jueves, 30 de junio de 2011
4049.- JAVIER PÉREZ WALIAS
Javier Pérez Walias, nació en Plasencia, Cáceres el 21 de abril de 1960. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura. Ha publicado los siguientes libros de poemas: Ceremonias del barro, Ed. Ángel Caffarena, Ángel / Poesía, Málaga, 1988. Impresiones y vértigos de invierno, XVII Premio de Poesía Ciudad de Vélez-Málaga, Excmo. Ayuntamiento de Vélez Málaga, 1989. A este lado oscuro del cauce, (Taller de Creación Literaria), Universidad de Málaga, 1992. Cazador de lunas, (Colección Virazón de Poesía, núm.11), Málaga, 1998. Versos para Olimpia, Ediciones Imperdonables (Francisco Cumpián), Málaga, 2003. Antología Poética (1988-2003) (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004) Los días imposibles, Calambur Poesía, 53, Madrid, 2005. Cazador de lunas / 6 Aguafuertes de Juan Carlos Mestre (Málaga, Colección Monosabio, nº 20, Ayuntamiento de Málaga, 2007), Largueza del instante, 2009
http://www.javierperezwalias.com/
BAJO LAS AGUAS
He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
en las arenas del bosque;
en aquel oleaje del bosque
que no era tuyo ni mío sino del cielo,
solamente del cielo.
He aquí mis dos manos acariciando las luces
que caían sedientas
desde cien mil estalactitas verdes.
He aquí aquel cielo.
Aquel cielo
que no era tuyo ni mío sino de tu licor
en ascuas,
de mi latir alado,
de nuestras lágrimas unidas bajo el tiritar
de las vértebras.
He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
como una burbuja de aire;
como aquella burbuja de aire
que no era tuya ni mía sino del fuego,
solamente del fuego.
He aquí tus dos ojos acariciando las sombras
que caían sedientas
desde cien mil estalactitas verdes.
He aquí aquel fuego.
Aquel fuego
que no era tuyo ni mío sino de mi latir
en ascuas,
de tu licor alado,
de nuestras vértebras unidas bajo el tiritar
de las lágrimas.
He aquí, bajo las aguas, el beso prometido
como una burbuja de aire en las arenas del bosque.
(De Ceremonias del barro, Ángel Caffarena, 1988)
TRES FRAGMENTOS ÍNTIMOS
1
Y es que estas soledades
de callejas conocidas
hacen resucitar en mi interior
—siempre que regreso—
el amor desnudo con que la luna se detiene
sobre las baldosas de barro
y leve alumbra
los portalones antiguos.
2
Amable es la sombra
de estos árboles, que en volandas se agitan,
a la vera
del camino más triste
junto al río de la isla y las murallas.
A la vera y tras los ojos
del nuevo puente
que sobre remolinos y cantos
plenos de aire
respiran.
3
La luz de la mañana
se acomoda en el estanque
bajo el sosiego y la esencia fresca que da la piedra.
El bullicio de la claridad
y el cromatismo del sol sobre las copas
al entorno y a mí mismo quitan lindes.
(De Cazador de lunas, Monosabio, Ayto. Málaga, 2007)
DESDE LOS HAYEDOS DE BÉRTIZ
(elegía)
Fuiste
árbol
en tu tronco y en tus hojas
para que yo escuchara,
en pausado silencio,
todas las sombras del Señorío de Bértiz.
La niebla purifica aquí el alma
y el limón de los hayedos
otorga, en esencia, claros de luz
al que camina.
Humedeciste mis manos y mi espíritu
en el círculo frágil,
en el reflejo que pasa
de estas aguas bajando
como trazos de muerte
por entre el silbar
agudo y triste
de las cumbres.
Fuiste
árbol
en tu tronco y en tus hojas
para asirme, en un leve soplo,
a todas las sombras, a todas las tinieblas,
tinieblas o sombras
enmarañadas de Bértiz.
Déjame aquí, sereno, en descanso,
oyendo la caracola vacía
que me dejó tu silencio
y la claridad del bosque.
(De Cazador de lunas, Monosabio, Ayto. Málaga, 2007)
JARDINES DEL INFIERNO
No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
En el principio, alejados del murmullo del mundo,
apenas éramos la ausencia.
Un ventanal abierto hacia la nada,
un jardín celeste.
Un bosque de pájaros entre la cal líquida y nuestros ojos.
Y ante nuestros ojos todo el movimiento del agua,
todo el sonido
por los umbrales diminutos de las horas crueles,
desangrándose por los desfiladeros
y por los lagos
como un péndulo que no conoce el sosiego ni la noche.
El paisaje del mundo vierte aquí
para el que escucha
su instante
de silencio,
sobrevuela los árboles,
nos acerca con su mano la cicatriz tibia de la memoria
mientras el asedio de las horas crueles
se quiebra
y cae
del otro lado del horizonte.
Aquí, muy cerca se nos muestra ya el embarcadero,
próximos
a la otra orilla.
Al instante,
reflejos, siluetas, troncos, lava que se desmadeja como un ovillo
por los íntimos arrecifes.
Hacia los profundos recovecos del silencio.
Como un río de mercurio preñado bajo la tierra,
como un espejo transparente
que lo refleja único
o como un glaciar de voces sobre el lado agrio de las sienes
―piel con piel―
y el vértigo a la osadía y la lluvia
columpiándose como tantas otras madrugadas
por escapar de los labios.
En medio del paisaje y del verbo y del asombro,
una inmensa
huida
que se nubla,
un verso en fuga o un libro entero acuchillado o una quilla
solitaria.
