Quién es capaz de desconocer la inmortalidad cuando
( escucha el canto de una cigarra?;
¿al caminar sobre un tapiz crujiente de hojas de acacia?
Bajo las cataratas de Bai-Lung he arrojado tu carta al destino
( que le corresponde a las maquinas fotográficas
Y he escrito este poema .
Mi último canto antes de abandonar esta hermosa hoja de
( acacia
Donde hace dos mil años canto sin cesar.
Bajo el ruido ensordecedor de las cataratas,
Completamente solo. Defendiéndome con tu sonrisa.
En silencio.
Beijing - Bai Lung, mayo 1993-mayo 1999

La noche tiene el olor del cuero negro
Los murciélagos se cuelgan de mis cabellos.
Las aguas del mar tienen las alas cubiertas de barro.
Bandadas de pájaros sobrevuelan hambrientos.
Sólo distingo burbujas: Reventando.
Brillantes ecos de multitudes de cuerpos hinchados.
Acomodo mis redes. Me ensordecen
los ojos ciegos de los murciélagos. Ni yo mismo sé
lo que escucho. Las echo al mar.
¿De quién la sangre que rueda por mis mejillas?
¿Las sombras que se aprietan contra la noche? El tiempo
está caminando pero no logro alcanzar
la botella de ron con la que me protejo del frío.

Ni yo mismo sé que te amo.

Los peces están muertos. Mi red no persigue sus almas.
Protejo mis remos con grasa de animales vivos.
En medio del mar soy todo el horizonte.
¿Qué ordenan los policías metálicos que jubilan en las orillas?
La noche se arrepiente. Escucho
el tiempo que se desenrolla, oxida,
camina, llora, en las alas de una gaviota.
He poseído una red, poseo un par de remos
pero el mar ha perdido la vida. No comprendo
cómo puede sobrevivir el color azul, sus lágrimas amargas
sobre las que navego. Si se divisa de lejos todo es más claro:
El paisaje de un estanque desterrado. Sé que no es una cosa triste.
Que multitudes duermen bajo este mar. Otros, descansan
en los templos. Otros, anuncian llamaradas. Mi deseo
es la joya escondida en el fondo de mi bote.
Dicen que las olas son pequeñas.
Escucho que las olas están creciendo.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo sé qué escucho.

Empujo mi barca hacia las aguas. Un destino
anudo con el desconcierto de mis brazos. Y tropiezo
con otros pescadores. Iluminan sus remos
para atrapar el ruido de los peces. Y la noche
se desnudaba. Nos hemos deseado suerte. Y se han dispersado.
Por los cielos. Enterrado sus huérfanos
debajo del jarrón de rosas. Por el secreto. Y la noche
se desnudaba. Los peces están muertos, dije
y señalé el valle de ostras rotas que pisábamos.
Anuncié, todos moriremos en una isla;
soñé, no había regreso. Enamorados
seguimos fugando hacia las aguas. Y la noche
se desnudaba. Con desesperación
engrasamos nuestras velas. Un jadeo
estruendoso cimbreó el azul del mar. Y la noche
se abría. Por el corazón del miedo.
Y penetramos en su cuerpo sagrado.

Ni yo mismo sé que te amo.

No se escuchó ninguna celebración. Desaparecimos
en el mar como una corriente. Sólo el ruido atroz
de los murciélagos, sin tregua, construyendo
su paraíso en la pupila sumisa de mis ojos. El tiempo
se agota. La vida no tiene descanso. Me persiguen
estatutos de metal; su brillo encarcela las orillas.
Mantenemos las lámparas encendidas. Poco a poco nuestra piel
toca el vigor glacial del norte. Detrás del vidrio de la ventana
una mano se agita. Se detiene una multitud
delante de los semáforos: Flores atrapadas
en el cuello del jarrón. Porque trabajó el destino
en medio del mar. Porque mis remos penetran
Porque he amado. Porque mi corazón es un fugitivo.
Tallo en el árbol del horizonte huellas profundas.
Le entrego el puñal al que desea la muerte. Es latido intenso
el peso de un hombre aun después de que ha perecido.
En su tumba el pescador jugará con sus serpientes.
Y sonará sin vacío la celebración.

