sábado, 25 de junio de 2011
4018.- JAVIER ESTEBAN GAYO
Javier Esteban Gayo (Madrid, 1978) Periodista. Reside en Alcalá de Henares. Ha colaborado, tanto con relatos como con poemas, en diversas revistas y fanzines, entre las que destacan Ariadna, Eldígoras, Realidad Literal, Qi, La Plaza Humana, Los Noveles, Letralia, Margen Cero, Parnaso, Artifex Tercera Época, Bar Sobia, La Rosa Profunda, La Bolsa de Pipas, Dulce Arsénico y Cuadernos del Matemático. Junto a María Isabel Rodríguez, Jezabel Rodrigo y Felideus participó en la obra colectiva Siembra de Tinta, galardonada con el III Premio de Narrativa Mago Merlín de la Editorial Celya.
Con quién casarme o no casarme
¿Cómo rescatar mi vida? ¿Con quién
casarme o no casarme? Un pedal fácil
ya fornido en la algarada. Querías,
fortuito y lapso, al violín de la pausa.
Matizara burdos cuyos sin nudos,
planteamientos, desenlaces y a calzar
qué les atañe. Astucia, anda su página
perenne, signo de interrogación,
cierro paréntesis. Traba y canción
se desentienden: ¿cómo rescatar, quién
se refiere, inciso, al colmo tan manido,
oh, atroz desprovisto? De casarme
avienen lances. ¿Permitiese yo
al refrito arisco y sordo merecer?
Adverbio de negación
Si caen los párpados tersos del cristal,
agua deshilachada, y si resbalan
de algún vaho torcido nuestras bocas
para retener la tarde, el gris atónito
que pudo ser siquiera un pensamiento,
harás tú el gesto de prender un cuarto
con bocetos de calor, mordazas
y luz mínima, abrasada porque es otro,
somos otros, quien acerca su fervor
al labio, quien bucea con las manos
bajo el suéter, quien respira una lana
fugada, taciturna y rasga al azar
estos folios de su nieve, de país
feroz y cierto, en sogas de saliva.
Novio
A modo de variación, un trémolo,
final acorde de turno cuando esperas,
novio, en la puerta del cine Doré.
Te cuentas tu edad frívola entre tanto.
El tacón trama, quehacer recurrente,
un rastro de escayola por la acera.
Si vuelves la mirada adentro, obtienes
delicias: ronroneasen, ágiles, con
impaciencia. Tú sabes ahora que ella,
el matiz hábil, la cafetería,
la película van a aburrirte y saldrás,
cómo no, de matizada migraña,
tu noticia la única de hoy, gloriosa
liturgia, basto el chiste y todo amor.
Pastiche
Que haga aún méritos esta camada.
A él no le sorprenderán más, me huelo,
nuestras letras en cursiva, las mayúsculas
que brillan por su ausencia, tanta leche
autobiográfica y los recitales,
duelos, de cerveza y pentatónicas.
Sabrá que nadie muere en los poemas.
Moriremos ya después, antes, durante,
pero nadie ha muerto nunca en un poema.
Yo no digo que no haya que intentarlo
alguna vez, sólo pregunto: ¿es que es mejor,
y no me deis la razón, si no queréis,
odiar con la franqueza, con la misma
y cotidiana y pendenciera rima?
Mandril
Fui y estuve aquí, no término medio,
si no orificios limpios en el pecho
del mandril de aquella vez -concédeme
ponerle piernas, brazos, a lo nuestro,
ya explicaste cómo era el que las cosas
pasan y no pasan pero aún dejan
de pasar y yo le busco al que pasaba
que no sea sólo hocico dando el cante,
remordiendo su melena por perdida
aun sin saberse liza o si patraña,
y pues que no interesa, y ya ni quieres
su cabeza, por mi el bicho se caerá
de bruces del espanto al verse manos
en lugar de un cepo y carrillera.
Ficticio
Y no ibas a quedarte, entiéndete:
supones que has gastado en esa cosa
del concubinato con tu santo hacer
un bufo etcétera tarado y salvas
al renglón que sigue de abrazarte
ensimismado; así que, por lo tanto,
no farfulles ni siquiera por pedir
tu tiempo al tiempo y la constelación
al charco en el que acaban de escupir
la madrugada, el adoquín de niebla
y la parada de autobús, tu rito arado
que resume un triunfo por consuelo
y te enrevesa más de chuzo inútil,
de hostigada coda, si lo insistes
SALARIO
Nada he leído hoy, os digo
sólo esta mujer que asciende
de su verticalidad a haber natura
por hacerse artículo de la presencia
–contrición– en el vagón del tálamo,
sumada ya a las horas de un crepúsculo
que se merece, para qué dudar,
cuando las nubes de liar los bártulos
se hienden aceptadas con epígrafe
y las proporciones de neón por pneuma
me empiezan a saber a bodrios leucocitos
con la forma de S. Forma, exactamente
el tipo blur que les aterrorizara
tanto a vuestros hijos, como el escarificado
que aún aplica un cartoné al moriendi
reseñado para toscos hilos
no lectivos, mientras manifiesta
el esplendor en todo un plausible rechazo
al guiño retransaccional o acrílico,
cuajándose el urgir estos montículos brutales
de mi historia aunque no fue.
FRANKENSTEIN
¿Existirá aquel hombre idéntico
a sí mismo, el hombre sobrio y manual
al que arrojé del libro y de los libros
y revierte, aguardo, de la frase al pie,
se yergue en su posible, ataja a grandes
voces la escalera, roza con su hombro
los visillos y las lámparas del siglo,
concatena pálido rencor y larga
el puño que fulgura y teme trunco
en mis cabellos, nítido vapor
como reguero fucsia, agrio portento
el desalojo de lo riguroso
y nudo que acarrea, pobre torso,
pues refila y cruje alucinado?
GINOIDE
a Mamoru Oshii
Mis ojos son la extensión preferente
de una molécula de circonio. Mi mundo,
una nítida colisión entre la cáustica
acelerada del interregno y la trilogía
recién enterrada bajo veraces artrópodos.
Como ellos, acudo a mi tórax. Emerjo de él.
Así, mi episodio: una estaca de rimel
en la cadencia al alud demorado
de un magno estrujón. Así, soy la resta.
Concédeme figurar los muñones finales
que abarques para asentar mi secreto.
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