Rosario Pérez Cabaña (Sevilla, 1967), es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Hispalense.
Cursó estudios de Doctorado sobre Literatura Hispanoamericana, y sus investigaciones se han centrado principalmente en el proceso de las antologías poéticas en Cuba.
Ha impartido clases de Poesía y Narrativa Hispanoamericanas en la Facultad de Filología de la Universidad Hispalense. Actualmente es profesora en la carrera Ciencias de la Comunicación en un centro universitario de Sevilla.
Es autora del libro de relatos Cinco lunas vigilan, por el que obtuvo el primer premio de relatos del certamen Ateneo de Sanlúcar de Barrameda y con el que fue finalista en el Premio Gustavo Adolfo Bécquer de relatos, concedido por la Junta de Andalucía.
Sus relatos y poemas se han publicado en revistas como Nayagua, Abantos, Los noveles, Kitsch, Blanco y oro, etc.
Recientemente, ha sido incluida en la antología Literatura joven de Andalucía, editada por la Universidad Autónoma de México.
Su poemario, Mientras tú cantas, en la editorial Dum Spiro.
En este momento, ultima su primera novela.
COINCIDENCIA
Me gusta pensar que tú lo sabes:
a la hora precisa de las nueve y diez
del pasado tres de agosto
experimentamos una espléndida coincidencia:
tú amabas a una mujer y yo a un hombre.
Lo mágico, por así decir, del caso es
que ni el hombre amado eras tú
ni yo la mujer amada
(como ves, una vez más, cuestión de pronombres).
Este tipo de azar incuestionable
que mueve las velas de los barcos
y las barbas encrespadas
es lo que nos convierte
en dos: entiéndase sin mitades ni unidades sucedidas.
Dos que por pura y simple coincidencia nunca se encontraron
De lo nuestro
Si tú me pidieras que escribiera de lo nuestro
es una oración condicional
(mejorable, sin duda, en el estilo),
inconcebible en esta maraña de hojas
aferradas a su árbol, a condición tan sólo
de la luz que vivifica;
la misma luz, fíjate, que nos vivifica.
Si tú me lo pidieras, yo podría decir palabras como acentos,
elevar sílabas al infinito;
podría, como otros,
decir casa, camino, mano,
encrucijada,
por no hablar de los adverbios
que acompañan al amor cuando es un acto.
Por ti, si tú me lo pidieras, podría
describir el pasillo de la casa
que nos mira con ojos achinados, allá en el fondo,
revueltos, sin orden, sudorosos.
Y seguir así, buscando anáforas
con que preñar nuestro ego de amantes
que se aman con los dientes;
sin terminar nunca los discursos,
porque tú bien sabes que no hay nada peor
para el amor
que una oración adversativa.
Así que seguiría escribiendo —claro está,
si tú me lo pidieras— palabras
como manos, sin lugar a dudas, manos
que se abren y se cierran al mundo;
palabras largas y sonoras
como esperanza,
como ESPERANZA NUESTRA,
que resulta más simbólico.
Todo por encontrar una verdad (qué se yo,
¿superlativa?) que cierre
esta dialéctica gastada,
posible, deliciosa, futurible,
de decir si tú.
Limpieza general
Una limpieza general es una cosa completamente seria,
por su crueldad, principalmente.
Despojar al objeto de su pátina, aun invisible,
supone un agravio incuestionable
para el objeto que esperó pacientemente.
Apóstatas del polvo
que aún tenéis la suficiente fe
para creer
que tras limpiar el polvo
el polvo está,
como dicta la ciencia,
mucho más limpio,
decidme: ¿a qué distancia de la mancha
ha quedado abandonado el verso?
Aunque, no nos olvidemos, si se quiere,
todo puede ser poetizable.
A ver si no:
a) desalojar el polvo de su libro
tiene su propio tiempo, que recuerda
la lentitud del pulso en las orillas
de tu cuerpo.
b) lanzar al mar por los desagües
el resto de sudor con que me amaste
también tiene su ritmo.
c) lo de los peines mejor no nombrarlo,
por mi obsesión más que nada.
Claro, después de la tristeza, propia
de las cosas limpias,
¿cómo puede uno seguir amando
la tela de la flor
que ya nunca será la misma?
Eso hay que tenerlo en cuenta.
Más de una vez ocurre
que cuando la casa queda limpia
acude un vértigo (podría jurarlo)
que me hace recordar.
Ciertos inconvenientes los considero lógicos:
por ejemplo, tener que ir urgentemente
a comprar, qué se yo, ropa interior
o perfume para el gato,
que a día de hoy nadie me ha confirmado que no pueda yo tener un
gato.
El cielo, eso sí, se ve más diáfano con la casa limpia, despojada
de aquello que tal vez nos ayudó
en otro tiempo a amarnos.
El ángel de La Carbonería
Sergio Lira lee en un rincón.
La mano cóncava, los dedos juntos, apenas
rozando el centro ocoso
que separa en dos mitades toda historia.
Cualquier alma no iniciada
podría haber encontrado de repente la pureza.
Lúcido Lira
sin esperar que algún cantante de rock o de tango sin burdel
lo convierta en friki taciturno;
a él, que sólo aspira a leer en el ángulo oscuro, tal vez olvidado.
Sergio Lira lee en un rincón.
La mano cóncava, los dedos juntos, apenas
rozando el centro ocoso
que separa en dos mitades toda historia.
Cualquier alma no iniciada
podría haber encontrado de repente la pureza.
Lúcido Lira
sin esperar que algún cantante de rock o de tango sin burdel
lo convierta en friki taciturno;
a él, que sólo aspira a leer en el ángulo oscuro, tal vez olvidado.
La conocí en un momento importante de mi vida, si no el más importante, y en otro menos importante nos alejamos. Siempre la he llevado en mi corazón a pesar de la lejanía. Me regaló su primera obra premiada. Aún la conservo.
ResponderEliminarGracias por pasar por mi vida.