Ni yo mismo sé que te amo…

Es un siglo de silencio construido con barcas a la deriva,
remos engrasados que descansan en paz. Ni yo mismo sé
cómo echar las redes. La brisa delicada del planeta
llora en voz baja. Un ángel muerto emerge
del silencio del bosque. Echa incienso
sobre sus heridas llenas de pus. Poco a poco
mi corazón se ha ahogado sin pronunciar una queja.
Está lleno de amargura. Que es clara. Y ha desatado
sus primeras burbujas. Mis ojos de pescado
no tienen lágrimas. Y mi corazón se fue haciendo más delgado.
No he escuchado ningún ruido. No he sentido el golpe
de la sangre contra los peñascos.
Todos cantan lejos de mí.
Veo una bandada de aves voraces
dibujando el horizonte. Sólo persigo
el viento que atrapan mis redes.

Ni yo mismo lato en mi corazón.

No me canso de remar. He atravesado tantas corrientes
que he descubierto el color del cielo. Con las manos
llenas de grasa diseño un rostro a mi mirada.
En la oscuridad el cielo no tiene color. Me gusta
este olor a pescado muerto. Las gotas de agua
podrida que humedecen la piel de mi barca.
Me mojo los labios con ellas. Y veo las ostras rotas
pisoteadas por botines de metal gemir en la orilla.
Detesto el olor de los gemidos. Y veo
las fugaces luces de las antorchas
llenas de amargura. La sombra
de los condenados cantando en la orilla.
El corazón fugitivo ha muerto. Va,
a la deriva en una barca vacía.
Otros, fotografían el cielo. En sus pardos resultados
se cobijan. Otros, duermen debajo del mar.
Yo no sé protegerme de la lluvia. Me gusta
exprimir mi camisa sobre esta alfombra
de burbujas malolientes. Remar.

Ni yo mismo sé que remo.

La noche santifica el olor del cuero negro; renace
en el esplendor de mi casaca enfrentando la oscuridad.
Oculta las armas que se esconden en la orilla
Veo una luz que el silencio apaga. Un hombre
sin deriva que canta a la luna. Del cielo
se despegan ojos de araña. Cuando sentimos el rodar de las olas
todo paraíso está perdido. No conozco la profundidad del mar
Aspiro a besar la de mi vaso de ron
Sueño que en él se agita todo el azul del universo.
He dormido algunas veces sobre el asfalto ardiente.
Estoy engomado a la baranda de mi bote.
No es la libertad que aspiro pero es toda la que poseo
No he terminado de hablar. En las orillas
las armas que nos apuntan
tienen los ojos de flores aterradas.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo reconozco lo que siembro.

Convivir con el ruido de los murciélagos no es destino de pescador.
Todo el mundo esta dispersándose. Y el estallido brutal
de mi bote crujiendo es toda mi respiración. Sangre
que riega la terquedad de mi camisa. Hace mucho tiempo
aspiro a vivir la soledad de los peñascos.
Hace mucho tiempo que estoy reuniéndome.
Sólo veo el humo de las antorchas apagadas
cubriendo una ciudad dormida.
Todos los ríos están helados. Otros se petrifican
con el peso de las burbujas que los invaden desde el mar.
Escucho el golpe de las botas pisoteando los puertos
escondidos. La espera cubierta de lentes ahumados
de los que perdieron todos los materiales.
De los que aspiran a escuchar el crujir de mi red,
gota a gota enrollándose. Y que oxidada
alimento sea de peces muertos.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo sé que me reuno.