Todos los movimientos de todos los planetas
y de toda una vida
se asoman por los agujeros celestes del lenguaje
como cualquier náufrago sobre ausente, como cualquier viento
o ráfaga o nube o arenisca
de intacta imperfección
o de belleza
efímera.
LAS PALABRAS SON PARA LA VIDA
Me enseñaste
que las palabras son para la vida
como los besos lo son para el germinar de las flores
en los barrios de la periferia.
A menudo la melancolía es una cárcel para el sufrimiento
por tanta bondad que se extingue
y da vueltas y vueltas junto a nosotros como un carrusel
que nos llama desde el umbral de la caverna y el grito.
Las palabras son la conciencia
para nombrar el pétalo fértil en el centro de la esperanza
y mientras
―me dijiste―,
algún día, la noche caerá pesada sobre nosotros
como un aluvión de clavos
fríos.
Sobre otros límites.
Sobre otro instante de eternidad.
Sobre otras ciénagas.
«BORNOVA»
Bornova es solo un nombre.
Tal vez
es el nombre de una bailarina rusa o de una marioneta con
mecanismo.
Tal vez es el nombre
de una de las amantes del soldado desconocido
que regresó a casa
igual que el hijo pródigo.
O quizás
lo viera, por primera vez, escrito en una de las lápidas
que descansan
en el Viejo Cementerio Judío de la Ciudad Vieja
o, tal vez,
en el Cementerio Alemán.
Bornova quizás es, tan solo, el nombre de una princesa
austrohúngara que montaba en monociclo
sin pedales
y sin salir
de los jardines de palacio.
Quizás
lo encontré en el interior de una botella de cristal de Bohemia
o en medio de las aguas del Moldava
antes de ir a la Ópera.
Tal vez
tan solo sea el nombre de un Barco de Vapor
―The Bornova―
que navegara por los Mares de Escandinavia, allá por el 1800.
O quizás, sólo es el nombre de un paisaje lunar
al atardecer.
¡Oh, gran Bornova!
eres el nombre de un pequeño río
en medio del silencio de un bosque, junto a un camino…
MUJER CON PAÑUELO
Esta mujer con pañuelo que viene ahora, tan de mañana,
a conversar a mi memoria
contempla la luz de un pozo
en las laderas del sueño, en la lejanía de las estribaciones del sur.
La luz de este pozo es de arcilla
―huérfano de dátiles―
y está cubierto por la escarcha de los días y por el insomnio
de las noches.
Es un pozo acostumbrado a la pobreza
y a la oscuridad de los escorpiones,
un pozo ya amarillento, casi pálido,
así golpee
el sol o la estación del año o la tristeza
que acude extranjera
como un azote ante los ojos de esta mujer con pañuelo
y que viene ahora, tan de mañana,
a conversar a mi memoria.
Un pozo
cuyos deseos más impúdicos quedaron hace ya tiempo a la
intemperie,
abrazados al corazón de los hombres.
Es un pozo
de los que ya no quedan casi ninguno en mi lejano valle.
Diferente de los de brocal de piedra
y soga
y cubo
y agua
y escalones
para descender y poder así adecentar
el olvido y la picadura
mortal de la impudicia.
Su mirada me atraviesa como atraviesa una aguja ardiendo
el horizonte de mi amargura,
el horizonte de las sábanas blancas en los soportales de las
grandes avenidas
y es entonces cuando todo el desprecio aparece con su cáscara
más cruel,
cuando se agrietan los labios y se oscurecen los dientes de la
vergüenza.
Y es
cuando todo gruñe como una jauría famélica
dentro de mi estómago,
y huyo
hacia las madrigueras en las que se escondieron los cobardes
desmemoriados,
hacia las madrigueras en medio de los estercoleros
del allanamiento.
En mi memoria unas cuantos ojos
se agitan casi abatidos
y en círculo.
Todo está aquí. En la tensa calma de mi memoria.
Bajo el agudo chirriar de las cerraduras
y de las aguas dormidas,
como si la llamada sorda de la miseria
no fuera un zumbido molesto de abejas que volasen, desde
siempre,
y en cuántas latitudes.
Y así,
esta mujer con pañuelo que viene ahora, tan de mañana,
a conversar a mi memoria,
cabizbaja por la desolación,
esta mujer imaginó que un día el viento y la lluvia suaves
nos traerían cerezas nuevas
en el regazo.
Esta mujer con pañuelo
que vive bajo la desnudez de las sílabas y el azogue de las
hogazas de pan,
esta mujer alimenta con palabras
todo aquello que no estuvo en otro lugar que no fueran las
palabras,
y se mira los ojos en el espejo del pozo ya sin aire,
y se mira en el oscuro agujero del pozo ya sin fondo,
cada día al amanecer
y se retuerce.
Pero esta mujer con pañuelo que viene ahora, tan de mañana,
a conversar a mi memoria
se pone en camino y desciende, descalza, desde las
laderas del sur
al par del aire seco de los sueños
y todos los recuerdos suben galopando hasta mi lengua
y las hormigas de la razón se agolpan sobre mi frente
y la nube es ya un agujero sin vida
y mis ojos se empapan de lluvia
y otorgan nuevo pulso a los ojos de aquel pozo.
Es esta la mujer con pañuelo
que imaginó junto a mí que un día el viento y la lluvia y el
agua de los estanques
nos traerían cerezas nuevas
en el regazo.
Es esta la mujer
que sacudió su rostro contra el espejo de las alcobas
para escribir el nombre invertebrado de la mentira.
En medio de las estribaciones del odio y de la nada.
(de Largueza del instante, 2009)
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