Estoy oyendo el tiempo. Tuve algunos poemas.
No tengo justicia, ni fe, ni odio, ni amor.
En los maderos de mi bote se escriben las líneas de mi vida
A veces rujo para asustar mis velas,
aumentar la velocidad. Produzco un eco silencioso,
a veces lo escribo. Copio la música del vuelo de los pájaros,
a veces la siembro. El pescador no tiene padre, ni madre,
ni sombra. El universo es una botella cerrada.
Mi bote, la joya atrapada. Es un siglo de silencio.
Golpeo el vidrio transparente que me rodea.
Sólo desgarro admiración en los que la santifican
entre sus recuerdos de viaje.
Por momentos pienso que todo mi destino
es trepar hasta mis ojos. Extenderme
como las malaguas varadas en la orilla. Compartir
sin deseos el paraíso de los murciélagos.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo reconozco la joya.

Ningún pez cargará mi cesta al llegar a la orilla
No alcanzo a convertirme en un hombre.
Mis redes persiguen el olor del viento.
De un siglo vacío sólo he robado una botella.
Ni yo mismo sé qué canción canto.
Cual el estruendoso silencio de las sirenas
De adonde vienen los gemidos que escucho. El mar está muerto
Pero aún revientan burbujas. A veces no alcanzo
a ver la quilla de mi bote, el cuerpo del pescador remando,
mi mano frotando con grasa las velas.
No puedo ver el agua. Estoy apoyado a la noche
escuchando el tiempo. He oído. No sé
qué arma jadea apuntada a mi corazón

Ni yo mismo sé que te amo.

Todas las mañanas al abrir los ojos me encuentro en un tribunal
Beso mi rostro tatuado para dar gracias por estas velas engrasadas.
Por estas burbujas, que son amargas. Siempre pienso así.
Siempre admiro la fuga de la presa. Me regocija el desaliento
del cazador. Una multitud dobla la esquina.
Todos están durmiendo y yo sigo rugiendo
No tengo soledad , ni desesperación, ni alegría.
El ruido atroz de los murciélagos llena el aire
de voces. Yo he tenido una casa en llamas,
como todo el mundo. Flores decapitadas,
como todo el mundo. Si alcanzo la botella de ron
sin cesar las aguas serán azules. Hace mucho tiempo
estoy dando las gracias. Y estoy oyendo.
Estoy oyendo que la luna es un vaso de plata.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo sé que me alcanzo.

Las aguas están extendiéndose lentamente.
Escucho el aliento de sus perros de caza. El tiempo
es una pistola que sabe esperar. Me gusta
apagar la lámpara con la que alumbro mi bote
Dejarme guiar por la luz de una estrella fugaz.
Reventar las burbujas que escapan de los peces hinchados.
Escucho el olfateo de sus perros de caza. Cada vez
más lejos. Cada vez más cerca de los vientres plateados
que flotan sobre la luz negra del mar.
No otro alimento entregarán a sus amos.
Todavía no he terminado de hablar. He oído.
No he tocado la profundidad de mi vaso de ron
Pero todavía quiero hacerlo. No estoy ni muerto ni vivo
Ni loco ni borracho. Estoy humedecido.
No permaneceré con los ojos quietos mirando al sol.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo sé que sueño.

Cuando llegue la hora de partir retornaré a la orilla.
La puerta es de hierro. Y cada charco
tiene su propia profundidad. Miles de universos
en el mar de una gota de lluvia. Ahogada.
La noche continúa travestida en metal. Un viento
delicado posee y enloquece la tierra. Sus lágrimas
llenan mi cesto de mimbre. Es todo lo que ofrezco.
Dejo que mis remos se enrollan sobre la yerba que crece
(en los bosques.
Apago mi lámpara. Me protejo
con mis velas recién engrasadas. La puerta está oxidada.
Es un siglo de silencio. No comprendo bien lo que escucho.
Todos están durmiendo. Por eso
en el aire hay muchas voces. No quiero
destrozar la botella cerrada. Ha llegado la hora
de ver el paisaje. De pasar la lengua
por la sangre que corre sobre mis mejillas.
De subir al paraíso.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo tengo mi lengua.

Las olas del mar son el canto de los fugitivos.
Ellas siempre vuelan. Pero sé que la puerta esta cerrada.
Mis remos, de ron y cristal. El oxido, más poderoso
que el silencio. Me he detenido en muchos templos.
Por eso puedo encender mi pequeña lámpara. Me gusta
escuchar el fragor del mar apoyado contra un árbol.
Rodar mi frazada sobre la hierba. Sentir que el tiempo
es la goma que respira la madera. Y canto
Y abro los ojos. Y cuando sueño prendo la luz.
Y de vez en cuando tropiezo en las pasarelas.
Y veo una manada de héroes rapaces
gozando en las entrañas de los muertos.
Y el tiempo sigue caminando. Está abriéndose la camisa.
Está avanzando hacia las aguas. Las nubes llenas de voces
dejan caer algunas lágrimas amargas. Un olor
sagrado, es un siglo de silencio, emerge del sopor de las burbujas.

Ni yo mismo sé cómo te amo.
Ni yo mismo sé cuál es el alimento.

He tenido una llamarada en mis manos.
He poseído un techo. Una mujer que nació tatuada en el aire.
Sin arrepentimiento todo lo he devorado.
Yo sé que el vaso está vacío. La puerta cerrada. Las orillas
encarceladas, los toneles de ron ocultos bajo cubierta. Y agradezco
lo que no alcanzo. Siempre pienso así.
Ha pasado mucho tiempo. He perdido
de vista a los que partieron conmigo. Y en las mañanas
agradezco por lo que he perdido. No hay camino de regreso.
El viaje nunca tiene destino. Mi bote
es el universo. Oír el tiempo
que abandona la lluvia. Estoy escuchando
el latir de una alfombra de burbujas. Agradezco
porque nada sé y poco he comprendido. Porque todo deseo
pero remo tranquilo. Multitudes de fotógrafos
se aferran a los cardinales planos de su obra. Quiero besar
los labios muertos de los peces. Abandonar
este olor a cuero negro. Desnudarme.
Bucear. Respirar. Cantar.
Golpear obstinadamente las voces de mi bote.

Ni yo mismo sé cómo te amo.

Los náufragos envejecen
sin abandonar la orilla. Sin fatiga
desciendo en la noche
vestida de amargura. Avanzo
Sobre las aguas toscas
como los peñascos. Avanzo
Sobre un río helado. Para asustar al mar
Me transformo en un perro. Estoy ladrando.
No permito que nadie se me acerque.
En voz baja los náufragos están murmurando.
Por eso en el aire hay muchas voces. En las orillas
los policías metálicos están desconcertados. Nada esconden
sus lentes ahumados. Todavía tengo un bote.
Un pedazo de hierro latiendo.
Una red persiguiendo el viento.
Los náufragos no conocen el canto del mar.
Como todo el mundo tuvieron una religión. Encendieron
una miserable lámpara. Envolvieron sus lágrimas
como los caracoles. También escucharon el tiempo.
Ahí están muriendo. Sobre mis ojos
están construyendo un ruido atroz
Crece su paraíso ciego. Sigo ladrando
No permito que nadie se me acerca.
Los náufragos tienen alas pardas.
Los náufragos tienen almas pardas
Los náufragos tienen sueños pardos
Se mecen sin destino aferrados a mis cabellos.

Ni yo mismo sé que te amo.
Ni yo mismo sé.
Ni yo mismo.
Ni yo
Ni.
N
Te amo.
No permito que nadie se me acerque.




Este poema pertenece a El libro del atolondrado, que le valió al autor el premio de poesía del Instituto Cervantes, como parte de la convocatoria del premio Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional, en 2002.








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